Ingresá

La actriz estadounidense Natalie Portman posa con el Oscar a la Mejor Actriz por su trabajo en El cisne negro.

Foto: Efe, Paul Buck

Los discursos reales

4 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago

Una noche sin ninguna sorpresa en la 83ª entrega de los premios Oscar.

No importa que Hollywood esté pasando uno de sus peores momentos creativos, sus ceremonias de premiación parecen volverse cada vez más importantes e hipnotizar a cada vez más televidentes. ¿Cuáles son los motivos y qué es lo que ofrece la ceremonia de la Academia de Hollywood para lograrlo? Esencialmente marketing y tres largas horas de alegría guionada, golpes bajos y chistes malos.

Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Renovarse es vivir y sobrevivir. Tal vez por eso este año los productores de la ceremonia decidieron apelar a una audiencia más joven recurriendo a dos presentadores razonablemente menores -y mucho más atractivos- que los habituales. Anne Hathaway y James Franco cocondujeron la gala esquivando cualquier chiste que hiciera recordar las vitriólicas observaciones de Ricky Gervais durante la última entrega de los Globo de Oro (que le valieron a Gervais el ser vetado como conductor de este tipo de ceremonias), pero esquivando también cualquier posibilidad de entretener realmente a la audiencia.

Los momentos más graciosos -voluntarios e involuntarios- de la noche se dieron durante la premiación a Mejor Actriz de Reparto, premio entregado por un ancianísimo (94 años) pero chispeante Kirk Douglas, quien si bien no llegó a hacer flexiones sobre el escenario -como hace varios años, dándole material a Billy Crystal para que hiciera chistes toda la noche- le dijo algunos piropos justificados a Hathaway. Pero fue la ganadora de este premio, Melissa Leo por El luchador, quien electrizó a los presentes al no poder reprimir la prohibidísima palabra fucking (convenientemente convertida en un “beep” en las transmisiones, gracias a los segundos de demora de la emisión), en lo que se convirtió en una extrañísima salida de tono en tan comportada ceremonia.

Mientras tanto, Hathaway, quien se cambió ocho veces de indumentaria, realizó un pequeño número musical vestida con un smoking, lo que tuvo como corolario que Franco apareciera sobre el escenario vestido como Marilyn Monroe. Un gran chiste, supongo, para muchos, pero hasta Cacho de la Cruz tiene la deferencia de decir algo ingenioso cuando se traviste. Acá no; James Franco vestido de Marilyn: grandes carcajadas. Después dicen que David Letterman fue el presentador menos gracioso de la historia de los Oscar.

En un momento, como si ya no los hubieran metido en una situación bastante incómoda, apareció de la nada Billy Crystal -tal vez el más recordado (y gracioso) presentador de las ceremonias de las últimas tres décadas- como para recordar que en algún momento los presentadores eran realmente un show aparte. Crystal no hizo gran cosa -y no improvisó como solía hacer anteriormente (la palabra “improvisación” debía causar más horror que el fucking de Melissa en esta ceremonia sobrecocinada)- pero produjo nostalgia en más de un televidente.

Apuestas seguras

La previsibilidad de los premios fue absoluta; todos los favoritos ganaron, dando una señal de conservadurismo estético bastante evidente. Si bien no se puede hablar de flagrantes injusticias (aquí preferimos Temple de acero, Lazos de sangre o La red social a El discurso del rey, finalmente ganadora del Oscar a Mejor Película, pero tampoco se puede decir que hubiera un abismo entre la calidad de estos films), los vencedores fueron los esperados: Natalie Portman la Mejor Actriz, Colin Firth el Mejor Actor, Christian Bale el Mejor Actor Secundario, Tomo Hopper el Mejor Director y Toy Story 3 el Mejor Film Animado (un premio justo, aunque habría que haber inventado una categoría especial, tal vez “Mejor Film sobre Dragones” para la bellísima Cómo entrenar a tu dragón). En todos los casos son decisiones perfectamente argumentables -no hubo ningún Shakespeare in Love irritando por ahí-, más allá de que Jeff Bridges hubiera merecido repetir premio y que el sutil esfuerzo indie de Lazos de sangre debería haberse llevado alguna estatuilla.

Tal vez el premio más sorprendente -aunque de cualquier forma estaba en los cálculos de todos- fue el de Trent Reznor y Atticus Ross por la banda de sonido de La red social. Ésta había sido reconocida como algo excepcional, pero su propio carácter experimental -más próximo al dark ambient que a las habituales partituras hollywoodeanas- hacía pensar como favoritas a las (también excepcionales) composiciones de Hans Zimmer para El origen y de Alexandre Desplat para El discurso del rey. Tal vez en esta categoría -nunca una de las principales en estas ceremonias- fue en la que se presentaron trabajos más removedores y dignos de ser recordados, particularmente en el caso de Reznor, quien posiblemente nunca haya llegado en todo su trabajo como líder de Nine Inch Nails a algo tan sutil y elaborado como lo que compuso para La red social. Por el contrario, las cuatro canciones originales nominadas eran completamente olvidables, aunque siempre es simpático que se premie al talentoso Randy Newman, como fue el caso por su canción para Toy Story 3. Una sorpresa menor fue que la promocionada Biutiful del mexicano Alejandro González Iñárritu perdiera el Oscar frente a la danesa In a Better World, pero en los últimos tiempos había un cierto consenso en la crítica estadounidense respecto a que los méritos de la primera habían sido un poco exagerados.

Muchas veces la plataforma global de estos premios fue utilizada para concientizar a los espectadores sobre diversos temas; este año la política estuvo casi completamente ausente de los discursos de triunfo, salvo por el de Charles Ferguson -uno de los codirectores de Inside Job, documental ganador que da una visión muy crítica sobre la crisis económica actual-, quien recordó que aún ninguno de los responsables financieros de la crisis está encarcelado por sus flagrantes fechorías. El premio obtenido por Inside Job puede considerarse una buena señal, ya que las críticas previas sostienen que es un trabajo implacable y diáfano acerca de los motivos reales de la recesión mundial actual.

Pero dejando de lado lo estrictamente artístico, la necesidad de más espectáculo y más redundancia llegó a afectar incluso al siempre conmovedor segmento en el que desfilan por la pantalla los rostros de las personas relacionadas con el cine que fallecieron el año anterior. En esta ocasión se les ocurrió poner a Celine Dion cantando (o más bien “interpretando”) la melodramática “Smile”, haciendo su acostumbrado juego de caras al son del tema y tapando con decibeles y melismas los aplausos de los presentes ante el recuerdo de los occisos, un momento que suele ser punzante en relación al reconocimiento de cada uno de ellos.

Otro momento de particular mal gusto fue la entrega de los premios a Mejor Actor y Mejor Actriz, ya que se decidió que en lugar de realizar la tradicional presentación de los nominados, en esta ocasión a cargo de Jeff Bridges y Sandra Bullock -ganadores el año pasado de sus respectivas categorías- se dirigieran éstos directamente a cada nominado haciendo uso de un tono tan meloso e innatural como la mayoría de los eventos de la noche, produciendo más incomodidad que emoción en los nominados. Posiblemente la intención general sea cada vez más la de estructurar la ceremonia como una comedia agridulce, en la que los momentos más jocosos se utilizan al principio para luego irse poniendo melodramáticos, golpear abajo con el desfile de muertos y finalmente sacar una conclusión positiva en la camaradería guionada entre los actores consagrados y los aspirantes a la estatuilla.

Con un costo de unos 30 millones de dólares de producción, la 83ª entrega de los Premios de la Academia posiblemente haya sido su edición más lujosa. También una de las más intrascendentes y de las más aburridas, pero es de suponer que el año que viene volveremos a cubrirla y a estudiarla previamente con la misma expectativa con la que algunos hinchas van a la cancha a pesar de las evidencias de una futura desilusión.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura