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Urbano Moraes

Foto: Nicolás Celaya

Bajo que vuela alto

9 minutos de lectura
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Urbano Moraes, protagonista en la mejor historia de nuestra música, presenta hoy su nuevo CD.

Conversar con Urbano es un viaje de una intensidad emotiva que a veces obliga a parar el diálogo. Es de la vieja escuela, de los músicos que hoy parecen extinguidos. Marginado de un sistema que se niega a entender, venerado por colegas e ignorado por el gran público, el que a menudo es considerado el bajista más importante del país se presenta hoy a las 21.00 en la Zitarrosa para inaugurar y regalar Vuela más alto, su último disco.

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Editar

-Tus bandas suelen ser seleccionados de músicos ¿Con quiénes tocás hoy?

-Es un sexteto: Gustavo Montemurro en teclas, Palito Elizalde y Ricardo Lacuan en guitarras, Osvaldo Fattoruso en la batería y Ruben Rada en la percusión. Además, al sacar la entrada se regala el disco Vuela más alto, que recién edité por Perro Andaluz.

-Repasemos tus discos solistas.

-El primero es Vamos a mirarnos más de frente y es el último de los vinilos editados aquí por Sondor. El segundo es He nacido junto al mar [Perro Andaluz], después viene Caminar detrás, del primer grupo que tuve junto con Pato Rovés y Luis Sosa. Es una grabación que hicimos para la televisión.

-Un buen rescate de tu primer disco real que no llegaste a grabar.

-Claro, el primer disco lo fui a grabar a Buenos Aires por el 72, hicimos todas las bases y quedé mal de la voz, medio mudo, y nunca más lo fui a grabar. Tuve años la cinta de la televisión juntando humedad y por suerte me iluminé y lo saqué. Lo otro se perdió. Después salió en cd la mezcla de los dos primeros bajo el título Mirarnos en el mar [Sondor]. Le siguieron el cd doble Caminar detrás I y II, que también lo regalé en un concierto, y el que me produjo Rada, Desde todos los sueños y…

-... el último, Vuela más alto.

-Sí, no hice nada en mi vida, he divagado mucho.

-¿Tenés esa impresión?

-Y… ¿qué te parece? ¡Sabés todos los discos que tenía que tener hechos!

-¿Es un debe eso?

-Tal vez, aunque no me gusta ponerme a ver lo que tendría que haber hecho porque voy viviendo la vida, haciendo cosas y estoy contento con la vida que llevé. Súper agradecido, además, porque soy un tipo que nunca estudió música, no me propuse hacer un disco ni ser una figura de nada y me ha ido bien. Viajé por todo el mundo viviendo de la música.

-Empezaste muy temprano.

-Sí, a los 16 años me compré un bajo y arranqué.

-¿Es verdad que fuiste a comprar un teclado y como no te alcanzaba el dinero pediste el instrumento más barato?

-¡Claro! Tendría que haber sido pianista, siempre me gustó. Me fui a comprar un teclado sin guita, no tenía un mango, mi familia tampoco y no me dio. Íbamos a hacer con Pippo [Spera] la banda beatle The Knacks en la que yo iba a tocar teclados. Me tocó un bajo Black Diamond. Me tuve que poner a tocar el bajo y me arruinó la vida. Hoy amo el bajo pero no tiene ni punto de comparación con un teclado, es un instrumento que no sirve para nada. Es divino pero… ¿qué vas a componer en un bajo? Precisás un instrumento armónico, un piano o una guitarra.

-¿Nunca te compraste un piano?

-No, no me gusta estudiar.

-Es paradójico porque una de tus canciones más conocidas, “Musicasión III”, la compusiste con un piano. ¡Aparte no la querés tocar!

-[Ríe]. Y no, porque es un divague. Fue una improvisación, no es nada. Un momentito de pendejo emocionado.

-A todos les gusta esa canción.

-Sí, es uno de los pocos temas míos o el único que se conoce un poco. A mí me gusta eso, pero la realidad es que lo único que hice fue tapar un bache. Una vez en Sondor me puse a divagar con el piano y me salió eso. Se ve que a [Eduardo] Mateo le quedó en la cabeza, aunque nunca me dijo nada. Después, en una musicasión faltó alguien y Mateo me empujó al escenario y dijo: “Hacé el tema ése del piano”. El Corto [Horacio Buscaglia] corrió a poner un foco que me iluminaba y quedé solo en el escenario con un piano y la luz roja. Ahí pensé: “Soy Ray Charles por cinco minutos”. Hice la introducción y traté de acordarme de cómo era. Después hice un solo de piano... ¡Mentira! Me olvidé y seguí tocando mientras me acordaba del resto. Lo que a mí me parece alucinante de eso es que marca de cierta forma la espontaneidad de los años 60.

-¿Cómo le pondrías a lo que hacés?

-El Corto le puso un buen nombre a un tema que hicimos juntos: “Manual para encontrar canciones”. Las canciones se encuentran, están en el aire, en las cosas que te pasan; se trata de prestarle atención. Podés ponerte a buscar acordes, letra y qué sé yo, que está bien, o estar abierto a la inspiración. Eso es lo que nos pasaba a nosotros, de esa forma hicimos las musicasiones. Hoy sería imposible hacerlas.

-¿Por qué?

-Porque es un laburo que nadie se anima a hacer. Primero porque sería carísimo. Nosotros hacíamos cosas de cine, por ejemplo. Después mezclábamos todo, tango, jazz, música experimental, danza, teatro…

-Sin embargo, tus conciertos son una musicasión. Les faltará alguna cosa, pero hay gente de todas las generaciones tocando. La genialidad de las musicasiones estaba en la reunión.

-Las musicaciones eran las ideas de los cinco tipos que estábamos en El Kinto más el Corto Buscaglia. Obviamente las cabezas eran las del Corto y Mateo, dos bestias. Pero giraba en torno a que todos expusiéramos nuestras ideas y de allí surgía esa variedad increíble. O sea, un grupo que abre la cabeza para hacer algo más grande de lo que hacen individualmente. Ahora sería muy difícil de hacer. En mis conciertos estoy cada vez más haragán porque me cuesta más luchar, pelearla contra los “no” que hay acá, que son muchos.

-¿Pensás que no se te ha dado importancia como músico en Uruguay?

-Sí, creo que me dan muy poca bola, pero con razón. No es que no me dan bola y me quejo por eso, no hago nada para que me la den.

-Pero que Rada diga que sos el mejor cantante de Uruguay y te encuentres con todos esos “no” es preocupante.

-Ser cantante no es ningún mérito. Es lo que le dije la otra vez a Liliana Herrero. Veníamos de Punta del Este después de haber tocado allá juntos, escuchando su disco nuevo. Y yo comentando, qué disparate la viola, lo que armoniza, cómo suena, qué bueno el piano del Hugo, escuchando la música alucinado. Entonces ella, enojada, me dice: “Pará, ¿y de la voz no decís nada?”. “Pero dejate de joder, cantar canta cualquiera, no es un mérito cantar bien, no seas mala. Vos cantás bien porque naciste cantando, mérito es tocar bien”, le contesté. ¡No lo podía creer! Es un don que tenés: cantás desde niño, no aprendés a cantar, no existe.

-Para mí hay dos escuelas: la de los súper afinados y la otra, en la que pongo a Mateo, Bob Marley y Bob Dylan, que es puro sentimiento.

-Cantar es un sentimiento. Escuchás a los gitanos en Andalucía y te parten al medio.

-¿La voz no es un instrumento?

-Sí, todo el mundo dice eso, pero lo veo muy teórico. Hay tipos para los que cantar y hablar es lo mismo. Vos estás hablando con alguien porque te sentís bien, hay una transmisión de algo en la charla de emociones, sentimientos y en la voz la diferencia es la melodía, que estás cantando algo. Hay gente que tiene más ese don. Cuando Rada dice eso entiendo la parte del corazón de él, pasa que nos conocemos desde hace 40 años. De mi canto te podría decir que no canto bien o mal, sino que a veces siento que estoy colocado y está bien lo que estoy haciendo, pero porque te baja el santo y te pinta una emoción que es la música, ni siquiera sos vos. Vos sos sólo un vehículo, si no está la emoción no hay nada. Si me decís “cantate algo” y yo no encuentro esa conexión con la emoción de la música, no canto nada… lo canto pero es mentira. Lo he hecho en algunos shows en los que me emociono demasiado y para quebrar esa emoción me hago el cantante. Nadie se da cuenta, la realidad es que estoy tan emocionado que me he puesto a llorar cantando y me da vergüenza. Entonces lo que hago es trabajarme un cantor profesional. La misma canción, imposto la voz y la canto. A mí me da lo mismo sacar la voz o no, estar afónico, el asunto es que cuando cantás es un sentimiento extremo, increíble y alucinante más allá de la técnica. Por supuesto que los tipos que tienen ese sentimiento, la técnica y la voz son los grandes, como Rada.

-¿Cómo distinguís al compositor embargado por la emoción del músico laburante?

-A ver, yo nunca laburé de tomarme la música como un trabajo y es otra discusión que tengo con algunos músicos amigos. Porque de chico vi caer buenos músicos laburantes. Empezar a entristecerse con el tiempo y los años, terminar de codito en la barra. Yo arranqué a tocar con la época beatle, pero venía curtiendo música desde antes. A los fondos de mi casa había un taller que se llamaba “Establecimiento Industrial Los Inútiles” al que la Camerata del Tango le hizo el tema “Los inútiles”. Ahí paraban todos los músicos. Estaba en Pagola y 26 de Marzo. Era un taller de motos y autos pero ahí caían a zapar todos los músicos, toda la noche hasta la madrugada. Los vecinos se volvían locos porque no podían dormir, se tocaba mucho, siempre. Y grandes pedos. Yo era el nene de los mandados, me decían: “Andá a buscar la grappa”, “la damajuana de vino”, pero me quedaba escuchando eso y no lo podía creer. Iban unos músicos buenísimos. Eso me marcó de chico, ver músicos grandes que se empiezan a emborrachar y están tristes porque el laburo les comió la cabeza. A su vez, cuando empecé y era un guacho que me emocionaba con todo, cada tres meses me quería casar, era una época muy particular. Fui el primer peludo de Montevideo, me mandaba a hacer las ropas, las botas, estaba como loco todo el tiempo.

-La foto interna de Caminar detrás es para mí la más representativa de los hippies uruguayos. Ésa en la que estás con Luis Sosa y Pato Rovés.

-Andábamos así todo el día, no podías salir de otra manera. Ya trabajar de la música estaba mal de entrada. Con la primera banda beatle que tuve estaba súper enroscado y me la tomaba muy en serio, más allá de todo el divague, los pelos y las gurisas que se tiraban de los pelos. The Knacks fue la primera banda eléctrica en tocar en el teatro Solís y no paramos de llorar, pura emoción. Después me llamó Mateo para entrar a El Kinto. Imaginate esa bestia que está en el presente constante y no sabe de pasado y futuro. ¡Presente todo el tiempo: crear, crear y crear! La música, si bien le podés llamar laburo a estar tocando, si es un laburo es lo que vos sentís. Lo hacés porque lo sentís y te gusta. No salgo a tocar con gente que no me gusta, todas las bandas que hago están integradas por gente que quiero. Puede haber un músico que toque muy bien, pero si a mí no me gusta alguna cosa del tipo no lo voy a llamar nunca. La música es una cosa sagrada, no la podés enchastrar. Nunca laburé así, sólo en España cuando llegué, solo, me morí de hambre, estuve medio año tirado. Cuando estaba viviendo con mi mujer en Buenos Aires, en una pensión –y estaban matando uruguayos a lo bobo–, lo primero que agarré después de seis meses que me salvaron la vida y me sacaron de la calle fue laburo en un circo, tocando música de circo. Eso fue laburo. Al poco tiempo salí con un grupo de gira seis meses por Europa haciendo “música comercial” y no lo aguanté. No me olvido más, estábamos en el hotel Hilton de Berlín en una fiesta de fin de año, yo tocaba y lloraba viendo a la gente. Estaba el muro de Berlín y del lado de Berlín oriental se armó un quilombo de fuegos artificiales tremendo, mientras que del lado occidental, donde estábamos nosotros, hubo tres cuetes y nadie miraba para el otro lado. Había una fiesta de colores impresionante y la gente miraba para este lado donde no pasaba nada de nada. A mí me entró una angustia… me acuerdo del dueño de la banda, un cantante melódico que era un aparatazo, se laburaba todo, mucha guita. Me dijo no sé qué cosa. Desenchufé el bajo en el medio de la canción y me fui. Creo que esos dos fueron los únicos laburos que hice. No trabajaría nunca en una orquesta. Se lo digo a los músicos jóvenes, algunos me dieron bola, otros no y envejecieron en diez años al pedo. Hay quienes tienen la habilidad de ir unos meses y zafar, otros quedan ahí, son los típicos laburadores de música y viven envenenados. Eso se debería enseñar en la escuela: si hacés música, hacés música, loco, ¡no entreveres!

-De algo hay que vivir.

-¡Hacé otra cosa! Yo me cagué de hambre toda la vida, no gano un mango, pero crié a mis dos hijos haciendo música. Nunca tuve drama con ellos por eso, vivimos por todos lados, en Argentina, España, dando vueltas por Europa. Pero cada vez que me subí a un escenario fue para disfrutar. Hay otra cosa que me parece importante y creo que no está bien entendido: eso de que cuando hacés música tenés que pensar en la gente me parece un error. Se lo digo a todos los músicos cuando vamos a tocar en lugares donde no te prestan atención o el lugar no tiene nada que ver. Les digo: “Loco, tocamos pa’ nosotros, como siempre”. No me interesa la gente, el dueño del lugar o lo que sea, porque eso no es tenerle respeto a la gente. Si vos tocás para la gente la estás tratando de tarada, porque vos lo que hacés es arte y el arte no se prepara, es un sentimiento.

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