Son las 14.00. Llego a la rambla y 26 de Marzo, en el Buceo. El reloj/termómetro señala nueve grados, el cielo toldado le deja, sólo de a ratos, lugar al sol. Pero el clima no es impedimento para festejar, ni siquiera la lluvia sería un obstáculo. La alegría se siente, se comparte, se palpita como pocas veces.
Hay gente de todas las edades: bebés que no entienden nada, niños, adolescentes, jóvenes, adultos, veteranos; hay tanto hombres como mujeres. Cientos de caras pintadas con diversos diseños combinando celeste, blanco y amarillo. La gran mayoría saca fotos con cámaras y celulares.
Todos dicen “¡vienen cerca!”, “¡ahí vienen!” y se los divisa desde lejos. Unas adolescentes de un liceo privado forman una ronda, saltan y luego comienzan a gritar como locas, “ahhhhh”. Las cornetas, popularizadas ahora como vuvuzelas, suenan cada vez más y entre los gritos de fondo se cuelan otros más vibrantes: “¡Uruguay, carajo!”. Por el aire sobrevuelan los helicópteros; por tierra aparecen las motos y los móviles de la Policía con las bocinas encendidas, abriendo paso. Les sigue un camión de bomberos con su sirena prendida y vibra todo. Y entonces sí, detrás de ellos, viene el esperado ómnibus, que salió hace más de dos horas del Complejo Uruguay Celeste, ubicado en el departamento de Canelones. En los primeros asientos viene el director técnico de la selección, detrás y asomándose por las ventanillas, los jugadores. Saludan al gentío que los festeja y les agradecen con aplausos, gritos, saludos, pancartas, fotos, hasta con la simple presencia. Ellos pasan, la emoción está instalada y la fiesta no decae. Tan importante como sacarles fotos a los jugadores era registrar el festejo, asir de algún modo aquello nunca visto.
la diaria dialogó con un señor que miraba entusiasmado el entorno. Contó que cuando Uruguay salió campeón en 1950 él tenía tres años. Dijo que el festejo no se parecía en nada (para empezar la rambla no era tal); “ahora hay mucha más gente, por más que muchos están en el exterior; es algo sin palabras”, dijo mientras sus ojos hablaban por él. Había una señora que estaba allí desde las 10.30 esperando para verlos; otros siguieron la transmisión por radio y televisión y se escaparon del trabajo con el tiempo justo.
Nuevamente por la paralela a la rambla, las personas embanderadas y pintadas circulaban por las veredas, de regreso, contando con emoción lo visto.
Rumbo al Palacio
El seleccionado continuó por la rambla hasta llegar a la calle Paraguay, por la que desembocaría en Avenida del Libertador para llegar al Palacio Legislativo, donde hacía más de tres horas que el público aguardaba su llegada. La esquina de Paraguay y Colonia también es una explosión, se ve un montón de gente al mirar hacia 18 de Julio y un largo mar de personas hacia el Palacio. Allí la diversidad de público es mayor que en la rambla. El centro de la ciudad tiene eso: reúne personas de todas las clases sociales.
Carteles, cartulinas, pancartas con innumerables frases de agradecimiento, una de ellas dice: “Gracias por este pedacito de historia que escribieron a fuerza de garra, fútbol y corazón”. A pocos metros un vendedor grita: “¡A 20 las banderas!”. Hay globos celestes y blancos, chicas con los nombres de los jugadores pintados en la frente, varias pelucas celestes, redoblantes y manzanas acarameladas. No falta nada en esta fiesta, la sonrisa está instalada y se respira alegría.
A la altura de la calle Paysandú hay una pantalla gigante y parlantes con música. Prefiero seguir; resulta más atractivo el festejo espontáneo, no guiado. Se corre la voz de que el ómnibus con los jugadores viene cruzando 18 de Julio. Unas chicas comienzan a cantar “soy celeste” y el cántico es replicado por varios grupos y personas que intentan divisar algo. Había pancartas de Salto, Nueva Helvecia, Paysandú, Bella Unión; los de la localidad norteña se habían trasladado especialmente para los festejos. Las de Salto residían en Montevideo, portaban una pancarta que decía “Suárez y Cavani, orgullo de Salto!!! Lugano te amamos!”.
Ya más abajo, por la avenida un hombre vende remeras con una inscripción: “Yo no pedí nacer en Uruguay, simplemente tuve suerte”. Era un serigrafista del departamento de Maldonado. Al preguntarle si había hecho las camisetas antes de comenzar el Mundial reconoció que las había impreso luego del partido de Uruguay-Ghana y que se había trasladado a Montevideo el sábado para el partido por el tercer puesto y allí estaba, luciendo las nuevas impresiones. Los buenos resultados de la selección uruguaya lo habían motivado a incluir esa frase, que en ese marco resultaba indiscutible porque nadie renegaba del país.
“¡Se pinta, ‘Uruguay’ se pinta!”, grita un hombre que tiene sobre una mesita las pinturas con los colores homenajeados, para maquillar a los hinchas.
A la altura de la calle Nueva York se rumorea: “¡Se van por Rondeau!”. Es verdad, el desvío se ve de lejos. Nos lanzamos por Nueva York, hay dos cuadras de distancia para llegar a Rondeau, pero las sirenas están sonando, parece que vienen. Unos cuantos empiezan a correr y se suman más y más; corren madres con niños en brazos, otras llevando los cochecitos, y todos corremos. Llegamos pero vienen lejos aún. Un policía de tránsito que estaba en una moto explica que se desviaron porque sobre Avenida del Libertador había “demasiada gente”.
Se acercan, efectivamente, y me detengo. Pasan las motos a alta velocidad, abriendo paso y formando una línea recta que recuerda que aquello era una calle. Desde dentro del camión, uno de los bomberos agita la bandera de Uruguay y grita con todas sus ganas: “¡Uruguay nomá!”. Las personas en la calle saltan de alegría, otras aplauden. El ómnibus pasa, los jugadores saludan y agradecen la fiesta. “Se nos van”, dicen muchos luego de que pasaron, y comienzan a correr el ómnibus para seguirlo. Me recuerda la vuelta ciclista, cuando tras esperar rato largo, en menos de un minuto pasa todo el pelotón. Y la comparación viene al caso porque después de que pasan queda la adrenalina y la satisfacción de haber sido parte del acontecimiento.
En las afueras del Palacio Legislativo había una muchedumbre, ni un lugar donde ubicarse. Había niños encima de los monumentos, en las ramas y copas de los árboles. La visión no era buena porque la organización del recibimiento instaló una sola pantalla gigante, justo encima del escenario, y desde los costados no se podía ver nada.
Mate, cerveza y vino eras las bebidas que predominaban. En medio de la multitud había mesas con tortas fritas (ya prontas) y, más retirados, carritos de chorizos. Había olor a comida, a cigarrillo y también a marihuana. Salvo lo conflictivo que era desplazarse y abrirse camino entre tanta gente, el resto era todo una fiesta. Entonaron marcha “Mi bandera” y el Himno Nacional, que fueron cantados colectivamente. Pensé que no abundan los motivos para poner contenido a un concepto tan abstracto como el de patria y que el fútbol, en nuestro país, es el que encabeza esa lista, por lejos. Ojalá hubiera otros convocantes de este tipo.