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José Saramago en el Paraninfo de la Universidad, 2 de mayo de 2003.

Foto: Fernando Morán

El último Nobel popular

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José Saramago fue despedido con honores (y críticas)

Portugal perdió a su escritor más consagrado y la izquierda clásica a una de sus voces más reconocibles.

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La noticia de la muerte de José Saramago, de 87 años, se conoció el viernes, pero no fue exactamente una sorpresa, ya que se sabía que padecía de leucemia y había debido cancelar varios compromisos en los últimos meses. El propio escritor aludió a su condición de salud el año pasado, al lamentar la muerte de su colega Benedetti (“Siempre quedaba esa ingenuidad que es pensar que lo inevitable se puede posponer, pero no se puede, y cuando llega, como acaba de llegar para Mario Benedetti, es muy duro”, dijo entonces).

Como Benedetti, Saramago representa bien al tipo del intelectual comprometido que proliferó en los años 60. La opción del portugués fue más clásica que la del uruguayo (que en aquella década se fue aproximando al programa revolucionario del MLN): en 1969 se afilió al Partido Comunista, ilegal durante la dictadura de Salazar, y formó parte de la Revolución de los Claveles, que acabó con ese régimen en 1974. Y a diferencia de Benedetti -que pasó por sucesivos procesos de politización y despolitización de su literatura-, Saramago permanecería fiel a la matriz ideológica marxista, incomodando a más de uno con sus opiniones (e, inevitablemente, aburriendo a otros con sus esquemas fijos).

Entre quienes no amaron a Saramago están las autoridades del Vaticano. Es comprensible: el portugués hacía gala del anticlericalismo radical y cargado de humor que se daba con frecuencia en la península ibérica durante el siglo pasado. En por lo menos dos de sus novelas, Saramago se dedicó a usar los textos cristianos para cuestionar la doctrina religiosa: la exitosa y polémica El evangelio según Jesucristo -publicada en 1991, seis años antes de que Norman Mailer diera a conocer El evangelio según el hijo- y la reciente Caín (2009), donde se puso del lado de uno de los “malos” de la Biblia.

Por este tipo de juegos, entre otras cosas, L’Osservatore Romano no le dedicó un obituario muy entusiasta: “Fue un hombre y un intelectual de ninguna admisión metafísica, hasta el final anclado en una proterva confianza en el materialismo histórico, alias marxismo [...] Por lo que respecta a la religión, atada como ha estado siempre su mente por una desestabilizadora intención de hacer banal lo sagrado y por un materialismo libertario que cuanto más avanzaba en los años más se radicalizaba, Saramago no se dejó nunca abandonar por una incómoda simplicidad teológica”.

La iglesia portuguesa, en cambio, trató la muerte del escritor como un acontecimiento nacional, y se sumó a las autoridades del país en el pesar por su desaparición. Ocurre que Saramago no sólo fue el único Nobel de Portugal, sino también un escritor en el que lo portugués era parte de la esencia de su obra. Desde Memorial del convento (1982), donde tomó como punto de partida la construcción de uno de los edificios más notables de la arquitectura lusa (el convento de Mafra), a la kafkiana Todos los nombres (1997), que pinta una ciudad y sistema burocrático que aluden todo el tiempo a la Lisboa de Fernando Pessoa. Por si quedara alguna duda sobre la conexión Saramago-Pessoa, está también El año de la muerte de Ricardo Reis (1984), que desde el comienzo alude a uno de los heterónimos pessoanos.

Pinta a tu alcalde

Aunque representan la faceta más conocida -y la primera: comenzó en los años 40- de su obra, Saramago no escribió sólo novelas. De su autoría son cuatro poemarios, cinco colecciones de relatos, cinco piezas teatrales, cientos de crónicas periodísticas y varias formas de la autobiografía, como sus Cuadernos de Lanzarote (el escritor residía en esa isla de las Canarias con Pilar del Río, su traductora al español) e incursiones en el blog, que luego publicaba en forma de libro. No le fue ajeno el ensayo, ya fuera en forma explícita o novelada, como el conocido Ensayo sobre la lucidez, donde cuestiona la esencia de la democracia representativa en un sistema en que la participación de los electores es casi nula; muchos uruguayos recordaron este texto a cuento de las elecciones para alcalde del mes pasado.

Otro de los “ensayos novelados” de Saramago -que usan la aldea como alegoría del mundo-, el Ensayo sobre la ceguera, es el responsable de su fama internacional a partir de Blindness, la versión para Hollywood que realizó Fernando Meirelles en 2008 (y que incluyó el rodaje de escenas en Montevideo durante el año anterior). En el mundo hispano su fama había llegado bastante antes (pero de todos modos queda claro que Saramago fue un escritor que floreció ya cumplidos los 50), y estaba en su pico cuando le fue concedido el Nobel de Literatura en 1998. Al repasar la nómina de los premios suecos, cuesta encontrar desde ese año un autor tan leído, al menos por estas costas.

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