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Escalera al cielo

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Cine. Desde mi cielo (The Lovely Bones). Dirigida por Peter Jackson.

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Una chica de 14 años asesinada por un vecino pervertido va a parar a una especie de limbo, desde donde observa el devenir del mundo de los vivos, que envuelve grandes conflictos entre sus parientes -traumados por la pérdida que sufrieron- y los intentos de descubrir quién fue el asesino. La autora del libro original, Alice Sebold, ubicó la historia a partir de 1973, quizá para reflejar aspectos de su propia adolescencia. Peter Jackson aprovecha la sugerencia de época para componer el estilo visual del limbo personal de Susie como algo parecido a las tapas de los discos de Pink Floyd o el Houses of the Holy, de Led Zeppelin, filtrados por la visión de una muchacha angelical (es decir, más pueriles, despojados de sus aspectos inquietantes y reducido a un bucolismo pos-jipi). Son paisajes inestables, donde las hojas de un árbol pueden todas alzar vuelo bajo la forma de mariposas, un pastizal puede hacerse líquido o la luna convertirse en un reloj enorme. Este paisaje, que en buena medida parece ser una construcción onírica del espíritu de Susie, es infiltrado de distintas maneras con elementos exteriores a ella, que provienen de las demás víctimas del asesino serial, o del mundo de los vivos. Así, por ejemplo, el padre de Susie prende una vela en su habitación y en el más allá una glorieta se ilumina tenuemente.

Este tipo de vínculo, además de direccionar la fantasía gráfica surreal, propicia varios momentos de virtuosismo de montaje alternado, pero no es la única ocasión para el ejercicio de éste. Hay todo un regodeo con la alternancia de imágenes y situaciones, trabajada con raro refinamiento y preciosismo en los cortes: los pies de Susie (todavía viva) en el maizal cortan para la comida raspada con un cubierto en la cena en el comedor de su casa, el movimiento de la puertita de una casa de muñecas corta en continuidad para una puerta real. Es como si Jackson, luego de sus mastodontes basados en Tolkien y de su King Kong, se hubiese querido volver a probar en un ámbito más detallista, íntimo, de orfebrería cinematográfica, pero sin dispensar la enormidad de recursos que ahora tiene a su disposición.

A priori, el que Jackson fuera a hacer una película sobre una adolescente y un asesinato era una noticia alentadora para todos los admiradores de su increíble Criaturas celestiales (1994). Pero no hay vuelta: el título irónico de aquella película aquí puede aplicarse en forma patéticamente literal, y para peor condicionado por las decenas de millones que costó, que tienen sus severas consecuencias en autocensura para contemplar el sector puritano del público yanqui: es una película sobre la víctima de un maniático sexual, pero no hay cualquier referencia directa o indirecta a la violación -que sí está explicitada en el libro original-; la “sexualidad” de Susie está limitada a la idea del beso al príncipe encantado; y el cuestionamiento social se detiene en “aconseje a sus hijos a no hablar con extraños” y a mirar con prevención a cualquier vecino sin familia y que no se dedique a las cosas a las que se dedican las personas “normales”. Una cosa es mostrar el imaginario de una adolescente de los setenta, otra cosa es abrazar abiertamente esa estética -lo que ocurre aquí-, y todavía hacerla más terraja con una música ambient melaza (el peor costado de Brian Eno, autor de la banda musical) que acercan estas escenas de fantasía al espíritu de A través del universo (aquel musical hecho a partir de versiones edulcoradas de canciones de los Beatles).

Además Jackson debe ser el mejor ejemplo de un director que adquirió solvencia en todas las características de la Nueva Hollywood sin haber absorbido ni lo más elemental de la vieja, la Hollywood de verdad. Ello implica virtuosismo con los detalles pero una muy pobre visión del todo, o incluso de los procesos de mediano alcance. Hay mucho para maravillarse aquí si prestamos atención a cómo la cámara recorre largamente, como si fuera un espacio enorme, una hoja de papel que está hojeando Lindsey, o el concatenamiento de planos breves en la presentación de Harvey y que todos omiten su rostro (que queda fuera de campo, o fuera de foco, o mal iluminado, o tapado por algún objeto). Por momentos podemos pensar en una actitud casi transgresora, o casi de “cine de arte”, de hacer con que la sustancia de la película (en la que no ocurren demasiados “eventos”) repose sobre todo en las coincidencias enfatizadas por el montaje alternado, principal generador de suspenso y de significados. Así, el personaje de la abuela anárquica y alcohólica interpretada por Susan Sarandon, aparte de propiciar unos respiros pretendidamente cómicos, instaura un poco de caos y surrealismo en el hogar, impregnándolo de algunos de los atributos que tiene el mundo mágico en que vive Susie. Pero a la larga es medio sin gracia que el personaje no tenga más fin que ése, no sirva para nada en el desarrollo de la historia. Pocas veces vi una película conformista y mainstream con tantos cabos sueltos: se pone un énfasis en la conexión de Susie con su hermanito pero eso no lleva a nada, la madre se va de casa para después sencillamente volver, Susie se reúne en el cielo con las otras víctimas sólo para luego separarse de ellas, la misma presencia de Susie en el limbo no va a traer cualquier consecuencia, y las meditaciones sobre la forma como los espíritus pueden quedar atados al mundo de los vivos valdrían igualmente para una chica víctima de cáncer o que la hubiera pisado un auto. Para colmo, la escena clímax (cuando Lindsey encuentra las evidencias que incriminan a Harvey) tiene un desenlace ridículamente inverosímil, además de irritante y frustrante. La pátina pulida de la película quizá impida apreciar la calidad bizarra (en el sentido malo) de ésta y de otras escenas (la del padre con Harvey, la del padre con el novio de la chica en el maizal, la del encuentro póstumo con Ray, una sensibilidad muy Crepúsculo).

En ese contexto el final poco convencional (lo que se esperaría que fuera el clímax ocurre más bien como epílogo, por fuera de la cadena causal) deja de operar como libertad creativa y queda sencillamente como una carencia más.

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