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Borges y Nutella

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¿Qué podía esperar el grupo Santillana sino líos cuando le publicó un libro llamado El hacedor (de Borges). Remake a Agustín Fernández Mallo, alguien que escribió un tríptico de novelas llamadas Nocilla Project y que encabeza la llamada “generación Nocilla” española, compuesta por escritores nacidos entre 1960 y 1975 que vendrían a ser una especie de avant-pop en salsa mediterránea (centrifugado de fragmentarismo, obsesión por la cultura popular y manipulación de textos ajenos)?

Nocilla es, de hecho, una variación ibérica de la archifamosa crema de avellanas y cacao italiana Nutella. Fernández Mallo adoptó el procedimiento Nocilla una vez más: tomó su Nutella/Borges, le alteró un poco el nombre/título, repitió los títulos de las prosas y los poemas de El hacedor y luego untó su texto/Nocilla sobre semejante pan.

Empero, como se escribió en El País de Madrid la semana pasada, “para Fernández Mallo el homenaje es evidente. Para María Kodama, viuda del autor bonaerense y administradora de sus derechos de autor, no lo es en absoluto”, tanto que soltó a sus abogados y una temerosa Alfaguara retiró, prontamente, todas las copias de la novela de las librerías.

Hasta ahí una penosa historia de derechos y conservación de la memoria como fetiche, cosas empecinadamente anacrónicas, pero que suelen suceder todavía.

Más interesante y sintomática, la difusión de la noticia: haciendo hincapié en una de las declaraciones autodefensoras del escritor español, que explicó que lo que se está criticando es “una técnica literaria” que consiste en recoger “un legado y transformarlo”, lo cual llevaría a una “gran paradoja” dado que fue Borges “uno de sus mejores exponentes”, los medios de medio mundo (sobre todo de habla hispánica) difundieron la noticia, subrayando el carácter agasajador del libro de Fernández Mallo. Lo mismo hizo un grupo de escritores hispánicos justamente indignados en una carta abierta -Carta de protesta (o cómo “El hacedor (de Borges). Remake” se convirtió en una novela política)- donde, otra vez, se subraya que “no ha importado nada que la obra funcione como un homenaje a Borges” y que “el diseño de la portada de la novela de Fernández Mallo” sea “un corazón dorado: una declaración de amor al maestro”. Algo parecido pasó a nivel local: Luis Roux escribió en El Observador que “queda feo que haya queja de plagio a Borges, que siempre se rió del tema” y que “es una lástima que el escritor ya no esté para dictarle a María Kodama las palabras justas”.

Sin embargo, la legitimación del uso indiscriminado que un autor puede hacer de otro no debería conocer limitaciones: ¿y si hubiera sido un ataque en vez de un homenaje?; ¿no tendría los mismos derechos de poderse llevar adelante?; ¿y si hubiera sido un escritor refractario, o poco interesado, en temas como plagios, reescrituras, autoría, etcétera (por ejemplo, Onetti)?; ¿no sería igualmente justificado utilizarlo a gusto?

Lo que hubiera podido pensar (o pueda pensar) un autor, o sus herederos, de una interpretación de su obra (en forma de comentario o germinación de otra obra) es absolutamente irrelevante. Además, como los firmantes de la Carta de protesta indican claramente, El hacedor (de Borges). Remake es un “ejemplo de un procedimiento que se aplica de forma masiva en la actividad creativa de nuestros días, a través de formas que no son más que la versión actualizada de un principio rector de la cultura y el conocimiento: lo nuevo siempre se construye a través de lo viejo, y de lo ajeno”. Ese concepto se puede expandir -exagerando, pero creo que no demasiado- declarando que la literatura in toto es una serie de citas de obras previas, con variantes hipersignificativas (y con las motivaciones más diversas: de la adoración de un modelo a la rabia de las vanguardias históricas, a las ansiedades bloomianas).

Finalmente, es difícil no asombrarse frente a las diferencias entre las artes sobre el tratamiento del tema. Algo que en las artes visuales no produce escándalo, el apropiacionismo, en literatura -donde habría que promoverlo con vehemencia, dado el estado crítico de ésta- tiene evidentemente resistencias tan fuertes como toscas. Increíblemente, el caso Borges-Fernández Mallo estalló apenas cinco meses después de que una artista extraordinaria come Elaine Sturtevant -especie de Pierre Menard del pincel, que copió y sigue copiando, tal cual y abiertamente, artistas famosísimos y contemporáneos (de Warhol a Stella, de Beuys a González-Torres)- ganara el León de Oro a toda una carrera en la Bienal de Venecia.

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