En 2021 el instituto V-Dem catalogó a Uruguay como el país menos polarizado del mundo. Quizás esa cuestión del diálogo y el consenso, que en otras épocas era menospreciada o, al menos, de una relevancia menor, comenzó a ser observada como una especie de commodity, de rasgo humano en extinción en sociedades que cada vez más se trenzan entre algoritmos polarizantes de redes sociales, sí, pero también en sistemas políticos en los que la humillación o deslegitimación del otro aparece no sólo como posible sino como deseable. En ese marco, un grupo de investigadores binacionales coordinados por el politólogo argentino Iván Schuliaquer, especializado en el vínculo entre medios de comunicación y política, comenzó a indagar en la situación particular de Uruguay. Así, con el apoyo de la Fundación Friedrich Eber (FES) de Alemania –en su filial local– y con coordinación de Schuliaquer, publicaron el informe “Polarización en el país de los consensos. Política y redes sociales en Uruguay”, realizado con los uruguayos Federico Beltramelli, Jimena Torres Álvarez y Federico Barreto (todos de la Universidad de la República). Y con la participación de dos de los máximos especialistas globales en redes sociales: los argentinos Natalia Aruguete y Ernesto Calvo.

En diálogo con la diaria, Schuliaquer explicó que pese a la dinámica de consenso y respeto y la centralidad que aún perdura en ciertos actores institucionales uruguayos, como su estructura de partidos políticos, la tendencia global hacia la polarización y la ruptura del debate público también ha permeado en nuestro país. Entre otros elementos que exceden el estudio, el especialista se preguntó acerca de las derivas autoritarias del capitalismo en el futuro cercano y, a la vez, de las barreras que tiene Uruguay ante algunos de los males epocales por excelencia: la violencia y la ruptura de la comunidad política amalgamada.

“Hay dos datos claves de Uruguay –señala el politólogo, que comenzó sus estudios sobre este país tentado por la posibilidad de contar con un “laboratorio” diferente a Argentina–: la centralidad de los partidos en la vida política y Antel, porque el gran negocio de las telecomunicaciones está en manos estatales”. Esa cultura y la búsqueda por hallar rasgos diferenciales para un estudio comparado entre ambos países son los que motivaron a Schuliaquer a posar su mirada académica en este lado del río. “La cultura política es muy diferente de la argentina. La cultura mediática también, cuando en otras cosas no hay tanta diferencia, como en la cultura futbolística. Todo empezó con la hipótesis de ese lugar común de que Uruguay es un país sin polarización. Y cuando en el indice V-Dem 2021 sale primero, nos hizo seguir”.

¿Qué fue lo que más te llamó la atención en un universo de observaciones que quizás ya intuían?

Hubo dos cosas que tenía esperanza de observar, pero que no sabía si en la dinámica del mundo digital actual se replicarían y una novedad. Empiezo por las esperadas: el peso que algunos actores tienen en redes sociales no puede desprenderse del peso que les da el rol que tienen dentro de sus partidos políticos. Entonces, Graciela Bianchi, por ejemplo, que tiene un peso fuerte en el debate público, tiene también un peso institucionalmente. Y de hecho el peso en términos de redes y ruido, al menos dentro de la política, es similar al que tienen otros actores de ese peso institucional. Eso me llamó la atención, porque si bien está muy estudiado que los partidos políticos son muy relevantes en Uruguay, me sorprendió que en redes, y en una red tan particular como Twitter, veamos lo mismo. Había una segunda sospecha y es que los medios son más balanceados y menos polarizados y había que ver cómo eran usados en el debate publico. Y en esa parte del estudio que hicimos con Ernesto Calvo y Natalia Aruguete observamos que el uso de medios en el debate público es cruzado. Es decir que hay actores que consumen todos los medios y se usan pluralmente. Y parte del debate público implica que se comparten los hechos de la realidad.

¿Cómo observaron eso?

Durante el debate de la LUC [ley de urgente consideración] observamos a qué medios referían los políticos. Igual es cierto que la primera parte es sobre políticos puntualmente y la segunda incluye otros actores de cada sector en las redes. Suma jugadores que no son necesariamente los políticos.

¿Trolls?

A veces son trolls, a veces son militantes o figuras importantes de ese espacio ideológico pero que no necesariamente tengan cargos. Y vimos que se usan todos los medios. Sí, seguramente los del Partido Nacional usan más El País y los del Frente Amplio más la diaria, pero vimos que la coalición multicolor usaba la diaria y desde la oposición también usan El País. Y no era sólo para cuestionar a los medios, sino como aval.

En Argentina no pasa...

No, acá sería para desacreditar o bien para decir “mirá si será inocultable que hasta Clarín lo dice’, pero siempre es para revalidar esa posición de antagonista de los medios como actores partidarios.

¿Qué observaron y no esperaban?

En el análisis de las élites políticas, se vio que el centro político en las redes, el debate en el centro, se puede ocupar ya sea por moderación o por radicalización. En redes se ve un río de separación entre los dos espectros, y eso fue sorpresivo en algún punto, pero a la vez en el centro de cada uno de sus grupos tenés un Yamandú Orsi o un Pablo Mieres, actores más cercanos al centro político, y a la vez tenés a Graciela Bianchi, alguien que radicaliza o arrasa el debate, y sigue siendo un centro de contacto entre ambos sectores. Entonces el centro lo podés ocupar por la moderación o por el diálogo, pero también porque tu reputación se construye erosionando la reputación de los otros. Interpelás al otro para deslegitimarlo, para dejarlo sin derecho a la expresión pública. No esperaba eso y me resultó novedoso.

En términos de polarización o de estos actores puntuales, ¿te sorprendió algún grado de radicalización?

En un marco como el actual, en el que las redes sociales pasaron de ser vistas como la esperanza de la democratización hace 15 años a ser vistas como un riesgo para la democracia ahora, buscamos qué nos podía decir un país muy poco polarizado como Uruguay estudiando sus redes sociales. Lo que demostramos es que hay un fenómeno de polarización que en Uruguay no tenía peso y que ahora está naturalizado en el debate público. La diferencia por ahora es que no es predominante. No son esas las figuras que marcan el tono de todo el debate. Aún está la sensación de que eso no es hacer política.

¿Esto es que aún no llegó o que vamos hacia ahí inevitablemente?

Uruguay tiene barreras para la polarización que en otros países no existen. Una es la que pone el propio sistema político y la otra es la que pone el sistema mediático: comparten una noción de realidad similar. Aunque cuenten más o menos de un tema, con otras voces, la agenda de hechos se sigue compartiendo. Y la política institucional es la que te da peso en las redes, por lo que podría decir que estos actores pueden ser removidos. Parte del problema hoy es que son figuras instaladas, naturalizadas y que no son castigadas. Hay países en los que este tipo de figuras que corren el horizonte de lo decible y rompen el debate público cuando hay temas inconvenientes son muy relevantes. En Uruguay aún no es la normal predominante.

Suponemos –esperamos– que se sostienen las barreras, pero una vez que se cruzan, ¿se puede retroceder?

Es una buena pregunta, y aunque nos metemos en el terreno de las elucubraciones, es muy difícil volver para atrás. Y sobre todo no se puede volver para atrás de algo que no se problematiza y se disputa. Yo creo en la sociedad de los consensos y discuto mucho con gente que trabaja sobre redes sociales, porque se dice que lo que pasa en las redes no es todo, pero creo que esta escena pública, esta partecita, que es sólo Twitter, tiene relevancia. En Uruguay los medios siguen siendo muy importantes, el informativo sigue teniendo mucha importancia, la cultura periodística tiene cierta importancia y les pone ciertos limites a los dueños de los medios. También veo con cierta preocupación la llegada de nuevos propietarios con otras lógicas instrumentales de esos medios, que rompen con la cultura de diálogo entre dueños y periodistas en Uruguay, y eso no tengo claro para dónde va a salir. Sobre todo por la crisis en el actual modelo de los negocios. Como dice Rasmus Kleis Nielsen, durante el siglo XX los medios funcionaban como poder de influencia y también daban poder comercial y en el siglo XXI estamos volviendo un poco al XIX: porque el manejo de medios e información sigue siendo fundamental, pero los medios ya no son negocios, son medios para otra cosa.

Decías que hay una discusión sobre si darle preeminencia a Twitter... ustedes se la dan. Aunque hay consenso en que es la red más política, ¿no tenían reparo o dudas de darle esa centralidad?

Hay una decisión respecto de las posibilidades materiales. Facebook, Instagram y Tik Tok son cajas negras que no te permiten entrar. Y Twitter sí. Y segundo, es la red de élites políticas, periodísticas, mediáticas, es donde se cuece un poco la información política. Cuando los políticos anuncian algo, en general usan Twitter. En eso funciona: permite ver qué van a hacer las élites. Este estudio es un mapa de la parte de arriba de la política. Y tiene que convivir con la política más clásica institucional y medios de comunicación. Toda la crisis global de partidos políticos desde la década del 70 Uruguay no la tuvo.

El Partido Colorado sí...

Sí, hay partidos, en realidad uno, que tuvo crisis. Pero la crisis de los 90-2000 en toda la región emerge tras la explosión del sistema de partidos y acá el Partido Colorado se la llevó para sí solo, y el que emergió fue el Frente Amplio, que tenía 34 años. La crisis de legitimidad no barrió el sistema de partidos. Y eso en Argentina fue muy claro.

Hablabas de la idea de las redes como democratizadoras o como el apocalipsis de la democracia, ¿cómo te parás vos en ese eje?

Hay algo que hizo Twitter ahora que es representativo de la época, que es ese cambio de Elon Musk en el verificado. Pagás y lo tenés, que es como un derecho a ser legitimado. Eso, que era inmaterial en algún sentido, que era de seguidores, de cierta reputación, y ahora, cuando ya se había generado esa cultura de que el sello azul daba cierto aval, sólo significa que estás pagando. Y en general los que lo hacen, por cuestiones de economía política, son personas que defienden ideas privatistas más que socializantes, y eso un poco me preocupa, sin ser apocalíptico. Entiendo que siempre estuvo el dilema de la comunicación como bien público o como mercancía y, a medida que los estados se corren del debate, se pone más difícil. Yo ahí tengo una duda que es hasta qué punto el capitalismo hacia el que vamos es democrático. No lo tengo claro y siempre hay traducciones locales. Soy bastante partidario de la idea de que los países lo tramitan de manera diferente. Pero qué posibilidades tiene un Estado como Uruguay de regular gigantes globales como redes sociales. Incluso América Latina unida no tendría. Y ahí está cada vez más la lógica de una política nacional ligada al campo interno, cada vez menos del largo plazo, y estas disputas son de muy largo aliento. Creo que va a depender de construir el problema y disputarlo.

¿Quién lo construye? ¿La sociedad o los partidos?

Los dos. Nada tiene más fuerza que cuando están las dos cosas. Puede ser un movimiento político o un líder que nadie haya visto venir, claro. En eso es verdad que hay muchas más herramientas, pero todavía sigue pesando quién es dueño de las cosas, no sería tan ingenuo. Otra cosa que me preocupa es quién saca rédito de que se rompa el debate público, que ya no haya debate de ideas, que se pueda decir cualquier cosa sin consecuencias. Yo creo que se benefician los dueños de las cosas. Que pueden ser distintos en cada lugar, pero hay una lógica en la que los países periféricos pueden poner menos fichas en ese debate. Del otro lado, para compensar la mirada apocalíptica, hay un montón de herramientas que antes no teníamos, que las redes tienen un montón de pluralidades y han dado derecho a voz a sectores que no tenían y pueden juntarse a armar narrativas. Y eso también es el mundo digital e internet. Lo que me parece es que la idea más romántica no es tan así. Creo que fue un clima de época. No es un camino directo a la sociedad plural y más felices, de eso hubo un retroceso. Creo que después es convivir con eso, pero todavía hay agencia en las personas.

¿Puede el capitalismo ser democrático entonces?

Creo que hay una creación de subjetividades autoritarias muy fuerte y se rompió un consenso que también estuvo en Latinoamérica, y que no llegó en ese momento, pero que lo muestra bien Silvio Waisbord, que es el consenso de diálogo y no guerra que emergió después de la Segunda Guerra Mundial, que no era la única verdad, pero que intersubjetivamente predominaba y era la que regía. Y en este mundo de la posverdad sin consensos y verdades aceptadas colectivamente, aparece ese otro que es un extraño, que no tiene legitimidad, y uno ve un crecimiento de los autoritarismos que no tienen vocación democrática. Para mí la democracia tiene un montón de fortalezas, pero no está dada de una vez y para siempre; y el reemplazo de la palabra democracia por la palabra capitalismo y libertad comercial lo veo como algo que va creciendo cada vez más. Lo democrático pasó a ser mover tu plata como vos querés. Hay un debate incluso sobre qué es ser democrático, pero en la teoría está muy claro y no se debate: es respeto por el otro, elecciones formales y el que pierde acepta resultados, y uno cuando gobierna no apresa ni va a matar a la oposición, acuerdo de no violencia contra los adversarios políticos. En todo eso vemos cosas que antes eran impensadas. Y no noto que la dinámica del mercado y de producción actual se resientan por eso.

De hecho, se beneficia...

Por supuesto. Esto está muy estudiado, parte de la democracia es la incertidumbre y no es el [sistema] más eficiente en términos económicos, tiene más que ver con convivencia que con optimización de recursos. Y ahí yo veo: cuáles son los incentivos de los dueños de las cosas para sostener la democracia entonces. No es que vea que es algo que vaya a ocurrir ya, pero en Estados Unidos el presidente saliente no reconoció aún al gobierno actual. Hay una banalización de ciertos términos y de la violencia contra los otros.