-Teniendo en cuenta los años que llevás como músico y compositor, ¿cómo es que recién ahora sacás un disco solista? -Claro, pasó agua bajo el puente como loco... van casi treinta años. Lo que pasa es que siempre fui un laburante de la música, con esa mentalidad. No es porque no tuviera la aspiración de ser un cantautor o tener una carrera artística, sino porque trabajaba en un medio en el que había cierta idiosincrasia que es distinta de la carrera artística. Porque en carnaval laburás con una banda de tipos, a veces con unos, a veces con otros, pero siempre son una banda de personas que van como flechas, con la cabeza puesta en una cosa. Y eso hizo que pasara muchos años inmerso en esa atmósfera, con esos parámetros, con esa forma de pensar sobre la vida y las cosas. No estaba preparado ni ahí para hacer la cantidad de cosas que tenés que hacer para tener un disco.
-Últimamente hay como una tendencia de la gente del carnaval a desplazarse hacia lo compositivo individual... -Eso sí, es indudable, lo que quizás también se relacione con la pregunta anterior de “¿por qué ahora?”. Quizás por ninguna cosa; porque sí. Llega un momento en que ciertos carnavaleros tienen el impulso de hacer su música, sus canciones, que no siempre están dentro de la estética de la murga y de la instancia del concurso, que tiene su idiosincrasia y su forma que condicionan mucho lo estético. Nosotros tuvimos una experiencia, y hablo en plural porque no está muy lejos lo que es la carrera del Pitufo [Lombardo], que yo vengo siguiendo medio de atrás. Pero no es que yo saque un disco porque él sacó un disco, los dos veníamos desde hace muchos años trabajando en estos discos.A él se le dio antes, punto. Y también se le dio antes estar en una murga grande y ganar concursos...
-Pero vos tenés experiencia de murga grande desde hace años... -Sí, lo que tiene el Pitufo es que también ha sido muy reconocido como director, yo empecé a dirigir no hace tanto tiempo, hace unos quince años. Yo me acuerdo clarito de cuando descubrimos la armonía entre él y yo en la nursery de la cooperativa de viviendas. Tengo ese momento grabado; quedamos extasiados y no pudimos dejar de hacer eso por horas. Es la de “murga es el imán fraterno...”, logramos armonizarla en prima y segunda, y quedamos como locos. Pero el momento que se está dando es responsabilidad de unos cuantos muchachos; Tabaré Cardozo, el mismo Jaime [Roos], toda la gente salida del ambiente carnavalero.
-De cualquier forma hay un lado que te diferencia del Pitufo, que es tu experiencia como compositor de algunas canciones muy conocidas, más cercanas al rock... -Yo siempre fui distinto en cuanto a lo inquieto. Muchas veces esa inquietud me llevó a tomar decisiones erradas, pero muchas veces no. La inquietud de repente me hizo meterme en recovecos que para los otros eran más oscuros; lo que yo te decía recién de Firulete y Contrafarsa y todo ese grupo de gente con la que vinimos creciendo desde los años 80, que éramos niños y alguno adolescente, creciendo adentro de esto, nos convertimos como en una especie de submarino de guerra. Una cosa extraña de la que salieron artistas de todos los colores.
Nos metimos en nuestra realidad y no teníamos oídos para otra cosa que lo que estuviéramos haciendo, y yo vine a conocer el resto del mundo musical mucho después de que me hiciera cantor...
-Pero vos tenías formación del TUMP, con Lazaroff...
-Está bien, pero con los otros nos vinculamos desde una infancia artística, desde una total niñez; tuvimos una niñez más larga y a la vez más corta, porque teníamos 14 y laburábamos como locos. Y eso nos dio un fogueo de canto, de composición, de tocar, del oficio de la murga y la música que hoy se ve... Marcel [Keoroglián], el Pitufo, los de La Tríada; están todos en el candelero, destacándose. Ese fogueo rindió frutos 25 años después en algunos casos. Lo que toca La Tríada no existe; entre ensayo y error son 30 años, no hay con qué darles. Yo era el medio raro en el grupo ése; era el único que no era del barrio, era de Pocitos y ellos todos de Sayago. Tuvo todo ese asunto de insertarme en el barrio, en la barra de los que eran de la murga y de los que no eran de la murga. Ahí crecí, me di mis primeros golpes, las primeras caricias, los primeros besos. Cantábamos todo el día y los vecinos juntaban firmas para echarnos, después se hicieron nuestros amigos, nuestros hinchas. Gente bien que laburaba todo el día y les rompíamos las pelotas, pero después estuvo todo bien.
Pero yo tenía esa cuestión aledaña, me iba y venía, hasta que empecé a salir en el 84 y el Pitufo también. Yo iba y venía, y no gustaba mucho eso, porque era un grupo que estaba espalda contra espalda contra el mundo. Yo empecé a ser un poco como disidente de esa tendencia de “vamos todos para allá”, y bueno, voy, pero de vez en cuando me paro a ver los arbustos por acá. Eso te hace perder la continuidad de la cosa pero te enriquece desde otro punto de vista. Y eso hizo que alguna vez me cruzara con el Enano [Teysera] de La Vela Puerca. En una de esas incursiones, mirando los arbustos, los conocí cuando eran una bandita, casi una banda de barrio...
-¿Y ya empezaron a componer juntos? -En el estudio; yo estaba haciendo Cien años de murga con la Falta y él estaba haciendo Deskarado. Ahí hicimos “Las polillas” y se grabó. Después salió “José sabía” y “El viejo”. El día que salió “El viejo” fue el mismo en que el Enano me presentó a los de Bersuit Vergarabat, acá en Montevideo. Un día especial.
-Eso puede ser casualidad, pero casualmente vos has estado en cuatro o cinco de los discos más notorios de la última década en el Río de la Plata, discos con Roos, Bajofondo, Bersuit, Drexler.
¿Fueron experiencias parecidas? -Todas distintas, y ni una sola mala. Las malas experiencias que tuve en todos estos años han sido berrinches míos.
Berrinches de pendejo ególatra; después, cuando crecés te baja la verdad y aprendés o te perdés.
-Otro lado tuyo es la vinculación con el teatro...
-Sí, y me encanta. Del teatro me gusta laburar musicalizando obras, y sobre todo componiendo canciones. Me gustan los laburos que me dan la comodidad de irme para mi casa a ver cómo lo hago, estoy acostumbrado a trabajar sobre el pucho, por los tiempos de carnaval. Pero estoy un poco cansado del manejo de los grupos, aunque es muy bonito lo que se logra con la musicalidad de la murga y su sorna, y con otros formatos. Con otra musicalización, otra puesta en escena, letras distintas. El último espectáculo en que estuve se llamó Solitudinis, que significa “de la soledad” en latín, y tenía algunas frases en latín que luego estaban traducidas, cantadas, y después empezabas a entender por qué. Era todo en blanco y negro, no había una pincelada de color en todo el espectáculo. Y lo escribimos con declaraciones de Nora Cortiñas, que es una señora de Madres de Plaza de Mayo que tiene una experiencia de vida re salada. Yo le grabé como 12 horas a Nora, le hice algunas preguntas pero dejé que la conversación mandara, y fui recortando y armando tracks con lo que me había dicho, y compuse las canciones con eso, algunas de ellas casi como me lo había dicho ella. Fue una experiencia muy bonita.
-Volviendo al disco, ¿por qué la referencia a la película de Tim Burton desde el título? -Me agarró en un momento muy jodido de la vida; se me había muerto mi viejo, el país se había hecho pedazos. Era el 2001 y había explotado todo, yo me había peleado con mi banda, me había separado mal -después todo volvió a su lugar-, y eso me trajo una decadencia de mis estructuras de vida, y Buenos Aires es dura para estar así. Yo me había ido en el 98 saltando en una pata, no me fui porque me fuera mal acá, sino porque quería más que lo que había acá. De voraz; después encontré otra cosa, de caminar lo que quiero, pero después de darme las guampas contra el suelo mil veces. Y bueno, El gran pez surgió de la crisis de vida que tenía en ese momento, del momento en que vi la película y lo que me provocó en la cabeza... -Pero no es un disco sombrío...
-No, es que en realidad fue como una bocanada de aire ver esa película, fue un color.