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El escritor y poeta mexicano José Emilio Pacheco habla ayer durante una rueda de prensa en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México).

Foto: Tonatiuh Figueroa

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El mexicano José Emilio Pacheco es el nuevo Premio Cervantes.

Poeta, traductor, ensayista, novelista, periodista, docente, investigador y guionista para cine, José Emilio Pacheco es, como varios de sus compañeros de la llamada Generación del 50, hoy hegemónica en el campo cultural mexicano, un escritor que se desempeñó en varias posiciones del mundo literario. El galardón le llega cuando cumple 70 años de vida y es objeto de múltiples homenajes.

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“Formamos nuestra propia y pequeña generación con Sergio Pitol, apenas unos años mayor”, dijo Pacheco en un acto de homenaje a su viejo socio, el también ensayista, poeta y periodista Carlos Monsiváis. Aunque le faltan varios nombres (Gabriel Zaid, Eduardo Lizalde, Sergio Galindo, Vicente Leñero, Salvador Elizondo) para completar la nómina de la llamada Generación del 50 mexicana, que se formó bajo el influjo de Octavio Paz y Alfonso Reyes, lo central del testimonio de Pacheco apunta a definir a un grupo de escritores que desde los años 60 comenzó a despuntar en el panorama cultural mexicano.

Concretamente, la dupla Monsiváis-Pacheco (nacidos en 1938 y 1939, respectivamente) fue responsable de varias revistas y suplementos de la prensa mexicana. “Conocí a Monsiváis en 1957 al lado de José Emilio Pacheco. Siempre los vi juntos. Delgadísimos, ágiles, implacables, pero también consigo mismos. (“Mi texto es un bodrio”, decía Monsi; “no tengo ni para comer”, exponía José Emilio.) Ambos de pelo oscuro, mordaces, traviesos, anteojudos, deslumbrantes, caminaban y tomaban café y se leían en voz alta sus engendros. Ambos eran poetas y escribían en la revista Medio Siglo”, recuerda la narradora Elena Poniatowska.

Pasada la juventud, hacia la década del 70, Pacheco y los suyos ya podían ser vistos como quienes dominaban el ambiente intelectual mexicano. Pacheco, especialista en poesía del siglo XIX a la que consagró varias antologías, reformuló el canon poético de su país con “Poesía en movimiento” (junto con Octavio Paz, Alí Chumacero y Homero Aridjis) y Poesía mexicana (que ensambló con Monsiváis). Tal vez por ello, en la crónica más o menos ficticia (y muy parcial) de aquellos años que realizó Roberto Bolaño en “Los detectives salvajes” haya unas cuantas críticas y tomaduras de pelo a este grupo, aunque sin llegar al nivel de saña expresado respecto al veterano Paz.

Pero, más allá de lo que representa como figura veterana de las letras de México, Pacheco tuvo un gran momento creativo en los años 60. En esa época publica los poemarios “Los elementos de la noche” (1963), “El reposo del fuego” (1966), “No me preguntes cómo pasa el tiempo” (1969), en los que se da el paso desde la erudición a la incorporación de elementos coloquiales. El nombre de la recopilación donde los reunió junto a otros trabajos posteriores, “Tarde o temprano”, da una buena idea de una de las preocupaciones centrales de Pacheco: el paso del tiempo.

Otro de sus grandes intereses, la permanencia del mal, también está bien representado en la novela “Morirás lejos” (1967), que tiene al nazismo como excusa temática para la construcción de un gran ejercicio de estilo nouveau roman, con tramas paralelas que se desarrollan a varios siglos de distancia. Considerado, como la mayoría de los intelectuales de su promoción, un pensador de izquierda, Pacheco fue uno de los tantos escritores latinoamericanos que en los 70 se desmarcaron del curso que tomó la Revolución Cubana a partir del caso Padilla.

Aunque “Morirás lejos” tuvo una muy buena acogida crítica, “Las batallas en el desierto” (1981) se toma como obra central en la narrativa de Pacheco. Aquí el vehículo para Pacheco es el relato en primera persona de un hombre que recuerda su infancia a finales de los años 40; la novela es un enorme compendio de los cambios que se operaban en las costumbres de las clases medias mexicanas, incluido el avance de la cultura estadounidense, el estancamiento de la situación política y la llegada a ciudad de México de inmigrantes de Medio Oriente y Asia, entre otras transformaciones. “Para bien o para mal soy un producto de esta ciudad. Todo lo que he hecho y he dejado de hacer es consecuencia de ello. La ciudad de México fue mi cuna, es mi casa y será mi sepulcro. Estoy unido a ella por un lazo indisoluble”, afirmó Pacheco en un homenaje que le tributó el ayuntamiento de la capital mexicana.

A pesar de que su carrera ha sido pródiga en reconocimientos -desde el premio Neruda al Reina Sofía, que recibió hace pocos meses-, el galardón que obtuvo ayer Pacheco es sin dudas el más importante de la larga serie. Equivalente al Nobel -en tanto premia trayectorias de autores con vida-, el Cervantes se ha erigido en una referencia confiable de la historia reciente para las letras hispanas, gracias a la frecuente sensatez de sus jurados, que han premiado a Jorge Guillén, Borges, Onetti, Roa Bastos, Vargas Llosa y Cabrera Infante, así como a los también mexicanos Paz, Carlos Fuentes y Pitol, entre otros escritores de peso. La noticia de la premiación sorprendió a Pacheco en Guadalajara, en el marco de la Feria Internacional del Libro, donde el día anterior se le había tributado un homenaje por sus 70 años de vida.

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