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Internacional y popular

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El bicentenario y la política le dan más sabor local a la Feria del Libro de Buenos Aires.

Con el lema “Festejar con libros 200 años de historias” quedó inaugurada la semana pasada la 36ª edición de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, en el predio de la Asociación Rural del barrio porteño de Palermo. Este año el evento tiene mucha menos participación de invitados extranjeros y hay una fuerte apuesta a los debates nacionales, con un gran eje temático en torno al bicentenario de la revolución de mayo, para el que Argentina se viene preparando desde hace varios meses. En algunos casos, las discusiones llegaron a la violencia física.

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Esta edición de la Feria trajo algunos cambios en el ordenamiento de los pabellones que hay que agradecer, porque, aunque la superficie es similar a la de otros años, la oferta de charlas y puestos de venta se encuentra concentrada de forma tal que a uno lo agote la búsqueda de un autor, pero no la correcaminata entre una sala y otra.

Es probable que en el futuro los historiadores debatan sobre el sentido del bicentenario, pero por ahora las voces de la academia se aúnan a las oficiales en los festejos de la independencia nacional. En la Feria, la conmemoración se difunde a través del local de la Secretaría de Cultura de la Nación, de proporciones considerablemente mayores respecto de los demás, en donde permanentemente hay charlas con escritores y lecturas de textos de la época. Dentro de este mega stand hay un sector que pertenece a la Biblioteca Nacional, en el que funciona una máquina que expende libros por un peso, con considerable éxito. Se trata de ediciones en miniatura de clásicos de la biblioteca, y una de las primeras en agotarse fue la versión de Cuentos de la selva, de Horacio Quiroga.

La Cámara Uruguaya del Libro también tiene su lugar, con una oferta variada de autores nacionales, y, aunque el ritmo de venta es lento, sucede lo mismo en toda la Feria, en donde se espera el cambio de mes para revertir la situación.

En esta primera semana ya se escuchó a algunos de los nombres internacionales más promocionados, como el italiano Alessandro Baricco, la española Almudena Grandes y el colombiano Fernando Vallejo (quien visitará Uruguay en las próximas horas).

Peligro en la mesa

Hasta ahora las mayores repercusiones de la Feria se vinculan con disensos en el terreno de la política. La presentación del libro Mi vida, de la médica cubana Hilda Molina, tuvo que ser suspendida cuando irrumpieron en la sala simpatizantes del gobierno de Raúl Castro y comenzaron a abuchear a la doctora. Molina apareció horas después, en casi todos los medios, relacionando su frustrada exhibición con la situación política en la isla, y en muy pocos lados se habló del contenido de su libro.

Pero el caso más resonante tuvo lugar durante la presentación de El Indek: historia íntima de una estafa, del periodista Gustavo Noriega, cuando un grupo de funcionarios de dicho organismo (que la prensa llama “la patota del Indec”) interrumpió la actividad literaria con gritos y voladura de sillas. Noriega, director de una de las mejores revistas de cine de Argentina (El Amante) y ex funcionario del Instituto de Estadística, cuestiona la veracidad de la información emitida por el Indec; el cuestionamiento viene siendo desde hace un par de años uno de los caballitos de batalla de los grandes medios opuestos al gobierno.

El condimento para la exaltación de los presentes fue la presencia en la mesa de panelistas de la crítica Beatriz Sarlo, exponente desde hace varias décadas de la intelectualidad anti peronista. Para algunos argentinos, Sarlo es una de las figuras asociadas al “gorilismo intelectual”, expresión que refiere a un grupo de representantes de la cultura (pensadores, escritores e historiadores, entre otros) que se han opuesto de manera sistemática a las políticas de los gobiernos peronistas. Según la historiadora Silvia Sigal en Intelectuales y peronismo, estos pensadores no comprendieron el cariz popular de las administraciones del presidente Perón y han vuelto a una situación similar desde la asunción de Néstor Kirchner primero y Cristina Fernández más tarde. La propia Beatriz Sarlo no es devota de la Feria del Libro y aceptó la invitación por considerar que se trata de un hecho político y no literario.

El país de Soriano

El italiano Alessandro Baricco es una de las figuras que hasta ahora han convocado más público en la Feria. El autor de Seda participó en varios encuentros con el público y la prensa, pese a que algunos medios le han hecho fama de arisco.

En una charla muy variada, contó que escribir es una de las dos o tres cosas que le gusta hacer; por eso fundó una escuela de escritura en1994 en su Turín natal llamada Holden (¿referencia al protagonista de El guardián en el centeno?), de la que es el rector. La idea es enseñar a los niños a narrar, aunque de adultos no se dediquen a actividades literarias. Contó que esperaba llegar a Argentina, país al que conocía sólo por los relatos de Osvaldo Soriano, uno de sus autores favoritos. También habló de su pasión por inventar los nombres a la hora de elegir a sus protagonistas para que nadie los pueda identificar con una persona en particular, “que no se parezcan a la hermana de nadie”.

Baricco repasó los escritores que influyeron de alguna manera en su obra, en especial los grandes novelistas norteamericanos, “que siempre estuvieron adelantados respecto de los italianos en la manera de componer los diálogos”. Cuando los panelistas le llamaron la atención sobre la ausencia de escritores italianos entre aquellos que aportaron a su formación, señaló la existencia de un corte entre la generación de escritores de su país que, como él, comenzaron a escribir en la década de 1990 respecto de los autores de otras épocas: “Los grandes escritores italianos pertenecen a una civilización de la escritura que cuando yo empecé a escribir ya había desaparecido. Quizás quedó algo de Calvino, que parecía moderno, pero ninguno de mi generación pensó en escribir como ellos”, opinó.

En cambio, Baricco marcó como un aporte fundamental la existencia del cine y la televisión: “Si no hubiera visto las películas de Sergio Leone habría escrito diferente”, dijo. En este sentido, opinó que uno de los mayores aportes de su generación fue la posibilidad de invertir el proceso y trasladar el cine a la literatura.

Falla beneficiosa

La cola para la firma de autógrafos de la novelista española Almudena Grandes superó por lejos el espacio destinado en el stand de la editorial Tusquets, donde una mayoría de público femenino esperó largo rato por la rúbrica de la autora. Fueron las mismas señoras que luego colmaron la sala Victoria Ocampo para escuchar a la escritora española hablar de su última novela (El corazón helado), de la España posfranquista y de su amor por la lectura.

“Para mí leer es indisoluble de vivir”, dijo la escritora ibérica, y contó que en su última novela trata la historia de dos familias divididas por la guerra civil española. Grandes destacó que no es una novela autobiográfica, ya que si su familia hubiera atravesado las mismas circunstancias que les tocó vivir a sus personajes, ella no habría podido escribir el libro. Lo que sí es parte de su experiencia son los relatos familiares sobre la vida cotidiana en Madrid sitiada por el franquismo, y lo que llamó la “moral de la retaguardia”, que les permitió a todos sus parientes sobrellevar con mucho humor esta trágica situación.

Grandes dedicó mucho tiempo a analizar el lugar de la memoria en los españoles de su generación, y el proceso de transición entre el fin del franquismo y el comienzo de la democracia. “Para que la transición funcionara hizo falta que nos fallara la memoria”, comentó. “Después de la muerte de Franco hubo un pacto entre la clase política que salía de la dictadura y los partidos políticos de izquierdas que volvían del exilio para no hablar de esos 40 años: ‘Hasta aquí hemos vivido de una manera, a partir de ahora vamos a vivir de otra’. Y de repente, todo lo que era en blanco y negro se convirtió en un mundo de colores, brillante”.

Sus primeros libros hacían referencia a temas contemporáneos, hasta que, según aclaró, llegó un punto en que “no tenía más que contar”. Fue entonces cuando “contar lo que había pasado en España desde otra óptica” se convirtió en el asunto de sus siguientes obras.

Con los ecos de su participación la semana pasada en la marcha de apoyo al juez Baltasar Garzón en Madrid, la escritora señaló: “En España nadie está planteando nada más que devolver la dignidad a los afectados por la dictadura, nadie está hablando de procesos ni de responsabilidades penales. Es poder rescatar los muertos del costado de la carretera y que la gente sepa qué pasó con su abuelo o su padre, que pueda colocar una lápida recordando que murió por sus ideas”. Y agregó: “En el momento en que un juez puso en marcha el procedimiento, llega otro y lo tira pa’ atrás. Pero se trata de respetar los derechos de las familias y yo creo que vamos a ganar”.

Al terminar regaló al auditorio su recuerdo de cómo comenzó a escribir “por culpa del fútbol”, cuando tenía ocho años y con su familia iban los domingos a la casa del abuelo materno a mirar “el partido de la semana”. Para que su padre y el abuelo no fueran interrumpidos, a los niños de la casa se les daba papel y lápiz para dibujar, pero Almudena Grandes escribía un cuento que nunca tenía tiempo de terminar y que volvía a comenzar desde el principio cada domingo. Era un cuento muy triste de una niña a la que su madre perdía y volvía a encontrar. “Lo que sé de mi oficio no es mucho más que lo que aprendí escribiendo ese cuento de pequeña”, señaló la escritora. “Aquel cuento que nunca terminé me enseñó para qué escribimos: para obligar a la realidad a ser justa”, sentenció.

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