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Edmundo Canalda

Foto: Nicolás Celaya

Editores y tupas

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Edmundo Canalda, en el aniversario de su editorial Fin de Siglo.

Vinculado a diversos proyectos comunicacionales del MLN (TAE, CX 44, Mate Amargo, Temas), en 1991 Edmundo Canalda decidió emprender un camino aparte en el mundo editorial. Hoy Fin de Siglo, posiblemente la editorial local con mayores éxitos de venta y mayor abanico temático, cumple dos décadas.

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-¿Cuando empezaron con esto pensaron que iban a festejar 20 años editando libros?

-No, para nada. El plazo estaba dado por el nombre, Fin de Siglo, porque en 1991 el fin del siglo parecía algo extremadamente lejano y a la vez algo muy importante. Se esperaban cambios importantes en el mundo y en la sociedad uruguaya.

-Pero en 1991 ya había habido algún cambio importante, por lo menos en el mundo.

-Afortunadamente, sí. Incluso quizá sea difícil disociar la editorial de los cambios que hubo en esa época. Porque desde el pique la editorial promovió una especie de apertura en cuanto a opiniones, a polémicas, en cuanto a no hacer mucho distingo desde el punto de vista partidario a la hora de publicar algo. De alguna manera continuaba lo que había sido el semanario 20/21, que también pretendió ser pluralista y abierto.

-Tal vez convenga aclarar a qué te referís con "partidario".

-Yo provenía del MLN, claro. Pero en 20 años creo que he hecho alguna otra cosa.

-¿Y la editorial TAE, del MLN, fue también un antecedente?

-TAE era una editorial que dependía directamente del MLN que mientras la manejamos -y hablo en plural porque las cabezas éramos Leopoldo Lafferranderie y yo- trabajamos con bastante apertura. Pero en el fondo era una editorial del MLN. La apertura era tan grande, sin embargo, que permitió lanzar la nueva literatura infantil uruguaya. Es un orgullo para la gente de TAE. Hablo de autores como Roy Berocay, Ignacio Martínez... Es más: Ignacio Martínez publicaba en TAE y formó parte del jurado de un concurso que organizamos en el que se premió por primera vez a Roy Berocay con El sapo Ruperto. Hubo muchos autores en ese boom que luego se canalizó por el lado de Santillana, al desaparecer TAE. Fue un poco de falta de visión de la gente del MLN, porque era una editorial que marchaba muy bien también con los textos de corte político.

-También estuviste vinculado a otros proyectos de comunicación del MLN. Estuviste en la radio Panamericana, por ejemplo.

-Primero estuvo en Mate Amargo. Al principio el semanario no contaba con mucha expectativa positiva de la gente del MLN; sin embargo, se bancó, se soportó su salida. El primer número se solventó con un libro que habíamos publicado, todavía no como TAE, sino a través de un emprendimiento al que le pusimos Ediciones de Liberación Nacional. El libro era Pasaporte 11333, del doble agente cubano Manuel Hevia, que nos autorizó a publicarlo. Lo editamos en ese híbrido que era el 26 de Marzo en Uruguay (no el puntismo) y el MLN. Con ese dinero empezó a funcionar Mate Amargo con un grupo de gente que al principio eran militantes, no cobraban. Fue un éxito tan rotundo desde el pique que luego se sostuvo a sí mismo. Quizá haya sido uno de los periódicos que más interés despertaron en este país en poco tiempo.

-De esa época también son tus diálogos con Raúl Sendic. Hace poco Brecha publicó algún fragmento. ¿Se van a publicar?

-Bueno, Raúl tenía una relación bastante directa conmigo como con mucha otra gente. Se iba a publicar cuando estaba en el MLN. Fue un trabajo que hicimos con la idea de que se conociera un poco más su pensamiento, pero se hizo mientras yo estaba en el MLN. Luego tuve una inquietud de conciencia...

-Se habló de los "herederos".

-Ésa fue una triste expresión de mi querido amigo Salvador Neves, pero no quería provocar rispideces, como ir al MLN y decir "miren, yo tengo este material exclusivo de Raúl", porque entre otras cosas se podía presumir que Raúl no sólo tirara rosas sobre el funcionamiento del MLN.

-¿Y ahora no se podría publicar?

-Tengo dudas. También habría que analizar qué pasa en Uruguay hoy, qué utilidad podría tener, para quién. Además, generaría una situación incómoda: ¿qué hago, voy a Sudamericana a publicarla?

-Pero ustedes como Fin de Siglo han sido parte importante de otro boom, el de la literatura sobre Tupamaros.

-Sin duda. No sólo sobre Tupamaros, sino sobre la llamada ahora "historia reciente", que parte de hace 50 años. En eso nos hemos especializado. He querido quitarme el estigma de que la editorial publica sólo libros políticos y no he podido, porque he tenido grandes aciertos en la publicación de libros periodísticos. Los más exitosos autores de la editorial, quitando a [Gustavo] Ekroth, son periodistas.

-¿Quiénes son los principales?

-Tendría que mencionar los trabajos de Alfonso Lessa, La revolución imposible y Estado de guerra. También, por supuesto, muchos libros sobre el MLN, incluso uno interesantísimo de Alain Labrusse, Una historia de los Tupamaros. Labrousse era un viejo conocido allá por el 68, en mis tiempos de militancia estudiantil; lo conocí en Uruguay y él siguió permanentemente la pista de lo que fue el MLN. Es un señor muy veterano, sociólogo. Quiso cerrar un ciclo y volvió a Uruguay para hacer este trabajo, que es muy bueno. Para no nombrar solamente a los de entrecasa, La izquierda revolucionaria uruguaya, de Eduardo Rey Tristán, una tesis de un doctor en historia español que leí por casualidad y le pedí autorización para publicarla acá como A la vuelta de la esquina. Los que vivimos esa época quedamos impresionados con lo que leímos de todo lo que se puede saber sin haber estado: se puede saber más que lo que uno supo. Eso es maravilloso.

-Sin embargo, la mayoría de los libros sobre Tupamaros son más testimoniales que académicos. Ahora hay un impulso por estudiar la historia del Partido Comunista que sí es más académica.

-Sí, es cierto, aunque Garcé trabajó Donde hubo fuego como una cosa académica, si bien tuvo repercusiones extraacadémicas importantes. Pero es cierto, abundan los testimonios de la gente del MLN. Aunque este trabajo muy serio y enorme que hizo Gerardo Leibner [Camaradas y compañeros] es sobre todo testimonial, no es un libro de ideas. El autor sabe mucho pero no se la ha jugado. También quisiera mencionar a Carlos Maggi como un autor insignia de la editorial. El primer libro fue de él, Naná Punta del Este, Noche de los 500 amores, y gracias a las tres primeras ediciones pagué deudas del semanario 20/21 (que nadie me pedía pagar) y la cuarta edición provocó el nacimiento de Fin de Siglo. Después tengo el gusto de terminar un gran ciclo de Maggi publicando 1611-2011: mutaciones y aggiornamientos en la economía y la cultura del Uruguay.

-Recién decías que tenés el estigma de lo político; sin embargo, el mayor bestseller fue La locura uruguaya.

-Sí, conseguí un sueco que aterrizó en Uruguay y entendió la mentalidad uruguaya de aquel momento como nadie. Sueco de génesis; Ekroth es nacido en Uruguay, aunque no sé dónde se crió... en una campana, no estaba contaminado por nada. Se recibió de psicólogo en la Universidad de la República, pero no sé cómo pasó por ese ámbito sin contaminarse de nada.

-Además está la línea infantil.

-Después de Roy Berocay, Magdalena Helguera, Helen Velando e Ignacio Martínez uno podría decir que la línea infantil ya estaba condenada. Pero no, afortunadamente va bien: Gabriela Armand'Ugon, Lía Schenck.

-También bastante autoayuda...

-Como para ustedes debe ser chocante lo de la autoayuda, también les digo que durante mucho tiempo publiqué unos mamotretos de Audep, la organización más popular de psicoanálisis en Uruguay. Publiqué alrededor de seis libros y diez revistas con ellos.

-Además publicaron a Fanny Puyeski. Es un abanico bastante amplio.

-Es una preocupación permanente. Corrías el riesgo de quedar condenado al libro político.

-Y siempre está el ojo puesto en que cierre económicamente.

-Tiene que existir esa mirada. Por más que tengas ideas, una editorial es un medio de comunicación. Es una diferencia que creo que tengo con mis colegas: me planteo que esto sea un medio de comunicación. No lo veo muy distinto a un periódico o un programa de radio, o incluso la docencia. La matemática fue un vicio juvenil mío. Estudiaba matemática en Ingeniería. Siempre digo que los señores militares le hicieron un gran favor a la matemática evitando que un animal como yo siguiera en eso. Me animé a dar clase, tuve que hacerlo cuando salí en libertad. Preparé a muchachos de facultad y preparatorio para exámenes. Pero estábamos hablando de lo económico: si uno publica solamente lo que le parece excepcionalmente bueno, seguramente publique un libro o dos y después cierre. Hay que complacer también al lector más común.

-En los últimos años hubo muchas publicaciones sobre política. ¿Se venden esos libros?

-Sí, y mucho. Ya en un sentido más laxo. Hubo una sed muy grande al principio por saber sobre el MLN, que tiene una explicación muy sencilla: es la historia más reprimida de la vida uruguaya, de la que menos se podía hablar porque hacerlo significaba cárcel. Cuando se pudo, explotó, hasta con exceso. Y ya está pasando, no hay vuelta de hoja. Aunque ahora está mucho más diversificado. Por ejemplo: un libro extraordinariamente vendido de la editorial -vamos por los 20.000 ejemplares- es En penumbras: la masonería uruguaya, el libro que publicó en 2008 Fernando Amado. Es una cifra tremenda. El libro más vendido del país, La locura uruguaya, vendió 40.000. Hicimos decenas de ediciones, la última hace un par de años.

-A partir de que Luis Camnitzer publicó Didáctica de la liberación (Hum, 2008), donde analizaba algunas acciones de Tupamaros desde el punto de vista conceptual, hubo interés por conocer las vinculaciones del movimiento con el arte. La mayoría de los involucrados afirmaba que durante sus años de militancia intensa leía poco. ¿Fue tu caso?

-Queda claro en varios testimonios, por ejemplo en Las tribus de la izquierda: bolches, latas y tupamaros, de Ana Laura di Giorgi, que la gente del MLN era la que menos leía antes.

-Antes de la cárcel, digamos.

-Claro. La cárcel era una situación privilegiada. Una beca a la lectura... Les cuento una anécdota para que vean los precios que pagué por leer. En Ingeniería predominaba lo que en aquel momento llamábamos "derecha". Entonces teníamos una agrupación donde salvo el MAPU (lo que prefiguró los GAU, que prefiguraron la Vertiente Artiguista), estaba toda la gente de izquierda: comunistas, socialistas y, sobre todo, un bicho que empezó a aparecer en ese momento -1966, 67, 68-, el independiente más bien tercerista. Fijate los monstruos que había en esa agrupación: Rafael Guarga, que se estaba retirando de la militancia, el Sordo González, que también se estaba retirando, Rodrigo Arocena, Roberto Markarian, Mario Wschebor. En esa agrupación teníamos una especie de mandato imperativo: estudiar. El nombre de la agrupación era Reforma Universitaria, por la reforma de Córdoba. O sea, había una tradición de estudio y lectura desesperante y exasperante a veces. Leíamos como cochinos. Pero esto, que puede parecer una bravuconada, tenía una parte embromada, que era que la gente más radical y la que estaba más en la vuelta nos veía como los intelectualillos, los que no querían jugarse el pellejo. La gente de Medicina nos veía como siempre rompiendo, con documentos, con estudios, con cursillos. Era un grupo muy exigente desde el punto de vista intelectual. Discutir y disentir con Guarga, que ya se estaba haciendo simpatizante de los comunistas en 1968, era muy difícil si no estudiabas y leías. Al igual que disentir y discutir con el Sordo. Si eras independiente y medio radical, tenías obligación de estudiar, si no estabas frito. Yo quería leer El capital, desesperadamente. Traté de comprarlo en Uruguay y estaba muy fuera del alcance de mi bolsillo, lo vendían los comunistas a gente de la alta burguesía. Recuerdo la cifra, aunque ya no sé qué significa: eran 8.000 pesos de entonces, que para un miserable estudiante de Ingeniería era inalcanzable... tendría que haber asaltado un banco, pero todavía no había empezado con eso (mentira, nunca asalté un banco). Pero aprovechando que un amigo iba a Buenos Aires le encargué la edición de Les Livres de Poche, una edición horrible, berreta, en cuerpo 7, en un solo tomo de 800 páginas. Había que leerlo con lupa, y en francés. Pero salía 300 pesos. Se convirtió en mi libro de cabecera y paseaba con él. Y a causa de ese impúdico precio de El capital en castellano, tenía esta versión francesa que tenía una cara barbuda de Marx en la portada. Mi primera cana se la debo a eso. Fuimos a un boliche con amigos de la agrupación, independientes pero ya bastante pro tupas, y dejé olvidado el libro. A las pocas cuadras me di cuenta y volví a recogerlo. Era mi vida ese libro: si no lo podía leer, bien que lo lucía. Fui a buscarlo y nos estaba esperando Interpol, porque se imaginaron -estoy hablando de 1970- que como estaba en otro idioma seríamos extranjeros. Me comí 30 días de medidas de seguridad.

-¿Pero entonces en qué año ingresaste al MLN?

-Tardíamente, después del 70.

-Ya era un momento complicado.

-No, para nada. La derrota algunos la ven en 1972. Los del interior antes de abril y los de Montevideo la empezamos a sospechar en abril, la vemos en mayo y la contrarreafirmamos en los meses posteriores.

-¿Qué lecturas obligatorias tenían, ya en el MLN?

-Ah, ahí si los ponías a leer El capital se iban. Había gente muy bien formada, como Jorge Torres, que falleció hace poco, que venía con una gran preparación del Partido Comunista. Las lecturas que circulaban eran las que les gustaban a los presos de Punta Carretas, que cuando salían fugados o libres las recomendaban. Estaban muy vinculadas a lo que eran los movimientos guerrilleros o terceristas. Todo lo que fueran experiencias referidas a Argelia. También La guerra de las pulgas, sobre un general chipriota... aparecían tatuceras, cosas así. Se leía a [Régis] Debray con ánimo de caerle. Jorge Torres polemizó con él: Debray decía que era imposible el proceso de guerrilla urbana, el modelo era la guerrilla rural, como en Cuba. Ridiculizaba un poco la cosa, acá había mucho orgullo y mucha independencia. Torres era un tipo muy sólido, y quizá fue el verdadero ideólogo de la guerrilla urbana en Uruguay. La fundamentó en serio; había habido otros intentos, pavadas más bien folcóricas. A Sendic más bien le gustaba lo otro, el campo. En definitiva, las lecturas estaban vinculadas a lo guerrilleril, pero no significa que la gente más formada despreciara la preparación. En definitiva, había una impronta marxista en toda la izquierda uruguaya de aquella época; tal es así que los anarcos se van haciendo marxistas de foco, se transforman en el PVP. Se contaba además con gente que asesoraba al MLN con informes que venían de una visión marxista de la economía, por ejemplo del Instituto de Economía, de Couriel y Astori. Había respeto, no había desprecio por eso, aunque no eran grandes lectores. Pensemos que el promedio de edad en 1972 era 24 años, y era una vida muy activa. O en la disparadora o planificando cosas. Era muy difícil y tampoco estaba la propensión: "lee mucho".

-Vos ahora publicás a Hiber Conteris, que ya era un nombre conocido en la cultura y también tupamaro.

-Era el niño prodigio de la literatura uruguaya. Lo habían descubierto en Marcha. El nadador era una preciosa novela. Y tuvo algunas obras de teatro exitosas, como Malcolm X. Era una celebridad joven de la izquierda radical. También quiero rectificar algo que por ahí se dice mal: se habla de Fuenteovejuna y se habla de los comunistas; pero Taco Larreta era colaborador del MLN, no era comunista como se lee en Las tribus de la izquierda. Se tuvo que ir del país porque colaboró con el MLN. O sea, teníamos algunos intelectuales muy valiosos. La gente de Marcha estaba como dividida en dos. Estaban los viejos de la torre de cristal: Quijano, insoportable, engreído, sabelotodo y brillante. Y después estaba otra generación: Galeano, Benedetti. La historia de Benedetti se hace tan edulcorada a veces, pero él se sentiría orgulloso de que se dijera la verdad: fue uno de los hombres más fieles que tuvo el MLN en su historia. Totalmente identificado, hasta cierto momento. Después lo echan, en 1974, cuando pasó a ser "el pequeñoburgués". Una injusticia histórica. Fue uno de los lazos más firmes del MLN con Cuba, por ejemplo.

-En el libro de Haberkorn, Historias Tupamaras, se cuenta una anécdota de Benedetti (cuando trata a Kimal Amir de traidor) que da la pauta de que era un militante muy comprometido.

-Tremendamente. Que no participara en acciones militares no significaba nada. Se arriesgó mucho. En plena clandestinidad de Sendic, la casa de Mario siempre estuvo abierta. En los momentos más difíciles, en 1972, Mario se reunía con la dirección del MLN y se conversaba qué hacer. Era el hombre del MLN en el Frente Amplio, sin duda. Seregni sabía perfectamente con quién hablaba cuando hablaba con Benedetti: hablaba con el MLN legal. Creo que habría que cambiar esa visión edulcorada que se tiene de él. Era, además del escritor que conocemos, un militante político muy importante y muy fiel al MLN. Quizá donde se ve más claramente el periplo de Mario, y donde él cuenta su propia vida, es en El cumpleaños de Juan Ángel. Lo publica en 1971 y se lo dedica a Sendic. La gente simpatizante del MLN, muchos miles de jóvenes, lo veían como el intelectual más importante del país. Luego se fue dejando de lado porque se alejó de la militancia partidaria. No quiso volver a tener militancia como dirigente político por el tratamiento nefasto que recibió de la gente del MLN en 1974; "desde mi humilde punto de vista", como diría Astori.

-¿Cómo veía el país Sendic en 1985, cuando tuvieron los diálogos, con qué lucidez?

-¿Por qué decís "lucidez"?

-Por las condiciones en las que estuvo recluido. Digo si veía al país con una visión actualizada.

-Tan aggiornada que no fue entendida por la gente del MLN. Él era perfecto para quedar en minoría. Si querías que una posición quedara derrotada, que la defendiera Raúl. Tenía esa rara magia dentro del MLN. No le gustaba discutir, no le gustaban las reuniones largas, se salteaba cinco razonamientos y te decía el final. Fue poco entendido en aquella época. Venía con ideas raras. Estaba obsesionado con el salto tecnológico y con la descentralización. Entre su gente de más confianza él creía que no sólo la Unión Soviética -sobre la que tenía posición formada desde chiquito- sino que también Cuba estaba en decadencia. Tenía pasión por lo que en aquel momento se llamaban las tecnologías apropiadas. No llegó a vivir el salto que se dio después. Con internet viviría muy bien, como hombre apasionado por los datos y por sacar fichitas, y tan pendiente de conocer la opinión de otros. En Cuba se relacionó con mucha gente que no estaba en el Partido Comunista Cubano. Siempre fue un hombre que pensaba en alianzas amplias, en un Frente Grande, levantando banderas que podían unificar a mucha gente. Eso habla, mirando lo que pasó después, de alguien que veía un poco más lejos de lo que veía aquel MLN.

-De esos años también se ha destacado su vínculo con el Frente Juvenil.

-Tenía una especialísima predilección por la gente joven. Y en el Frente Juvenil se movía como pez en el agua. Tal como antes se había sentido cómodo con los canarios, con la gente del campo, el Raúl que sale de la cárcel tenía una gran facilidad para comunicarse con la gente joven. Porque si bien era un pésimo expositor en un debate político, era un gran comunicador en los ámbitos más chicos.

-¿Cómo volcaste la experiencia previa en la comunicación en un emprendimiento empresarial como éste?

-Hay una diferencia; en los primeros emprendimientos como Mate Amargo o Radio Panamericana podían estirar lo más posible nuestros grados de libertad, pero sabíamos que estábamos limitados. Eso generó contradicciones que se fueron resolviendo, pero con la posición del MLN predominando. No tener esas limitaciones implicó un cambio radical, porque hoy no estudio los temas en función de lo que beneficia o no a un grupo político.

-¿Y en el caso de Pepe: coloquios? En un momento de la campaña parecía que podía ser el responsable de una eventual derrota. ¿En algún momento se lo plantearon?

-Para nada, todo lo contrario. Con Alfredo García, el autor del libro, vimos que era necesario que aquella gente que tontamente estaba diciendo que Mujica no tenía coherencia ideológica tenía que conocer a uno de los políticos más inteligentes del país. Además, todo aquel que hubiera seguido atentamente la evolución de Mujica, por ejemplo leyendo Búsqueda atentamente, no descubría nada nuevo en Pepe: coloquios. Tanto es así que en un principio pensamos en un tiraje chico, de 350 ejemplares. Hubo periodistas televisivos que le hicieron una entrevista a Mujica con Pepe: coloquios arriba de la mesa y no mencionaron nada de su contendido. A la semana de publicado explotó en Argentina con un artículo de Nelson Fernández en La Nación, y simultáneamente en Búsqueda por lo que decía de los peronistas patoteros, y todo eso. A partir de eso fue atronador el éxito. Causó malestar en los sectores, las cúpulas partidarias, pero en la gente no cayó nada mal. Conozco gente que a raíz de Pepe: coloquios le terminó dando una carta de crédito a Mujica. Muchos se dieron cuenta de que todos los desquicios de Mujica tienen un armazón, que ahí hay un pensamiento. Ésa era la intención de Alfredo: demostrarles a todos los idiotas que pensaban que Mujica era un zampabollas que él tiene un pensamiento, y en ese sentido fue beneficioso.

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