Brausen, si existe, tendría que estar contento. El Año Onetti no duró exactamente 365 días, pero podría decirse que durante 2009 se concentraron muchísimos esfuerzos por difundir la obra del escritor uruguayo. Así, el acto del 1o de julio en el Paraninfo de la Universidad de la República, que contó con la presencia de especialistas extranjeros y nacionales (Josefina Ludmer, Daniel Balderston y Hugo Verani), fue el centro simbólico de las celebraciones por el centenario de Juan Carlos Onetti pero de ninguna manera marcó el principio o el fin de una enorme serie de actividades que lo recordaron.
De hecho, podría decirse que el centenario de Onetti viene preparándose desde hace por lo menos tres años. Fue entonces que, también en el Paraninfo, su viuda, Dolly Muhr, “repatrió” oficialmente el archivo del escritor y ello dio pie a un posterior coloquio en Colonia cuyas ponencias fueron luego editadas como Bienvenido, Juan. También por esa época el grupo Santillana comenzó a reeditar a buen ritmo todas las novelas y novelas cortas del escritor a través de su sello económico Punto de Lectura. Esta iniciativa, que culminó hace unos meses con una edición conmemorativa de Cuando ya no importe, es, más allá de las necesarias consideraciones comerciales, la que da verdadero sentido a todo el resto de las actividades promovidas por distintas instituciones, en tanto asegura la circulación de gran parte de la obra de Onetti, hasta ahora no reeditada o publicada de forma pirata; sin los libros a la mano, daría casi lo mismo hablar de Onetti que de un autor noruego sin traducir.
La aparición, a mediados de este año, del tercer tomo de Obras completas de Onetti (Galaxia Gutenberg) es el complemento (también por el precio: hay que ahorrar mucho para comprarlo) de las ediciones de Punto de Lectura, no sólo porque recopila sus cuentos (que, en definitiva, también Santillana ha reunido en una edición barata de Alfaguara), sino también muchas de sus intervenciones en la prensa, hasta ahora parcialmente reunidas en el casi inconseguible volumen Requiem por Faulkner. Estas incursiones por el periodismo muestran a Onetti como un autor que desde sus inicios procuró de manera nada inocente hacerse un lugar en las letras nacionales y cómo, ya veterano, siguió interviniendo en el campo cultural local; la idea de que se trató de un creador interesado solamente en el “arte por el arte” se desvanece tras la lectura atenta de algunos de estos textos que, a veces acreditados a pseudónimos y a veces sin firma, dan buenas pistas sobre el interés de Onetti por el discurrir político y social.
Los muchachos del instituto
En el Año Onetti también hubo lugar para una “novedad” en el mundo del escritor: en febrero el investigador Hugo Verani anunció que había recuperado y pensaba publicar la correspondencia entre Onetti y Julio E Payró (ver la diaria del 23/02/2009). Onetti: cartas de un joven escritor (Trilce) apareció finalmente en el onettiano mes de julio y revelaba un peculiar interés del autor de El pozo por ciertas obras y ciertos discursos de las artes visuales. Tanto el filósofo Juan Fló como el propio Verani pusieron en circulación las primeras reflexiones provocadas por el descubrimiento, el primero en una serie de conferencias en el Museo Torres García y el Centro Cultural de España, y el segundo en un ensayo que abre la versión actualizada de su libro Onetti: el ritual de la impostura (Trilce), referencia ineludible en los estudios sobre Onetti desde su aparición, en 1981.
Otro libro que fue modificado en su reedición por parte de Cal y Canto fue Construcción de la noche: la vida de Onetti: cuando apareció, en 1993, se trataba de un único libro; en cambio, ahora, la biografía propiamente dicha, firmada por Carlos María Domínguez, se publica separada de Estás acá para creerme, una serie de seis entrevistas de María Esther Gilio. Posiblemente Construcción de la noche haya sido el libro que más haya contribuido a colocar a la figura pública de Onetti en el lugar que ocupa actualmente en el imaginario local (al menos para los que crecimos mientras Onetti estaba exiliado en España). El juego que practica Domínguez entre la documentación externa y las fabulaciones de Onetti, junto con la insistencia de Gilio en romper la parquedad del autor preguntándole por asuntos amorosos, alimentó exitosamente el mito de Onetti como un huraño enternecedor y un solitario deseoso de comunicarse.
En un sentido parecido funciona otra obra de carácter biográfico, también reeditada este año, aunque menos popular que la de Domínguez y Gilio, Onetti: perfil de un solitario (Banda Oriental). En ella, Omar Prego Gadea repasa distintas instancias de la vida del autor desde su privilegiada posición de amigo e investigador. Ya su Onetti: la Novela Total: Opera omnia / opera prima (Seix Barral) es un esfuerzo de otro tipo: como indica el título, esta recopilación de los trabajos que en colaboración con su esposa, María Angélica Petit, escribió a lo largo de cuarenta años pretende ser un discurso abarcador de la obra de Onetti; aunque desparejo (y un poco descuidado), contiene también pasajes ineludibles para el estudio de Onetti.
Pop Bob
Si más arriba mencionábamos lo imprescindible que resulta la publicación a precios accesibles de la obra de Onetti para lograr su popularización, habría que mencionar también el aporte que a este fin consiguen las “traducciones” a otros medios de expresión, especialmente el audiovisual. 2009 fue el año del estreno de Mal día para pescar, largometraje español del uruguayo Álvaro Brechner, basado en el cuento “Jacob y el otro”; además de una buena concurrencia a salas y, a juzgar por las opiniones críticas, se trataría del emprendimiento que mejor adapta el espíritu de Onetti en el cine. Otra película que bordea el tema de Onetti pero que no concitó buenas reseñas en su momento, El dirigible (Pablo Dotta, 1994), fue reeditada en DVD hace unos meses y seguramente atraviese una revisión crítica.
Otras veces, las cámaras han apuntado al propio Onetti. Cinemateca Uruguaya (y, en parte, Televisión Nacional) dedicó unas semanas a exhibir cortos y largos inspirados en Onetti, y tal vez en este sentido lo más novedoso fue la recuperación de una serie de entrevistas que Jorge Ruffinelli (otro de los “onettólogos” uruguayos que volvieron al país este año, junto con Verani y Fernando Aínsa) le realizó al escritor en 1972 y 1973. Por su parte, el programa radial Sopa de Letras (del SODRE) y el Centro Cultural de España editaron un CD con los audios de distintos reportajes concedidos por Onetti.
La Dirección de Cultura del MEC, en tanto, promotora de la mayoría de las actividades oficiales, organizó un concurso de adaptación de relatos de Onetti al formato cómic y publicó los trabajos ganadores hace dos semanas; quien firma este repaso fue jurado del certamen y puede dar fe de que, si no es seguro que la afición por Onetti crezca entre los lectores de historietas, es un hecho que sí está viva en un buen número de dibujantes y guionistas.
Quién de nosotros
Guía, precursor o adelantado de la generación del 45 (auque, según él mismo, nada de eso), Onetti fue una referencia para un grupo de artistas y académicos que comenzó a actuar públicamente en los años 40. Para describir a esos intelectuales Ángel Rama prefirió el término “generación crítica” (y así tituló una serie de ensayos publicada en 1972) y amplió su rango de acción a tres décadas que comienzan en 1939, el año de aparición de El pozo y del semanario Marcha (del que Onetti fue secretario de redacción al inicio).
Asimismo, Rama distinguía, dentro de una amplia franja etaria, a una primera promoción de la generación crítica; el centro de ésta eran Mario Benedetti e Idea Vilariño, ambos nacidos en 1920. Vilariño falleció el 28 de abril y Benedetti el 17 de mayo de este año en que se celebraba el centenario de Onetti, con quien ambos se relacionaron de manera notoria: ella, a través de una vinculación amorosa que eligió hacer pública en su obra poética; él, a través de la admiración (y luego del tibio enfrentamiento como creador) que también decidió dar a conocer en la forma de ensayos y correspondencia privada.
Rama no nombró a Vilariño y Benedetti como eje de una promoción solamente por su año de nacimiento. Fundadores de la seminal revista Número, los dos representaron la reacción, tanto desde la creación como desde la crítica, contra el conformismo y el provincianismo que dominaba la cultura nacional de los años 40 y principios del 50, con el rigor y el método analítico como principales herramientas de examen. A pesar de que para Rama eran parte de un grupo que pasó de la problematización de fenómenos aislados a la denuncia del sistema como todo, hoy el impacto de Vilariño y Benedetti es dispar. Compañera de generación de las aún activas Ida Vitale y Amanda Berenguer (Orfila Bardesio falleció este año), Vilariño es la más conocida de un conjunto de poetas que, a pesar de que aunaron la búsqueda formal al lenguaje accesible, no traspasaron las fronteras de difusión usuales del género; sin embargo, dentro de ese esquema el estatus de Vilariño es más cercano al de un “artista de culto” que sigue concitando la atención de nuevas generaciones, atención que, a la vez, fue retroalimentada por la reedición reciente de algunos papeles privados en formato lujoso.
Benedetti, en cambio, es claramente un autor popular, como probaron la extensión y la intensidad de las manifestaciones de dolor que provocó su desaparición, por si alguien desconfiara de las cifras de ventas de sus libros. Pero, aunque estas últimas no son siempre un indicador de cuánto y cómo se lee a un autor, parecería que el Benedetti más conocido hoy no es el crítico de las costumbres locales de los años 50 y principios de los 60, o el que promovía la revolución en la etapa posterior, sino el último, que, montado en el prestigio de aquel más joven, se dedicó a la poesía amorosa y a las reflexiones orientadas vagamente a la esfera vital.
También complejo es el legado de Alberto Methol Ferré y José Pedro Barrán, otras dos figuras de la “generación crítica” desaparecidas este año. En la clasificación de Rama, pertenecieron a la segunda promoción de la generación, la “de la crisis”, es decir, la que comienza a actuar a fines de los 50, cuando ya los problemas sociales son evidentes. Ningún título sintetiza mejor aquel zeitgeist que El Uruguay como problema, publicado por Methol Ferré en 1967. Allí, Methol, estrictamente ni historiador ni sociólogo ni político, realizaba una síntesis razonable y seductora del pensamiento nacionalista (tanto en sentido partidario como ideológico) y de la necesidad de la adopción de políticas regionales que eran compatibles con el camino al socialismo que parecía inevitable por entonces. La influencia de El Uruguay como problema también alcanzó a sectores peronistas de la vecina orilla y al autor de estas notas le agrada creer que hay cierta reciprocidad en el apoyo a la presidencia de José Mujica que hizo público Methol meses antes de morir.
Si Methol (nacido en 1929), groseramente, es un hombre de un único libro, Barrán (de 1934), en cambio, es un autor no sólo de múltiples textos sino también de una gran variedad de abordajes de los fenómenos históricos -desde el económico al estudio de la cotidianeidad-, que tuvieron como cometido común entender el proceso de este país hasta la primera mitad del siglo XX. Alumno de Pivel Devoto, en la visión de Rama el fraybentino Barrán perteneció a un conjunto de investigadores que comenzó a superar la concepción del trabajo histórico como la acumulación de documentos o como la reivindicación de los actos de una divisa tradicional. En este sentido, es evidente que su trabajo -se trata del único de estos fallecidos ilustres que hizo carrera prolongada como docente universitario- cuenta con más de una generación de seguidores en el sentido amplio de la palabra.
Urbi et orbi
En la visión de Rama, la generación crítica era la avanzada intelectual que, a la vez que encontraba su propia luz, preparaba el camino para el cambio político; sería tentador aventurar cuánto y de qué maneras Benedetti, Vilariño, Barrán y Methol contribuyeron a la llegada al poder del Frente Amplio, en cuyo primer período de gobierno fallecieron. Más complicado sería intentarlo con Onetti, quien se dedicó de manera poco convincente a desmentir las vinculaciones entre su obra y la política de su tiempo. Para Rama, el joven Onetti era un “aislacionista”, en tanto promovía el compromiso con la literatura por sobre cualquier otro emprendimiento colectivo. Ese primer Onetti también se buscó un lugar en el ámbito cultural llamando a la creación de una literatura urbana (que él mismo ya estaba elaborando) y atacando a la narrativa nativista y campera que dominaba las letras nacionales hasta los años 30; por esto, resulta gracioso que en el Año Onetti el Día del Patrimonio haya estado antinómicamente dedicado a las Tradiciones Rurales.
Pero el Año Onetti no termina en 2009. En los próximos días ingresará merecidamente a la colección de Clásicos Uruguayos una edición de La vida breve, punto alto y clave de la obra del escritor. Allí Onetti inventa al personaje Brausen, que a su vez crea la ciudad de Santa María y se queda a vivir dentro de su universo ficticio. Brausen, al igual que Onetti desde la gigantografía de la toma de Hermenegildo Sabat que nos observa desde la cúpula del Solís -y que, muy probablemente, siga haciéndolo más allá del 31 de diciembre-, domina su ciudad como el Supremo Creador.