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Lo sagrado y lo profano

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Teatro. Or. Tal vez la vida sea ridícula, de Gabriel Calderón.

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Or. Tal vez la vida sea ridícula, último estreno dirigido por Perdomo y Calderón (que también escribió el texto) y segunda entrega de la pentalogía que empezó con Uz-el pueblo, se introduce así tanto en la popular cartelera.com.uy como en sus comunicados de prensa: “La obra consta de tres partes: una tragedia, una comedia y una tragicomedia. La misma sucede en la Ciudad de Or, en donde un grupo de personas unidas por la tragedia verán cómo sus vidas poco a poco se van torciendo hacia la comedia, al tiempo que la tragicomedia parece instalarse en la cotidianidad de sus días. Tres géneros teatrales, tres sistemas de representación, tres modelos narrativos, una sola historia, una sola obra”.

Hacer justicia a la estructura tripartita de la pieza significaría proponer por lo menos tres lecturas o sistemas de interpretación, tres modelos de crítica, que desembocarían en una cuestión, una sola nota. Más humilde, esta reseña va a proponer sólo dos (en una ficción exegética que separa forma de contenido como si fuese viable): una que atañe a la producción de significado por medio de resortes técnico-estilísticos como el trabajo sobre las actuaciones o la fusión-secuencia de géneros clásicos; la otra que se interesa por lo meramente temático y en este sentido se encarga de las redes de significado generadas por la inclusión de la ciencia-ficción entre los posibles discursos (¿lúdicos?) sobre nuestra historia reciente o, más exactamente, de la Ciudad de Or.

Todos los géneros, el género (Reseña 1)

En una casa un ex militar sufre: por el pasado (el rapto de su hija por parte de sus colegas cuando ésta era apenas una niña, y el abandono de su esposa) y por el presente (la decisión del hijo, único miembro de la familia que le queda, de unirse al ejército). Fuera de su casa, los canales de televisión transmiten hechos no identificados, inexplicables. El dentro y fuera (en el espectáculo el escenario funciona como “el hogar” y los lados derecho e izquierdo como el “exterior”) estructuran la acción que termina definiéndose en los intercambios y alternancias de uno y otro: la permeabilidad es corrosión, pero remedio, finalmente, en las vidas de los personajes. Y aunque la situación de partida del señor sufriente -interpretado por Calderón- sea “trágica” en sentido coloquial, con el género “tragedia” mantiene relaciones más bien equívocas, o, para el caso, de tipo anecdótico (algo que se desprende, en realidad, de la descripción citada más arriba: “Personas unidas por la tragedia verán cómo sus vidas poco a poco se van torciendo hacia la comedia”) y no formal o estructural (como contenidos y técnicas de composición que contemplan un determinado desarrollo de la acción y desenlaces específicos).

La confusión genérica (técnicamente no hay tragedia, comedia y tragicomedia, aunque sí se respetan las unidades aristotélicas de acción, tiempo y lugar) se concretó, al menos el día del estreno, en una recepción que valoró la continuidad estética (¿del universo calderoniano?), en un público que no pudo dejar de reír desde el comienzo hasta el final aunque se le advirtió que la primera parte de la acción era tragedia y se le impuso en un rincón, iluminado por un foco blanco, un Calderón sombrío que, con lágrimas en los ojos, contaba sus historias de vida triste, y más tarde se lo bombardeó con referencias explícitas a las torturas, violaciones y desapariciones durante la dictadura en Or. El pastiche utilizado como clave estética una y otra vez por el dramaturgo y Perdomo, desde hace años, parece haber cristalizado la recepción de su obra y poder más, como indicador y contrato de lectura, que el recurso netamente nominal a los géneros clásicos.

Las actuaciones del elenco (excepto la de Calderón, que aspira a la gravedad trágica y parece enjaulado por ella hasta en los momentos jocosos) revelan poco las marcas de pasaje “de género”, ésas que deberían activar la prometida estructura tripartita. Es baladí, sin embargo, resolver si sólo cooperan a la recepción “unificadora” del público o si comparten con éste la perplejidad de una “marca registrada” que funciona por acumulación desenfadada de estilos, imágenes, estéticas.

La inestabilidad de “Or” (Reseña 2)

Habiendo flirteado en Obscena (escrita junto con Luciana Lagisquet, Alejandro Gayvoronsky y Santiago Sanguinetti) con la posibilidad de convertir una “historia de la dictadura” en “historia pornográfica”, según declaró en una entrevista, Calderón explora en Or una ulterior transformación. “Or”, versión inglesa de nuestra conjunción “o” o “u”, según el caso -es necesario recordar que la pieza se gestó durante la residencia del dramaturgo en el Royal Court Theatre de Londres en 2009-, en este sentido podría referir a la variedad de versiones sobre un mismo hecho, a la indecisión o movilidad, en este caso, de la(s) historia(s).

La versión aceptada y llorada del protagonista sobre la desaparición de su hija -a nivel de referentes reales probablemente la herida más abierta y duradera de todo período dictatorial- se desmorona en pos de una segunda “verdad”: la abducción de la niña por mano de criaturas extraterrestres. Esclarecimiento que en una escena polarizada (civiles vs. militares, nosotros vs. el otro) impone nuevas soluciones y renovadas relaciones de fuerzas: esta vez de militares, paramilitares y civiles violentamente unidos contra el enemigo común: el alien.

Pero Or no es la reformulación criolla de los delirios negacionistas de Robert Faurisson y David Irving o del bestseller Did Six Million Really Die?: the truth at last (versión española ¿Murieron realmente seis millones? Por fin la verdad ) firmado bajo el seudónimo “Richard Verall” por Richard E Harwood -en espera de la 5ª edición- y aunque llame en su causa la ufología y la abducción no es una apología del otro éxito underground de ventas UFOS Nazi Secret Weapon (Los OVNI: ¿el arma secreta de los nazis?) de Ernst Zündel. Sin pretender una “distorsión ilegítima del registro histórico”, como estos popes del negacionismo, Or se divierte con el juego de las posibilidades combinatorias, y el público, parecería, también. Pero, se sabe, el juego es cosa seria.

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