El primer tema propuesto a Molina Foix y Brechner por Rehermann fue el de las diferencias entre la escritura de un guión original y la adaptación de una obra literaria. Molina Foix, cuyos dos largometrajes partieron de un guión original -en el caso de El dios de madera reconstruido a partir de un cuento de su autoría-, comenzó hablando de su experiencia como asistente de dirección del cineasta español Jesús Franco (que usara, entre otros, el pseudónimo de Jess Frank para firmar sus películas bizarras/de culto como Tenemos 18 años, Las vampiras, La mansión de los muertos vivientes y Killer Barbies) y de sus posturas ante el guión, al que negó estatus de género literario para caracterizarlo como un “proyecto” o un “mapa para no perderse” en lo que habrá de ser el film.
Brechner, a su turno, habló de las diferencias “abismales” entre la literatura y el cine, y abogó por una “apoderación” del texto a la hora de adaptar un cuento o una novela. Al referirse a su trabajo sobre la mítica ciudad de Santa María (escenario de gran parte de la obra narrativa de Onetti) destacó el rol de la imaginación y la libertad del cineasta, que, según afirmó, debe diseñar un universo personal y no repetir al pie de la letra lo presentado por el autor, acometiendo así una recreación -o incluso una “usurpación”- ya que, de otra manera, se tendería a un producto no “comprometido” y desprovisto de marcas de la individualidad de su creador. Rehermann prosiguió resaltando otras diferencias entre los largometrajes Sagitario y Mal día para pescar, proponiendo que en el caso de la película de Brechner el final, de alguna manera, propone al espectador la posibilidad (o necesidad) de una relectura de la trama y los personajes, mientras que, en el caso de Sagitario, se apostó por un final más clásico o “cerrado”. Esto dio pie a una reflexión de los dos cineastas acerca de ciertos textos que intentan ofrecer pautas sobre la escritura de guiones, como por ejemplo los libros de Syd Field y sus ideas sobre el paradigma de tres actos y los dos (o cuatro) plot points (momentos en la trama que reformatean las expectativas del espectador). Ambos coincidieron en que ese tipo de reflexiones funciona en realidad a posteriori, o como guía de lectura que puede ser valiosa quizá para los cinéfilos, pero que no les resultó útil o significativa a la hora de abordar sus proyectos personales.
A modo de cierre, Molina Foix retomó sus reflexiones sobre el desafío de adaptar una obra literaria, citando la tantas veces repetida postura de “me gustó más la novela” para proponer como contrapartida el “derecho a la traición” y el trabajo sobre “ideas de puesta en escena”, independientes de la trama simbólica urdida por el texto original, que no necesariamente ha de “funcionar” en un contexto cinematográfico.
Realidades aparte
También ayer de tarde conversaron Hugo Burel y Miguel Ángel Campodónico, reflexionando sobre las relaciones entre ficción y realidad en la literatura. Uno de los temas recurrentes fue el de la posibilidad del autor de ficciones de trascender lo histórico y dar rienda suelta a la imaginación para incluso iluminar aspectos impensados de lo que consideramos “real”; también repasaron los aportes de la corriente del Nuevo Periodismo y rescataron el ejemplo paradigmático de A sangre fría, de Truman Capote, que fuera en su momento presentada como una non-fiction novel, o novela de no ficción, género que fuera de alguna manera revisitado y reestructurado por la propuesta de Javier Cercas del “relato real” (en la novela Soldados de salamina, por ejemplo).
Otra conferencia, titulada “El arte como delito”, correspondió a Felipe Polleri, quien exploró sus posturas ante la escritura y la relación entre el escritor y la sociedad. El concepto de “mentir para decir la verdad” fue uno de los ejes de las palabras de Polleri, que también afirmó que “los mundos ficticios están hechos para probar lo que no podemos hacer en la realidad”. A partir de una distinción entre el “yo-escritor” y el “yo-social”, el autor de El dios negro caracterizó su obra como un espacio donde hablan voces -encarnadas en personajes “delincuentes”- largamente reprimidas e incluso temidas desde las pautas que nos impone la vida social.