Su origen es porteño, pero su hogar se encuentra en San Carlos de Bariloche, provincia de Río Negro, en el norte de la Patagonia argentina. En primer lugar, menciona el lago que puede ver cada mañana cuando se levanta, luego los árboles y no deja de incluir las bandurrias que se anuncian del otro lado del teléfono. En busca de un permanente equilibrio entre lo que dejó en Buenos Aires y lo que encontró ni bien llegó a su actual residencia, remarca la fiereza del paisaje y la oscuridad de la noche a la que sigue acostumbrándose.

Nahuel Michalski es licenciado en Filosofía, investigador, docente de la Universidad de Buenos Aires e integra el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). Como filósofo del siglo XXI y desde la trinchera de sus lecturas, es un agitador de ideas que se expresa a través de sus Charlas de filosofía (un ciclo audiovisual disponible en Youtube) y su cuenta en la red X.

Su función, dice, no se aleja de la de sus maestros de monolito: “Creo que sigue siendo la misma de siempre: sospechar del sentido común instituido y tratar de buscar el lado B de las cosas. Lo que hago tiene una función social y política inevitable. En medio de todo eso, escribís un par de libros, desarrollás algunos sistemas de pensamiento y, sobre todo, intentás colaborar con el tejido del lazo social que hoy está súper atacado”, afirma.

Antes de su charla en Montevideo, conversó con la diaria.

¿Existió una lectura, un comentario o algo en particular que te acercó a la filosofía?

Diría que ese acercamiento arrancó a mis 21 años con un replanteamiento existencial de la vida, como es sano que ocurra. Siempre tuve una afinidad por los libros de filosofía y empecé a buscar las respuestas a esos planteamientos. Un día tomé la decisión de dedicarme profesionalmente a eso y empecé a estudiar en la universidad. Además, a los 15 ya leía la Metafísica de Aristóteles.

Para empezar a hablar de salud mental, hace unos días escribiste en tu cuenta de X: “El sufrimiento es la verdadera experiencia universal”. ¿Podés profundizar sobre eso?

Sí, yo lo escribí a mi manera. Es una idea antiquísima que forma parte de los corpus religiosos desde la Antigüedad hasta el día de hoy. Tanto el budismo como el cristianismo han compartido esta lectura de que hay una experiencia originaria en el mundo que es la del dolor.

Yo comparto esa tesis. Por algún motivo u otro, todos hemos atravesado momentos de sufrimiento, pero no todo ser humano puede afirmar con contundencia que ha experimentado el amor de manera tan radical y clara como pasa con el sufrimiento.

Me parece que es una idea interesante porque nos permite comprender de qué se trata la vida en el mundo y también puede leerse como una crítica a la cultura posmoderna que niega la existencia de propiedades universales en el ser humano, a favor del culturalismo, el relativismo y el subjetivismo. Se dice, por ejemplo, que una experiencia puede ser individual, a lo sumo de un pueblo, pero nunca universal. Creo que el sufrimiento viene a demostrar lo contrario.

Si los seres humanos, independientemente de su cultura, del lugar de crianza y del tiempo en el que vivieron, comparten algo absolutamente originario como es el dolor, en esos mismos términos podemos pensar en el valor de la vida y la justicia, y ahí entra una pregunta creacionista: “¿Por qué, siendo tan diferentes, podemos compartir estructuras generales?”.

Al principio tu idea me sonó un poco desalentadora, pero leyendo un poco más tus argumentos me di cuenta de que detrás había una mirada optimista sobre el tema.

Claro, para nada es un posicionamiento nihilista. Yo soy muy crítico de esa actitud pesimista que está bastante de moda y que supone una desacreditación de los valores; esto de pensar que la vida no tiene un valor en sí misma y que todo es arbitrario. Cuando digo cosas como esas, a veces pueden sonar pesimistas, pero en realidad son expresiones optimistas.

Lo que estoy planteando es que la experiencia universal es el sufrimiento, pero tenemos la posibilidad de trascenderlo a través del placer, el amor, la familia, el trabajo o una vocación.

El sufrimiento se puede transitar favorablemente, y me parece que eso sí es posible, pero solamente si aceptamos cuál es la condición original. Si el diagnóstico está errado, todo lo que se haga después seguirá el mismo rumbo.

¿Cómo surge esta charla que te trajo a Montevideo?

Esta charla es el efecto de algunos estudios en los que estuve trabajando últimamente y busca pensar el padecimiento de las personas desde un lugar que no sea new age, o de una espiritualidad blanda, como estas cosas medio baratas que uno encuentra en internet y que prometen felicidad.

Mi propuesta relaciona teóricamente la psicología con la filosofía e incluye una serie de vertientes políticas y sociales para entender cuánto de lo que sufrimos tiene que ver con una cuestión personal o con otras cosas.

Aunque algunos psicólogos la están impulsando, creo que hay una lectura vinculada a la dimensión sociopolítica del sufrimiento humano que aún está ausente en el debate social, y eso estará en la charla.

Por ejemplo, no hay dudas de que el capitalismo nos está afectando la salud mental. No se está entendiendo del todo lo que está pasando con la medicalización de la sociedad. Se ha naturalizado que la gente consuma medicación psiquiátrica para sostener su vida. Esa es una lectura que tiene una dimensión vinculada a la salud mental, pero también otra económica y política, si pensamos, por ejemplo, en la industria farmacéutica.

Después, en un segundo momento de la charla, me voy a referir a la cuestión más subjetiva del asunto. ¿Cuáles son las ideas o representaciones que tenemos de las cosas que nos hacen sufrir? Y qué podemos hacer para trabajar en ese sentido. Cuando uno cambia el punto de enfoque de las cosas también puede cambiar la tolerancia del sufrimiento. Esto viene de la escuela filosófica estoica, que tiene 2.000 años y entendió que el ser humano sufre según lo que piensa.

¿Qué es lo que no se soporta de esta época?

Creo que hay dos grandes fuentes de sufrimiento. La primera es la incerteza. En otros tiempos, como en las guerras mundiales, el individuo sufría el miedo a morir, a que cayera una bomba en el pueblo, por ejemplo. Ahora no tenemos ese temor. La muerte no es una posibilidad tan directa y cercana en nuestra vida cotidiana. Vivimos en sociedades donde lo que supuestamente se garantiza es la vida. Y si bien es falso, porque nuestro corazón puede dejar de latir en cualquier momento, la sensación de muerte aparece como algo lejano.

Hoy, todas aquellas cosas que en otros tiempos fueron las columnas vertebrales de las personas, quedaron desacreditadas: la familia, las instituciones, el trabajo, etcétera. La gente se quedó sin nada. Tenés una oferta de millones de opciones para cada cosa y uno no tiene el criterio para saber cuál es la mejor. Además, ante esa cantidad infinita de posibilidades para elegir, uno sabe que la vida se termina. Ahí se genera una angustia existencial terrible.

A la vez, las clases medias están siendo golpeadísimas por los paradigmas hiperproductivos del capitalismo. Esto es algo que se está viendo especialmente en los jóvenes europeos.

Por otro lado, las clases populares sufren la dificultad de no tener trabajo y sustento. Entonces hay gente que sufre una sobreabundancia de capitalismo y otra que pide por favor entrar en el sistema porque necesita comer. Por eso hay que prestar mucha atención a de qué sujeto estamos hablando.

Hablando de jóvenes, tanto el presidente argentino, Javier Milei, como el uruguayo, Luis Lacalle Pou, insisten en sus discursos con una idea vinculada a la libertad. ¿Por qué creés que resulta tan atractiva entre muchos jóvenes argentinos y algunos uruguayos?

Para empezar, estos mandatarios se refieren a la gente con un concepto de libertad estrictamente neoliberal. No se le ofrece todos los conceptos de libertad que la filosofía ha construido durante milenios. No se le dice: “Sos libre para dar la vida por la patria” o “sos libre para encontrar una religión”. Lo que se le dice es: “Sos libre para hacer lo que quieras mientras seas un buen productor y consumidor”. La cultura neoliberal ofrece una única libertad que es, además, dualista, egoísta y propende a la lucha de todos contra todos.

La de estos discursos, como el de Lacalle Pou o el de Milei, es una libertad ofrecida de manera abstracta. ¿Para quién es esa libertad? Eso no se dice. Son expresiones vacías de contenido. La gente le asigna el significado que quiere y por eso pegan tanto en las masas. Como decía [Antonio] Gramsci, hay palabras que construyen hegemonía.

De todas formas, no nos podemos olvidar que las socialdemocracias progresistas han fracasado y se les han notado fuertes averías. Por tanto, también es cierto que la gente está muy insatisfecha con el hecho de que no se pudo sostener cierto Estado de bienestar.

Esta lógica es un síntoma histórico. Lo que pasó acá en Argentina, con un gobierno socialdemócrata que cae y uno fascista, dibujado de liberalismo, que asume, como es el de Milei, es lo mismo que pasó con la República de Weimar en la Alemania del siglo pasado: cae la socialdemocracia y asciende el nazismo, y ¿quién está siempre en el medio? La clase media indignada.

Si hay algo que siempre supo hacer la derecha es utilizar el odio en la clase trabajadora.

Hablás de “la caída final de todas las ilusiones” y entre las tuyas aparece tu desencantamiento con el mundo académico. Supongo que algo de eso tendrá que ver con el inicio de las Charlas de filosofía que empezaste a organizar en 2019.

Ni bien empecé a estudiar filosofía me di cuenta de que había un abismo entre lo que pasaba en la universidad y lo que pasa con la gente. Me parecía que no había un diálogo, cuando la universidad es una institución estrictamente social y financiada con dinero de la gente.

También me di cuenta de que no era sólo un asunto de funcionamiento, sino que había cosas vinculadas a la gramática y los conceptos que se utilizan, totalmente ajenos a lo que una persona de a pie puede estar necesitando. Yo quería impulsar una filosofía que llegara a la gente para que no termine siendo una cosa de claustro, endogámica, en la que dialogan los mismos 30 nerds de siempre. Así nacieron las Charlas de filosofía.

¿Con qué te encontraste cuando comenzaste con este ciclo?

Con un montón de gente de distintos lugares, procedencias y profesiones, y así se fue armando una comunidad muy interesante.

Este proyecto siempre tuvo una función totalmente orgánica, en la que lo que se piensa es en un pueblo que se está organizando bajo premisas filosóficas para construir un camino propio.

Es un espacio que me dio la posibilidad de recorrer algunos países, de que me inviten a conferencias, y todo el tiempo estás aprendiendo. A veces puede ser a través de una charla, un curso, pero también te podés encontrar con alguien que te recomienda un libro y te abre otra puerta.

En una de tus charlas hablás de la necesidad de retomar los mitos.

Sí, esa es una idea de Walter Benjamin y otros intelectuales de su época. El planteamiento es que nosotros creemos que vivimos en una sociedad sin mitos porque se supone que triunfaron la ciencia y la economía. Y, sin embargo, seguimos viviendo en sociedades cien por ciento míticas. La pregunta que hay que hacerse es ¿a servicio de qué fuerzas están los mitos en este momento?

Por ejemplo, la palabra libertad representa el mito del hombre liberado, tiene miles de años. El hombre buscaba liberarse de la tiranía de los dioses. Luego, en el siglo XX, se planteaba que el ser humano tenía que liberarse del Estado fascista; hoy se plantea que el hombre debe liberarse de un modelo de Estado que lo perjudica y lo agobia. La lógica es la misma. El mito está siempre dando vueltas. Yo creo que hoy volvió a quedar del lado del fascismo.

En un escenario ideal, las diferentes formas de interpretar los mitos deberían convivir más armoniosamente.

Sí, o mejor aún, que estén al servicio de los pueblos y las democracias reales. Me parece que los mitos fueron secuestrados por las fuerzas oscuras de la economía y la oligarquía, y tienen que volver a estar al servicio de los intereses populares.

¿Las Charlas de filosofía te hacen sentir menos solo?

Absolutamente. Justo ayer, con una compañera, fuimos a dar un taller para pacientes de salud mental en el hospital público de aquí en Bariloche. Nos centramos en el libro Así habló Zaratustra y leímos una página en la que [Friedrich] Nietzsche dice que no quiere convertirse en un pastor con seguidores, que lo que necesita son compañeros de viaje para no atravesar el camino solo. Y si algo me dieron las Charlas de filosofía fueron amigos para este viaje.