Habría que ver qué sentido puede tener hoy la vieja disyuntiva sobre la ficción que se basa en la imaginación pura y la que intenta dar cuenta de asuntos colectivos, pero lo cierto es que hace pocas semanas la editorial Estuario publicó dos novelas que apuntan a problemas sociales de actualidad innegable. En ambos casos se trata de autores jóvenes que ya habían escrito sobre temas similares, y esos intereses permanentes permiten especular sobre sus posibles carreras.
Ficha
Neuronina, de Elena Solís (158 páginas), y Parir, de Andrés Ressia Colino (148 páginas). Estuario, Montevideo, 2009.
Parir, de Andrés Ressia Colino, es una novela coral que gira alrededor de un grupo de adolescentes del Barrio Sur montevideano. El coqueteo inicial de los muchachos con las drogas (marihuana y cocaína, no pasta base) desemboca en el tráfico, la tentación de los delitos menores termina en un secuestro y los escarceos sexuales producen embarazos no deseados (de ahí, en parte, el título). Sin embargo, gracias a un ensamblado inteligente y a cierta circularidad que le da un final algo fantástico, Parir, aunque expone una situación de deterioro social, no es en absoluto una historia pesimista. En su primera novela, Palcante, Ressia (Montevideo, 1977) proponía examinar la realidad de los cantegriles de principios del siglo XXI; la referencia temporal no es humorística, porque la historia está contada desde el punto de vista de investigadores del año 2050. La tesis de estos sociólogos del futuro es que en las villas miseria uruguayas de nuestra época había un reservorio de valores comunitarios no necesariamente negativos, que no convendría perder (y esto remite a una novela posterior en la que Mauricio Rosencof idealiza la vida en el conventillo Mediomundo). En Parir, de una manera más sutil, Ressia propone algo parecido: la clase media baja, aunque golpeada, es capaz de rearticular sus vínculos adaptándose a las nuevas condiciones económicas. Así, las madres abandónicas, alcohólicas y explotadas laboralmente de la novela son capaces de transmitir una cierta idea del bien y el mal (o de lo correcto y lo incorrecto), más allá de que no logren salvar la imagen que de ellas tienen sus hijos.
Siguiendo ciertas convenciones del realismo social (clarísimas, por ejemplo, en La colmena, de Camilo José Cela), Parir está contada en presente, abunda en diálogos y se articula en torno a pequeños episodios protagonizados por distintos personajes. Uno de sus hallazgos está en incluir entre éstos a un grupo de “jóvenes del Partido Nacional” (que “tienen apellido” en sentido literal, mientras que de los otros personajes sólo conocemos sus nombres de pila) que se relacionan por varias puntas, aunque sin saberlo, con los muchachos del Barrio Sur. Ausente, de manera notoria, está la clase media, que en cambio es el centro de la novela de Elena Solís (Montevideo, 1968).
La razón fue
Neuronina, como título, es un poco engañoso: sugiere una trama de ciencia-ficción que existe, pero más como accesorio que como historia principal. De todos modos, hay que consignarla: a Catalina, publicista emprendedora, esposa fiel y madre de tres niños, dejan de hacerle efecto las pastillas que toma para prevenir sus cada vez más frecuentes jaquecas; en cierto momento descubrirá algo parecido a una conspiración farmacéutica internacional. Ese descubrimiento, de todos modos, no es en absoluto el más importante que realiza esta mujer a la que en la historia se pinta como el estereotipo de la persona racional, sensata y planificadora; lo que Catalina descubre realmente es la religiosidad.
Antes de seguir habría que contar que la otra trama de Neuronina, en apariencia más prosaica, relata el proceso de endeudamiento de una familia de clase media en su intento de mejorar su calidad de vida. Alusión -tardía, porque la historia se ambienta en el pos-2002- al éxodo esteño que protagonizaron miles de montevideanos en los 90, Catalina y los suyos se mudan a una urbanización en la Ciudad de la Costa (Ciudad de Cobre en la novela) que resulta ser una verdadera pesadilla, entre otras cosas porque la nueva casa está cerca de un cantegril. Catalina sufre, sus hijos sufren, su esposo sufre y la familia parece desintegrarse. Para reintegrarse y para integrarse a su nuevo entorno deberán (además de tener un golpe de suerte) acercarse a los habitantes del cantegril y a sus formas de entender la vida espiritual.
Ya en Babosas y fósforos, una colección de relatos publicada en 2004 (La Gotera), Elena Solís daba cuenta de diversas e “inquietantes” maneras (como las define reiteradamente Lauro Marauda en el prólogo) de su curiosidad por comprender cómo viven “los otros”. El cuento “Soy escribana” es paradigmático: las “salidas secretas” de la protagonista resultan ser escapadas para espiar desde su auto la vida cotidiana de una familia del Barrio Sur (que bien podría ser una de las que retrata Ressia Colino en Parir). En Neuronina “los otros” pasan a ser los marginales, y hay una pregunta que, reiterada con variaciones, atraviesa toda la historia: “¿Por qué esta gente que no tiene nada no me ataca?”.
Esa pregunta, leit motiv de Neuronina, tiene una pertinencia asombrosa, y es (para quien firma) el ángulo más interesante desde donde enfocar ese temor generalizado que en esta campaña política se llama “seguridad ciudadana”. Pero Neuronina no es una novela simple, en parte por la contestación que da a esta pregunta. Como anotaba más arriba, el final de la novela implica una transformación de la protagonista, quien debe aceptar su costado espiritual. Si es leída como símbolo de las mutaciones que ha sufrido la clase media en estos años, presionada a la vez por el estímulo consumista y el endurecimiento de las condiciones económicas, Neuronina avisa sobre el fin del laicismo y la racionalidad como valores que podían llegar a definir a esa clase social desde el auge centenario del primer batllismo. Catalina lee permanentemente, pero nunca logra interpretar, los signos de esa declinación.
Paradójicamente, la falta de ciertos cuidados en la corrección y edición del texto de Neuronina le confieren un valor extra como testimonio, al dotarla de una autenticidad íntima que la tercera persona y la ubicación de la acción en el pasado podrían llegar a disimular. Algo parecido, pero en menor intensidad, ocurre con Parir, pero en los dos casos se trata de novelas en las que los problemas de revoque no llegan a dañar una arquitectura meditada. El final de Neuronina, en el que lo individual y lo colectivo se unen en un exagerado episodio multitudinario (un poco a lo Beatriz Flores Silva), contrasta con la serenidad de Parir, donde las cosas retornan pero no exactamente al mismo lugar. Urbanas y móviles, las dos novelas tienen un indiscutible espesor documental no exento de pasajes humorísticos (la referencia, en Neuronina, a unos “niños color esperanza” que cantan en los ómnibus es producto también de un gran poder de observación).
Por los años 60 Onetti usó la expresión “ahoraquimismo” para burlarse de la literatura producida bajo la exclusiva consigna de describir la crisis del presente. Hay una conexión, tal vez no buscada, entre Parir y Aviso a la población (1964), una novela que logró a la vez cumplir con ese programa político y escapar a sus constricciones; allí Clara Silva recrea el mundo marginal de la época a través de la peripecia de un menor infractor. En el prólogo de la reciente reedición de Aviso a la población (en la Colección de Clásicos Uruguayos), Carina Blixen hace una conexión feminista entre esta novela “semi-policial” y otra anterior de Silva, La sobreviviente (1951); aquí la tentación sería vincular, por la voluntad de registro del presente desde un punto de vista personalísimo, a ésta con Neuronina. Pero tal vez Neuronina, con su pregunta reiterada y su respuesta descolocadora, esté más allá de una tradición que no sea la del llamado urgente.