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Raúl González, de Guatusi.

Foto: Nicolás Celaya

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Guatusi se presenta en la Zitarrosa.

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Ser pelado no es algo que te deba poner necesariamente contento. Ahora, raparse es otra cosa. Más aun si el rock corre por tus venas o si en tu cuarto alguna vez pegaste un póster de Luca Prodan o del Indio Solari. También es cierto que la cosa se desvirtuó después y algunos “pelados” aparecieron cantando cumbias y cuartetos, hasta que la moda llegó al fútbol, fue la debacle y todos se pelaron. Hoy parece requisito para jugar en Primera. No obstante, queda alguno de la vieja camada. Raúl González es el pelado de Guatusi, el particular frontman que lidera un quinteto de la vieja escuela rockera de barrio, que ha recibido comparaciones nada menos que con Sumo y Los Redondos. Climático o salvaje, según lo indique la canción, pero siempre sorprendente, Guatusi se completa con Fernando Paco Pintos, Diego Varela, Nicolás Anastasiadis y Santiago Juan.

Este viernes -mientras trabaja en el disco que sucederá a Sapo- el combo se presenta nuevamente en la Sala Zitarrosa para presentar sus lados B, aquellas canciones que habitualmente no interpretan en vivo. Prometen invitados y sorpresas, sumados a los habituales caramelos ácidos de Nelson, ya casi un miembro más. La cita es hoy a las 21.00, pero antes nos juntamos con Raúl para descifrar algunos acertijos del entorno.

-Jorge Galemire es un fan confeso de Guatusi. ¿Ya planearon invitarlo a un show?

-La verdad que no. Pero tendríamos que hacer algo, juntarnos, porque se viene dando una relación naturalmente. Lo vi por primera vez en la barra de un boliche escuchándonos y después de bajar recibí un abrazo y palabras muy alentadoras. La verdad es que nos enorgullece. Yo lo había escuchado e incluso debo de ser de los pocos que conservan aquel casete de Los Championes.

-¿Podríamos convocarlo desde aquí?

-Creo que merece algo mejor planeado, pero sin dudas me diste una muy buena idea. A veces, por su nivel, uno lo ve distante como para decirle “che, venite”, pero tenés razón. Y siempre ha hablado muy bien de nosotros. Tenemos algo en común: conversando nos dimos cuenta de que la tapa de su disco Ferrocarriles y del nuestro Sapo las dibujó RicardoYates.

-¿Para cuándo el nuevo disco?

-Estamos trabajando. Espero que sea para el año que viene, pero la cosa con los sellos está difícil. No hay guita. Estamos en un momento bisagra, aunque se están vendiendo muchos instrumentos. Se vienen un montón de bandas nuevas. Va a venir una generación de bandas nuevas. Alguna será bueno y llegará. Hay muchos pibes estudiando música; las salas de ensayo están llenas.

-Hace un tiempo escuché a Fernando Cabrera en una entrevista en la que decía que Uruguay tiene demasiados músicos y que indefectiblemente no habrá público para tantos y muchos van a quedar por el camino.

-También lo escuché. Creo que tiene razón.

-Iconográficamente, en Guatusi sobresalen dos cosas extramusicales: la inclusión del caramelero y que a vos te falte una pierna. ¿Qué opinión te merece?

-Lo mío es complejo. He venido todo este tiempo elaborando cómo contarlo, pero siempre por defender a la banda y el laburo que hacemos. Sé cómo es la idiosincrasia del uruguayo y el problema es que te etiquetan y marchás. A medida que la banda se siga afianzando -y la gente se dio cuenta de que no es una banda oscura que promueva cosas negativas- saldrá a la luz. Si escuchás las letras, es una banda que hace que te vayas de un show con buena energía, por eso es que en un principio frené mi historia. Con respecto al caramelero, es un guatusi más. Yo lo defiendo mucho ante la banda porque a veces piensan que estamos cayendo en algo repetitivo. Pero mediáticamente Nelson nos ha llevado a un público más popular, no tan rockero, y ha sido muy beneficioso para nosotros, más allá de que hemos gestado una buena amistad. Pero retomando lo anterior, estoy de acuerdo contigo en que mi aspecto físico es una especie de logotipo natural.

-Es una asociación inmediata.

-Sí; es por eso que una vez dijimos que Guatusi era alquimia a la uruguaya, por eso de convertir el plomo en oro. Por esto de las muletas o bajar un caramelero de un ómnibus para crear una canción, o por el hecho de debutar con un disco en vivo desde una carpa y a pulmón, con un montón de invitados. Ojo: esto de la pierna se dio naturalmente porque soy el que está al frente de la banda. Nunca busqué explotarlo. Incluso cuando me emociono trato de disimularlo, pero son cosas que ocurren. En el video de “Desatornillado” abrí las muletas al aire y eso quedó. Hoy que lo veo con la perspectiva del tiempo, parece como si fueran alas, y las muletas son algo que te mantiene muy a tierra, me tienen podrido. La verdad, ahora volví a andar en bicicleta y esta buenísimo. Me amputaron a los once años y a los tres meses de salir del hospital ya estaba andando en bici. La imagen de que las muletas parezcan alas es el concepto de Guatusi: dar vuelta la situación de alguna manera.

-¿Dónde naciste?

-En Montevideo, en la Unión, y hasta ahora estoy ahí. Soy un tipo muy familiero y de barrio… tranquilazo.

-No es la imagen que das.

-No es la imagen que doy. Pero tengo cuatro hijos. No salgo mucho de noche… claro, es el Raúl estabilizado. Pasé por períodos muy jodidos; drogas, haber estado en cana... cuando me perdí, me perdí mucho. Ahora estoy muy bien pero fueron diez años de mi vida.

-¿Desde qué punto esos años de tu vida aportan hoy a las letras de Guatusi?

-Desde todo punto de vista. Haber estado en la oscuridad te permite hablar de la luz. Es algo que yo menciono en las letras y creo que es la característica del mensaje. Porque si escuchás las primeras estrofas podés pensar que te estoy hablando de algo pesado, pero si la seguís hasta el final te das cuenta de que hay una puerta de salida o que te está indicando cierto camino. Siempre doy las gracias a que los proyectos anteriores que tuve no fueron grabados, porque estaría arrepentido de textos que había escrito en esas épocas. De repente la ira. Que a los once años te amputen una pierna genera un montón de cosas. Fui un tipo agredido en forma inconsciente por la gente; de entrar a un lugar y que te digan: “Che, flaco, ¿qué te paso?”. O que se den vuelta a mirarte como un bicho raro porque te falta una pata. A los 39 años me chupa un huevo, pero a los once me sentía muy expuesto a todo eso y dolía bastante. Qué sé yo, ir por la calle y las viejitas diciendo: “Pobrecito el muchacho”. Ese “pobrecito” a mí me daba mucha bronca.

-Es que genera bronca.

-Mucha. La acumulé durante bastante tiempo, hasta los dieciséis, cuando uno arranca a ver las cosas de otra manera, y terminé después en un gran parate, porque el golpe más duro que tuve fue la prisión, mucho más que la pierna. A los dos días de caer nació mi segunda hija y me perdí dos años de su vida. Estaba en Brasil y en dos años tuve tres visitas. Fue jodido perder el contacto con la familia. Hace un rato te decía que me encantan el barrio y la familia. De todas formas, siempre agradecí que me pasara lo que me pasó, porque no me doy cuenta de qué otra solución hubiera sido positiva para mí. Las cosas, por jodidas que parezcan, siempre tienen su lado positivo. Y vuelvo a lo que te decía de la muletas en forma de alas.

-¿Los hijos son la luz?

-No; son un laburo, un compromiso de trabajo. Creo que la luz es de uno y por más que pases momentos de tiniebla permanece encendida. Uno es su propio candil. Los hijos son algo a lo que me comprometo y hago con mucho amor. El trabajo es guiarlos hasta el lugar donde no necesiten más de vos para seguir o hasta que puedan guiar a otra persona. Despegarse y perderlos, en el buen sentido, es el objetivo.

-Hace un tiempo hablaba con Emiliano Brancciari sobre el poder de la canción y lo que significa el mensaje volcado ante la masa. Vos escribís sobre cosas jodidas. ¿Es difícil ser ejemplo?

-Hay que ser cuidadoso. Las canciones son disparadores. Fijate lo que les pasó a Los Redondos: se tuvieron que separar por el efecto boomerang de sus canciones. Vos disparás desde la canción pero no sabés cómo la va a interpretar el otro. Yo siempre fui un kamikaze, pero a un hijo le tengo que decir: “Mirá que ir para adelante no significa reventarse”. Se puede ir con inteligencia y experiencia, entre otras cosas que yo dejé de lado. De todas formas, mi ejemplo no es el sermón del que no sabe de lo que está hablando. Yo lo que digo es: “No vayas a caer, pero mirá que si te pasa te vas a poder levantar. No pienses cuando estés ahí que no va a haber más nada. No te pegues un tiro. No desaparezcas, quedate. Eso te va a hacer subir un escalón o pasar a otro lugar”. Es lo que digo porque es lo que sé. Para mí es una manera de compartirlo. A mí me falta una pata y se ve, pero a todos nos falta un pedazo.

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