“Para nosotros es un día de luto. No venimos a llorar, venimos a recordar, a transmitir nuestra memoria a las nuevas y no tan nuevas generaciones, que de Salsipuedes conocen muy poco”, explicó a la diaria Enrique Auyanet, integrante de la Asociación de Descendientes de la Nación Charrúa (Adench). Este grupo es responsable de la organización de los actos recordatorios que se realizan cada 11 de abril al pie del monumento a Los Charrúas, en el Prado de Montevideo, desde hace 21 años.
Ayer participaron representantes de diferentes organizaciones indigenistas, descendientes que no pertenecían a ninguna agrupación y público en general; no hubo representantes gubernamentales. Durante la celebración se lució una única pancarta con escasas pero claras palabras: “Fructuoso Rivera - Genocida y Anti Artiguista”.
La barbarie
El 11 de abril de 1831 Rivera convocó a los charrúas al arroyo de Salsipuedes, entre los departamentos de Paysandú y Tacuarembó. Auyanet explicó: “Rivera tramó esa emboscada diciéndole a Bernabé Rivera y a Julián Laguna de qué manera llevarlos para que los charrúas no desconfiaran. Los guerreros fueron con sus mujeres, sus niños y con sus viejos. Cuando llegaron a Salsipuedes -convocados para pelear por sus tierras-, se vieron rodeados por unas dos mil personas. Rivera salió con mil personas de Montevideo y se sumaron los batallones de guaraníes, brasileños al mando del terrateniente Rodrigues Barbosa afincado en Tacuarembó, y hombres de Juan Lavalle, de Argentina. Fueron diezmados, algunos se escaparon, otros -dicen las crónicas- no concurrieron porque ya sabían que Rivera era de corazón malo y que era un traidor”.
El abuso continuó después de la matanza: “Las autoridades no se conformaron con la muerte física sino que a las mujeres sobrevivientes, a los niños, a los ancianos y a algunos hombres los trasladaron a Montevideo. A las mujeres les quitaron los niños de los brazos, posteriormente les prohibieron la lengua, por eso somos de los poquitos países que no la hablamos”, detalló Auyanet. Indicó que existen documentos que comprueban “el reparto” de los niños y mujeres: “Tenemos prohombres -cuyo nombre llevan muchas calles de Pocitos- que eran los que solicitaban chinas, chinillas y charruítas como esclavos y sirvientes”, cuando no como objetos sexuales.
Paso del tiempo
En setiembre de 2009 el Parlamento uruguayo votó la ley 18.589, que declara al 11 de abril como el Día de la Nación Charrúa y de la Identidad Indígena. Las organizaciones indigenistas expresaron en el comunicado por el 179o aniversario que la fijación del día significa “un reconocimiento histórico a los hechos sucedidos en 1831, en un acto de justicia póstuma para los que generosamente ofrecieron su vida por nuestra tierra, libertad y dignidad en una resistencia de más de 300 años contra los imperios invasores de la época”.
Mónica Michelena, integrante de la organización Basquadé-Inchalá, dijo a la diaria: “Sentimos que al gobierno le faltaría tenernos en cuenta desde el discurso oficial; por ejemplo, hubo un discurso muy bueno de Tabaré Vázquez hacia los afrodescendientes que nos pareció bien, pero nunca lo escuchamos a él ni a ningún presidente hablar de nuestros pueblos originarios. Para nosotros es un debe importante que se reconozca al pueblo charrúa no solamente desde la fecha, sino desde el discurso, que llega mucho más”.
Michelena también reclamó por la ratificación del convenio 169 (del año 1989) de la Organización Internacional del Trabajo: “Es el único convenio vinculante de derechos indígenas, pero Uruguay es el único país de América Latina que todavía no lo ha ratificado. Queremos que lo ratifique porque nos daría muchas más posibilidades de actuar y tener mayor apoyo legal para seguir avanzando en nuestras reivindicaciones y para que algún día los niños conozcan nuestra verdadera historia y la identidad uruguaya se conforme con el aporte de la cultura charrúa”.
No fue Rivera el único aludido ayer. Entre los discursos se mencionó que la lucha se inició en 1492, cuando “con la cruz y la espada” comenzó la impunidad, en clara referencia a la complicidad de la Iglesia Católica con la dominación colonialista.
Se consideró, asimismo, la complicidad de los sucesivos gobiernos desde 1830 hasta la fecha, que no han logrado reconstruir la historia de la cultura charrúa.
Autoidentificación
Auyanet comentó: “Luchamos contra la palabra exterminio que invisibiliza a los sobrevivientes y por algo en 2006 nos identificamos 115.000 personas como indígenas”, con base en datos del censo de hogares del Instituto Nacional de Estadística (INE).
En 2010, por primera vez se incluirá en el censo de carácter nacional la pregunta sobre ancestros indígenas. Michelena indicó que en 1996 apenas 1,2% respondió tener ancestros indígenas, y que la cifra se elevó diez años después, superando el 4%. “Según el INE el aumento respondió al trabajo de nuestras organizaciones”, afirmó.
Por su parte, el integrante de Adench puntualizó: “Después de Salsipuedes hubo persecución, mucha vergüenza. Muchos abuelos que en las escuelas oyeron que ser indio o afrodescendiente era sinónimo de revoltoso, consideraban que entonces no eran ejemplo para sus nietos, por lo que ocultaron que tenían ascendencia indígena. En ese sentido, en los últimos 20 años hay cierto orgullo de rastrear el origen de las familias”.
Las organizaciones intentan difundir los valores de la cultura charrúa. “Nos dejaron la frente alta, miraban directo a los ojos; los cronistas de aquella época dicen que los charrúas eran soberbios y ambiciosos pero en el buen sentido de la palabra, no eran personas sumisas, no se sentían más ni menos que nadie. Reivindicaban una sociedad igualitaria y horizontal, el respeto a la palabra, la solidaridad, lealtad, fundamentada en lo que en algunos casos llamaron la guardia de hierro de Artigas: 25 charrúas que ponían su pecho”.
Durante el acto, un descendiente apodado Pocho, procedente de Nuevo Berlín, departamento de Río Negro, y que vive desde hace 34 años en Montevideo, contó a la diaria: “No salimos con las boleadoras y las lanzas tampoco, es rara la vez que se caza algún bicho; porque a pesar de que me crié en los montes, si mataba un bicho, tenía al finado de mi padre que me decía ‘cómalo, indio, si no ¿pa’ qué lo mató? los animales no se matan ni se judean’”.