El año pasado la editorial Destino terminó de publicar en español los volúmenes de la trilogía Millenium, de Stieg Larsson, escritor y periodista sueco fallecido en 2004. Los títulos de las novelas sucesivas son Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire, y la trama involucra a Mikael Blomkvist, un periodista de temas políticos y económicos (en plan alter ego del autor), que trabaja en equipo con la hacker un poco freak Lisbeth Salander, quizá el personaje más interesante de la saga y probablemente el aporte más significativo a la narrativa policial.
Pero vamos por partes. Millenium ha sido promocionada como perteneciente al género de la novela negra, con un matiz de observación y crítica social que la acerca, por ejemplo, a la narrativa de otro sueco, Hennig Mankell. A partir de aquí podemos pensar que si Mankell y sus lectores reaccionan contra la comparación con la literatura de Larsson, se debe ante todo a que la trilogía Millenium luce todo el look de un best seller, entendiéndolo en el sentido de categoría genérica más que de simple referencia al eventual (y enorme en el caso de las novelas de Larsson) éxito de ventas; de hecho, cualquiera de las tres novelas hace no pocas referencias a novelistas como Patricia Cornwell, Sue Grafton y Elizabeth George, todas ellas clasificables dentro de la corriente más “de entretenimiento” de la novela policial contemporánea, y no la vertiente cool o incluso “seria”, que podría incluir al mencionado Mankell, a Andrea Camilleri y a B Akunin, entre otros.
También parece bestselleriana la manera en que Larsson apuesta a la acumulación de historias de un modo bastante lineal, con contadísimos flashbacks y casi ninguna derivación; la gran mayoría de los personajes y las situaciones bordean el cliché y sólo hacia el final de cada libro se alcanza cierta sensación de complejidad, que toma un poco por sorpresa al lector desprevenido. Hay elementos cuya relación con el todo no parece clara de antemano, y que, sin embargo, reclaman una decodificación; por ejemplo, en el segundo tomo cada capítulo esta precedido por textos de carácter matemático, definiciones o teoremas que se sienten como irrupciones de un discurso ajeno al nivel narrativo de la novela; en algún momento de la trama se nos cuenta la afición por la matemática del personaje de Lisbeth y el contenido de los teoremas y definiciones, ahora invadiendo la narrativa, adquiere un carácter simbólico.
¿Llega a alejar este tipo de juegos a la trilogía Millenium del tipo de lectura playera que a primera vista aparenta ser? Quizá. En cualquier caso, no es lo único. Los hábitos de lectura del protagonista, por ejemplo, detallados por el narrador, dan a veces la sensación de que el texto bordea una suerte de metanarrativa o discurso sobre la novela policial contemporánea; de hecho, Blomkvist se pasa leyendo novelas y haciendo comentarios que parecen guardar alguna relación con sus propios procesos deductivos de “detective”.
Es cierto que un lector duro de novela negra, un lector formado en sus tradiciones más clásicas, encontrará cientos de inconsistencias, rupturas de las convenciones del género y datos irrelevantes, hasta el punto en que no sería extraño escuchar de ese tipo de lector la afirmación de que la trilogía Millenium está “mal escrita”. Quizá lo está, sí, desde el punto de vista del policial y sus normas; sin embargo, es fácil encontrar, página tras página, señales de que aquí se apunta a otra cosa.
Buena falta de respeto
¿Policial con trampa? ¿Novela rompecabezas disimulada de best seller? La respuesta no es sencilla. Está claro que la trilogía Millenium es y será leída desde el género policial; de eso no cabe duda. También es cierto que como novela policial hace agua por demasiados rincones; sin embargo, si atendemos a esos gestos metanarrativos, centrados especialmente en los momentos de lectura de sus personajes (en particular Blomkvist), parece fácil moverse hacia un uso libre del policial, un uso heterodoxo y -podría decirse- saludablemente irrespetuoso.
Algo similar sucedería si tomáramos una buena selección de novelas de Philip K Dick y las leyéramos desde una perspectiva de ciencia ficción dura, al estilo de Clarke o Asimov. Un lector incapaz de moverse de esa posición diría que la narrativa de Dick está llena de clichés que “suenan” al género pero que son tratados sin rigor científico, pasando de uno a otro (un taxista robot, un spray que revierte la entropía, un sistema de realidad virtual diseñado para muñecas Barbie, etcétera) según el capricho del autor y sin explicar, profundizar o llevarlos hasta las últimas consecuencias. En cierto modo, Asimov podría haber escrito un libro entero -aburridísimo, seguramente- sobre el taxista robot de Gestarescala, la hermosa novela metafísica que Dick escribiera sobre fines de los 70. En el caso de Larsson opera algo similar (lo cual no equivale a colocar al autor de Millenium al nivel de Philip Dick, pero sí está claro que ambos hacen un uso similar del imaginario del género que practican y de los clichés de la cultura popular, la norteamericana de los años 50, 60 y 70 en Dick y la escandinava contemporánea en Larsson).
Y seguimos: la figura del detective, desde el Lupin de Poe y el Sherlock Holmes de Conan Doyle, pasando por el padre Brown de Chesterton y después los “duros” de la novela negra, puede entenderse como un eje del género y una cifra de sus cambios en las estrategias discursivas; la trilogía Millenium se apoya en una tensión o la lucha entre el razonador de cepa más clásica (representado por Blomkvist, que está muy lejos de ser un detective efectivo) y el nuevo modelo presentado por Larsson, encarnado en la protagonista Lisbeth Salander, que es otro tipo de outsider (exacerbando el molde de los solitarios de la novela negra) y, también, un prodigio de inteligencia inhumana que, además, domina a la perfección la tecnología y hace gala de una ética propia, quizá “más allá del bien y del mal”, incompatible con la idea del detective que descubre el camino (dentro de la ley o ajeno a ella) por el que volverá el mundo al orden. Lisbeth (seguramente el gran aporte de Larsson al repertorio histórico de personajes sobresalientes), como el Joker en The dark knight, está buscando otra cosa.
Más allá de su relación con el género policial (cabría también una lectura desde el periodismo de investigación o desde la historia), la trilogía Millenium es una de las lecturas más adictivas que cabe imaginar. El estilo directo de Larsson y su juego (que por momentos parece atropellado, intuitivo, ingenuo, pero que jamás se detiene y siempre se nos presenta como rebosante de energía) con las revelaciones y los ocultamientos logra que el lector no quiera jamás desprenderse del libro. Al terminarlo podrá pensarse que tal o cual segmento sobra (si es que todos los elementos de una narrativa deben “cerrar” de alguna manera), o que alguna solución era predecible (y esas “soluciones” son incidentales, a lo sumo clausuran uno de los libros, pero no hacen al eje de la trilogía, que es la relación entre Lisbeth y Blomkvist), o que los personajes secundarios son demasiado cliché, o muchas “quejas” más; pero si existe algo como el encantamiento o la magia narrativa, esa suerte de transporte a un mundo paralelo, Larsson lo ha logrado a las mil maravillas y no importa si lo hace con plena conciencia, si lo hace como un “maestro”, como un “gran escritor”. En última instancia, la dosis de narrativa presente en estos libros es pasmosa; la ordenación de la materia podrá no satisfacer a los puristas (estén del lado de la novela policial, de la “literatura”, de donde quieran imaginarlos), pero es sabido cuánto se pierde en esas aproximaciones a pequeña escala, en ese leer con ojos formateados o descreídos, como buscándole los movimientos tramposos al mago y dejando de lado toda empatía.