Inés Hernández es madre y autora del libro Si valdrá la pena, un texto que elaboró en el transcurso de uno de sus varios intentos de ser madre. Empezó a escribir luego de su primer aborto espontáneo. En las primeras líneas le contó a su bebé cómo se sentía en el transcurso de la gestación, pero finalmente también lo perdió. Luego de otros intentos que también fracasaron, ingresó en el mundo de la reproducción asistida. Según recordó en el marco de una de las jornadas de la Semana de la Fertilidad organizadas por la Sociedad Uruguaya de Reproducción Humana (SURH), a la que asistió la diaria, al tomar la alternativa de intentar quedar embarazada por otros métodos, se sintió muy desorientada, tanto, que en su libro plasmó un concepto propio, el de “crío emociones”, algo que le permitió expresar lo que tal vez muchos no entendían, sus sentimientos por cada uno de sus embriones.

Años después de variadas experiencias, siendo madre de dos hijos y a poco menos de dos meses de haber presentado su libro, Hernández remarcó la importancia de que los profesionales de la salud tengan empatía con las familias que se acercan a pedir ayuda para poder embarazarse. Cuando empezó, “no tenía a nadie que me guiara bien y ni siquiera sabía que existían médicos especializados en reproducción asistida”, contó.

Todas las necesidades que Hernández considera necesario incorporar a la atención y al sistema de salud respecto de la reproducción asistida fueron transmitidas y puntualizadas por los profesionales que participaron en una de las cinco jornadas que organizó la SURH. En esta oportunidad los especialistas repasaron el marco legal de los procedimientos reproductivos, lo fundamental de informar a las pacientes y a sus familias sobre la inferencia de la edad en los intentos de reproducción, y sobre la necesidad de contar con equipos profesionales formados en salud mental que asistan un proceso que, por lo general, es doloroso y frustrante.

Ampliar el marco legal

En principio, Virginia Chaquiriand, la presidenta de la SURH, se refirió a los avances que implicó la Ley 19.167 de Reproducción Humana Asistida, aprobada en 2013 y “puesta en funcionamiento en 2015”, para regular las técnicas y tratamientos para la reproducción humana asistida en instituciones públicas y privadas, con la inseminación artificial, la fecundación in vitro y la inducción de ovulación, entre varios otros métodos reproductivos.

Dentro de lo positivo, Chaquiriand sostuvo que antes de que se aprobara la ley las instituciones de salud “no tenían la obligación de asistir” los procedimientos de reproducción y la atención que adjuntan, entonces, si una paciente consultaba por problemas de fertilidad, al menos los prestadores privados “no cubrían determinados estudios clínicos” si la infertilidad era la causa. En ese marco, el primer paso valioso fue “reconocer la infertilidad como un problema que tiene causas”. A su vez, la norma enumera los tratamientos que existen y qué organismo debe financiar cada uno y “contempla a mujeres solas o en pareja homosexual”, lo que también significó “un cambio radical”.

Como puntos de ampliación que en los últimos años se tomaron en cuenta mencionó que la ley establece que aquellas mujeres que cumplieron 40 años, “si no hicieron la solicitud de la fecundación in vitro al Fondo Nacional de Recursos [FNR] antes de esa edad, pierden el derecho”. Lo que se modificó, luego “de los dos años de aprobada la ley”, fue que quienes accedieron a la aprobación del tratamiento antes de esa edad pudieran realizar el segundo y el tercer intento ante eventuales fallas. Por otra parte, agregó que en un principio “los copagos que se fijaron para las familias”, se iban haciendo “cada vez más caros”, algo que también se modificó para que en la actualidad “cada intento cueste lo mismo”. Recientemente, en 2022, la ley incorporó “la posibilidad de preservar ovocitos y espermatozoides para pacientes con cáncer” y que se cubra “100% de la preservación por diez años”.

Si bien “gracias a la ley muchas personas acceden a estos derechos”, todavía faltan algunas cosas, por ejemplo, que en los casos en los que el FNR solicita un estudio genético de los embriones “se le cubra a la paciente”, ya que es “muy caro” y si no se cumple no se puede continuar con el procedimiento. También “sería bueno” que los copagos tengan “montos menores”, porque si bien “se ajustan a los ingresos”, muchas veces “son una limitante y no está bien que la usuaria deba pedir créditos” para poder pagar. Entre otras cosas, sugirió que la pérdida recurrente de embarazos se contemple dentro de las prestaciones y que la preservación de la fertilidad se amplíe para otras patologías complejas y no sólo para el cáncer.

Hace unos días el FNR comunicó que “se aprobaron 5.000 tratamientos por fecundación in vitro desde que entró en vigencia la ley, y nacieron casi 2.100 niños. De los nacimientos por inseminaciones todavía no hay números. Aun así, la especialista sostuvo que se sigue observando que “el interior está rezagado” y enfatizó que “importa llegar”.

Informar a tiempo

Por su parte, el ginecólogo y especialista en reproducción humana Gabriel de la Fuente aportó algunos puntos sobre la necesidad de que los equipos de salud informen a las mujeres que presenten el deseo de ser madres sobre determinadas cosas vinculadas a la edad y a la fertilidad.

En principio, comentó que en Uruguay “aún hay muchas mujeres que no conocen la realidad de la reproducción asistida” en el país. También “hay mitos en cuanto a la edad, a que el proceso funciona a edades que pasan los 40 años” y la realidad es que la edad “impacta en muchos factores importantes” a la hora de buscar un embarazo, entre ellos, la prevalencia de esterilidad, la calidad ovocitaria, la reserva ovárica, lo que hace que se sobreestime “la tasa de embarazo con reproducción asistida”.

Explicó que “la esterilidad es una enfermedad que afecta a 15% de las parejas en edad reproductiva” y que la prevalencia también “varía con la edad de la mujer”. Hasta los 30 años, mes a mes, hay una posibilidad de entre 20% y 35% de embarazo. Por otra parte, la mujer nace con un millón de óvulos que serán los que utilizará “durante toda su vida”, y a mayor edad, menos óvulos en el organismo.

Luego de los 30 años también “cae la calidad” de los óvulos y con ello aumenta la tasa de alteraciones genéticas en embriones. “Luego de los 30 años, y especialmente en el entorno de los 40 años, la mitad de los embriones son genéticamente anormales”. Con los años también aumenta “el riesgo de que ocurra un aborto”.

Agregó que la fecundación in vitro recupera “sólo 50% de los nacimientos que se perdieron por la edad”. Por todas estas razones, exhortó a los profesionales a que “deben preocupar informar a las mujeres sobre el impacto de posponer la maternidad” y sobre todas “las complicaciones obstétricas que aumentan después de los 35 años”.

En el control ginecológico periódico “se debe tocar el tema de la reproducción” con las pacientes “luego de los 35 años” y preguntar: “¿Tiene pensado tener hijos el próximo año?”. Con base en esa respuesta, luego “hay que asesorar”, porque “informadas deciden mejor”, resumió.

Al igual que Chaquiriand, también se refirió a las desigualdades. Comentó que “85% de las mujeres a las que el FNR brinda cobertura son del ámbito privado” y sólo cerca de “16% proviene de la atención pública”. A su vez, “6,44 mujeres cada 1.000 hacen uso de las técnicas” disponibles y, “cuanto más nos alejamos de Montevideo, la cobertura es menor”.

Apoyo psicológico

Las encargadas de cerrar la instancia fueron la especialista en medicina reproductiva Marisa Dellepiane y la licenciada en psicología Liliana Grattarola. Por último, pero no menos importante, hicieron referencia a la importancia de que profesionales informados en lo que implican los procesos de reproducción y donación de gametos y embriones apoyen a las familias.

“Hay sentimientos compartidos que permiten generar teorías”, si bien cada situación es personal. Por otra parte, “el camino recorrido por las pacientes” incluye cansancio, frustración y sufrimiento. En la donación de gametos “se genera un intenso dolor psíquico por no poder transmitir la carga genética total a la descendencia” y se suma “una herida narcisista porque no pueden con sus óvulos o con sus espermatozoides”, se culpan también “por el retraso del embarazo”, explicó Grattarola.

Los profesionales “debemos cuidar la reserva anímica”, que “viene decayendo” porque se trata de personas que antes de aplicar estos procedimientos ya pasaron por otras pérdidas.

También llamó a considerar algunas diferencias que implican al bebé una vez nacido. “Una cosa es la privacidad y otra el secreto”, subrayó. Si no se le comunica al entorno la decisión de acudir a la donación “es privacidad”, pero si no se le dice al niño “es secreto y puede generar patologías” a futuro. “Debemos ayudar a construir un relato” para contar con herramientas, por ejemplo, libros infantiles.

La donación, más allá de los medios, “también ha generado cambios” en los conceptos de paternidad y maternidad que cada vez se asocian más a lo afectivo y no a lo biológico”, concluyó.