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Roberto Jones.

Foto: Pablo Nogueira

Mr Jones

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La intrincada carrera de Roberto Jones, ciudadano ilustre de Montevideo.

Actor, director y docente, Roberto Jones (Montevideo, 1942) es una figura familiar tanto para los amantes del teatro como para el público televisivo. Lo que quizá no todo el mundo conozca es que también se trata de un militante blanco tupamaro, y de un religioso de tendencias místicas. Imposibilitado para seguir actuando por un problema médico, pero decidido a seguir vinculado a las tablas, el martes la Intendencia de Montevideo lo homenajeó en reconocimiento a una labor teatral que comenzó hace más de cuatro décadas.

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-¿Qué se siente ser ciudadano ilustre?

-Estoy muy emocionado, no pensé que fuera a estar tan nervioso. Estoy recibiendo mucho cariño, mucha adhesión y una trascendencia que no esperaba. Hay algo más, no se trata solamente de la actuación, pero aunque fuera solamente por la actuación es un reconocimiento muy grande que me pone nervioso y me pone feliz.

-¿A partir de este reconocimiento hiciste un repaso de tu carrera?

-Sí, me obligó a eso. Me obligó, estando allá en Estados Unidos (estaba en Kansas, en la casa de mi hija cuando recibí la noticia), a decir “pero esto también se lo debo a tanta gente”. Porque cuando se reconoce el trabajo de un actor es distinto al caso de un pintor o un científico, ya que el actor es un ser colectivo. Yo no existo si no existen actores al lado mío, director, autor, etcétera. Y vi que era tanta gente y tantos los espacios físicos por los que pasé que prácticamente hice una revisión de mi vida. Entonces redescubrí por cuántos lados pasé, cuántos amigos tengo, cuántos amigos dejé, cuántos se fueron y a cuántos les debo, y termino con un gran agradecimiento porque ésta es mi última actuación. Tengo un problema neurológico hereditario: no es Parkinson, pero tengo un temblor en las manos y en la cara que es involuntario y ya no puedo usar el instrumento corporal como antes, no está afinado para darlo profesionalmente.

-Pero vas a seguir vinculado al teatro, ¿no?

-Sí, voy a seguir en el teatro, aunque como actor las próximas funciones de La memoria de Borges [en la sala Zavala Muniz] son lo último que hago. Este reconocimiento viene a culminar mi carrera de actor de una manera poco esperada. Nuestra profesión tiene dos momentos difíciles: el de la decisión de entrar y el de la de irse. Entrar a la profesión de actor fue difícil porque tuve que dejar todo: me dediqué al teatro y nada más que al teatro.

-¿Cómo es eso de dedicarse todo el tiempo al teatro?

-Dejé mi carrera de abogacía, dejé de trabajar y me dediqué profesionalmente al teatro. Trabajé como actor en teatro, en televisión, en radio, en cine, fui docente. Con eso pude sostenerme económicamente, pero paralelamente tuve otras cosas. Yo tengo una gran familia, tengo muchos amigos, podría decirse hasta que tengo una corriente mística muy fuerte. Siempre estuve estudiando la mística. Siempre estuve buscando a Dios y esto me llevó a tener una actividad espiritual muy fuerte. Yo pienso que el actor no debe morir en el escenario. El actor debe morir en cualquier lado porque uno nunca deja de ser artista. Pero uno no es solamente artista. Mi vida no es solamente una cosa. Por supuesto que me hubiera gustado seguir actuando, pero me voy con esta obra, con un premio de los críticos, con un reconocimiento del público y con un reconocimiento de las autoridades democráticamente elegidas por el pueblo, por lo tanto yo puedo decir, sin contradecirme, que éste es también un homenaje de la ciudad de Montevideo a uno de sus ciudadanos.

-¿Tiene que ver con el momento político?

-Sí, coincide con que llega a la presidencia un tupamaro. Yo también fui tupamaro. Ya ves que no fui sólo actor. Estuve preso con Mujica en Punta Carretas en el año 1972. Hay muchas coincidencias, muchas señales en la vida. He estado en muchas cosas importantes. Las más conocidas son las artísticas, pero la política fue una actividad ininterrumpida desde 1958 a 1988, que es cuando muere Wilson [Ferreira Aldunate]. En ese período yo fui un blanco tupamaro, lo puedo definir así. Fue una actividad muy intensa pero no conocida porque mi actividad pública era la artística.

-Pero tu fuente de ingreso más importante fue el teatro.

-Sí, yo estoy jubilado por el teatro. Soy el primer actor que fue jubilado como actor. Tengo una buena jubilación, debido también a que la comisión de reparaciones políticas me reconoció los trabajos en el exilio y toda mi actividad actoral de 45 años. Yo fui actor de la Comedia Nacional, fui docente siempre (o municipal o ministerial), de manera que siempre gané dinero.

-Junto con otros egresados de la generación de 1965 de la EMAD fundaste el Grupo 65. ¿Cómo fue esa decisión de escindirse y formar una cooperativa actoral?

-Pepe Estruch, mi gran maestro, fue el que me enseñó el método por el cual construí mis personajes durante toda mi carrera, y fue el método que yo enseñé también. Él tuvo la idea de que ese año los once integrantes de la EMAD, en vez de integrarnos a la Comedia Nacional o a instituciones ya establecidas, como El Galpón, el Circular, Teatro del Pueblo, formáramos una cooperativa de jóvenes con la finalidad de hacer autores muy importantes, dirigidos por directores muy importantes, con los papeles protagónicos con actores reconocidos, para ir formándonos. Un día nos juntamos para redactar los estatutos y dijimos: “No, vamos a disolvernos porque si hacemos estatutos somos una institución”. Y ahí quedé yo, suelto. Quedé como una máscara suelta; pero aunque a veces puede tener un tono despectivo dentro de la profesión, yo me siento precisamente ilustre por haber sido una máscara suelta, libre, y por haber hecho una carrera en la que cada cosa que hice la hice porque quise, no porque una asamblea lo decidió, o porque una dirección de teatro lo decidió, o por un sueldo de la intendencia. Yo hice lo que quise y hacer lo que uno quiere en la vida es mucho. En ese momento, en los años 60, cuando quise ser actor largué muchas cosas, entre ellas, la familia, y eso significó un gran paso que requirió valentía de mi parte.

-¿Ya militabas políticamente?

-Empecé a militar en la juventud del Partido Nacional. Luego pasé a ser tupamaro y luego pasé a ser wilsonista. Es lo que se llamaba el “partido americano”: considerábamos que la gesta de la independencia de la colonia española fue una etapa que no había concluido y que nos había llevado, además, siendo repúblicas, a una sujeción económica de otra corona, la británica, y que el mundo anglosajón nos seguía sometiendo. Entonces venía la segunda independencia o la liberación, que era poder formar una nación con los países de América del Sur para poder enfrentar lo que llamábamos el imperio, y eso se traducía en Uruguay en el antagonismo entre capitalismo y socialismo. Lo que nosotros buscábamos era un socialismo nacional proyectado hacia algunas de las naciones americanas. Ése era el partido americano. Y para mí eso eran algunos blancos, tupamaros y Wilson. Se sintetizó en eso, pude haber estado equivocado pero luché por eso y caí preso. Cuando uno entra en esas circunstancias secretas, de conspiración y de enfrentamiento armado, uno puede caer preso o muerto, y cuando uno se arriesga a esto, más allá de las vicisitudes, queda marcado para toda la vida. Entonces yo me siento muy ligado al movimiento tupamaro aunque no esté integrando el MLN (lo dejé en 1974, como la mayoría). Pero al hacer esta revisión emocionalmente tiene su peso, y puedo decir en lo profundo de mi ser que soy un artista del partido americano. Y cristiano. Mi gran figura mística es San Francisco de Asís: fue el gran ejemplo durante toda mi juventud y durante toda mi vida.

-Trabajaste muchos años en programas de humor en la televisión que ya son legendarios, como Telecataplum y Plop!. ¿Cómo fue esa experiencia?

-En el teatro siempre hice drama, tragedia, y en la televisión, aunque hice unitarios serios, también tuve la suerte de hacer esos dos programas, la parte satírica de la comedia. Además de haber sido un sostén económico también fue una oportunidad de comunicar otro aspecto del arte dramático, que hice al lado de una producción fenomenal y un gran elenco. Era un programa nacional que tenía una audiencia que muchas veces les ganaba a las finales de fútbol. Todo el país lo veía. En dictadura se mandaban los videos al exterior a los familiares exiliados, incluso en Argentina se llegó a dar Telecataplum sin recurrir al humor de ellos, era puro humor uruguayo. Fue una manifestación muy importante de la cultura popular. Yo hacía, por ejemplo, el personaje “El pensador”, que salía tres veces durante el programa diciendo unas frases que siempre eran una crítica velada a la dictadura. Yo te diría que Telecataplum fue la oposición cultural popular a la dictadura, sin duda. Y estuvo 20 años. Después hicimos Los tres, en Canal 10. Éramos tres amigos: Albero Mena, Alberto Arteaga y yo. Lo escribía Alberto Paredes. Nos reuníamos todas las semanas en un boliche. Era media hora improvisada y de esa improvisación surgían historias. Hicimos 48 capítulos.

-Has interpretado personajes de Florencio Sánchez y también has dirigido sus obras…

-Sí, eso fue cuando era integrante del MLN. El MLN tenía su propio elenco, que se llamaba “el elenco de la Banda Oriental”. No hacíamos teatro en los teatros sino en los barrios, llevando la línea política del MLN. Dirigí Barranca abajo, de Florencio Sánchez, y cometí una salvajada porque le cambié el final: Zoilo, en vez de ahorcarse, agarraba la metralleta.

-¿Y dónde lo representaron?

-Coincidió con una de las llegadas de los cañeros, que terminaron en el teatro Odeón viendo esa función. Y al final Zoilo en vez de ahorcarse decía: “No, yo defiendo la tierra” y sacaba la metralleta. Fue un escándalo. En la prensa los titulares decían: “Zoilo es guerrillero”.

-¿Cómo es trabajar, como actor y como dramaturgo, con una obra de Sánchez?

-Florencio es un autor perfecto al que no le podés sacar una palabra. Tenés que hacerlo tal cual es. No hay manera. Es un genio, no podés sacarle palabras ni podés agregarle ninguna acción porque es perfecto cómo escribe. Es un dramaturgo fuera de serie, muy poco tenido en cuenta universalmente porque nació en el Río de la Plata. Es un autor comparable con Ibsen pero mucho más concreto. Tenía hasta el concepto del tiempo psicológico que tenemos en el Río de la Plata, que no es el del norte. Todas sus escenas y sus personajes son perfectos y tenía un conocimiento del arte dramático muy especial, con una estructura rápida. En mi experiencia, siempre que se hace Florencio Sánchez el teatro se llena.

-Con respecto a los premios Florencio, fuiste premiado por las interpretaciones de dos hombres que existieron en la vida real: Alan Turing, en Rompiendo códigos [1994], y Jorge Luis Borges, en La memoria de Borges [2008].

-Tengo dos premios Florencio pero también tengo tres Iris, el Hombre del Año, premios universitarios, premios en Argentina al mejor actor. Éste es mi reconocimiento número 17, que en términos místicos es la plenitud. Son los 153 peces que Cristo después de resucitar saca del mar con los apóstoles. 153 en la numerología mística es la sucesión de 17, simboliza el tronco del árbol de la vida. También me nominaron al Florencio, aunque no gané el premio, en 1981 por otra obra que también está basada en un personaje real (Joseph Merrick), en El hombre elefante. El actor Laurence Olivier decía que en toda su carrera un actor no hace más de tres personajes, y si además uno de ellos es Hamlet ya está. Yo tengo Hamlet, El hombre elefante, Turing y Borges. Esos cuatro personajes existieron y es distinto interpretar un personaje ficcionado por un autor pero que existió. Sobre todo es curioso en el caso de Borges, a quien conocí muy personalmente.

-¿Cómo fue eso?

-Bueno, Borges era un místico. Cuando yo estaba exiliado en Buenos Aires lo conocí y fue él quien de alguna manera me inició por otro camino de la mística a través de la Cábala. Luego, cuando la BBC de Londres hizo acá su vida en un largometraje que se llamaba Borges por él mismo, yo hice de Borges joven y ahí nos volvimos a juntar. Para Borges todo era causal, nada era casual, y le impresionó mucho saber que yo era aquel joven que lo había visto dar una conferencia en una sinagoga judía, a donde fui llevado por una amiga. Una semana después, iba caminando por la calle Florida y me lo encontré en una confitería. Estaba tomando un café y le dije: “Borges, ¿me puedo sentar con usted?”. De ahí surgió una relación telefónica muy fuerte y diez años después sucede esto de la BBC, que viene a Montevideo y me elige para hacer de Borges joven. Me encuentro con Borges, le cuento la historia, y fue una historia de destinos. En nuestros encuentros no se hablaba de literatura y eso yo lo digo en la obra. Decía: “Jones, yo le pido una cosa, que no hablemos de literatura. Estamos de acuerdo en Shakespeare, Melville, Chesterton, Cervantes, Dante y los clásicos griegos, lo demás no es nada, hablemos de misticismo, de Cábala”. Y ahí también encontré un tipo comprometido, con ideas políticas propias, un librepensador, contradictorio, con la derecha y con la izquierda.

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