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La casa muda.

“¿Qué te hicieron?”

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Cine. La casa muda. Dirigida por Gustavo Hernández.

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Las últimas grandes noticias de la industria cinematográfica uruguaya -al menos en cuanto a repercusión mediática- no vinieron de los grandes festivales (como fue la presencia en Cannes de Whisky, o el Oso de Plata ganado por Gigante), sino de sus logros técnicos, en cierto modo entrando en una categoría más vinculada a los récords y las cifras que a los jurados y la crítica especializada. Todos más o menos conocen la primera gran mención: la contratación millonaria de Federico Álvarez, apadrinado por Sam Raimi, tras haber realizado el corto Ataque de pánico, un video con resultados visuales del más alto cine comercial con un presupuesto de 300 dólares. Ahora llega La casa muda, película de horror que cuenta entre sus particularidades técnicas con haber sido filmada en tiempo real y en un solo plano secuencia, los 72 minutos que transcurren en la vida de una protagonista acosada en una casa tapiada del interior. Salvando las diferencias (tanto temáticas como estilísticas), la idea ya había sido trabajada por Sokurov en El arca rusa, pero uno de los principales ganchos del film uruguayo no era sólo el condimento de “terror en tiempo real”, sino, una vez más, el mérito de hacer mucho con poco: la película sólo costó 6.000 dólares y fue filmada con una cámara digital fotográfica, siendo apenas el segundo largometraje en el mundo en ser filmado con tal dispositivo. Ni bien esta información fue difundida, un estudio de Estados Unidos compró la idea y todo parece indicar que habrá una película norteamericana que tomará elementos de la uruguaya, posiblemente en lo técnico, ya que parece más difícil trasladar aspectos de lo temático.

De cualquier forma, esto queda en la mera periferia de lo que puede ser un análisis del film, perteneciendo más bien a los datos que se adjuntan en las gacetillas de prensa.

Llama la atención cómo el cine de horror o terror uruguayo siempre se debió a sí mismo una gran, o al menos decente, película. Los ejemplos han sido varios, pero generalmente fallidos, ingenuos o al borde del amateurismo (recordar el hombre lobo de guata en Plenilunio, de Ricardo Islas), casi siempre distribuidos en VHS, o reproducidos en festivales del género más bien proclives a lo bizarro. En este sentido, La casa muda retomaba, en cierto modo, la posta inaugurada con el programa televisivo Voces anónimas (serie un tanto irregular en lo técnico como en lo narrativo, pero ponderable en su idea original y efectiva en algunos capítulos aislados), recurriendo a la recreación libre de un suceso enigmático de la crónica roja uruguaya. En este caso la película se centra en un hecho truculento registrado en Godoy, en 1944, donde se encontró una serie de cuerpos mutilados en una casa tapiada, acompañados de abundante material fotográfico que quedó regado en la escena del crimen, pero que no fue suficiente como para concluir ninguna investigación.

La tuerca maldita

Se puede decir que en La casa muda la cámara en mano (con unos filtros ocres que le dan a aquella zona de campo un aspecto más venido a menos aun) es un personaje mismo del film, partiendo al comienzo como un voyeur del personaje de Laura, como si fuera la misma presencia de la casa la que la siguiera a hurtadillas, arrinconándose en pequeños espacios con momentos en los que la protagonista casi pudiera llegar a oler la respiración del observador al borde de la nuca. En una película de una sola toma, el manejo de los tiempos y los desplazamientos (y, para completar el calvario, el complejo juego de iluminación, considerando que casi la totalidad de la película se da en una casa tapiada, sólo alumbrada por una serie de linternas) reclama del equipo técnico una habilidad rayana en lo coreográfico. En este sentido, Pedro Luque (director de fotografía) puede presentar La casa muda como película de tesis, siendo la culminación de un proceso profesional y artístico propio que ha crecido a pasos agigantados. Los primeros dos tercios del film son impecables, con un sólido manejo del pulso y el suspenso y dándole al recurso de lugares ciegos y sobresaltos (tan bastardeado en el cine de horror actual) un nuevo uso o, al menos, una maestría técnica que no se ha visto en casi ninguna película contemporánea. Esta primera parte es algo así como el fragmento slasher del film: dos personas entran a una casa tapiada, en donde hay alguien o algo que se lanza a perseguirlos como un cazador. Con esta premisa efectiva y contundente, a menudo vista entre la rendija de los dedos, la película retomaba (o inauguraba, al menos en el cine nacional) el horror del interior profundo, el miedo sencillo pero paradigmático de que en el medio de la nada nadie te puede oír al gritar.

Pero entonces pasa lo inconcebible. Ya bien avanzada la película, la historia comienza a pegar una vuelta de tuerca difícil de entender al principio y que luego nos cuesta aceptar, convirtiendo la película, la trama y nuestras expectativas en algo completamente diferente a lo que venía siendo. En el cine de horror, las vueltas de tuerca son al argumento lo que una pentatónica es a un blues, pudiéndose citar como film iniciático de este estilo El gabinete del Dr. Caligari, como también Psicosis, o la más bizarra Sleepaway Camp. Sin embargo, la gran lógica, el quid de la cuestión con la famosa vuelta de tuerca, no es tanto el efecto inmediato de deslumbramiento del espectador, sino la reconstrucción que le permite a éste hacer de lo acontecido, de lo que vimos, hasta ese momento. Así, la gracia de la vuelta de tuerca es cómo el film sigue operando mucho después de terminado, en una especie de comunión entre mago y aprendiz. No obstante, en La casa muda no sólo no hay nada que le permita al espectador prever lo que va a pasar -y por lo tanto, volver sobre sus propias huellas-, sino que, dado el cambio de circunstancias, se generan agujeros de guión inmensos que en esa revisión son como una torre de yenga que se desploma por completo. Sería complicado explicar a fondo las razones de estos errores sin revelar más datos de los permisibles, pero hay un montón de situaciones que no cuajan, que desorientan argumentalmente -en el mal sentido- y que de llevarlas adelante deberían requerir el recurso forzado de cierto tipo de explicaciones ad hoc que resultarían harto artificiosas. Realmente es una lástima y una locura lo que pasa a partir de la vuelta de tuerca, con un guión intentando integrar una subtrama que no le calza en ningún sentido con el metraje, y que, para peor, no deja lugar alguno a la imaginación del espectador, introduciendo un epílogo algo redentor que esencialmente trata al espectador de estúpido.

Realmente, por momentos, el “qué te hicieron” que repite más de una vez la protagonista habría que hacérselo a una película que si hubiera seguido la senda más sencilla -a lo Tobe Hooper y no tanto a lo Shyamalan- podría haber dejado una cuña en la historia, quizás no sólo del cine uruguayo, sino también del internacional.

A estos errores guionísticos se les suma otro de matriz más bien ideológica. En un momento, se muestra en la casa un montón de fotos de lo que parecen ser orgías que se estaban celebrando previamente allí. El tono vintage de las fotos polaroid parece más una tentación estética de cierto universo de fotografía actual que de la realidad de un morador en una casa pobre en medio del campo (las polaroid son tan caras como difíciles de conseguir en Uruguay). Pero dejando esto de lado -considerando que quizás los realizadores no estaban interesados en hacer una película centrada en Uruguay, sino en un campo más bien indefinido-, lo realmente molesto del manejo de estas fotografías es que considerando que la película plantea que se celebran orgías de tono más bien sórdido en una casa hecha pelota en el medio de la nada (al menos, el fondo de la casa de las fotos no parece precisamente una mansión en Punta del Este), uno esperaría que el material femenino fotografiado acompañara dicha estética degradada y no las imágenes estetizadas y dignas de modelaje que se ven. Cabe decir que si se prefería mantener un tono más leve, sencillamente se podría haber insinuado la existencia de dichas fotos; no era tan difícil.

Lo que queda de La casa muda es el misterio, no el misterio presentado en la misma película, sino el misterio de qué pasó y qué podría haber sido esta película si se hubiesen tomado otras decisiones referidas a su conclusión.

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