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El origen de la República

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Estrategias historiográficas de “Épocas militares de los países del Plata”.

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Hace 100 años apareció en el Río de la Plata un libro que contaba de los desafíos que tuvo que salvar parte de lo que era la Banda Oriental para llegar a ser un Estado. Eran ocho artículos de relato y análisis de episodios cruciales en la emancipación de la República Oriental del Uruguay, ensayos históricos que, sin dejar su anclaje documental, escapaban al estilo lacónico y despojado de la crónica; se elevaban con el gesto narrativo de la pluma de Eduardo Acevedo Díaz.

En el exilio Acevedo Díaz recogió algunos artículos que ya había hecho públicos, los complementó con otras fuentes y, desde Roma, los envió a Barcelona, a la editorial Sopena. En 1911, en Buenos Aires, aparecería Épocas militares de los países del Plata: (Primer tercio del siglo XIX).

Había desarrollado su actividad periodística en Uruguay entre 1870 y 1903. Por entonces, un intelectual no se restringía en su producción de conocimiento, y bien podían sus escritos tratar de arte, sociología o historia. Así, escribió prolíficamente sobre temáticas variadas del momento, particularmente, en relación con su actividad política. Pero también dedicó su atención al pasado cercano, en Épocas... cobran vida episodios que van desde el fin de las invasiones inglesas (1806-1807) hasta la masacre de “La Boca del Tigre” (Salsipuedes), en 1832. En ellos, la época va más allá de los sucesos; con trazo firme se reviven ilustres muertos olvidados para mostrar sus luces y sombras; muertos que hoy se recuerdan poco más que con el nombre de un edificio, una calle, pero no con el reconocimiento de los vivos: Maciel, Videla, Brandzen, Rondeau...

A caballo entre el testimonio directo y la narración magistral, basados en las memorias de su abuelo -el general Antonio Díaz-, estos ensayos reflexivos trascienden la anécdota y cobran importancia como documentos historiográficos y piezas literarias. La escritura varía entre los artículos, y no solamente por tratarse de diferentes momentos de la vida del escritor.

Habiéndose basado en las memorias de su abuelo -inéditas aún hoy-, en ocasión hace uso directo de sus textos, limitándose a añadir notas y comentarios (en “Artigas y los siete jefes engrillados” y “La batalla de Ituzaingó”). El estilo de su antepasado es “lacónico y severamente militar”, preciso para dar cuenta de los sucesos en que participó directamente. Sus desvíos son para dar lugar a descripciones minuciosas o, a lo sumo, a una calculada interpretación de lo expuesto.

Ficción como herramienta

Eduardo Acevedo Díaz tenía una concepción inusual para la época acerca de la Historia. Ya en Ismael expone la idea de que la verdad completa acerca del pasado nos es inaccesible, y en “Sin pasión y sin divisa” (ensayo que oficia de prólogo a Lanza y sable) expresa su convicción de que “se entiende mejor la ‘historia’ en la novela que en la ‘novela’ de la historia”. Bajo esta luz, podemos entender mejor el contraste de la narrativa de Acevedo Díaz con la de su fuente: utiliza la base documental, pero le da una calidad ágil y literaria, como un maestro escultor puede dar al mineral el dinamismo de lo vivo.

Tiene destreza para evitar que las descripciones detengan el gesto narrativo; cada una está contenida -o desemboca- en una acción. Cuando empieza a describir el caballo, éste ya sale al galope. Su pluma se resiste a detener el tiempo si no es para reflexionar, y aún entonces hay ideas en movimiento. El marco temporal coincide con el de su tetralogía épica y los episodios con la épica del país; refieren a desafíos en el trayecto hacia la república. Aparecen como “mojones” los choques con los ingleses, los españoles, el Imperio del Brasil, los charrúas y las guerras civiles; son síntomas de situaciones sociopolíticas mayores. Estos artículos no buscan trazar una lección de historia lineal y completa, sino abrir vías de exploración al pasado. En los comentarios -en el cuerpo del texto, en apéndices- se construyen reflexiones sobre los efectos de los episodios a nivel sociopolítico, así como sobre la escritura de la historia en sí. Así, los artículos distan mucho de reproducir meras anécdotas bélicas.

Épocas... apareció en 1911 y volvió a publicarse en 1973 por Arca; en estos tiempos, pareciera que ha sido olvidado. Pero no por todos: decía el profesor e historiador Roger Geymonat que “respecto a esos años se puede leer Épocas… de Acevedo Díaz. Que es viejo, que está superado, es cierto; pero cada una de las cosas que escribe pasó”. Hoy, con la exaltación que se ha hecho del Bicentenario, pocos se acuerdan de este hombre que precisamente 100 años atrás insufló vida a episodios que nos llevaron hacia lo que somos ahora.

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