La situación no puede ser más desesperante: cinco extraños se suben a un ascensor y, entre dos pisos a mitad de un interminable rascacielos de Filadelfia, se detiene abruptamente. Entre los encerrados hay un enorme guardia de seguridad claustrofóbico, una señora malhumorada, un joven vagamente antisocial, una atractiva muchacha irritada y, por último, alguien que parece ser un plomazo definitivo. Ya todo sería bastante infernal, pero resulta que uno de ellos -no sabemos quién- tiene un pequeño detalle: es el diablo y los quiere matar a todos. A la repelota; como si no fuera suficiente estar encerrado en un ascensor de difícil rescate con un grupo de personas desagradables, todavía uno de ellos es el diablo, Satanás, Lucifer, Belcebú, Mandinga o, como algunos le decimos familiarmente, El Viejo... Hay que joderse; ni una vecina protestona, ni alguien con problemas de higiene, ni un conocido no tan conocido como para hablar durante diez pisos, ni un toquetón; no: el diablo mismo. Sólo con contar el argumento alcanza para que alguien con ligera tendencia a la claustrofobia utilice las escaleras hasta para subir al mirador de la Intendencia de Montevideo, y sin dudas es un buen punto de partida para una película de horror.
Pero el camino del aburridísimo infierno del cine de horror actual está pavimentado de buenos puntos de partida, por lo que sólo el argumento básico no aseguraba que el desarrollo fuera atractivo y estremecedor, sobre todo teniendo en cuenta que uno de los nombres más polémicos del cine actual manejaba los hilos de la cosa: M Night Shyamalan. En realidad, tendría que haber puesto la palabra “polémico” entre comillas; este director de origen indio se ha vuelto el payaso de las bofetadas de la crítica estadounidense a causa de algunas características un poco antipáticas o pretenciosas de su persona y su obra, pero es alguien que no se merece en absoluto la catarata de premios Razzie (esos supuestos anti-Oscar que la van de graciosos y que suelen ser tan ignorantes y caprichosos como los premios de la Academia) que ha ganado, y mucho menos la falta de respeto de cualquier nerd que por haber visto tres películas de Scorsese se cree autorizado a reírse de Shyamalan porque en Señales (2002) detenía una invasión extraterrestre con agua, como si eso fuera más increíble que utilizar bacterias como en La guerra de los mundos (Steven Spielberg, 2005) o música como en Marte ataca (Tim Burton, 1996). Pero hay carta libre para reírse de Shyamalan -ese pobrecito indio que se cree Hitchcock- y no de Spielberg o Burton, y además todos sabemos que los críticos de cine son expertos en la lucha contra las invasiones extraterrestres y los métodos de combate interestelar más verosímiles.
Pero, aunque los ataques sean completamente desproporcionados en relación con su obra, hay que reconocer que Shyamalan suele arruinar -o casi- algunas de sus películas innecesariamente (algo muy irritante, sobre todo para quienes lo apreciamos), ya sea introduciendo una placa tranquilizadora de que el mal no triunfó (al final de El protegido -2000-, posiblemente su mejor film), haciendo visibles criaturas no muy logradas (en la ya mencionada Señales), moralizando en exceso (en La aldea, 2004), decidiendo que él es un gran actor y que merece un rol importantísimo (en La dama en el agua, 2006) o dejando ver en forma explícita que tenía poco presupuesto (en El fin de los tiempos, 2008), pero tan sólo su último film como director -El último maestro del aire, 2010- puede ser calificado como un auténtico desastre, mientras que las demás eran buenas películas cuyo peor pecado era simplemente no ser tan buenas como El sexto sentido o El protegido. (Hagamos un paréntesis para recordar que Canal 10 está emitiendo actualmente, los sábados de tarde, la serie animada de Avatar: la leyenda de Aang, en la que está basada El último maestro del aire, y que es, además de infinitamente superior a la pobre y ciega adaptación de Shyamalan, un auténtico placer de ver y un milagro de combinación entre el estilo occidental y el oriental de narración animada).
Estos errores, sumados a una concepción ideológica más bien conservadora -y por momentos algo cipaya- que se le nota con demasiada facilidad, han vuelto al nombre de Shyamalan una especie de señal de advertencia de que se está por ver algo similar a una película de Ed Woods o Uwe Boll, pero reaccionar en forma automáticamente adversa es algo mucho más bruto que el peor de sus errores, y además puede hacer que se subestime prejuiciosamente algo como La reunión del diablo, película que luce muchos de los defectos de este cineasta pero también varias de sus virtudes.
Eran cinco pecadores
Hay que aclarar que Shyamalan no dirigió La reunión del diablo, pero fue lo único que no hizo; no sólo la produjo, escribió la historia y presentó en sociedad (al estilo de los “Alfred Hitchcock presenta”, tan habituales en su ídolo británico), sino que mucho de la temática y de la estética de su obra anterior está presente en el film, y ha sido él quien la promocionó mundialmente como primera parte de una trilogía llamada “Crónicas de la noche”, que tratará de casos sobrenaturales en entornos urbanos modernos. La inspiración evidente es la recordada -y forzada- novela de misterio Diez indiecitos (1943), de Agatha Christie, tal vez el más popular de los libros de la escritora (a pesar de no tener como personaje al inspector Hercule Poirot), en la que un grupo de personas aisladas en una isla comienzan ser asesinadas una por una por alguien del grupo sin que se sepa quién es hasta el final. Este recurso, más bien desesperante teniendo en cuenta las escasas posibilidades de escape que da el ascensor, es utilizado con buen pulso y con un inteligentísimo uso de los escasos recursos escénicos disponibles, alternando las escenas filmadas dentro del ascensor con las que son observadas -con total impotencia- por la Policía y los técnicos desde las cámaras de vigilancia.
Otra decisión admirable es la casi completa ausencia de violencia explícita; en estos tiempos en los que se suele confundir terror con asco y cualquier excusa es válida para arrojar baldazos de sangre y vísceras, La reunión del diablo es notablemente pudorosa a la hora de mostrar las muertes, que son entrevistas sin acercamientos, por algún detalle metonímico (una mancha de sangre que se agranda sobre el techo del ascensor) o simplemente narradas por un tercer personaje, lo cual genera que el horror no esté basado en lo que se ve sino en lo que se oscurece, siendo los momentos más tensos aquellos en los que la luz se apaga por completo dentro de ese maldito ascensor.
Otro hallazgo inquietante es que la acción transcurre en un ámbito aislado pero no invisible ni inaccesible, por lo que los atrapados tienen a toda la Policía y bomberos de Filadelfia siguiendo lo que ocurre e intentando rescatarlos, pero siendo totalmente incapaces de hacerlo, lo que hace todo aun más angustioso.
Por supuesto que, como para complacer a los detractores de Shya-malan, no todo es bueno o controlado; hay un personaje narrador -uno de los vigilantes que siguen las acciones desde la cabina de seguridad- que deduce lo que está ocurriendo con una autoconfianza más bien risible y peores frases, y algunas de las conclusiones morales serían perfectamente prescindibles.
Sin embargo, esto no alcanza para estropear el resultado final, que es modesto pero efectivo y que tiene mucho de la humildad de un programa televisivo (ámbito del que proceden casi todos los actores involucrados). La reunión del diablo recuerda bastante algún episodio de Galería nocturna o Dimensión desconocida, e incluso su duración -75 minutos- es mucho más breve que lo habitual en cualquier película actual, haciéndola en cierta forma un producto más adecuado para alquilar en DVD, formato en el que fue estrenada en nuestro medio, más que para ver en cine, donde se suele esperar recursos más espectaculares.
Los siete u ocho sustos legítimos y su historia tersa y sin (demasiadas) pavadas tal vez no alcancen para volver La reunión del diablo una gran película, incluso dentro de los parámetros más tolerantes del cine de terror (fue muy apreciada por la crítica especializada en el género, que suele olvidarse de los nombres responsables de los films para concentrarse exclusivamente en el resultado), pero es una película honesta y bien hecha que da lo que promete. Esto fue reconocido por el público, que la convirtió en un éxito menor de taquilla, recuperando sus moderados costos con facilidad y obteniendo las suficientes ganancias como para asegurarle a Shyamalan la continuidad de su trilogía nocturna. Tal vez sus méritos no alcancen para convertirla en una película memorable, pero son un buen indicio de que Shyamalan no ha perdido su olfato narrativo y, además, algo hecho con tanto respeto y foco no debería caer en la categoría de “olvidable”.