Épocas y épocas
Elio Umpiérrez comenzó a trabajar en Maroñas en 1950. “Antes era vareador, después fui capataz y soy entrenador desde 1979”. En cuanto a la reapertura del hipódromo indicó: “Ahora ha mejorado, estamos recuperando”. Pero agregó: “Antiguamente era más lindo, la gente era de otra manera, se trabajaba mucho más que ahora, la cancha se abría más temprano. Antes se hacía todo con mucho sacrificio, ni había equipo de agua; ahora tenemos todas las comodidades. Era muy lindo, esto estaba todo lleno de autos, y había un palco más”. En tanto, Hayne González explicó: “Acá ha habido muchos altibajos. Cuando recién vine a Maroñas estaban muy bien los premios, ganaba una carrera y daba para seis, siete meses de mantenimiento de un caballo; después se empezó a caer y por último llegamos a correr para ni cobrar los premios. Eso empezó a pasar del 80 en adelante, estuvo cada vez más feo hasta que se cerró, en 1997. Ahora eso cambió totalmente porque hay una empresa que es responsable de pagar; hay otra seguridad”. Ángel Rodríguez tiene 29 años, vino de Paysandú en 2001 y ahora es peón y capataz de un stud de Maroñas. En diálogo con la diaria afirmó: “Del interior está viniendo poca gente porque los hipódromos del interior están todos medio fundidos, hay pocos caballos. La gente en Paysandú ya no se arrima, los premios son de 2.000, 3.000 pesos; da lástima, ya no es una forma de vida. Antes se ganaba más, iba más gente, los premios eran más grandes, te entusiasmabas más; ahora se viene a pique, si se sigue así se terminará fundiendo todo. Antes las carreras más cortas eran de 600, 700 metros, y ahora te corren 400 metros, porque crían a los caballos con lo que se puede, los criadores son gente humilde. Los caballos son cruzados, mestizos. En el interior, si no los agarra un capitalista grande, se termina. Las barandas no existen en la mayoría de los hipódromos, las canchas están llenas de piedras, de pasto. Sacando a Las Piedras, que más o menos la lleva, a golpes y porrazos, en Paysandú, Salto, Fray Bentos y Mercedes todo eso se está liquidando”.
El mundo hípico reúne a varios actores. Propietarios, cuidadores, jockeys, peones, vareadores, capataces y serenos. Salvo los propietarios y algunos jockeys que excepcionalmente acuden a correr un caballo en una carrera importante, todos los demás trabajan sin descanso los 365 días del año. la diaria dialogó con varios trabajadores y todos remarcaron la imprescindible condición de “amar a los caballos”, además de realizar un trabajo constante, llueva o truene, feriado o no. En la mayoría de los casos se trata de la continuación de una actividad familiar, que se absorbe de los padres y es continuada por los hijos.
Los cuidadores, también llamados entrenadores y compositores, coordinan con los actores mencionados, y también con herradores y veterinarios. Algunos tienen un stud propio; otros, además de tener el suyo, son cuidadores de caballos de otros studs. A su vez, los caballos de cada stud tienen uno o -por lo general- varios propietarios.
Mario González y su hijo tienen cinco studs, reuniendo más de 85 caballos, de los cuales seis corrían ayer en las carreras más importantes. “Nací entre los caballos”, dijo a la diaria Mario para intentar explicar lo interiorizada que tiene la tarea. Al consultarle sobre cuánto hay de suerte un 6 de enero, indicó: “Suerte hay que tener, pero a la suerte tenés que ayudarla, hay que estar todos los días a las seis de la mañana, y es de noche y tenés que estar acá, y también tener caballos que sirvan”.
Por su parte, Hayne González, cuidador de 76 años, dijo ayer a este medio: “Toda la vida estuve en esto. Fui peón, jockey; me crié con los caballos, me crié en un stud, prácticamente, y mis hijos lo continúan”. Al igual que su colega, opinó: “Hay que estar siempre, no tiene feriado ni nada, hay que venir todas las mañanas, y al que no le gusta, no aguanta ese tren. Cuando no puedo venir por una enfermedad o porque tengo que viajar, lo extraño; me encanta venir, lo hago con mucho gusto”.
En Maroñas hay muchos studs, así como en las proximidades del barrio, puesto que el hipódromo alberga a menos caballos de los que corren. Los animales llegan al stud cuando tienen un año y medio, ahí comienzan a domarlos y cuidarlos. “El propietario deja el caballo, viene a fin de mes, te pagan lo que corresponde, preguntan cómo anda y se va. Los peones y los capataces son los que más trabajan con los caballos, están todo el día”, dijo.
A pesar de la dedicación, los peones son de los que menos ganan. Los sueldos van de 6.000 a 10.000 pesos aproximadamente y el salario en muchos casos es líquido, porque hay mucha informalidad. Tienen un horario cortado, que abarca toda la mañana desde las 6.00 y retoman la tarea a media tarde.
Peones, serenos y capataces tienen sueldos fijos; los cuidadores, no, pero llevan una buena comisión de los premios. El 33% de éstos se distribuye entre el cuidador, jockey, peón, capataz, sereno y veterinario. Además el propietario del caballo paga al cuidador una pensión que “cubre todos los gastos del caballo (comida) y del empleado (aguinaldos, licencias, materiales y muchos otros gastos)”, explicó Hayne González.
Toque femenino
En Maroñas reina el género masculino. Sin embargo, hay dos entrenadoras. Una de ellas tiene caballos que corrieron ayer, y en 2010 salió tercera en la tabla anual del hipódromo. Se trata de Yolanda Dávila, argentina de 42 años que comenzó a entrenar en Uruguay, en 2003, 15 días antes de que reabriera Maroñas. Procedente del interior de Argentina, fue jokista de 1994 a 2000, cuando tuvo una “rodada” fuerte que le impidió continuar corriendo. Su padre cuidaba caballos que corrían y ella también se crió entre los animales que fueron su medio de transporte para ir a la escuela. Corrió dos años en Buenos Aires y cuatro en California, Estados Unidos. Su novio era entrenador en Uruguay y así llegó hasta aquí. “Vine a ayudar a Javier pero él se fue al año porque le convenía mucho más allá por el dinero y la cantidad de caballos que tenía; a mí también, pero yo le dije que quería probar sola, a ver si aguantaba cinco o seis meses, y nunca más me fui, me encantó. Cada vez tuve más caballos; aparte, siendo mujer, no había ni una chica peona, galopeadora, joketa, cuidadora, nada de nada, eso me llamaba un poco la atención porque allá en Buenos Aires había, y acá no. Acá dicen que son muy machistas, pero yo nunca tuve ningún problema”. Dijo que en California hay más mujeres que hombres en este rubro. Antes, en Uruguay había más jocketas. Ahora Dávila tiene 55 caballos a cargo, de propietarios uruguayos, argentinos, brasileños, franceses y de un estadounidense.
Oficio de jockey
Dávila señaló que en Uruguay “haría falta una escuela de jockey”. “Es muy importante, te enseñan muchas cosas. Yo no conocía Las Piedras y fui el otro día y ahí te das cuenta, con más razón, de que hace falta. En una escuela no te dejan correr antes de los tres años, hasta que tengas las condiciones”.
Ella y otros entrevistados remarcaron como una limitación la disposición de que los jockeys deben ser mayores de 18 años. Mario González opinó: “Pienso que está mal, tiene que cambiar, porque un jugador de fútbol a los 15 está jugando y un jockey no puede hasta los 18 años y después tiene que ganar 50 carreras en Las Piedras para venir a correr a Maroñas, entonces se hace difícil”.
Mario Hanty González es jockey, tiene 31 años y corrió ayer por primera vez en el Premio Ramírez el Storm Duro, además de haber participado en otras ocho carreras. Explicó a la diaria que aprendió el oficio desde niño, “desde antes, incluso”, comenta entre risas al explicar que su padre, Mario González, le puso Hanty de segundo nombre por una promesa a un triple coronado que corría el padre. Es jockey desde los 19 años y a los 12 comenzó con la tarea de peón. “Me cuesta bastante, mido 1,74 y hace 11 años que me cuido mucho en la comida y hago mucho ejercicio, porque para correr el Ramírez tengo que pesar 53 kilos. Lleva un sacrificio, pero me gusta, vivo de esto. No tengo noche, no conozco lo que es salir a bailar, ir a un cumpleaños de 15 ni nada. Entro a las 12.00 y salgo a las diez de la noche la mayoría de las veces. Entrenamos con aparatos y trotamos. No hay días libres, ni en las fiestas, que pasamos con los caballos porque estamos tapándoles los oídos por los cuetes, y al día siguiente nos levantamos de vuelta a las cinco”.