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Ida Vitale, el lunes en el Paraninfo de la Universidad

Foto: Nicolás Celaya

Ida Vitale, doctora honoris causa de la Udelar.

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En la noche del lunes, la poeta Ida Vitale y el físico Rodolfo Gambini recibieron sendos doctorados honoris causa de la Universidad de la República y durante la ceremonia conjunta la poeta se refirió a los vasos comunicantes entre la lírica y la ciencia. Lo que sigue es una conversación acotada a lo dicho en el Paraninfo; los interesados en las opiniones de Vitale sobre su obra poética pueden leer la entrevista publicada en estas páginas el 12 de febrero, a poco de que recibiera el premio Octavio Paz.

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Altri tempi

El homenaje a Vitale y Gambini estaba pactado para el viernes pasado, pero cuando se lo programó no se tuvo en cuenta que la selección uruguaya de fútbol seguiría su camino en el Mundial de Sudáfrica. A último momento el acto se cambió para el lunes. Vitale no cree que la buena actuación de la selección sea un reflejo del momento que vive el país: “No me consta que se haya mejorado tanto, miseria como vi ahora no vi nunca”, dice la poeta nacida en 1923 y exiliada durante la dictadura. Vitale llegó a Montevideo la semana pasada, a tiempo para ver la exposición que en homenaje a Ángel Rama, su primer esposo (el actual es el poeta y académico Enrique Fierro), inauguró ayer el Centro Cultural de España.

-¿Cómo es la conexión entre poesía y física?

-Fue un atrevimiento mío, un tiro al aire. Hice una referencia al título de mi último libro publicado, Trema. La gente busca su nombre por el lado de “temblar”, “temor” o del idioma italiano. Pero el término en realidad salió directamente de un libro de [Benoît] Mandelbrot [matemático especializado en geometría fractal], donde al final hay un diccionario de neologismos que él usa. Supongo que en la versión del libro que leí el término está adaptado al español; quiere decir “conjunto abierto”. Me pareció adecuadísimo para un libro de poesía que no tiene un discurso unitario. No hubiera ido para “Alturas de Machu Picchu” [el poema de Neruda], que, digamos, no es tan abierto. Yo no entiendo nada de física porque siempre fui negada para las matemáticas. Luego lamenté esa negación, pero desde muy temprano resolví que mi lado era el otro y no podía abarcar todo. Después me di cuenta de que tenía más que ver con la literatura. No sé cómo habrá caído lo que dije en el Paraninfo, porque dije que yo le encontraba algo muy lírico a la ciencia, por no decir misterioso o incomprensible para mí, pero también abierto y comunicante. Y también dije que la poesía apostaba a una cierta precisión. Fue para sacarle solemnidad al asunto: nunca me costó tanto preparar un discurso.

-Ahora, más allá de que uno no puede despegarse de su propia mirada, tal vez esa imagen de la poesía como control se aplique a su propia obra o a cierto tipo de autores, y no a toda la poesía.

-Más vale no generalizar, claro. Un poco uno habla sobre lo que a uno le funciona. Pero hay ciertas cosas que me fastidia que se le atribuyan a la poesía. Por ejemplo, que se pueda interpretar de cualquier manera. Creo que en el fondo hay una o dos o tres interpretaciones, pero no veinticinco. Hay cierto campo que uno tiene que mantener inmune, aunque no se llegue.

-¿Qué le pareció el homenaje?

-Estuvo muy bien la ceremonia. El acto estuvo cómodo y formal, bastante formal para la informalidad nacional. Me sentí un poco fuera de lugar frente a una cabeza como la de Gambini. Pienso que el tipo de investigaciones que él hace tiene una finalidad más abiertamente útil que la poesía. La poesía presume de no ser útil.

-¿Y qué piensa del hecho de ser homenajeda por la Universidad de la República, dado que se desempeñó como académica en México?

-Yo señalé que aquí no tenía que ver con la universidad. Yo empecé derecho y luego me enfermé. Tuve pleuresía y en aquella época te metían en cama tres meses con sobrealimentación. Empecé derecho procesal, que me encantaba porque me encantaban los códigos, la precisión del código. Me dije: “Si doy este examen sigo”, y me di cuenta de que iba a ser muy desdichada como abogada. Y como entonces se creó la Facultad de Humanidades, tan libre que ni casa tenía (algunas clases se daban en el Ateneo), allí fui. Fue un momento muy brillante de la facultad: estaban José Luis Romero, José Bergamín, Vicente Cicalese, Gervasio Guillot Muñoz, Armin Schläefrig. Pero aquí di clases, con mucho gusto, en el liceo; todavía había un cierto nivel y una comodidad con el trato con los alumnos que ahora, al menos por lo que me dicen, no existe. En México trabajé en el Colegio de México, la universidad que crearon los republicanos españoles exiliados cuando Franco. “Se llevaron los oros de la república”, decían los franquistas. Esos republicanos crearon también el Fondo de Cultura Económica y el Colegio Madrid, que inicialmente fue una escuela para hijos de refugiados, la más prestigiosa en esos años. El Colegio de México creció muchísimo y ya no tiene ningún nexo con España. Era la contrapartida de la Unam, la universidad oficial.

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