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Desarticular el pantano

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Nueva contribución a los homenajes del año Herrera y Reissig.

Dos estudios ambiciosos y una serie de reediciones conforman el núcleo de las conmemoraciones por los cien años de la muerte de Julio Herrera y Reissig, en un centenario que, por lo menos en el plano editorial, viene superando al de Florencio Sánchez, también fallecido en 1910. Aquí, un análisis del abordaje que Eduardo Espina, periodista y poeta, hace de la vida y obra de Herrera.

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Torre de papel

A un siglo de la muerte de Julio Herrera y Reissig han aparecido dos libros-estudios largos sobre su figura. La mejor de las fieras humanas, de Aldo Mazzucchelli, discute el mito del Herrera recluido en la torre de marfil de sus versos y marca un antes y después en el estudio de su vida, mientras que Espina elabora, en Julio Herrera y Reissig: prohibida la entrada a los uruguayos, una lectura que lo postula como el primer poeta neobarroco.

A estas celebraciones editoriales se suman dos antologías, una a cargo de Ramiro Sanchiz (autor de la reseña publicada en esta misma página) para Estuario y otra del poeta y ensayista Roberto Echavarren, en su sello La Flauta Mágica. La editorial Hum ha anunciado también la reedición de Orientales: Uruguay a través de su poesía, de Amir Hamed, que dedica numerosas páginas al autor de La torre de las esfinges e incluye una selección de su poesía.

Como acaba de hacer Aldo Mazzucchelli con su biografía de Herrera y Reissig, Eduardo Espina se propone la creación de una figura nueva, diferente y más compleja que los modelos a escala hasta la fecha manejados. La tarea, basada en la lectura atenta del gran poeta del novecientos, es casi inédita en la crítica uruguaya, pues hasta ahora, como norma general, se dieron apenas aproximaciones parciales y comentarios de tono muy general o evidentemente parcializado y a todas luces incompleto sobre su vida y obra.

Prohibida la entrada a los uruguayos es el libro de un poeta y un lector minucioso, y por momentos suena a la obra de un activista o un revolucionario de la palabra, parado entre la multitud y gritándoles al oído a los que pasan a su lado, disfrazado de morsa como un militante del surrealismo en las calles de París. Es una lectura de Herrera desde la modernidad y las vanguardias, pero también sugiere una toma de partido ante ciertas formas poéticas, un trazado de la figura de Eduardo Espina (como crítico y poeta, en relación a Herrera, a la modernidad, a la literatura iberoamericana y, en particular, a ésa que llaman “uruguaya”) que merecería el comentario que le hiciera Eugène Le Fébure a Mallarmé con respecto a su “Sinfonía literaria”, un tríptico de textos sobre Banville, Baudelaire y Gautier, en el que en el proceso de “pintar a tres poetas” Mallarmé terminó “pintando cuatro”, porque desde la enunciación de aquellas palabras y conceptos también se estaba aludiendo a sí mismo.

Hay afirmaciones en Prohibida la entrada… que parecen descubrir enormes continentes que siempre estuvieron allí, aunque ningún cartógrafo se animaba a representar, y ése es -aunque sólo se trate de una sensación despertada por la prosa de Espina- uno de los grandes méritos de este libro, de los pocos ensayos de su extensión destinado a Herrera y Reissig (desde un uruguayo, al menos), poeta que ha merecido muchos prólogos y artículos pero muy poco más que eso, quizá porque pocos tienen el valor de atravesar el Mar de los Sargazos, con todo lo que ello implica, Triángulo de las Bermudas incluido, escorbuto y estrellas no auspiciantes también.

Desde la esfinge

De un modo disperso a lo largo del libro, cuyas unidades o capítulos -algunos de ellos válidos como ensayos en sí mismos- no remiten a poemas en concreto sino a recurrencias temáticas o verbales, en un juego que por momentos parece oscilar entre una rapsodia y una vasta composición en variaciones, la lectura de Espina se configura en gran medida en torno a “La torre de las esfinges”, poema emblemático de Herrera (“tour de force neogótico” es llamado hacia el final del libro) y probablemente su creación más ardua y desafiante a los códigos que han pautado (en 1909 y ahora) la legibilidad y la interpretación. Es desde este poema que se revisita la obra poética completa, siguiendo algunas líneas que claramente podrían tener un punto de origen en el torrente de décimas, imágenes, metáforas y palabras de la “Torre”, en el que Espina lee tres áreas que propone fundamentales de la práctica poética Herreriana: lo exótico, el erotismo y el misticismo u ocultismo.

El exotismo es abordado desde varios ángulos en la poesía de Herrera. Basta hojear cualquier edición de sus poemas para detenerse en títulos como “Idealidad exótica”, “Nirvana crepuscular”, “Unción islamita”, “Odalisca” u “Óleo indostánico”, recurrencias que Espina lee tanto como una marca de época (en el sentido de práctica textual común al modernismo hispanoamericano, al post romanticismo y al decadentismo, pero también como referente de la construcción de lo “otro” y lo “mismo”, del “aquí” y el “allá” del saber) como una vocación personal de Herrera por impulsar la poesía a un “más allá” lingüístico y conceptual. El uso de neologismos (“horoscopa”, “pitagoriza”, “tragedizaste”), el descalabro de la sintaxis y la acumulación de metáforas son pautas en las que Espina reconoce esa “violencia” ejercida por Herrera sobre la lengua y los códigos de lo poético, que lo hacen merecedor del calificativo de “primer neobarroco” y antecedente directo de las poéticas radicales de Huidobro, Vallejo y José Lezama Lima.

El Herrera presentado aquí por Espina se incorpora a la tradición de la poesía absoluta, iniciada -a grandes rasgos- por Mallarmé, continuada por su discípulo Valéry y luego diversificada o ramificada por las vanguardias, dedicada entre otras cosas a minar el acto referencial en el poema y a “crear” una realidad más que “reflejarla”. La lectura de Herrera desde esta perspectiva es especialmente feliz, ya que vuelve una especie de pseudoproblema la pregunta por el “significado” de ciertas imágenes de, por ejemplo, “La torre de las esfinges” (“fuegos fatuos de exorcismo / ilustran mi doble vista, / como una malabarista / rutilación de exorcismo”), aunque Espina, acertadamente, se encarga de señalar que esta caracterización no agota, ni mucho menos, la riqueza de la poesía de Herrera y Reissig.

El erotismo como segunda gran provincia del territorio herreriano es presentado ante todo como la otra gran faceta de rebelión de esta poesía, pero Espina también se detiene en reflexionar sobre la representación verbal del deseo y las relaciones entre la erótica y el misticismo o la trascendencia, además de considerar el lugar de estos “atrevimientos” herrerianos en la escena literaria y social del novecientos. El gran poema “La vida”, escrito en 1903 (reproducido en el apéndice del libro lamentablemente sin las múltiples notas a pie de página dispuestas por Herrera y Reissig), es leído de cerca y entendido como eje de gran parte de las propuestas elaboradas en esta sección.

Sin entender

El último apartado del libro profundiza en las relaciones entre la poesía de Herrera y Reissig y el ocultismo, el esoterismo y el espiritismo, que llegaron a Herrera de la mano de la poesía finisecular francesa -Mallarmé, Villiers de l’Isle-Adam, Joris Karl Huysmans- y también de las fuentes “primarias” de estas doctrinas, como ser Swedemborg, Blavatsky y Eliphas Levi. Es aquí donde Espina estira un poco quizá los conceptos a la hora de construir su versión o lectura de Herrera y Reissig.

Por ejemplo, al referirse a las influencias del esoterismo en “La torre de las esfinges” (en las que algunos críticos como NN Argañaraz y Enrique Marini Palmieri han creído ver una posible “clave” de la vertiginosa sucesión de metáforas en el poema), escribe “…galimatías hermético y sincrético donde la presencia de elementos teosóficos, espiritistas y cabalísticos responde a una maniobra subversiva del acoso racional y a la aceptación de la ilógica naturaleza de la realidad”. Creo que esta apreciación funciona muy bien desde el siglo XXI, después de tantos desencantos o incluso de la reiteradísima “caída de los metarrelatos”, pero dudo que gente como Eliphas Levi (pseudónimo de Alphonse Louis Constant, autor de Dogma y ritual de alta mágica -obra a la que Espina hace varias referencias-, nacido en 1810 y muerto en 1875, el mismo año en que nacieron Herrera y Reissig y Aleister Crowley) compartiera esa calificación de “ilógica” a la naturaleza de la realidad. Pensarían en una lógica diferente, quizá, pero en declaraciones como “a esta ciencia nada le es imposible; manda a los elementos, sabe el lenguaje de los astros y dirige la marcha de las estrellas” o “…un dogma único, imperecedero, fuerte como la razón suprema, sencillo como todo lo que es grande, inteligible como todo lo que es universal y absolutamente verdadero”, ambas tomadas de la “Introducción” a Dogma y ritual de alta magia, me parece, la noción de “maniobra subversiva del acoso racional” o la de “aceptación de la ilógica naturaleza de la realidad” resultarían extrañas.

Estos autores, de hecho, estaban más que encantados de usar la palabra “ciencia” para referirse a sus propuestas. Es posible, en todo caso, que Herrera reconstruyera esas doctrinas injertándolas sobre otros esquemas de pensamiento, pero el hecho de que las presentase en un texto en el que se elabora cierta ilegibilidad o “ilogicidad” no quiere decir necesariamente que las pensase en términos tan opuestos a los de su origen, y de hecho en la La Nueva Atlántida, revista que editara en 1907, el arsenal del esoterismo parece ser presentado bajo la tutela de un saber “positivo”. Sobre esta publicación, Aldo Mazzucchelli señala en La mejor de las fieras humanas que “recorriendo sus páginas, el proyecto de La Nueva Atlántida es bazaar de predisposición ocultista, pero administrado por la noción de que la ciencia y sus representantes son los únicos que pueden encauzar la parafernalia de apariciones, ectoplasmas y médiums por un camino de legitimidad”.

En cualquier caso, el Herrera presentado por Espina a través de su atenta lectura se sostiene, y puede ser mandado a la guerra (contra ese enemigo al que aludía Roberto Bolaño en “Derivas de la pesada”) junto a las esperanzas de tantos de sus hijos. Prohibida la entrada a los uruguayos es un libro valiente, que elabora con densidad algunas buenas ideas y estrategias de acercamiento a textos que cabe ubicar entre los más deslumbrantes e impenetrables de la literatura en lengua castellana; Espina dialoga con Herrera (de poeta a poeta) también para que no quede ninguna duda sobre la vigencia -enorme- de Julio, sobre su permanencia, sobre el desafío que todavía hoy no deja de plantearnos.

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