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Artes Visuales. EEEBZZZZ, de Emilio Bianchi Zaffaroni.

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Decía Karl Kraus, y con plena razón: “Mi lenguaje es la puta de todos que yo transformo en virgen”. El experimento EEEBZZZZ, mucho más sencillo, podría parafrasearse así: “Mi Facebook es la virgen que yo transformo en la puta de todos”. ¿Qué hizo Emilio Bianchi Zaffaroni? Pintó el pasillito de la sala XXS de negro, lo iluminó con una luz roja y lo llenó con una muzak obviamente fastidiosa, colgó un modesto dibujo -probablemente un autorretrato- de un muchacho flotando atado por un cordón umbilical sin fin (¿metáfora de la red social?), enmarcó una pantalla de PC (¿manera de ennoblecer lo inmaterial?) posicionada en su página personal de Facebook y dejó a disposición del público un teclado, un mouse y la posibilidad de alterar los datos de su cuenta “cara de libro” (o libro de caras), dejada abierta.

Debería ser el viejo juego de apropiación de identidad y de la posibilidad, como dice Gustavo Tabares, “de ser Emilio por un rato” y luego alterar lo alterado, en una sumatoria de identidades. Más allá de las efectivas ganas que alguien pueda realmente tener de ser Emilio (o cualquier otra persona) en la red por un rato, hablar de identidades reales es un poco arduo. Como el mismo Zaffaroni explica, “todos podrán alterar el orden a gusto y deformar la visión falsa y virtual de mi persona en una creación grupal”: está claro que, aunque sincera, cada página de Facebook es forzosamente ficticia y cada modificación posible siempre se situará en un plano simbólico, reduciendo entonces las implicaciones “reales”.

Estamos, ni más ni menos, en una especie de “novela” multimediática, de ésas que se escriben en la web, cada uno añadiendo su párrafo, su capítulo. Sin llegar a Lacan (y ni siquiera a Freud) se pueden leer las brillantes páginas que Philip Lejeune dedica al autobiografismo literario y a su “pacto” implícito con los lectores que juegan a que lo leído es verdad, sabiendo que no lo puede ser. Facebook en definitiva es un grado cero del autobiografismo. Por lo visto -a 20 días de la inauguración de la muestra- tampoco es un autobiografismo muy tentador.

El Facebook de Zaffaroni no se alteró mucho y distinguir la página “intervenida” de cualquier otra en la red es trabajoso: mensajes de gente que sobre todo autopromociona su actividad (discos, espectáculos, etcétera), comentarios paupérrimos, chistes internos: lo de siempre. Hasta el área del “perfil”, quizá la más delicada y jugosa a la hora de “piratear” el sistema, es sorpresivamente aburrida: le habían cambiado el sexo, pero ni siquiera se modificó la ciudad de origen del creador. Cuesta entender además cómo se produciría el salto desde “medio de representación personal y agregación social” a obra de arte, dado por sobreentendido en el texto de Zaffaroni: “El Facebook como expresión personal de frivolidad y de híper-exposición buscada. El Facebook como obra artística.

La obra artística como exhibicionismo trucho y autoprostitución virtual”. Más allá de cualquier falta de dimensión estética -que a esta altura de la historia del arte es tal vez justamente accesoria-, la instalación de Zaffaroni carece de un real cuestionamiento de un medio tan controvertido, sus trampas, sus debilidades. Que son muchas: todos sabemos sobre el tratamiento comercial de los datos de los usuarios facebookianos; tal vez menos gente conoce el comportamiento esquizofrénico (y preocupante) en materia ética de la invención de Mark Zuckerberg: censura las fotos de madres amamantando, pero no cierra grupos que apoyan el negacionismo del holocausto o que incitan a racismo, violencia y otros temas por lo menos problemáticos. Material para subvertir algo tan difuso, pero lleno de “fallas” -sin olvidar que Facebook es, fundamentalmente, un contenedor de propaganda- Zaffaroni tenía. Concentrarse en la mera apertura de su perfil a desconocidos parece la más floja: también porque cada página personal es, en todo caso, siempre afectada por los “otros” (¿cuántas personas se conocen efectivamente de las aceptadas entre los “amigos”?) que agregan mensajes, comentarios, links, regalos y cosas por el estilo, de forma “regular”.

En cuanto a hacerse “pasar por él a la hora de enviar o responder mensajes, etcétera” de que habla Tabares -¿tal vez una caricatura de “todos los hombres son poetas” de Lautréamont?-, ya no se necesita a EEEBZZZZ. La nueva aplicación Facebook Places para telefonía móvil, que permite al usuario revelar dónde se encuentra físicamente en determinado momento, consiente también que cualquier “amigo” invente dónde se halla aunque no sea así, con consecuencias bastante aterradoras. Con disgusto, dado su uso y abuso, toca cerrar con la gastada máxima “la realidad ha superado la ficción” (zaffaroniana).

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