Todas las protagonistas son mujeres, pero no necesariamente feministas. En Siglo de mujeres, Virginia Martínez presenta 15 biografías de militantes, guerrilleras, artistas, escritoras de distintos países. Rebeldes, misteriosas, revolucionarias, prisioneras, diplomáticas, y a la vez, tan diferentes unas de otras. En Ministras, Blanca Rodríguez ofrece cinco entrevistas a las ex jefas del anterior gabinete uruguayo: una abogada, una ingeniera, una médica y dos maestras. Las primeras están hermanadas por su historia, por su condición racial, por sus convicciones y por sus destinos, aunque no siempre por el tiempo y el espacio geográfico. Las otras sí comparten un momento histórico: todas estuvieron al frente de un ministerio durante el primer gobierno de la izquierda, sobre el cual pesaba una especial expectativa. Y también tienen en común el respeto, la admiración y la lealtad hacia Tabaré Vázquez. El coraje es, para Rodríguez, lo que las define a todas. Ambos libros fueron presentados en el marco del Día de la Mujer.
Siglo de mujeres no se propone ser representativo del liderazgo femenino de los últimos cien años. Pretende, en cambio, detener la mirada en esas mujeres en las que quizás otros no la hubieran puesto y rescatar sus obras y vidas, a veces tan paradójicas o irónicas frente a sus prédicas o a su historia familiar. Por momentos, cuando algunos aspectos de sus trayectorias son simplificados en la redacción del relato, parecen ficcionados. El destaque público de las entrevistadas es también el objetivo de Ministras. Son carteras que siempre fueron dirigidas por hombres: “costaba realmente en el Uruguay imaginar una mujer liderándolos”, señala Rodríguez en el prólogo.
Las elegidas de Martínez tuvieron vidas no siempre armoniosas, no siempre bajo su control. No eran perfectas: fueron clandestinas, exiliadas, drogadictas, suicidas. E incluso, una de ellas, la única de las quince que permanece con vida, fue traidora. Martínez pretende mostrarlas en su faceta más humana cuando, en lugar de ocultar sus defectos, los hace parte de sus éxitos, de sus talentos, de sus vocaciones.
Las ensombrece el olvido, incluso a aquellas que son recordadas como parte de la vida de un hombre público. La nieta del poeta y la hija del torturador, Pirí Lugones. La amante de Lenin, Inessa Armand. La compañera de Robert Capa, Gerda Taro. La compañera del capitán Carlos Lamarca, Iara Iavelberg. La modelo “inspiración” de Man Ray, Lee Miller. La destinataria de las “Cartas a Milena” de Kafka, Milena Jesenká. El lazo con ellos no sólo fue afectivo o laboral, sino también intelectual: ellas tuvieron luz propia y enseñarla es la motivación de la autora.
Sobre estas protagonistas permeó el contexto histórico. Siglo de mujeres nos sumerge en las épocas más duras de la dictadura argentina, de la dictadura chilena, en el stalinismo, en el nazismo, la guerrilla brasileña, la revolución negra, la revolución sandinista y la revolución bolchevique. Se nos revelan sin tabúes los aspectos más íntimos de sus vidas: amores y desamores no siempre heterosexuales, no siempre de dos, relatados con naturalidad.
Las preguntas personales -aunque no íntimas- que Rodríguez hace a las ex ministras nos descubren el gusto por escribir poemas, escuchar tango, tocar la guitarra y hacer teatro de Daisy Tourné (ex ministra del Interior), el de cazar y montar de María Simon (Educación y Cultura) y el de hacer paracaidismo de María Julia Muñoz (Salud Pública). Ésta, desinhibida, habla de la “complicada” relación con su hijo varón, que le manifiesta que lo avergüenza que su madre toque el tamboril o salga en las Llamadas, y de cómo su educación católica le despertó su vocación por la medicina. Con la misma apertura, Tourné cuenta cómo fue la relación con su padre, militante blanco, repasa los complejos adolescentes con su cuerpo y no oculta su enojo por los episodios que la llevaron a renunciar a la cartera.
Marina Arismendi (antigua titular del Ministerio de Desarrollo Social, Mides) afirma, contra lo que podría esperarse, que la influencia política en su casa provino de la familia materna y no de su padre, Rodney, con quien siempre mantuvo una relación distante. Según confiesa, el líder comunista era “inalcanzable” y siempre debió luchar para no ser “hija de”. Simon quizás sea la más tímida cuando responde, aunque la ausencia de temas que aparecen en las charlas con sus colegas puede deberse a que concedió sólo una entrevista, lo que obligó a Rodríguez a priorizar temas. No obstante, ninguna zafa de opinar sobre el ejercicio del poder, la participación de la mujer y sobre qué significó la dictadura en su carrera profesional y política, ni de hacer una autocrítica de su gestión y del primer gobierno frenteamplista. A la hora de responder preguntas vinculadas a sus fuertes mostraron amplitud. Azucena Berruti habla de su trato con los militares en su pasaje por el Ministerio de Defensa Nacional y hace una retrospectiva de los años en que, como abogada, defendió a los presos políticos.
Tourné no escapa al planteo sobre los complejos de la izquierda con el tema seguridad, su relación con la Policía y la relación de ésta con la sociedad, teniendo en cuenta el “estigma” que arrastra desde la dictadura. Arismendi relata cómo creó el Mides y defiende el polémico Plan de Emergencia. Simon subraya los debe en la reglamentación de la ley de educación y Muñoz aborda cómo se conciben desde la medicina la relación paciente-doctor y la muerte. No evade las preguntas sobre el caso Bengoa o el corporativismo de sus colegas, el conflicto con los oftalmólogos y con los anestesistas. Y tampoco el de ADEOM, gremio con el que debió negociar cuando era secretaria general de la Intendencia Municipal de Montevideo. En el marco de las consultas sobre mujer y política, y dada su relación con Vázquez, quizá se note la ausencia de alguna pregunta sobre la decisión de avalar con su firma el veto a la despenalización del aborto.