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Daniel Melingo

Foto: S/D autor

El tango clorhidrato

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Daniel Melingo vuelve a Montevideo.

Desde su debut como solista, hace ya más de una década, Daniel Melingo se ha convertido en un visitante frecuente de Montevideo. El próximo sábado se presentará nuevamente en La Trastienda Club, con su último disco, Maldito tango. Es una buena ocasión para publicar una entrevista inédita, en la que este particular personaje -mezcla de rockero melancólico y reo tanguero de barrio- habla sobre la música, la vida y la escasa diferencia entre ambas.

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-Hagamos una especie de identikit. ¿Sos porteño? Hablame de tu barrio.

-Sí. Soy porteño. Nací en Barrio Norte y vivo hace 20 años en Villa Ortúzar, el barrio de Osvaldo Pugliese. Es un barrio muy tanguero; queda entre Colegiales, Villa Urquiza, Chacarita… Un barrio medio oculto; en los boliches de la esquina todavía se discute entre los viejos si Piazzolla es o no es tango. Se palpa el tango en ese barrio. A una cuadra de mi casa está la cantina de Don Chicho, que era un lugar obligado a la salida -tipo cuatro o cinco de la mañana- de la radio El Mundo. Iban a bolichear todos ahí: el Polaco, Di Sarli… Era una parada obligatoria.

-¿Te considerás un excursionista musical con destino tango?

-Sí; me pasó algo curioso unos años atrás, digamos que fui descubriendo todo el corpus poético del lunfardo y es muy grosso. Estoy descubriendo poesía lunfarda de los años 20 y 30; incluso la poesía carcelaria, que es la anterior al lunfardo, la que todavía era una poesía romántica, casi naïve, se podría decir. Uno de los exponentes que tenemos es Andrés Cepeda, que es el letrista de los primeros tangos que grabó Gardel. Es un prelunfardista de poesía carcelaria, que en realidad no tiene nada de carcelaria. No sé por qué le llaman así… Bah, en realidad porque la escribió en la cárcel, no por el lenguaje.

-¿Se llega o se vuelve al tango?

-Y... las dos cosas. Es como la víbora de la medicina, con el veneno cura. Pero se nace en el tango y se vuelve, o nunca se deja de ir. No sé. El tango es casi metafórico. Yo creo que está esperando ahí por nosotros.

-Dicen que se empieza a sentir a partir de los 30.

-Claro, porque es una música histórica y cuando uno va haciendo historia con uno mismo se va remitiendo un poco más a la historia, e indefectiblemente desemboca en el tango.

-Volviste al clarinete, porque al principio era más bien guitarras y lo habías dejado de lado.

-Lo había dejado de lado. Ahora volví o le encontré el lugar en el tango, digamos, porque no es fácil ir poniendo los colores para no apelmazar todo. Prefiero ir de a poco para que no se haga un cocoliche. Hay mucho bochinche también en el tango, por eso me incliné a un tono más intimista, o sea, a reducir la instrumentación e ir directamente con el golpe bajo de la letra, con la voz íntima, sin tanta parafernalia instrumental.

-Conociste personalmente a Edmundo Rivero, ¿no?

-Sí, a Edmundo lo conocí de chico. Siempre con un respeto que estaba cruzando el miedo, o sea, yo era muy chico y él era muy grande. El segundo marido de mi madre fue su representante y lo conocí en casa. Tengo una anécdota muy graciosa de Rivero: estábamos en la casa de él, yo era chico, y la mujer vino del dormitorio gritando que había encontrado una rata en las cajoneras donde guardaban las toallas y la ropa de cama. Despavorida, vino la mujer. Y era que había encontrado el bisoñé, media peluca o peluca corta, que encanutaba entre las toallas. Porque la mujer no sabía que encanutaba los bisoñé y casi le da un infarto.

-Miguel Abuelo era casi tanguero, ¿no?

-Sí; su hermana Norma era muy folclórica y Miguel tenía una raíz campera, se podría decir, dentro de lo urbana que fue su poesía. Él fue luchador minimosca. Era un revolucionario realmente y lo recuerdo con mucho cariño, pero ante todo agradecido porque de la mano de él pude haber formado parte de un grupo importante de los 80 como Los Abuelos de la Nada.

-Ahora que decís “luchador minimosca”, Enrique Symms en una nota sobre luchadores callejeros les dedica unas líneas a Willy Crook y a vos y los define como “gladiadores”. ¿Qué opinión te merece?

-Mmm… Yo lo quiero entrañablemente a Enrique, pero hablando de gladiadores callejeros no sé si debo recordar la anécdota de un día en que hubo un entredicho entre Miguel [Abuelo] y Enrique. Miguel era muy petiso, ¿no? Pero era muy compadrito, muy bravo. Y Enrique es grande, alto. Y hubo una disputa entre ellos y en un descuido Miguel dio un salto, una patada voladora, un centro a la olla, y en un cabezazo le partió la nariz.

-Creo que hasta lo cuenta en la anécdota, si mal no recuerdo…

-Realmente fue un momento de locura, esas boberías enloquecidas. Cuando me di vuelta estaba sangrando. Nos relacionábamos así en los 80, a los golpes.

-Por lo que contás, los 80 fueron mucho más tangueros de lo que la gente cree.

-Había mucha calle, mucho ambiente.

-La efervescencia posdictatorial.

-Sí; la locura, las ganas de salir a la calle; así se gestó toda esa movida de comienzo de los 80. Para mí al final de la década vino la decadencia porque esa decadencia la tomaron los “intelectuales” de los grupos que comenzaron y eso mismo hizo salir a flote a muchos grupos que llegaron después. Fue de alguna manera una época de esplendor y el caldo de cultivo está al comienzo.

-Has colaborado con Luciano Supervielle. ¿En qué lugar te situás respecto de propuestas así? ¿Te sentís parte del tango de hoy?

-No; es parte del bochinche por el que está pasando el tango ahora. El bochinche en el buen sentido, tanto como lo que hago yo, que es nuevo tango pero no es electrónico, como el tango electrónico; son un poco el caos que está viviendo ahora el tango.

-¿Es un nuevo fenómeno a lo Piazzolla el que está viviendo ahora el tango?

-Es muy diferente. Piazzolla fue un solo personaje que se dedicó a abrir y cerrar las puertas. Esto abrió un poco más el juego; o sea que gente que sabía un poquito de tango y un poquito de electrónica encontró su lugar ahí. Por eso te digo que para mí es un momento de transición, que va a decantar en algo un poco más serio con el paso de los años.

-Vos igual experimentaste un poco con versiones en Tangos bajos.

-Sí; para mí son herramientas expresivas justificadas, pero no deja de parecerme transitorio, como de búsqueda. Pero al mismo tiempo creo que le está aportando y lo está haciendo reflorecer.

-Pero si vamos a la poesía del tango, el rock y el tango en definitiva hablan de lo mismo: las minas se siguen yendo y los problemas siguen siendo los mismos.

-Es que son los temas universales. La vida, la muerte, el amor, y pará de contar. Después es la manera como lo contás y como lo decís, porque el sentimiento de desolación siempre está.

-¿En tus letras podríamos hablar de “explicitismo”?

-Todo vale. En esta época posmoderna en que vivimos, todo va con el aluvión informático. Estamos viviendo en forma límite todo el día y todo vale.

-Por eso lo del “tango clorhidrato”.

-Las drogas no pertenecen ni al tango ni al rock, pertenecen a la miseria del hombre, nada más ni nada menos. Las drogas siempre han acompañado al hombre a lo largo de la humanidad, y habrá que lidiar con sustancias químicas lo que haga falta.

-¿Se puede vivir del tango más que del rock?

-Se puede vivir curándose con la música. El mundo está enfermo en general y la música es un buen antídoto, una buena medicina, y es mejor cantarla, hacerla, escucharla y hace bien hasta para los huesos… Me olvidé de la pregunta.

-Te hablaba del dinero.

-Ah, el dinero… Yo nunca me preocupé por vivir de la música, me preocupé por hacerla y por ser fiel a lo que hacía, pero nunca dejé de hacer o hice algo por el dinero. La buena vida no es algo que me preocupe, vivo humildemente y vivo bien tranquilo, con la conciencia de lo que hice y habiendo tomado o dejado cosas sin la parte económica, y eso es algo que marca el trabajo que hago.

-¿Escuchás mucha música?

-Escucho, pero me gusta mucho el silencio. Lo necesito, porque a veces uno llena la cabeza de música y está bueno limpiarse un poco con el silencio, está bueno empezar de cero.

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