Luego de una etapa concentrada en desarrollos técnicos o vinculados a la expresividad de los personajes, la animación por computadora entró, recientemente, a explorar las posibilidades fotográficas de la cámara virtual. Los fantasmas de Scrooge jugaba con una cinematografía wellesiana elevada a lo físicamente imposible (para una cámara real) en cuanto a claroscuros, movimientos de cámara y profundidad de campo. Estos dos últimos factores rinden mucho en 3D y surgen otra vez con destaque en esta película, aunque en un estilo menos expresionista, pero llamativo por tratarse de animación pura, sin captura de movimientos.
Además de la belleza de los paisajes nórdicos (incluidos fiordos y aurora boreal), es deslumbrante lo que hace la cámara: véase el plano increíble que, partiendo de lo alto del despeñadero, nos lleva a develar la escuadra vikinga, o el otro plano en que, volando sobre el dragón, miramos de pronto hacia arriba en el momento en que pasamos bajo un imponente arco de roca justo cuando sobrevuela una bandada de pájaros, o las muchas tomas subacuáticas direccionadas hacia la superficie. Más que un efectismo, aquí la profundidad de campo en 3D está aprovechada en forma funcional, como un recurso narrativo “normal”, como en el paneo lento que al final revela el rostro de un joven vikingo en primerísimo plano contra el paisaje que está contemplando. No sorprende descubrir, en los créditos, que el visual alucinante de esta película estuvo supervisado por Roger Deakins, quizá el más interesante director de fotografía de la actualidad, responsable de casi todas las películas de los Coen, y que ya había desempeñado un rol similar en Wall-E. Es una pena que parte de ese encanto visual corra un poco demasiado rápido debido al montaje acelerado, otro rasgo que esta película adopta para lucir al día con los criterios narrativos habituales actualmente.
Es curioso que esa película tan “fotográfica” sea el segundo largometraje realizado por los directores cuya obra anterior fue Lilo y Stitch (2002), una producción Disney de animación tradicional, en acetato. Aunque Lilo y Stitch también denotaba un gusto por los combates aéreos y también contenía (en las escenas de surf) esas tomas subacuáticas enfocando la superficie, usaba la cinematografía usual en dibujos animados, sin ninguna pretensión de tridimensionalidad: escenografías pintadas y fijas, montaje más lento, gran diferencia de textura entre figuras y fondo. Asombra la versatilidad de Sanders y DeBlois.
Hay algunas cosas en común con Lilo y Stitch. La más obvia es el visual del dragón Toothless, con la misma forma de cabeza de Stitch. En este caso, la relativa rigidez del rostro de reptil da pie a varios momentos de virtuosismo “actoral”, en la riqueza, intensidad, claridad y sutileza de las expresiones faciales de ese bicho mudo, elementos que hacen pensar en Wall-E y que probablemente son mucho más recordables que el showdown hiperbólico (la guerra general contra un dragón gigantesco, que envuelve mares de fuego, caídas desde alturas enormes y montañas que se destruyen con un golpe de cola como los edificios de Godzilla), aparentemente inevitable en las películas que se disputan el espacio de las salas digitales en 3D.
Toothless es el único rasgo visual reminiscente de Lilo y Stitch. Los personajes humanos parecen derivar más bien de las historietas juveniles francófonas, un estilo cuyo principal representante es Uderzo, especialmente en su Asterix y los normandos (salvo las narices, que aquí son más naturalistas). Hay un inmenso cuidado invertido en los personajes, no sólo en su comportamiento, definición psicológica y parlamentos, sino también en su visual: vale la pena observar en las escenas de lucha que incluso los “extras” que no dicen ni una línea son el fruto de una elaboración individualizada, cuidadosa y creativa.
El esqueleto anecdótico está basado en el arquetipo muy transitado del adolescente menospreciado y sin novia, relegado por su comunidad y decepcionante aun para su propio padre, en el que de pronto todos descubren que lo que parecían ser debilidades en realidad son virtudes que van a contribuir a salvar a todos y serán debidamente reconocidas. A ello se suma la otra fantasía, la del amigo oculto con poderes sobrenaturales, y que se mezcla con el esquema (que viene de Lilo y Stitch) de la relación con una mascota-monstruo. Ninguno de esos esquemas representa mérito alguno. Lo admirable es más bien el hecho de que lograron refrescarlos una vez más y sacarlos de la rutina con una historia consistente, interesante y tierna. La historia está fundamentada también por una base ético-alegórica: la idea de que en una situación de enfrentamiento con un grupo extraño vale más la pena un esfuerzo de comprensión y de comunicación, antes que valerse de prejuicios y partir a una pelea potencialmente infinita, o, en todo caso, que es preferible direccionarse en forma localizada contra el pez gordo explotador, antes que contra la gente de a pie. No está activada ninguna vinculación específica con la guerra de Irak pero es el modelo más a mano del público actual. No es una idea subversiva por ella misma, si tenemos en cuenta que buena parte de la opinión pública opina que es precisamente ésta la actitud tomada por las fuerzas estadounidenses en Medio Oriente (como se puede constatar en Vidas al límite, el film mismo y los premios que recibió). Pero es una noción muy compartible y que agrega simpatía a esta película que se suma al panteón de las muchas excelentes producciones de este período tan efervescente del cine de animación mainstream.