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Afiche de Atlantidoc 3

Foto: S/D autor

Testimonio en la playa

5 minutos de lectura
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Comienza hoy la tercera edición de Atlantidoc.

A partir de hoy y hasta el domingo 6 se llevará a cabo, en los dos cines de Atlántida y la Expo Platea de la Playa Mansa, el Tercer Festival Internacional de Cine Documental de Uruguay, en una edición especial que no sólo cuenta con más obras que de costumbre sino que, además, también estarán presentes la mayoría de sus realizadores, tanto locales como internacionales. Un buena excusa para hacer como que el verano comenzó un poco antes.

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La existencia, y ya en su tercer año, de algo como el Festival Atlantidoc es una prueba evidente de la buena salud de que goza el género, antiguamente relegado a exhibiciones muy parciales o tardías, pero que actualmente no sólo ha encontrado su sitio en los ámbitos cinéfilos sino también en las carteleras. Basta repasar los estrenos de producciones documentales uruguayas de los últimos dos años para comprobar que no sólo han aumentado en número sino que varias -“Hit”, “El círculo”, “La Matinée”- se han convertido en auténticos fenómenos populares, ampliando las posibilidades de realización de un género al que se ha descubierto no sólo como fuente de información sino también de expresión personal. Anteriormente una categoría de relleno -y muchas veces no televisada en la ceremonia de los premios Oscar-, ha ido ganándose su lugar en la cinematografía mundial, hasta el punto de que el brillante “Man on Wire” (2008), sobre el demencial equilibrista francés Philippe Petit -que cruzó, ilegalmente, sobre un cable de acero de una de las torres del World Trade Center a la otra en 1974- fue uno de los premios más comentados de la pasada entrega de la Academia de Hollywood y le valió a su director, James Marsh, la oportunidad de filmar una película (de ficción) de gran presupuesto.

En esta ocasión, Atlantidoc reúne una nutrida muestra de documentales, tanto extranjeros como locales, muchos de los cuales serán presentados por sus directores o responsables directos. Vale la pena señalar algunos de los títulos más destacados o interesantes (la programación entera puede consultarse en http://www.atlantidoc.com/), especialmente en relación a los documentales uruguayos que se exhibirán en carácter de preestreno (“Desde las aguas”, “La cocina”), sobre los que hablaremos en detalle más adelante.

Una de las estrellas del festival es, sin dudas, “Brizola: Tiempos de lucha” (2007), que, como su nombre lo indica, trata del legendario político gaúcho Leonel Brizola, y que no sólo es una historia fascinante y bien contada sino que, además, será presentada por su director, el también escritor Tabajara Ruas. Por otra parte, la exhibición de este documental en este festival en particular tiene sus particulares resonancias, ya que durante la primera etapa de su exilio en Uruguay -paradero que es evocado en el film en forma agridulce (de hecho, se sugiere que fue un frío invierno en su tambo uruguayo el que le arruinó la salud y lo condujo a la muerte)- y antes de asentarse en Tacuarembó (hasta ser expulsado por la dictadura militar), Brizola pasó un buen tiempo radicado en Atlántida. “Brizola: Tiempos de lucha” es una excelente oportunidad para interiorizarse de la carrera de quien hizo construir el Sambódromo de Río de Janeiro, una figura de la que se recuerda su paso por Uruguay pero que no siempre se está al tanto de su sorprendente periplo como una de las personalidades esenciales de Izquierda de América del Sur durante las décadas pasadas.

“Ojos que no ven” (2009), de los argentinos Mariana Martínez y Andrés Irigoyen, es un testimonial de las cárceles de la vecina orilla y sus habitantes, un tema muy trillado en forma escandalosa por los realities policiales pero que, en esta obra -gracias a un delicado cuidado formal y a una excelente selección de entrevistados-, se convierte en un retrato de un infierno muy humano y desesperante, que recuerda la condición de personas -no sólo presos de ambos sexos y distinto carácter sino también de sus familiares- de quienes suelen ser vistos exclusivamente como amenazas a ocultar. Un documental muy duro pero a la vez muy emotivo y estetizado, que da una buena idea de lo que es la vida carcelaria del otro lado del Plata y, posiblemente, de esta orilla también.

Lo que eufemísticamente suele denominarse “el pasado reciente” parece ser uno de los temas privilegiados por el documentarismo latinoamericano actual. Por ejemplo, uno de los hechos más resonantes de la represión durante la dictadura militar argentina de los 70 es el tema de “4 de julio” (2007), de Juan Pablo Young y Pablo Zubizarreta, que no trata sobre el aniversario de la independencia estadounidense sino de la masacre de cinco religiosos palotinos en el barrio de Belgrano, una acción de tal brutalidad y notoriedad que hasta los militares que la habían ordenado intentaron acusar a la guerrilla, a causa del escándalo producido. Se trata de una extensa investigación, que abarca no sólo los hechos ocurridos en esa noche fatídica sino también la trayectoria de los palotinos sobrevivientes y su relación con la iglesia argentina.

Otra víctima de la dictadura, el escritor Haroldo Conti, es el tema de “Haroldo Conti: Homo Viator” (2008), un documental muy libre que combina elementos de ficción con testimonios y registros de época para acercarse a la figura de este literato talentoso y comprometido. Darío Grandinetti protagoniza las secuencias recreadas, intercaladas con entrevistas a quienes conocieron a una de las víctimas más recordadas de la represión, un “hombre que viaja”, como Conti se definía a sí mismo, como indica el título en latín del documental.

“El juez y el general” (2009) también trata de los días de plomo pero, en esta ocasión, en Chile, siguiendo las investigaciones de Juan Guzmán, un juez conservador y hasta derechista que tuvo la mala fortuna de que le encargaran el proceso más difícil y polémico de los últimos años en el país trasandino -el juicio a Augusto Pinochet por sus crímenes como dictador-, y que durante sus investigaciones fue descubriendo un mundo de monstruosidades que lo cambiaron en forma definitiva. Un documental que ha ganado numerosos premios en todo el mundo y que en realidad trata más sobre el descubrimiento del pasado reciente y oscuro, y el efecto de ese descubrimiento, que sobre los hechos históricos en sí. Ideal para estos días posteriores a la derrota del voto rosado.

“Persona non grata” (2009) es la biografía de Francisco Wuytack, un religioso -y artista plástico sumamente capaz- belga que realizó una pequeña revolución en algunas barriadas pobres de Caracas, organizando a sus pobladores en cooperativas comunitarias y enseñándoles habilidades laborales varias hasta que fue deportado de Venezuela, permaneciendo en el exilio durante treinta años hasta que fue rehabilitado por el gobierno de Hugo Chávez. El documental, realizado por su hijo Fabio, registra el regreso de Wuytack y su reencuentro con personas con las que compartió su lucha hace décadas. Una obra que en cierta forma enlaza con “4 de julio” como retrato de esa cosa tan olvidada hoy en día que fue la teología de la liberación y sus seguidores.

Otro trabajo sobre un padre es el realizado por Tata Amaral -una directora de películas de ficción y seriales televisivas de San Pablo- en “El rey del carimá” (2009), pero éste de índole más personal, siendo una investigación sobre una anécdota misteriosa de la vida del padre de la cineasta, y considerado por ella como el origen de la depresión que la hizo sentirse alejada de él. Un trabajo sobre una obsesión privada pero que, al estilo de, deconstruye la concepción misma de documental, acercándola a lo confesional pero también haciendo evidentes en pantalla los procesos de discusión sobre la misma película y sus cambios a medida que se van revelando nuevos datos sobre el personaje estudiado, en esta ocasión alguien sin mayor importancia histórica pero sobre el cual la directora realiza un auténtico experimento de reconocimiento autobiográfico y familiar.

Esto es sólo parte de lo mucho que ofrece esta tercera edición de Atlantidoc, un festival con ganas de volverse una bienvenida tradición, al que vale la pena acercarse y, de paso, respirar un poco el aire limpio del balneario más conocido de la costa de Canelones.

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