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Luisa Luisi

“Y los hombres no oyeron mis cantos”

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La vanguardista Luisa Luisi: pedagoga, crítica, feminista y poeta.

El 11 de abril se cumplió el septuagésimo aniversario de la muerte de Luisa Luisi (1883-1940). La fecha impulsa intentar, una vez más, remover la pátina que cubre el legado de una pensadora a quien Ida Vitale llegó a definir como “La olvidada”, sellando con este epíteto la memoria de una obra intelectual pocas veces asociada a un nombre cuya singularidad sonora se empeña en salvar de la erosión del tiempo.

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En la entrega de Capítulo Oriental dedicada los poetas del 20, Ida Vitale citaba una reflexión crítica de Luisa Luisi para referirse al panorama literario de Montevideo. Sin embargo, el Capítulo Oriental siguiente, El pensamiento y la crítica, a cargo de Washington Lockhart, no hizo mención alguna a la labor crítica de Luisi, como tampoco la haría a la poetisa el último fascículo, 100 autores del Uruguay. Alberto Zum Felde le había dedicado sí un apartado, parcial y algo injusto, en su Proceso intelectual del Uruguay (1930), desde donde sentenciaba impiadoso: “Su poesía es toda de cuño intelectualista, careciendo su floración gris, de la virtud y de la gracia esencial y puramente estéticas”.

Luisa Luisi (1883-1940) fue maestra y su preocupación por las mejoras en el terreno de la educación, sobre todo en la formación primaria, ocupó la mayor parte de su obra ensayística. Son antes que nada sus ideas de vanguardia -en cuanto a la importancia de la educación inicial en la formación de los futuros ciudadanos y a la igualdad de género y de clase, y en cuanto a la alfabetización como punto de partida de una concepción de educación más integral- las que le valen un lugar de relevancia en la historia del pujante Uruguay de las primeras décadas del siglo pasado.

Como pedagoga tenía una visión global y aguda del proceso educacional que no nublaba su visión práctica, en atención a la cual impulsaba proyectos de reestructura de las escuelas. A partir de una sólida premisa general se abocó al cuidado de lo particular, proponiendo la adecuación de las estructuras edilicias de las escuelas (en su visión, los edificios destinados a estos fines debían ser utilitarios, pero a su vez debían contemplar ciertos preceptos artísticos, sobrios y con elementos naturales). Promovió la imposición de una concienzuda educación artística de impronta americanista, que abarcaba la revisión de múltiples elementos (desde las canciones que se enseñaran hasta las láminas que colgaran de las paredes de las aulas), la estimulación de los paseos al aire libre, del canto, gimnasia y dibujo como actividades curriculares imprescindibles y la reducción del número de niños por clase.

La escuela era para Luisi un lugar de compensación de las deficiencias educacionales del hogar, un espacio sin suntuosidades que pudieran despertar en el niño “ideas de grandeza que la vida ha de destruir después”. Resumió estos conceptos en la frase “No olvidemos que la escuela debe ser el recinto en donde, siquiera una vez en la vida, el hombre realice la igualdad absoluta, sólo rota por el mérito o la virtud de cada niño”. La escuela como sinónimo de oportunidad fue asimismo la plataforma para la defensa de la educación terciaria femenina, que expuso contundentemente en su trabajo Independencia económica de la mujer.

Tan ilustradas como valientes

Lejos de defender el trabajo femenino como un “derecho” de las mujeres, para Luisa la independencia económica era una “obligación”: “Toda mujer está en el deber para consigo misma, para con los hijos que un día pueda tener, y para con la sociedad, de elegir una profesión u oficio en su edad adolescente y de perfeccionarse en él hasta hacerse económicamente independiente.”

Su obra feminista fue pertinaz desde el discurso pero poco activa en la práctica. Fue Luisa quien blandió la palabra en defensa de la “equivalencia” de género (que no es lo mismo que igualdad, aclaró), pero fueron sus hermanas quienes dieron las batallas siendo pioneras en el ámbito universitario: Paulina al recibirse como la primera médica del país y Clotilde como la primera doctora en Derecho uruguaya. Hijas de un masón y legionario de Garibaldi, Ángel Luisi, y de una maestra defensora del derecho a voto de las mujeres, Josefina Janicki, la liberalidad de la casa paterna, adelantada a su contexto, insufló en los ocho hermanos Luisi-Janicki unos aires de igualdad y laicidad que removieron algunas estructuras en la sociedad sanducera, donde residió al principio la familia, y que casaron divinamente con las ideas varelianas y los preceptos del Estado batllista que encontrarían al trasladarse a la capital.

Consciente de la lejanía de la concreción de sus aspiraciones de independencia para el género femenino, Luisi no se quedó en la postulación de ideales abstracta y reclamó el establecimiento de una escuela profesional para mujeres, anexa a cada escuela primaria superior, así como la apertura legal para las mujeres de todas las carreras liberales, con el fin de que todo individuo pudiera optar y acceder a toda carrera universitaria.

Faltaban casi diez años todavía para que Virginia Woolf reclamara “un cuarto propio”, cuando Luisa Luisi, la señorita, defendía el derecho a toda una casa para la mujer autosuficiente y la obligación de un marido económicamente prescindible.

“La muy fina crítica”

Señalada como lo estuvo por su vocación magisterial, Luisa Luisi fue ante todo una intelectual. Frecuentó por su labor poética y crítica los fértiles ambientes literarios y las revistas culturales del momento. Integró, desde el primer número en 1918, el cuerpo de colaboradores permanentes de Pegaso, desde cuyas páginas se la proclamaba como “un valor consagrado dentro de la literatura nacional”. En esta revista, dirigida por Pablo de Grecia, José María Delgado y Rodolfo Mezzera, colaboró con poemas, como “Yo soy un árbol” o “He dejado caer tu imagen de mi alma...”, pero también con críticas literarias, como la que apareció en 1921 con su firma comentando la escritura del vanguardista ecuatoriano Hugo Mayo, a quien incluyó en su nota en “La entusiasta falange de los ultraístas”. Sobre el final de la década del 20 practicó en La Pluma, de Zum Felde, su ejercicio crítico siempre entusiasmado, severo pero amable, cálido, como -dicen- era ella. Sus versos aparecieron también en las páginas de Teseo. Más llamativa es la aparición en 1930 de sus poemas “Cosecha tardía” y “Crepúsculo en Malvín” en distintas entregas de la revista Cartel, dirigida por Julio Sigüenza y Alfredo Mario Ferreiro, por la evidente filiación vanguardista de la publicación, promotora de una estética que nada compartía con los cantos consonantes y medidos de Luisa.

Participó asimismo en el semanario Acción, como colaboradora y como lectora activa, enviando sus opiniones políticas que no dejaron de ser publicadas en esa publicación, de Carlos Quijano. Tanto había crecido su militancia política en el último tiempo que a su entierro invitó a través del diario El Día la agrupación batllista Avanzar, de la que era afiliada: “Se exhorta a los batllistas para que concurran al acto del sepelio de Luisa Luisi, extraordinario valor de mujer, que ha enaltecido a la intelectualidad nacional y a nuestro Partido con el aporte superior de su calidad, de su desinterés y de su valentía”.

No se privó tampoco de incursionar en el comentario teatral, ya que tras el estreno en 1937 de La fuga en el espejo, muy polémica puesta del texto dramático de Paco Espínola, Luisa publicó para el diario El Plata una extensa reseña crítica en dos entregas, en la que coincidía con JC Onetti en la defensa de la obra y demostraba su erudición también en esta disciplina.

En la Alfar de Julio C Casal encontraron también buena acogida sus poemas, ilustrados por Rafael Barradas, y desde esas páginas continuó ejerciendo la crítica y la reseña, con un estilo inequívocamente pedagógico que abunda en la celebración de los aciertos y sugiere sin terminar de enjuiciar. Así, Luisa se dirige a los autores que critica en segunda persona, proponiendo un diálogo y comentando con humildad sus impresiones bajo fórmulas del tipo: “Pero yo debo confesarle que hubiera deseado un mayor desarrollo en las situaciones psicológicas, un estudio más acabado de los personajes que aparecen un poco esquemáticos [...]”, para concluir, entusiasta: “El ensayo es digno del mayor elogio, pero no me parece todavía una novela acabada. Yo estoy segura de que usted ha de obtener triunfos muy certeros y muy sólidos [...]”.

Con este estilo, que defendía en el prólogo a su A través de libros y de autores, de 1925 (“Para mí la crítica no es, ni puede ser, más que una opinión personal”), Luisi tuvo muchos aciertos y algunas incertezas críticas, vinculadas estas últimas a su recelo frente a las nuevas tendencias literarias que se colaban muy lentamente en el Río de la Plata. A modo de ejemplo, en su reseña deshecha en alabanzas para La nave del alba pura, de Jesualdo, escribe: “Su modernidad modernísima, está lejos de la extravagancia sin sentido de los jóvenes izquierdistas, para quienes todo consiste en llamar la atención a cualquier precio, sin ningún imperativo profundo de convicción estética, ni siquiera la necesidad espiritual o temperamental”. Parece difícil entender por qué sus ideas vanguardistas sobre educación y feminismo no pudieron filtrarse a su comprensión de la obra de arte, y mucho menos a su creación, con la que no llegó a pretender siquiera ningún grado de subversión.

Luisi defendió fervorosamente la poesía de Delmira, María Eugenia y Juana. Fue de las primeras en señalar lazos a priori invisibles entre Agustini y de Ibarbourou. De la primera sostiene: “Delmira Agustini no es solamente la primera poetisa de América; es, si no el primero, por lo menos uno de los primeros poetas de América.” De la gracia de Juana discurre en su conferencia “Tres aspectos de la poesía uruguaya contemporánea”, en la que rescata además lo pintoresco en Fernán Silva Valdés y lo profundo de Carlos Sábat Ercasty. El mismo Zum Felde, quien menospreciaba su capacidad crítica y su talento poético, comienza su comentario sobre Juana en Proceso intelectual... con un “inspirado” acercamiento entre la poeta de América y Delmira, de las que dice “Por el bosque sagrado de Afrodita, ambas caminan cogidas de la cintura”. A los vínculos de Juana con Ana de Noailles dedica el crítico varias páginas sin citar tampoco a Luisi, quien había ahondado ya en todas estas relaciones en A través de libros...

En el mismo célebre volumen, Zum Felde consigna en el apartado reservado a Jules Supervielle: “Con el título Bosque sin horas, una librería montevideana ha publicado, en 1934, un conjunto de sus poemas, traducidos al castellano por poetas hispanos y americanos jóvenes de los de mayor calidad, Alberti, Guillén y Salinas, entre otros”. En la ilustre lista de poetas se cuenta una sola traductora, Luisa Luisi, nombre que una vez más Zum Felde se cuida de disimular.

“Ese hechicero no sé qué”

Además se sus ensayos y de su obra dispersa en revistas, periódicos y conferencias, Luisa Luisi publicó cuatro poemarios: Sentir (1916), Inquietud (1921), Poemas de la inmovilidad (en el que aparece el verso que da título a esta nota), Canciones al sol (1926) y Polvo de días (1935). Recién en los versos del 26, escritos bajo el influjo de una parálisis que la acompañó durante años, reconoció la crítica su capacidad lírica.

En general, su obra poética fue tachada de cerebral, de exacerbadamente intelectual. Sin embargo, en “Mis versos” Luisi se refiere a su ideal estético con estas palabras: “Los quiero calientes de sangre,/ como un ardiente rubí;/ con toda la sed y toda el hambre/ del humano vivir.” Y eran éstos los valores que ella misma celebraba en la obra ajena, como puede leerse en la mayoría de sus críticas o en la honestidad con la que admira tanto la frescura y la candidez de Juana como la pulsión pasional agustiniana. Es curioso que olvide los valores estéticos que reivindica en la crítica cuando le toca ser la poetisa, aunque no deja de ser entendible. De alguna manera se explica en lo que apuntaba JM Delgado sobre Juana de Ibarbourou: “Sabe dar a todo lo que toca ese hechicero no sé qué, patrimonio exclusivo de los poetas verdaderos”. No hubo conocimiento que conjurara ese hechizo para Luisa.

La ineluctable sombra poética de Delmira y María Eugenia primero y de Juana después fue demasiado densa como para poder percibir la débil luz que irradiaron sus versos de epigonal modernismo, legítimamente relegados.

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