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Walter Pengue, durante la charla “La economía ecológica y el desarrollo en América Latina”.

Foto: Javier Calvelo

La era del hielo

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Debate sobre Economía Ecológica gana terreno por impactos ambientales de la producción consumo.

La economía ecológica busca, mediante la utilización de un enfoque alternativo y multidisciplinario, considerar los impactos del modelo vigente de consumo y producción sobre el medio ambiente, sea con mayor o menor grado de reversibilidad. Esta disciplina está ganando importancia, “lamentablemente”, en virtud de un creciente deterioro ambiental que cuestiona la sustentabilidad del sistema de producción, según lo explicó el experto argentino Walter Pengue durante el seminario “Economía Ecológica y desarrollo en América Latina”. Añadió que el modelo agroindustrial actual no es sustentable en el largo plazo, pero advirtió que los cambios “no son de la noche a la mañana”, ya que “mucha gente depende de estos sistemas”.

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Acerca de la incidencia de los avances tecnológicos sobre el conflicto entre sociedad y naturaleza según la perspectiva de la economía ecológica, Pengue subrayó que “a veces la tecnología puede resolver el problema, y otras tantas genera otro tipo de problemas o conflictividades, cuando no está claramente validada desde el punto de vista científico”. En ese sentido, graficó que “las nuevas tecnologías vinculadas a la biotecnología hoy están generando impactos que nosotros propusimos discutir hace 15 años, cuando se estaban implementando, y hoy en día, lamentablemente, en la práctica, esos impactos existen”.

“Lamentablemente, cuanto peor le vaya al medio ambiente mejor nos va a ir a los economistas ecológicos, porque nos están poniendo cada vez más escenarios de análisis y de búsqueda de comprensión sobre las cosas que estamos haciendo sobre los recursos naturales, y al haber más impactos ambientales, hay cada vez más preguntas sin respuesta”, reflexionó Pengue luego del evento en conversación con la diaria.

Precisó que “la economía ecológica puede entenderse como una disciplina de gestión de la sustentabilidad”, y su debate de fondo tiene origen en el “conflicto entre la sociedad y la naturaleza, vinculado a la utilización de los recursos naturales, que no tiene resolución alguna, ni desde la economía ni desde la ecología. Entonces aparece este enfoque cointegrador y multidisciplinario, que pretende lograr una comprensión a través del uso de metodologías e instrumentos de análisis provenientes de las distintas disciplinas para resolver esos conflictos”.

La disciplina de referencia también “discute y analiza las cuestiones de equidad respecto al uso de los recursos y la erosión actual de cara a lo que serán las generaciones futuras”, para lo cual debe sumarse al análisis del modo de producción. “Pretende hacer que se comprendan las formas de uso y abuso de la naturaleza por vía de la sobreexplotación por una parte muy pequeña de la humanidad”, graficó. Si bien centra su desarrollo en un enfoque teórico, ha generado un “imaginario final” identificado con “un cambio de paradigma en el uso de los recursos naturales y de la naturaleza, que haga que el hombre repiense la forma de utilización de estos recursos consiguiendo un consumo más sostenible, más equitativo, de un acceso mínimo de los recursos necesarios para la vida mínima de las personas a escala global”. Durante la disertación aclaró que la economía ecológica puede ser “una alternativa, no la panacea para la resolución de los conflictos”.

Nada es gratis en la vida

“No existe tal cosa, como eso de una comida gratis”. Con esta frase comenzó su exposición Pengue, explicando que, en la ecología, “ningún número cierra” porque “todo se basa en el flujo de energía y materiales mediante su transformación”. “Es la primera y segunda regla de la termodinámica”, recordó. Apuntó que existen diferentes tipos de impacto: algunos pueden ser mitigados, mientras que otros no son reversibles. “En tres generaciones nos estamos comiendo todo el petróleo que tardó millones de años en crearse, y no les preguntamos a las próximas generaciones qué opinaban”, ejemplificó. En esa línea, alertó que “los límites de la economía son los límites de la naturaleza” y valoró que detrás de los modelos de producción vigentes “se encuentra el problema del consumismo”. Explicó que el consumo se puede dividir entre uno de tipo “endosomático”, es decir, el que cada individuo realiza para preservar su vida, que implica unas 2.000 a 3.000 kilocalorías por persona y para el cual “somos todos iguales”; y otro de tipo “exosomático”, el cual “satisface las necesidades que podríamos calificar como ‘suntuarias’ y que no tiene límites, porque lo impone el propio consumismo”.

Asimismo, se lamentó acerca de la depredación de la naturaleza: “Sin darnos cuenta estamos cancelando servicios ambientales”, que consisten en “enormes prestaciones que nos da la naturaleza, y que si bien “no tienen precio” de mercado, “valen mucho”. A modo de ejemplo, se refirió a la crisis de polinizadores generada por el decrecimiento de la población de abejas, y sobre su efecto informó: “No [lo] vemos a simple vista pero implica la cancelación de un servicio fundamental”.

A partir de esas advertencias mencionó lo que se denomina “huellas ecológicas”, es decir, la marca que la especie deja en la naturaleza y que resulta interesante medir en la relación entre países. “¿Cuál es la huella ecológica de China en Argentina o en Uruguay?”, preguntó Pengue, evaluando que el impacto de la demanda de la principal potencia asiática produce un efecto directo sobre el ambiente, y que se hace “a costo cero”. Y hay otro punto a considerar, según el experto: “Medir cuántos nutrientes se llevan sin costo los países a los que exportamos” bienes, ya que “no se trata sólo del costo del insumo sino de los recursos naturales que están involucrados en el proceso”.

El soberano

El modelo agroalimentario fue otro de los aspectos en los que se centró su ponencia. Distinguió tres grandes sistemas de producción: el modelo agroindustrial, “muy intensivo” y del que hoy “se alimentan unos 1.200 millones de personas”; el de la “revolución verde”, que también “depende de la gran producción externa, intensiva en recursos naturales, y que utiliza muchos químicos”, alimenta a entre 2.300 y 2.600 millones de personas, y el sistema alternativo, basado en agricultura campesina, y de pequeños productores, que en muchos casos “han sido desplazados a zonas marginales, no rurales”, y que alimenta a entre 1.900 y 2.200 millones de personas.

Informó que los dos primeros registran un “fuerte crecimiento en producción, y aumento de los costos ecológicos y sociales”, por lo que “existen pocas posibilidades de continuar incrementando su productividad”; asimismo, apuntó que la calidad de la tierra agrícola es cada vez menor, por lo que “el modelo agroindustrial en el largo plazo se cae”. Los sistemas alternativos, en cambio, tienen el potencial de duplicar e incluso triplicar su producción, y “su ausencia involucraría una crisis alimentaria”. Si bien remarcó la necesidad de un cambio en el modelo de consumo, subrayó que las transformaciones “son de largo plazo”. “No pueden cambiar de la noche a la mañana, no pueden ser cambios bruscos, porque siempre hay gente afectada, particularmente en el sistema agropecuario”, puntualizó. A modo de conclusión, recordó que el planeta es la casa de la especie. “Si la comemos no tenemos otra para mudarnos”

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