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Ballet Nacional del SODRE, anoche, en las canteras del Parque Rodo.

Foto: Victoria Rodríguez

Un sueño realizado

4 minutos de lectura
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Cerrando el festejo del Bicentenario, el Ballet del Sodre culminó otra temporada de alto nivel.

Los números del Ballet Nacional del Sodre siguen impresionando, así como sus diversos logros internacionales. En un año que incluyó también la despedida de una figura histórica, como Sofía Sajac, el elenco oficial también se presentó en diversos escenarios populares, como en las canteras del Parque Rodó, donde anoche cerró los festejos del Bicentenario (junto a la murga Agarrate Catalina) con su espectáculo navideño, El Cascanueces.

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Por estas fechas, El Cascanueces (o The Nutcracker o Casse-Noisette) es representado por compañías de todas partes del mundo para delicia de los amantes del ballet y especialmente del público más pequeño. Todo un especial de Navidad en el que el tradicional pino nevado adquiere dimensiones extraordinarias, El Cascanueces es una producción en la que no faltan majestuosos escenarios de época, bailes exóticos y fantasías de ensueño.

Es precisamente esa cualidad onírica por la cual los juguetes cobran vida, y los soldaditos de plomo comandados por el Cascanueces batallan contra el Rey Ratón y su ejército, lo que hace de esta nouvelle original del escritor romántico E.T.A. Hoffmann (El cascanueces y el rey de las ratas, de 1816, fue luego adaptada por Alexandre Dumas) el favorito de los niños y una buena opción para acercarse al ballet por primera vez.

No menos atractivos resultan los divertimentos, la danza española, árabe, china, rusa y la pastoral, a las que se sumó en esta ocasión el teatro negro y de títeres de Martín Romanelli, al estilo del teatro negro de Praga. Además la pieza incluye dos célebres pasajes como el baile de los copos de nieve y el "Vals de las flores" que fueron notablemente interpretados por el BNS.

La historia es sencilla: Clara Stahlbaum -la niña protagonista de la obra- celebra la Navidad junto a su familia e invitados. La llegada de su padrino Drosselmeyer, que le obsequia un cascanueces y despliega su teatro de títeres aporta el toque mágico a la velada. Al finalizar la jornada, vencida por el sueño, Clara cae rendida junto al cascanueces y todo comienza a cobrar vida y ser distorsionado como en sueños.

En el segundo acto –ya de lleno en el mundo de la fantasía- comienza el viaje de Clara y el Cascanueces -ahora convertido en un apuesto príncipe- hasta el país de los dulces, en donde los recibe el Hada del Azúcar.

Tal como mencionó Anna Greta Stahle en Dance News sobre la versión de Rudolf Nureyev de esta obra, “Clara es una chica de una edad entre niña y mujer y como consecuencia sus sueños son a la vez infantiles y teñidos de un elemento erótico”. No es extraño entonces que el relato incluya un paseo por el mundo de las confituras o reino de los dulces -algo con lo que seguramente habrá soñado más de un niño-, y un cascanueces que se transforma en el ideal idílico de pareja.

Por su parte, Drosselmeyer, el padrino de Clara, es el nexo entre el mundo real y el de los confites, un mago misterioso que en algunos ballets es representado en su forma más oscura. El bailarín argentino Raúl Candal, que interpretó este papel, mencionó que la coreógrafa argentina Silvia Bazilis quiso darle un tinte más dulce al personaje. “Es misterioso pero tiene una característica muy amable y edulcorada hacia los sobrinos”.

Con coreografía original de Lev Ivanov y Marius Petipá y música de Tchaikovsky, El Cascanueces fue estrenado en el Teatro Maryinski de Petersburgo en 1892.

Bravo

En la función especial en honor a Sofía Sajac (ver página siguiente), el rol de Clara estuvo interpretado por una flamante Vanessa Fleita, recientemente ascendida a primera bailarina, que dio una interpretación magistral del personaje, mientras que Ismael Arias se lució como un partenaire cuidadoso y prolijo en cada una de sus ejecuciones. Ambos conformaron una pareja en perfecta sintonía, tanto en el primer acto como en el segundo.

Una lluvia de aplausos y un prolongado “bravo” acompañó la última actuación profesional de Sofía Sajac, que dejó ver ese profundo disfrute en escena que ha caracterizado sus presentaciones, así como el fuerte compromiso con los personajes que crea. Se la vio espléndida en su papel de Hada del Azúcar, respirando hondo cada segundo para que la magia del ballet se quede siempre con ella y la acompañe, a la vez que despidiéndose lentamente de esa fantasía para iniciar otros sueños, conteniendo la emoción que desbordó con el aplauso del público y de sus compañeros.

Otro punto fuerte de la puesta en escena fue el vestuario, diseñado por Nelson Mancebo y realizado por alumnos de UTU. En cambio, no resultaron apropiados los colores elegidos para la escenografía, que por momentos no otorga el debido relieve a los bailarines, en tanto que los colores flúo parecen más una opción para conquistar al público infantil que al adulto.

El Cascanueces es un ballet que se presta para tener versiones clásicas o contemporáneas o ser ubicado en la época que uno quiera. En ese sentido vale la pena recordar la de Maurice Béjart, conocida como El Cascanueces 2000, interpretado por el Ballet de Laussanne, que va del clasicismo a la vanguardia e incluye una refinada danza francesa con una famosa acordeonista de los años 50 y conserva en forma original el gran pas de deux clásico de Marius Petipá en homenaje al maestro.

También una provocadora versión de Mark Morris (fundador junto a Mikahil Baryshnikov de The White Oak Dance Project) llamada La Nuez Dura, ambientada en los sesenta con una marcada estética de cómic y algo caricaturesco, nada de dulces y mucho de tragos para adultos, en donde el célebre vals de las flores es interpretado por hombres y mujeres por igual, poniendo en tela de juicio los tradicionales retratos familiares. Una pieza que ha sido catalogada de “cínica, romántica y muy divertida”.

Más recientemente y en Uruguay habrá quienes recuerden anteriores versiones realizadas por el Ballet del Sodre, e incluso una versión contemporánea no del todo feliz dirigida por el bailarín y coreógrafo uruguayo Martín Inthamoussú, que se prepara para estrenar Tres Hologramas en 2012 junto al BNS. La de Bazilis es una versión de época con ciertas licencias que se toman en el plano de la fantasía, desarrollada como una obra tradicional clásica, tremendamente disfrutable y entretenida.

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