-En la tapa de Canciones propias hay una caricatura tuya y de los músicos.
-No, no estoy. Todo el mundo me dice lo mismo. Esa caricatura salió hace dos o tres años en Brecha, en un artículo sobre la minoridad. Un hermoso dibujo de Ombú, un amigo al que admiro mucho; y a mí me gustó mucho ese dibujo, ya que, si bien representaba la problemática de la adolescencia -obviamente de clase baja y marginal-, el dibujo tenía una dignidad muy linda. No es una cosa que digas “están todos reventados, la ropa hecha bolsa, están fumando pasta base”, no; tiene dignidad, son rostros de adolescentes que están mirando, no sé, el futuro, que están con expectativas, están serios pero no están reventados. Me pareció mágico el dibujo y lo recorté y lo guardé, como para pegarlo en la heladera. Y a los dos años, cuando salió la idea de hacer este proyecto -que juega con la idea del pasado-, en mi mente se unió con el dibujo, con éstos que son el futuro -no nos olvidemos de que en Uruguay más de 50% de los nacimientos están por debajo de la franja de la pobreza-, y en mi cerebro me hizo click y dije “ésta es la tapa del disco”. Sé que hay uno que se parece a mí, y hasta yo me di cuenta después. Lo mismo el título, me han dicho “qué bien que la pensaste, la ironía...”; no, la verdad es que se me apareció esa frase y por primera vez en mi vida no estuve haciendo listas de cuatrocientos títulos. Es la primera que se me apareció y la última: “Canciones propias”, y no elaboré la ironía ni nada, cayó la frase y ya está. El otro título sobre el que no tuve dudas fue el de El viento en la cara, que no es mío. Se le ocurrió a Mayra Hugo, una amiga cantante que estaba en el grupo Travesía, escuchando ese tema que habla de ciclismo y todo eso y me dijo: “Pah, Cabrera, escuchando este tema parece que tuvieras el viento en la cara”. Yo tenía otro título, pero “El viento en la cara” me pareció brillante y se lo afané.
-Me contabas que fuiste a componer a Buenos Aires. En los últimos años ha habido allá un descubrimiento de tu trabajo.
-Sí, entre los músicos y los medios tengo como un enamoramiento. Cada vez que vuelvo de Buenos Aires me quedo helado. Hay una tendencia, miran para acá como locos, viajan para ver la música uruguaya, vienen a ver el Carnaval. A lo de antes, a Jaime y todo eso, pero también a los jóvenes de acá, a los del rock, a las chicas, a Ana Prada, Samantha Navarro, Maia Castro, a todo... Ves en Buenos Aires carteles que ocupan una cuadra anunciando a Falta y Resto.
-Hablando de eso, en tu trabajo siempre has mostrado un interés por investigar el background musical uruguayo, pero a la música de carnaval nunca te aproximaste, ¿no?
-Me aproximo como consumidor, como oyente. Nunca me animé mucho a hacerlo yo, ni a la parte candombera ni murguística. Por varias razones, algunas musicales y técnicas y otras genéricas. Entre estas últimas, porque considero que el rubro está suficientemente representado; habiendo ya Rada, Jaime Roos, Mateo, Mauricio Ubal, que han trabajado con esos materiales, las murgas mismas, la gente del candombe, consideré siempre innecesario que yo me sumara a eso habiendo otras zonas de nuestra cultura musical muy desatendidas. Y que contaban, además, con mi mayor preferencia en cuanto a gustos.
-En el disco rescataste algunas canciones de folclore que para un montevideano pueden ser más bien desconocidas.
-¿Desconocidas, decís? Bueno, hace un tiempo no tanto. Esas canciones fueron todas hits acá, son desconocidas ahora. Razón por la cual tal vez quise hacer esto, pero no son canciones desconocidas, para cualquier persona de mi edad esas canciones son clásicos, no son “la rara” del disco. Los 60 acá fueron muy bravos; la música del Uruguay en los 60 y los primeros 70... Es una preocupación que yo tengo, a veces hablo con estudiantes de musicología, periodistas, y les digo que hace falta mucha investigación y rescate de todo eso. Acá no hay un libro sobre Los Olimareños, sobre las voces y las guitarras de Los Olimareños, y es una magia absoluta. No hay un libro sobre Rada, y puedo seguir nombrando. Y guarda, que no estamos hablando sobre Egipto, sobre algo que pasó hace 2.000 años. Esto fue ayer, fue hace cuarenta años. Cuarenta años, ¿no es contemporáneo? Dejémonos de joder con esa onda de “antes que yo no existía nada”. El parricidio tiene una lógica dentro de la evolución humana, pero esto no es parricidio. ¿Es tan lógico pensar que lo que pasó hace treinta años ya no tiene ningún lugar en una sociedad? ¿Es sano eso, esa falta de diálogo? Entonces tendríamos que pensar que Los Estómagos y Los Traidores ya no existen, son parte del pasado...
-Bueno, puede ser que ya haya generaciones para las cuales no existan.
-Pero no es así. Y viniendo más acá, algo que tiene cinco años ya no existe. Uno de mis planteos es que yo no estoy rescatando nada. Se ha usado mucho la palabra “rescate” con respecto a este disco. Como actitud o como una búsqueda arqueológica. No, yo estoy dialogando con estas canciones, están en mí, están desde mi infancia. Pero hay algo que dice que esa franja no sirve. Es una perversión del capitalismo, me parece, en ese parricidio. Arriesgo, yo no soy un teórico de nada y puedo estar diciendo un disparate, pero, ¿por qué tiene que ser más importante tener 25 años que 40 o que 12? Creo que todo es importante.
-Puede ser que el músico más joven sea más maleable, que sea más fácil venderle.
-Hoy. Y no todos: la mayoría. Y no tiene por qué ser así, hay muchos ejemplos de gente que hizo cosas importantísimas a los 20 o 25 años y fueron tremendamente rebeldes y libertarios en el mejor sentido posible. Y nadie los cambió. Eso pasó en Brasil y en el mundo entero en la década de los 60 y el mundo tuvo que acatar a los Beatles, a Hendrix, a los Stones y a Caetano, y tenían 23 años. Hoy es más manejable porque los jóvenes están más sujetos a eso.
-La selección de los temas del disco es esencialmente de hits de esos autores. ¿Eso fue ex profeso?
-No, yo elegí los temas que me quedaban cómodos. Los temas que te permiten aplicar una idea arreglística que ya tenés independientemente del tema. ¿Me explico? Tenés una idea, una sucesión armónica o un ritmo, y encontrás el tema justo en que podés aplicar eso. No en todos, pero en unos cuantos me pasó eso. Además de que son todas buenas canciones, vamos a entendernos...
-Tenía la impresión de que habías elegido temas que justamente eran muy populares para darles un tratamiento que no era necesariamente popular.
-No, eso no es a propósito. El tratamiento que les doy es el que me sale. Eso es un tema interesante; no hay tanto razonamiento a la hora de elegir un tema, hacer un arreglo o cantar de un modo. No pasa tanto por la razón, ahí pasa ese misterio tan difícil de definir que es eso que te pasa por adentro, que no definís con la razón. No es que yo quise hacer tal planteo, que yo quise rescatar... Yo no quise hacer nada, son canciones que me gustan, que me encanta hacer y que se fueron desarrollando en mi cabeza. Esto no es algo que hice en tres meses, la de Zitarrosa la vengo haciendo desde hace diez años, la de Darnauchans también; cuando se me juntaron quince o dieciséis vi que estaba en la hora de hacer un disco. No hay mucho razonamiento: el gusto también existe en un profesional. Te acordás de cuando la escuchaste en la radio. Yo hice dieciséis, pero de ese período se podrían haber hecho trescientas. El criterio de selección no es calificatorio, también entra lo subjetivo, el “porque sí”.
-Vos sos un tipo que sobre todo ha sido reconocido como compositor. Hacer un disco así, ¿no es una forma de mostrarse como intérprete?
-Es sí, lo es; tenés razón. Pero acá también hay un tema interesante: el arreglo, ¿no es una composición también?
-Por supuesto.
-Pensá en arreglos que vos conozcas de alguien que versionó a alguien que a vos te gusta. ¿No hay una actitud creativa? Entonces el compositor no está ausente tampoco; yo estoy recomponiendo a veces. Es un tema muy loco el del arreglo.
-Volviendo a lo de intérprete, en el disco la voz está bien al frente y da la impresión de que estuvieras pensando cada palabra en su significado pleno.
-En cada una de las palabras, cada una de las sílabas y cada una de las letras, si me permitís exagerar. Me parece elemental, no creo que ningún cantante pueda ser ajeno a esa posición. ¿Quién puede cantar sin pensar en lo que dice la letra?
-Yo creo que hoy en día hay un predominio de la potencia y el registro sobre el significado. Puede ser que en Uruguay no tanto, pero Uruguay es una escuela muy particular de cantantes.
-Puede ser. Yo vengo de una tradición, que es la uruguaya, justamente, en que la palabra... en que la canción es la canción. Significa. Siempre. No pasás por arriba como si nada. Y creo que en particular, en los últimos años, mi interior musical se ha vuelto un poco más intérprete. De mis propias cosas, me refiero, en lo vocal. Y también en lo guitarrístico: trato de estar más por dentro de lo que estoy diciendo o tocando, y que haya una expresividad, que no sea cantar automáticamente. Es un proceso largo, de años, y creo que sin darme cuenta fui interiorizándome más, tanto en la melodía como en la letra. Antes era más mecánico, más lineal, mandaba lo que había compuesto tal cual, y ahora me parece que tengo más libertad. Me encontré más con el fraseo, con mi voz, con la guitarra, con la dinámica y matices.
-En una entrevista reciente que te hicieron en Brecha decías algo como que estabas revalorizando lo popular en contraposición a la escuela más rara y académica de la música uruguaya, es decir, Lazaroff, Maslíah...
-Quedó un poco radical esa declaración. Ojo, yo no abjuro de eso.
-¿Pero no hay como una vuelta? Tengo la impresión de que tus primeros discos eran más accesibles, de que en el medio experimentaste más y de que ahora estás volviendo un poco a lo de antes.
-¿Te parece? Mirá que yo arranqué con Montresvideo, con Baldío, que para mí son cosas muy radicales y jugadas. El disco de Montresvideo no se parece a nada que hubiera en ese momento. Ahí había una actitud de riesgo que siempre tuve y que -de nuevo- te digo que no es racional. Es lo que viene conmigo. Una actitud de que para mí vale la pena hacer música saliéndose del mainstream, de los códigos, es algo que es natural, no forzado. Y que también es uruguayo. Pensá en Los Olimareños, en Viglietti, en Zitarrosa, ¿a quién se parecen? ¿A quién le copiaron? ¿A quién le copió Mateo? A nadie, el lenguaje ése lo inventaron ellos. Uruguay es un país inventor de lenguajes en la canción. ¿A quién se parece Lazaroff? ¿A quién se parece Darnauchans? ¿Vos conocés otro Darnauchans en el que haya podido inspirarse? Lo mío es eso nada más, pertenecer a algo que es natural en Uruguay, en este país chico en el que no hay industria.
-¿Alguna vez pensaste en especular con los aspectos más exitosos de tus canciones?
-Sí, toda mi vida. Y siempre fracasé. Toda mi vida viví realmente preocupado por eso.
-Pero te fuiste radicalizando...
-Sin querer. Siempre quise ser cada vez más popular, más digerible, más fácil... tratar de ampliar el público, pero uno es esclavo de lo que le sale. Para mí, consciente de que lo mío no era masivo, de que no le llegaba a todo el mundo, eso siempre fue una espada de Damocles, una preocupación muy seria y nunca encontré las herramientas para revertirla.
-Viviendo la paradoja de ser muy conocido y no tan escuchado...
-Bueno, tan conocido no sé. Soy relativamente conocido y relativamente escuchado. No sé si soy más conocido que escuchado. Tal vez por la suma de los años puede ser. Hace treinta años que estoy en los medios y habrá gente que ha visto mi cara y mi nombre y nunca me escuchó.
-Tampoco has sido alguien que se acerque mucho a los apoyos estatales.
-Mirá, ése es un tema que daría para una entrevista entera. Es cierto, nunca tuve la actitud de ir a golpearle la puerta al Estado, pero paralelamente hay una cosa que nadie dice y nadie reconoce: en este país el Estado apoya mucho a la cultura. Sin embargo, el discurso de mis colegas y de todo el mundo en todas las disciplinas artísticas es siempre “el Estado nos abandona, nos mata de hambre, no hay apoyo, no hay políticas”. Yo pregunto; el carnaval, ¿quién lo banca? El Teatro de Verano, el Solís, la Zitarrosa, el Florencio Sánchez, ¿de quién son? La Semana de Turismo en el Prado, en que contratan y le pagan el cachet a mil payadores desconocidos, cantores criollos y grupos de danza folclóricos. Sigo: la Comedia Nacional, la Escuela de Arte Dramático, ¿de quién son? La lista puede ser interminable. Entonces, ¿el Estado uruguayo no apoya a la cultura? ¿Por qué no empezamos a revertir esa mirada crítica ciega de queja cuando el Estado hace de todo? Y en los últimos años más que nunca. ¿El Ministerio de Cultura [MEC] no apoya? ¿Vos sabés todas las salas que recicló en el interior? Teatros que estaban abandonados, cines que estaban hechos guasca y que rescataron entre las intendencias de los lugares apoyados con guita por el MEC en el período pasado, cuando Astori era ministro de Economía. Las idas de grupos teatrales y exposiciones de plástica al exterior, los concursos, los docentes que se mandan al interior pagados por el Estado... ¿Vos sabés que me calienta esa ingratitud?
-Y también hay productos artísticos supuestamente viables que ante la duda piden la ayuda estatal.
-Bueno, es que pedir pedimos todos, ya sea con los Fondos Concursables, con esto o con lo otro. Todo el mundo pide. También los cineastas... Yo a veces me pregunto; se hace una película, se gasta un millón de dólares, está cuatro días en cartel y después baja. Para que el tipo se dé el gusto, después, de presentarla en un festival por ahí. Y es guita eso. A mí dame la guita de una película y te hago 25 discos y 40 giras y te reciclo dos teatros, con la guita de una película. Y se lo dan igual y la película la ven cuatro tipos. No, se apoya todo... Cosas inviables también. Pero, cabe preguntarse, ¿no está bueno que una cosa, por más masiva que sea, por más que sea Jaime Roos, también reciba un apoyo para que la gira esté buena, para que los escenarios y las luces sean mejores? Y que así la gente que eligió a ese artista como su favorito también pueda verlo en su pueblo natal. También está bueno que se apoye al más fuerte, que se apoye a todo. En definitiva, todo es artístico. Yo no me quejo; cuando puedo me gusta tocar el tema y dar esta voz que, francamente, nunca escucho. No sé si será ingratitud de los artistas o un exacerbado sentido pedigüeño que tiene la sociedad uruguaya.
-Claro, yo lo que decía es que hay gente que cree que puede desarrollar una carrera de artista popular subvencionado por el Estado.
-Bueno, eso me parece un grave error de quien piense así. El Estado no es una fundación de salvataje. Me parece una posición equivocada. Pero además nos olvidamos de otra cosa muy básica: cualquier persona que elija la profesión artística, ¿no sabe de antemano, acaso hay que explicárselo, que acá se va a morir de hambre? ¿Que somos tres millones en un país pobre y que la sociedad no tiene la capacidad de absorción para todos y que Uruguay tiene demasiados artistas? Hagamos una estadística del porcentaje de artistas en la sociedad uruguaya. No puede ser. ¿Todos queremos ser artistas, todos estudian guitarra, todos quieren sacar su novela? ¿Todo el mundo? Dentro de unos años no va a haber un sanitario, un carpintero: todos van a ser artistas.
-Vos sos un compositor prolífico y tengo entendido que vas procesando tus canciones a lo largo de mucho tiempo. ¿No es difícil encontrarse con el tiempo para cerrar todo ese material?
-Sí; igual me hace feliz tener todo eso inconcluso, porque es como decir “yo por quince, veinte años no tengo que preocuparme por componer”. Igual uno sigue haciendo cachitos, pedacitos.
-No podés cerrar la fábrica.
-Afortunadamente, yo siempre tengo ideas nuevas. Será que la psiquis se acostumbró a un proceso vicioso en el que siempre estás pensando en algo, en una frase, en un concepto armónico. Soy así y por algo me dedico a esto desde que tengo 13 o 14 años. Y eso se constituyó en el centro de mi vida porque es lo que más felicidad me ha dado. ¿Hay algo más lindo que componer una canción y que encima alguien la apruebe, y comunicarte con eso? Es lindo eso, ¿verdad? Comunicarse con algo que vos elaboraste y salió de tu cabeza. ¿Puede haber algo más lindo que terminar un recital y que venga alguien y te diga una frase linda? A veces viene un tipo, un hombre grande, con una lágrima, emocionado porque una canción tuya, un verso lo hizo llorar. ¿Hay paga más grande que eso en la vida? Afortunadamente, mi vida tiene eso.