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Laura Viola.

Foto: Nicolás Celaya

Víctimas invisibles

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Lo que pasa cuando los niños son testigos de violencia doméstica.

A partir de un reciente estudio de la Clínica de Psiquiatría Pediátrica de la Facultad de Medicina, se conocieron datos relativos a los daños psíquicos que puede ocasionar al niño ser testigo de violencia doméstica. Establecer la relación entre el daño psíquico y presenciar violencia en el hogar, identificar en esta correlación las variables de peso y los factores de mayor vulnerabilidad, así como aquellos factores protectores son algunos de los objetivos a los que se orienta la investigación.

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En un alto porcentaje de los hogares donde se dan situaciones de violencia doméstica, verbal o física, hay niños que son testigos. De acuerdo a investigaciones internacionales, esto sucede entre el 40% y 78% de los casos.

En Uruguay se realizó entre 2008 y 2009 el primer estudio relativo al tema. “Valoración de las características emocionales y conductuales de niños provenientes de un contexto socioeconómico crítico. Diseño de estrategias educativas y sanitarias” es el título de esta investigación que estuvo a cargo de la Clínica de Psiquiatría Pediátrica que funciona en el hospital Pereira Rossell.

La investigación fue divulgada hasta ahora sólo en forma parcial pero, según informó a la diaria la directora de la clínica, la psiquiatra infantil Laura Viola, prevén que en los próximos meses sea publicado en su totalidad. Un adelanto puede leerse en el artículo “Repercusión de la violencia doméstica en la salud mental infantil”, escrito por Viola y publicado por la Revista de Psiquiatría del Uruguay.

En conversación con la diaria, la psiquiatra infantil explicó que “recién a partir de 1940 se comienzan a estudiar en los niños las correlaciones entre el haber sufrido violencia física o sexual, y las alteraciones que se encontrarán en el curso de su vida. Y hace unos años comenzó la preocupación por saber qué es lo que pasa cuando el niño es testigo de esa violencia, sobre todo cuando ésta se produce en el ámbito familiar. Antes se creía que si la violencia no era ejercida sobre el niño no había una consecuencia y lo que estamos viendo, en los últimos años, es que hay consecuencias”.

La violencia doméstica o intrafamiliar es la ejercida por un adulto con fuerza sobre otro adulto que no tiene los mismos mecanismos para defenderse. Si bien, como aclaró Viola, no es el cien por ciento de los casos, se trata en general de la violencia ejercida por el hombre sobre la mujer. “Es una violencia que, como todos sabemos, la mujer siente necesidad de disimular. Se produce, entonces, una doble negación: la madre dice que no está pasando nada, a pesar de que los niños escuchen los gritos o los ruidos y de que vean las consecuencias de esa violencia. El niño sabe que eso está sucediendo pero la persona que es su referente y en quien confía lo niega. Esto genera una dificultad para la construcción cognitiva del individuo”, explicó.

Las consecuencias de ser testigo de violencia doméstica se dividen en dos grandes grupos que son en sí dos grandes conceptos de la psiquiatría: las internalizadas, referidas a la sintomatología que no se ve pero que el individuo sufre (angustia, miedos, depresión, entre otras); y las externalizadas, es decir, aquellas visibles, referidas a las conductas (hiperactividad, enojos, baja tolerancia a las frustraciones, agresividad, etcétera). Una tercer área de estudio refiere a las consecuencias vinculadas a la repercusión cognitiva. En relación a este aspecto, la profesional señaló que “la preocupación social está referida a los problemas que se ven, a las consecuencias externalizadas de los niños, lo que la gente llama ‘problemas de conducta’. Sin embargo, los estudios que hemos hechos dicen claramente que en los niños hay muchos más problemas del sufrimiento interno”.

De acuerdo a estudios internacionales, citados por Viola en su artículo, “ser testigo de violencia familiar es un primer paso para ser objeto de esa misma violencia”, y se indica que 60% de esos niños será también víctima de violencia física o psicológica. Se señala, a su vez, que “los varones que vieron pegar a su madre incrementan en un 1.000% el riesgo de repetir esta conducta con su propia esposa posteriormente”, mientras que “la mujer que ha estado expuesta a la violencia familiar de niña tiene muchas pobabilidades de encontrarse ella misma en esa situación”.

Sin embargo, algunos factores protectores, como las características propias del niño o una buena relación con la madre o con una figura adulta que contenga al niño, pueden funcionar como mitigadores del impacto sufrido.

Causas y daños

Establecer la correlación entre el daño psíquico y el hecho de ser testigo de violencia doméstica no es sencillo debido a que pueden interferir muchas variables. En nuestro país, según señala el artículo de Viola, 22% de los niños tiene un trastorno emocional o conductual percibido por los padres, por lo que es complicado determinar si ser testigo de violencia en el hogar es la causa de la patología. La correlación es más difícil de establecer cuando la violencia en el hogar se da como un proceso y no como evento traumático y, sobre todo, cuando la violencia se ejerce durante el embarazo y desde el nacimiento del niño.

El bajo porcentaje de denuncias por parte de la mujer y la poca conciencia que tienen los padres, sobre todo la madre, de la repercusión que puede tener sobre sus hijos ser testigo de esa violencia son dificultades que se presentan para establecer la relación entre el daño y el trauma. Asimismo, y según establece el artículo, en los protocolos sanitarios para la atención de la mujer maltratada se omite esta información.

Con respecto a los niños más pequeños, existe la idea de que por ser pequeños no tienen un registro de lo presenciado, sin embargo, y según Viola aclara en su artículo, hay evidencia de que “niños de tan sólo 16 meses presentan síntomas de estrés postraumático, al igual que profundos cambios cerebrales ocasionados por los violentos traumas de los primeros años de vida”.

El estudio, que se hizo sobre una muestra de 326 niños provenientes de un contexto socioeconómico crítico, señala que 34% de los padres declaró que sus hijos presenciaron situaciones de agresividad verbal o física en el hogar. Por otro lado, el trastorno de conducta cuyo síntoma principal es la agresividad está presente en 14% de los niños estudiados, cifra que se duplica cuando el niño es testigo de violencia familiar, y se triplica cuando la violencia comenzó durante el embarazo. De las mujeres encuestadas, casi 16% refiere haber sufrido violencia emocional o física durante su embarazo.

Según explicó Viola, “las conductas agresivas pueden tener causas múltiples, pero una de ellas es la violencia intrafamiliar. Y allí se abren distintas hipótesis que explican esa relación causal: el niño repite lo que ve, son modelos aprendidos, hay un fracaso de los adultos en la enseñanza de otras formas de resolver los problemas. Sobre esto, se insiste mucho en la importancia de la oralidad, porque la palabra mediatiza la acción, si tú no tenés palabras, actuás”.

Con respecto a la repercusión cognitiva, el estudio tomó como variables no la repetición escolar, debido a su elevado índice, sino un conjunto de variables relativas a las dificultades académicas. El artículo sostiene que 58% de los niños que fueron testigos de violencia doméstica tiene dificultades académicas y esta cifra aumenta a 65% cuando estuvo instalada desde el embarazo.

Sobre las posibilidades de tratamiento, Viola señaló que “hay distintas posturas, muchas organizaciones que trabajan sobre abuso y violencia incluyen a niños testigos de violencia doméstica. Pero son muchos los factores que pueden estar influyendo, entonces el abordaje no se puede limitar a ese aspecto. De acuerdo a las alteraciones que presente el niño, habrá distintos abordajes. La reeducación cognitiva, ayudar a ese niño a que tenga una buena inserción escolar, o ayudarlo a que modifique su forma de reaccionar frente a situaciones que lo frustren. Pero siempre desde un abordaje integral”.

La Clínica de Psiquiatría Pediátrica es responsable también del primer estudio epidemiológico sobre salud mental infantil hecho a nivel nacional en 2006, y que abarcó a 1.400 niños de entre seis y 11 años. Uno de los propósitos a futuro es realizar una vigilancia epidemiológica, ya que, según opinó Viola, “los estudios epidemiológicos, junto con la información internacional, son los primeros pasos para implementar cualquier política de salud”. Consultada sobre qué otras medidas podrían tomarse para abordar este tema, Viola consideró que “hay mucho para hacer. Todos estos temas tienen que ver con la promoción de la salud y la prevención. Hay que seguir sensibilizando, seguir apoyando, ayudando para que no haya situaciones de violencia. Creo que eso debería ser una tarea de todos”.

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