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La poesía como excusa

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El argentino Marcelo Percia trajo su cruce de psicoanálisis y literatura.

Profesor en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires y autor de media docena de libros de ensayo, Marcelo Percia estuvo hace quince días en Montevideo dictando el curso “Arte, política y psicoanálisis”. El otro eje de la conversación mantenida con él fue la reciente publicación de Alejandra Pizarnik, maestra de psicoanálisis, en el que aborda la obra de esta poeta argentina de corta vida (1936-1972), pero de influencia duradera.

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-¿Cuál creés que es la relación entre arte y psicoanálisis? -Históricamente, el psicoanálisis surge como un pensamiento apoyado por un lado en la medicina y por otro en el arte, en la literatura y en la filosofía. Alcanza con pensar en que los autores que más obsesionan a Freud son Sófocles y Shakespeare, o recordar que en un momento dijo que esperaba que le dieran el premio Nobel de Literatura, más que en el de ciencia. Y otras veces pensó que las cosas que el psicoanálisis trataba de pensar ya habían sido pensadas por el arte. En sus inicios el psicoanálisis está muy cerca del arte. Con el desarrollo de la profesionalización y en lo que se ha transformado el mundo actual, el psicoanálisis trata de desprenderse de eso y mostrarse como una profesión. Se vive la sospecha de lo artístico como un déficit, como una falla en esa pretensión de cientificidad, contribuye a la sospecha del pensamiento no positivo.

-¿La literatura habla sobre la vida mejor que los textos científicos? ¿Debe estar incluida en la formación científica? -Es la percepción de que ahí estaríamos perdiendo el lugar donde pensar la formación, de trabajo de la literatura, la sensibilización que supone el trabajo con el lenguaje que tiene la literatura o la estética en general, con esa perspectiva crítica y sensible a la vez.

Como una gran pérdida. De cualquier modo, cuando irrumpe la literatura en las aulas hay como una movilización emocional, aparece una complicidad,como una expresión que puede conciliar el interés de por qué están ahí. No es exactamente que la literatura exprese mejor lo que las teorías intentan capturar, pero las teorías tienen un problema, y es que quieren producir un sistema, armar una enseñanza, generar una escuela. Muchas veces yo decía, medio en chiste, que si vos definís a Alejandra Pizarnik como una maestra de psicoanálisis, una cosa que seguro pasa es que no se puede armar una escuela de Alejandra Pizarnik. De esto se pueden sacar varias ideas; me parece un chiste que se armen escuelas sobre grandes escritoras, porque eso las preserva un poco de la petrificación de ideas. Pero evidentemente, en Pizarnik yo encuentro ideas para pensar en el psicoanálisis, en la cultura, en lo que me pasa. Incluso si vos vas armando una red con las lecturas que tiene Pizarnik podrías armar una formación universitaria.

-En el título del libro la ponés como maestra de psicoanálisis, y lo que llama la atención es que en la obra de Pizarnik aparece mucho el dolor, el sufrimiento y la muerte, cosas que el psicoanálisis pretende curar. -Lo de “maestra” viene de un libro de Winnicott donde él le pone como dedicatoria “a mis pacientes, mis maestros”; esa dedicatoria marcó un poco la percepción de que Winnicott aprendió de sus pacientes. En ese sentido, también Pizarnik pasó a ser analizante de dos maestros del psicoanálisis muy prestigiosos en Argentina (uno de ellos Enrique Pichon-Rivière, padre de la psicología social). Pero también maestra en serio, en el sentido de que es una escritora, y como el psicoanálisis es un estado de sensibilidad con la palabra, quizás ella sabía más que Pichon, por la relación que ella tenía con la palabra. También maestra cultural, porque con Pizarnik ocurre una cosa muy curiosa, que es que con la red de lecturas que forman parte de su campo de interés, siendo una mujer muy joven (murió a los 36 años), es muy contemporáneo y yo me siento muy cercano. Ella lee con devoción el diario de Kafka, lee a Maurice Blanchot, un autor que ahora empezó a circular entre nosotros, lee a Nietzsche, a Rimbaud, a Lautréamont. Prefigura las lecturas preferidas para el lacanianismo. Una maestra también que permitió hacer puentes entre el pensamiento en lengua española y el pensamiento en francés. Muy visionaria, una buscadora, una cazadora, muy contemporánea, o “inactual”, al decir de Nietzsche, una autora muy despegada de la novedad, de la moda. Es una maestra como alguien que pudo percibir una red de lecturas posibles para el pensamiento y que hoy es la red que más nos gusta. Y pienso que en ese sentido pudo haber sido maestra de esos analistas, que conocían menos de ese horizonte cultural.

-En la presentación del libro decías que en la poesía o en el arte hay una posibilidad de escape a la opresión del lenguaje.

-Sí, citaba a Roland Barthes, que decía que se le puede hacer trampa a la lengua con la lengua, y que la literatura es una forma de proyectar una fuga en eso que parece cerrado y que no tiene un afuera, como puede ser pensado el lenguaje. En ese sentido es también una maestra de la fuga, de la producción de otra lengua en la lengua. Son poco conocidos los trabajos en prosa de Pizarnik, o las obras de teatro. En algo que se puede relacionar con Maslíah, tiene mucho de humor. En una obra de teatro que escribió, creó un personaje que se llama Segismundo, que es un médico semianalfabeto, y bueno, eso es una referencia a Freud, y también Segismundo es el personaje de La vida es sueño. Es un gran chiste cultural, ahí hay una especie de astucia, ¿no?

-¿En el humor? ¿En el chiste? -Sí, en el chiste del lenguaje: un médico analfabeto que se llama Segismundo es una gran idea

-¿Pensás que se puede psicoanalizar a una obra de arte, o psicoanalizar a un artista a través de su obra?

-No me parece interesante. Uno de los riesgos de este libro era presentar a Pizarnik como un caso clínico. Sí aludo a cuestiones de su diario, donde ella habla de cosas que le pasan, pero como para aprender un poco de las ideas que ella tiene, no con la idea de aplicarle algo o ilustrar algo que yo estudié con la figura de Pizarnik. Además eso de psicoanalizar a los escritores por su obra me parece un abuso. Me parece que ya pocos hacen eso, y entramos en un horizonte que ha sido un gran escándalo. A Pizarnik la leo como cuando leo un libro de teoría del que estoy dispuesto a aprender. No hay ninguna referencia a su vida personal, más allá de un poema que ella escribe en una situación de internación. No pienso en por qué murió ni en cómo murió. Si se suicidó, si no se suicidó, su sexualidad, su familia, la muerte de su padre, que son las trampas en las que caería un psicoanalista, eran el riesgo más grande del libro y el mayor miedo era caer inadvertidamente en algunas de esas cuestiones porque me metí en su diario, en el que ella habla de su análisis. Yo la incluiría en lo que un escritor argentino, Nicolás Rosa, que murió hace dos años, decía de las “mujeres sabias”. La sabiduría de las mujeres escritoras, porque hay que ser escritora en un país rioplatense en los 60 o en los 70... Pero no hay un intento de psicoanalizarla. Me fijo en qué me hace pensar lo que dice, utilizo sus palabras, que muchas veces son grandes conceptos: “supliciar”, “espera oxidada”, “enmierdante”, pensar en el significado, armar un territorio, pero nada que ver con psicoanalizar. Tal vez el ensayo se parece mucho al psicoanálisis, pero tal vez de un modo que habría que tratar de instalar en la cultura de nuevo, pero no es muy fácil.

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