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Taller con pacientes en la policlínica Manuel Liberoff de ASSE, en Malvín Norte. El segundo de la izquierda es el médico de familia Julio Laborde, responsable de la policlínica.

Foto: Ricardo Antúnez

Médicos sin túnica

7 minutos de lectura
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Medicina familiar y comunitaria en la policlínica Manuel Liberoff.

“Un trato más humano” es uno de los principales pedidos que los pacientes les realizan a los médicos, además de que sean competentes y hagan su trabajo con responsabilidad. Que no se crean dioses, que escuchen, que no atiendan a las corridas. Del otro lado, los médicos también solicitan franqueza en la comunicación, que los pacientes no sean desconfiados de antemano, que se preocupen por su salud. Algo tan simple y tan difícil como esto hace, y deshace, la relación médico-paciente. En la policlínica montevideana Dr. Manuel Liberoff se desarrolla parte de estos pilares básicos.

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Charla va, charla viene

En el marco de la promoción de la salud, funcionan en la policlínica cuatro grupos de trabajos con usuarios. Uno es de personas obesas, diabéticas e hipertensas: “La intención es promover fundamentalmente los estilos de vida saludable que son los que llevan a mejorar el control de esas enfermedades crónicas, dándoles a los pacientes elementos para que tomen conciencia de sus problemas y puedan aprender a manejar muchos aspectos que tienen que ver con su vida cotidiana”, dijo Laborde. Funciona una comisión de usuarios, que además de tener injerencia en cuestiones de gestión de la policlínica (obtención de recursos económicos en situaciones puntuales), se aspira a que contribuyan en la planificación e implementación de programas. Una de sus integrantes, María del Carmen Trózzola, dijo a la diaria que uno de los problemas detectados es que “hay muchos niños y adolescentes que pasan en la calle que no tienen actividad ninguna, y otros niños carenciados, que pasan en la intemperie, en la calle o en la canchita”. A partir del planteo, se formó recientemente un espacio para adolescentes, “desde la perspectiva de promover salud y dar información para que se empoderen de su salud y se hagan responsables”. la diaria participó en un taller del grupo de obesos, hipertensos y diabéticos. Había tres hombres y tres mujeres; el taller fue guiado por Julio Laborde y Paula Galzerano. Se partió de una situación lúdica, para luego trabajar en grupos las dificultades que existen para lograr una alimentación saludable. Además de educativa, la instancia fue muy divertida, y al cierre del taller predominaba la satisfacción por el buen momento compartido. Roberto, uno de los usuarios, relató a la diaria: “Yo conocí al doctor [Julio Laborde] cuando él iba a pegar los papeles de la policlínica al almacén que yo tenía. Y empecé a venir porque tengo problemas de salud. Estoy aprendiendo a cuidarme, a hacer las cosas que me hacen bien, porque él aparte de ser un doctor, es indirectamente un familiar de nosotros porque cuando no venimos, él nos llama, y eso no se ve en muchos lados, ni en el ámbito privado. Nos sentimos mejor, sabemos lo que nos hace bien y lo que nos hace mal, y esta hora que venimos acá nosotros salimos como a descansar”.

La policlínica se encuentra en Malvín Norte, en la esquina de las calles Carlos Prando y José de Freitas. Forma parte de la Red de Atención Primaria (RAP) de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE) y depende del centro de salud La Cruz de Carrasco. Trabajan en ella cuatro médicos: un titular, especializado en medicina familiar y comunitaria, que tiene a cargo a tres residentes, que cursan el posgrado en esa especialidad.

El ambiente es cálido, limpio y arreglado. Las paredes están pintadas de amarillo y en la sala de espera resalta el azul de las pequeñas cortinas y de los forros de las doce butacas que en otros momentos supieron estar en un cine.

El médico sale del consultorio. Hay dos pacientes. Saluda a uno: “¿Cómo le va, Walter?”. Le da la mano y le consulta si está allí para el control de presión arterial; la respuesta es afirmativa. Se dirige hacia la señora que está enfrente, se nota que no la conoce. “Usted…”, le dice incitando a la pregunta. Ella se apresura a responder: “Yo estoy para el doctor Leandro, yo me atiendo con él”. Intercambia alguna palabra más y vuelve al consultorio.

Los diálogos fueron significativos: el médico conoce a los usuarios, el trato es afable y respetuoso y los usuarios hacen uso de sus derechos, confiados en ellos. Las palabras de la señora reflejan, ni más ni menos, una de las metas asistenciales del Ministerio de Salud Pública (MSP): que cada persona se atienda con su médico referente. “Yo me atiendo con el otro doctor. Él ya conoce mi historia”, explica la mujer una vez que se retira el médico.

Ver el todo

Julio Laborde, titular de la policlínica, explicó que desde su creación ésta se ha caracterizado por la presencia de médicos de familia, una especialidad relativamente nueva en nuestro país: la residencia se creó en 1997 y el posgrado en 2002.

“Trata de rescatar la integralidad de la atención, partiendo de la base de que el ser humano no es solamente un ser biológico sino que es un ser que tiene aspectos biológicos, psicológicos, sociales, familiares, y que la salud no es solamente la ausencia de enfermedad sino lograr que tanto los seres humanos como las familias y las comunidades desarrollen el máximo de sus potenciales en todos sus aspectos. Eso implica no sólo la ausencia de enfermedad sino los caminos que hay que tomar para evitar su aparición y para promover la salud”, detalló.

La policlínica tiene actualmente 260 historias familiares activas. Laborde afirmó: “Se involucra a la familia, el contacto inicial es con uno de los miembros pero en ese primer contacto tratamos de tomar determinados datos de la familia para poder verlo integralmente, después eso se va completando, consultan otros integrantes y se sigue recabando datos”. Consideran que “la familia como unidad de funcionamiento puede enfermar, más allá de que sus miembros estén sanos o enfermos, y el médico de familia es uno de los agentes que pueden intervenir”.

Lo mismo sucede con la comunidad, “puede estar enferma o puede haber agentes medioambientales o sociales que determinen circunstancias desfavorables para la salud, y hay que buscar las formas de que la comunidad reconozca las dificultades y vea qué se puede hacer para modificarlas”, explicó.

El doctor en su casa

A lo largo de los tres años que dura la residencia, los futuros especialistas en medicina familiar y comunitaria acuden a otros centros de salud para instruirse en especialidades como pediatría, ginecología, psicología médica, psiquiatría, dermatología, reumatología, oftalmología y otorrinolaringología. Eso le permite el abordaje integral que abarca, además, todas las etapas de la vida: niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos. También se realizan estudios de control de embarazo.

Manuel Liberoff

La policlínica fue creada en enero de 1993. No tenía nombre, se la conocía como “La virgen”, que es el nombre del club de abuelos que funciona al lado. En noviembre de 2009 se la denominó oficialmente “Dr. Manuel Liberoff”, en homenaje al médico que vivió en esa zona desde la década de 1950 hasta 1973, cuando la dictadura militar lo expulsó del país. Se radicó en Argentina, donde el 19 de mayo de 1976 fue secuestrado por los militares de ese país, pasando a conformar la larga lista de desaparecidos. Tenía 55 años, era militante del Partido Comunista. Testimonios de vecinos que lo conocieron resaltan su compromiso con los pacientes. “Atendía a mis padres, era un señor muy humilde. Cuentan mis padres que las veces que venía a mi casa, no cobraba, ‘dejalo para la próxima’, les decía. Era una persona especial porque era muy compañero con los vecinos, no le importaba que hubiera barro ni nada”, contó a la diaria María del Carmen Trózzola, integrante de la comisión de usuarios de la policlínica. Otros testimonios hablan del médico atravesando a pie los lodazales que había en la entonces zona suburbana, para llegar a la casa de los vecinos que lo necesitaban y quedarse allí hasta que fuera necesario. A casi cuarenta años, el recuerdo permanece a flor de piel. Consultado Laborde sobre si siente como desafío el hecho de que muchos vecinos tengan presente un buen referente, indicó que sí, hay usuarios que han dicho: “‘Mire que yo me atendía con Liberoff’, como diciendo que no era un médico cualquiera. Es un desafío poder estar a la altura de los que te antecedieron, las épocas son distintas y los desafíos son distintos. Pero sin dudas que la presencia, la imagen, el recuerdo y todo lo que ha dejado es un legado muy fuerte”.

El centro de salud La Cruz de Carrasco proporciona los insumos para el funcionamiento. A él se deriva a los pacientes para el retiro de medicación, realización de exámenes y el pedido de consultas con especialistas. Laborde identificó la necesidad de contar con personal de enfermería, que es cubierto por ellos mismos; por otra parte, dijo que si bien el intercambio con los especialistas del centro de salud es muy bueno, “la organización ideal sería que cada 15 días pudiera venir alguno acá”, dijo haciendo referencia a asistentes sociales, nutricionistas y psicólogos.

Además de la atención en la policlínica, los médicos realizan consultas a domicilio y visitas domiciliarias. Las primeras se realizan a aquellos pacientes que están imposibilitados de concurrir a la policlínica. En cambio, las visitas domiciliarias “se hacen en general con algún objetivo específico: un paciente que tenía que venir a controlarse y no lo hizo, un niño cuya madre no lo trajo, una embarazada, un hipertenso, un diabético o un paciente que estuvo internado, le dieron el alta y no vino a controlarse”. “Ésa es una forma de visita. Otra es cuando queremos profundizar en alguna situación problemática, como un caso de violencia doméstica, en el que es importante conocer el ambiente familiar, el entorno físico y las circunstancias que se dan. Es una forma de tomar contacto con la realidad de otra manera”, explicó el titular de la policlínica. Priscila da Silva, una de las residentes, agregó que “es una forma de ver al paciente en las tres dimensiones: biológica, psicológica y social. Una cosa es el paciente en el consultorio y otra en su hábitat, en su casa, en el cotidiano”.

Leandro Santos, otro residente, explicó que las visitas a domicilio llevan un tiempo de preparación. Mencionó que “se ha hecho la línea de vida del paciente, donde se ven las consultas que ha tenido, los motivos de consulta, si hay algún patrón que explique eso, si hay un conflicto con algunos miembros de la familia o si hay alguna dificultad con la adherencia al tratamiento en uno de ellos. Por ejemplo, hay un adolescente diabético que no se cuida, entonces hay que ver estrategias de abordaje con el adolescente pero también con su familia”.

Contaron que generalmente las visitas son coordinadas con los usuarios y que a menudo los médicos son recibidos de muy buena manera. Se establece un buen rapport: “Te invitan, te muestran la casa y cuentan sus problemas”.

Tanto durante las salidas domiciliarias como en el trabajo en el consultorio, las túnicas permanecen colgadas en perchas. Los médicos no las usan. Explicaron que la intención del médico de familia es aproximarse al paciente y entablar una relación sin la distancia habitual médico-paciente. Sucede que además de ser un “guardapolvo”, la túnica reúne connotaciones de una condición de poder que ha sido fuente de abuso por parte de muchos médicos a lo largo de la historia de la medicina, considerando como única y total su verdad.

La relación próxima se manifiesta también en la forma en que los pacientes llaman a los médicos, conservando la profesión delante del nombre, pero el nombre no es un apellido: “doctor Leandro”, “doctora Priscila”.

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