“Pau” o “Bianchi”: así debatía Paulino Duarte Bianchi en la escuela en busca de un apodo que le diera una identidad diferente a la de su padre, un nombre artístico, aunque suene pretencioso para un ser humano de túnica y moña. Un amigo terminó de redondear el concepto al escribir en un papel Pau O’Bianchi. Su marca individual se gestó en colectivo: toda una señal.

Aunque tuvo que ganarse la vida en otros menesteres, la música siempre fue el motor. Antes de pergeñar seudónimos en el patio escolar, ya abollaba ollas y admiraba a los murguistas que brillaban en el tablado del barrio. La adolescencia lo encontró en la encrucijada de la crisis de los 2000 y el advenimiento de las nuevas tecnologías. Música, hormonas, rebeldía, internet y desesperanza fueron los ingredientes del caldo donde cocinó, junto a su generación, el sonido indie y garajero de una época.

Fundó el sello/colectivo de músicos independientes Esquizodelia con el que editaron decenas de discos digitales y organizaron fiestas y festivales, como el Peach & Convention, en la sagrada esquina de Durazno y Convención. Para entonces Millones de Casas con Fantasmas -un impulso solista que se convirtió en banda-, Relaciones Sexuales -el dúo con Hiram Miranda- y 3Pecados -proyecto compartido con Diego Martínez y Pablo Torres- ya eran más que un rumor de la escena montevideana.

La cosa terminó de leudar en 2011 cuando el trío editó Diciembra, un álbum que es una síntesis de caminos y es considerado hasta hoy por el ambiente como uno de los grandes discos uruguayos de todos los tiempos. Sin embargo, un año y medio después, el proyecto 3Pecados llegó a su fin: Martínez se encontraba en pleno tratamiento contra un extraño cáncer y falleció meses después. Pero Pau, duelo mediante, siguió abollando ollas con proyectos tan variados como sus intereses musicales. Por nombrar algo: editó el “disco mágico” junto a Lucas Meyer y Fernando Henry y formó las bandas Jesús Negro y los Putos, María Rosa Mística, Los No Fumadores y Alucinaciones en Familia, el convoy de pop rock psicodélico que acaba de presentar su tercer elepé y que de alguna manera se convirtió en la nave nodriza de sus intenciones musicales.

Durante la última década también tuvo tiempo para publicar en formato solista -el Registros akáshicos de 2016- y consolidar su rol de productor musical. Aunque le dé gracia la etiqueta y prefiera llamarlo “dar una mano”, en ese estante de su trayectoria se encuentra, entre otros, Todas las películas son de terror, el último disco de La Hermana Menor.

Luego de varios otoños sin firmar marquesinas con su nombre, Pau O’Bianchi se presenta este lunes en la sala Hugo Balzo. Será una oportunidad para repasar una trayectoria de dos décadas de creación desenfrenada e ininterrumpida y para que las canciones “no queden sólo en los discos, empiecen a salir a la cancha y suenen”.

Veintipico de años de música y tenés un solo disco firmado con tu nombre.

Que no es mi nombre [risas].

Y varios proyectos que empezaron como solista y se terminaron convirtiendo en bandas. ¿A qué te parece que se deba eso?

Soy muy ansioso, me aburro muy fácil, entonces como que tengo que cambiar de chip. Me encanta la música, y a veces como que en un proyecto no puedo volcar quizás ideas o ciertos pensamientos y lo tengo que derivar en otro. No sé por qué, voy dividiendo en diferentes personalidades o coloques. También lo aprendí de artistas que admiro. Rada siempre fue muy multifacético, Spinetta ni que hablar. Ellos fueron dos referentes en eso de no quedarse con un nombre y derivar en otras mutaciones.

Y ahora, ¿cuál es el plan?

La idea es tocar canciones de mis otras bandas, que quedaron relegadas un poco porque estoy con Alucinaciones y Jesús. Voy a tocar más que nada canciones de 3Pecados, Millones, Los No Fumadores, Relaciones Sexuales. Y también en parte porque me rajaron del laburo y es como una manera, entre grandes comillas, de empezar a profesionalizar.

¿Te habías planteado alguna vez vivir exclusivamente de la música?

No. Siempre fue una expresión muy catártica, más de salud te diría, espiritual también. Pero viendo cómo era Uruguay, la dificultad de ser pocos y el mercado pequeño, siempre lo vi como algo imposible. Es más, todavía no sé si es posible, lo estoy experimentando, por ahora no canto victoria. Depende mucho de las personas, como siempre, si aceptan, si van, si pagan la entrada. Entonces, estoy en este experimento nuevo de mi vida que es, aparte de tocar las canciones esas que hacía tiempo que tenía ganas de tocar, ver si es redituable para mi sostén de vida. Por suerte me gusta el arroz [risas].

¿Vos trabajabas de diseñador gráfico?

Laburaba de diseñador, sí.

¿Era vocacional o lo hacías simplemente por necesidad?

Era más por ganar un sueldo y era como lo más rápido en el mercado que podía conseguir, obviamente más que la música. Siempre me gustó el arte visual, ni que hablar, pero ahí hay otra discusión, si diseño gráfico es arte o no, para otro capítulo. Después me sirvió también para mis actividades musicales: hacer afiches, el arte de los discos. Como que se complementó bien con la música.

Supongo que en dos décadas de música te debe haber cambiado un montón tu percepción sobre lo que hacías.

Sí, tal cual. Cuando era niño era más un juguete, era más lúdico todo. Después con la adolescencia fue como una cuestión más de construcción de identidad, de permitirme ser valiente o vulnerable conmigo mismo. Después, más grandulón, ver que eso fue una construcción e intentar desarmarla, romperla, desafiarla. Y ahora que estoy más viejo es una contemplación de toda esa música que hice, lidiar con ella, con sus vaivenes, porque tampoco es que amo todo lo que hago: también soy crítico de mi música y me gusta eso también.

¿Y en esa contemplación con qué te encontraste?

A veces me sorprende la energía que derrapé, por decirlo de alguna manera. No puedo creerlo. No puedo creer que estaba bancando a mi familia con un laburo, al mismo tiempo tocando, al mismo tiempo haciendo discos, gestionando fechas. Porque aparte es eso, no es que me manejé con un sello o un mánager que colaborara conmigo en la gestión, sino que lo hacía todo yo. Desde hablar con el boliche, contratar el sonido, ver quién puede hacer la barra, quién hace la puerta. A veces incluso, si alguno no podía, mientras tocaba la primera banda irme a la barra y después volver a tocar. Todos los detalles. Me sorprende la cantidad de energía, que obviamente ahora no la tengo. Me asombro de tanta cosa producida. Es como “yo hice todo esto, más allá de que sea bueno o malo”.

La autogestión siempre fue parte.

Sí. Al estar en Uruguay y las cosas ser un poco más difíciles, existe la autoexplotación, por decirlo de alguna manera. Fue un camino elegido, pero al mismo tiempo fue también por las circunstancias. Es un 50 y 50. Más por la necesidad que algo filosófico. Después se volvió más filosófico, pero lo primero fue la práctica, sin dudas. Me salía más barato hacer yo el afiche, hablar yo con los lugares…

Y eso generó un método.

Re enriquecedor. Porque el hecho de conocer todas las zonas de producción, de gestión, te permite otro conocimiento después para delegar, por lo menos para poder entablar un mismo diálogo. Es enriquecedor para la música misma. También agradezco haber sido muy cercano a las tecnologías, poder mezclar yo mis discos, eso también es un gran avance.

Son un poco la vanguardia de esa movida de los discos hechos en casa y tuvieron que experimentar un montón. ¿Cómo ves ahora el panorama? ¿Hay diálogo con la barra nueva?

Y sí, soy el tío del barrio [risas]. Obviamente, vienen con sus nervios también, sus problemas, sus intenciones y sus intensidades, pero re buena onda. Las nuevas generaciones ya lo tienen más asumido. Yo me acuerdo que cuando pegué la primera tarjeta de audio alguien me había comentado: “Mirá que podés pegar una tarjeta de sonido en la compu, un micro y grabar de buena calidad en tu casa”. Acostumbrado a ver las bandas en grandes estudios, dije, “pah no, debe ser una porquería esto”. Después viendo por la vuelta que era una calidad media, respetable, dije “voy a apostar mi primer aguinaldo y el salario vacacional, voy a invertir en eso”. Me dediqué todo ese verano, no me fui a ningún lado, me quedé encerrado grabando, pero feliz. Hoy creo que está mucho más amoldado. Como que nosotros fuimos la bisagra. Es más, en un principio se cuestionaron mucho esas herramientas. Por subir discos te decían que eras un terrorista arruinándole el trabajo a un montón de familias o que éramos unos pendejos descerebrados chetos que no teníamos noción del laburo ni nada. Obviamente, al ser cosas nuevas generan resistencia, pero por suerte después se fue amoldando y creo que bajó un poco la furia. Son herramientas, después la moral la carga siempre el hombre. Hoy los veo a los pibes re en esa y con otras libertades que quizás las bandas antes no tenían. El hecho de hacer realmente lo que quieras, cuando quieras y como quieras, eso es impagable.

También levantaste la bandera de la música libre. ¿Qué visión tenés hoy de los derechos de autor?

También se dio así por las circunstancias. En el momento no precisamos de ayuda [de un gestor de derechos], por decirlo de alguna manera. Es todo un debate lo de los derechos de autor, muy filosófico, muy profundo y muy largo. A mí siempre me gustó estar en las dos aguas. Por ejemplo, ahora con Alucinaciones registramos los temas porque fue una decisión colectiva de la banda que, obviamente, al profesionalizarse y eso, necesitamos un billete más, más recursos, y eso estuvo bueno porque fue en conjunto, no personal. O sea que ahora me tendría que registrar en Agadu, ya no corre esa, pero siempre es muy debatible. Ahora porque estoy en esta pantalla, pero vamos a ver cuánto dura.

En una nota para El Observador Gonzalo Curbelo te elogió porque, según él, habías superado ciertos prejuicios del under con respecto al resto de la música uruguaya.

Es que creo que eso fue más que nada generacional. En casa se escuchaba tanto los Beatles como Rada, Mateo, y sin prejuicio ninguno. Y mucha murga, mucho tablado, mi primer contacto con la música en vivo viene de ahí. Amo la música, me importa muy poco de dónde sea; obviamente, después, como nerd, me gusta la data, pero a primera impresión no me importa.

Recién hablabas de mutación. Siento que hay una búsqueda en tu música hacia lo torcido, una valoración de lo deforme, pero como algo bello.

Pero es que la música uruguaya siempre ha sido, obviamente desde mi percepción, deforme. Mateo, por ejemplo, para mucha gente es inaudible y a mí sin embargo me encanta. O Fernando Cabrera, que a veces dicen cómo canta y yo me vuelvo loco. Como que la música uruguaya siempre tuvo esa cuota de rareza. Se me viene a la mente un millón de ejemplos. Lazaroff o hasta mismo Zitarrosa, que vos podés decir que era más folclore, pero vos escuchás las milongas de Zitarrosa y no es tampoco tan tradicional. No sé por qué será, si es porque somos pocos y tenemos que dar como una vuelta de rosca para hacerlo más entretenido, yo qué sé, es rarísimo.

Hablabas de la voz de Cabrera. La tuya también es muy particular.

Es la manera que sale. Obviamente hay un laburo, pero es muy inconsciente, porque cantar para mí es medio hablar al mismo tiempo, si bien son cosas diferentes, están ahí. A veces hay gente que me dice que no soy de Montevideo porque tengo un tonito, una cantada, y yo toda la vida viví acá. Es como que lenguaje y música van ahí pegados, a veces van de la mano, pero a veces se rompen todos los esquemas y no sabés muy bien qué estás haciendo.

Como a Cabrera, te fue cambiando la voz con los años.

Años de noche y fumata hicieron estragos [risas]. La voz es otro instrumento y también va variando, así como vas cambiando cómo tocás la guitarrita, la voz es lo mismo. Aparte, claro, yo arranqué a los 18, en el primer disco de 3Pecados tenía 19 o 20 años y gritaba, más que cantar modulado o afinado. Era como que la afinación, si bien intentaba darle bola, no podía, era una cuestión de limitaciones y jugar con esas limitaciones. Pero sí, la voz la re cambié, zarpado.

Por ahí dijiste que después de 3Pecados no podías imaginar más nada y acá estamos.

Una locura. Yo ya estaba re conforme con 3Pecados. Habían sido seis años de juventud intensa, en plena crisis del 2000, con todo lo que eso lleva. Después, ni que hablar la muerte de Diego, que fue todo un momento. Yo ya estaba 100% satisfecho, es más, lo que venía de ahí para adelante era de sobra, si me moría ahí ya estaba, era feliz. Nunca me imaginé la locura con Alucinaciones, con Jesús… Como que la gente siguió apoyando, le siguió gustando la música y las canciones. Eso es gracias a las personas, no hay otro título, porque se podrían haber quedado sólo con 3Pecados, que hay gente que lo hace y está perfecto, pero también hay otra gente que tuvo la paciencia de decir: “Bueno, a ver qué onda este flaco ahora con sus nuevos proyectos”. Que siga habiendo vida después de 3Pecados es hermoso.

Pau y sus tiempos. Lunes 6 de mayo a las 20.00 en la sala Hugo Balzo del Auditorio Nacional Adela Reta. Entradas en Tickantel a $ 500.