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Dos concurrentes del casamiento de dos residentes del hogar de ancianos Piñeiro del Campo. (archivo, junio de 2008)

Foto: Ricardo Antúnez

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Vejez: temida, presente y estigmatizada.

Uruguay es uno de los países más envejecidos de América Latina. Actualmente, 19% de la población supera los 60 años y se estima que esa proporción ascenderá a 25% para 2050. Pese a ello, aún son escasas las investigaciones sobre la temática y permanecen estereotipos que impiden abordarla en sus dimensiones reales. Con la intención de revertir esta situación, un grupo de académicos de la Universidad de la República (Udelar) trabaja en el tema desde 2010 y ayer presentó una publicación titulada Envejecimiento, género y políticas públicas.

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El incremento de la población envejecida en nuestro país se debe a la incidencia de tres variables: el aumento de la expectativa de vida -79 años para las mujeres y 72 para los hombres, lo que significa 20 años más que en el promedio de hace seis décadas-; la importante caída de la tasa de natalidad, que incrementa proporcionalmente a la de adultosy la emigración de adultos y jóvenes.

Ante tal panorámica, Mónica Lladó, psicóloga y cocoordinadora del Núcleo Interdisciplinario de Estudios sobre Vejez y Envejecimiento (NIEVE), dijo a la diaria: "Es paradójico que siendo el país más envejecido en la región, no seamos modelo o llevemos adelante la cuestión en investigación o en modelos para diseñar políticas o programas; otros países, por ejemplo Chile, Argentina y Brasil, ya tienen planes nacionales hace rato para articular lo que son las políticas públicas sobre vejez y mucho más desarrollo en investigaciones con perspectiva nacional".

Descripción

Hasta ahora el trabajo del equipo se ha centrado en el diagnóstico de la situación, en base a la producción de datos sociodemográficos y de información que se desprende de las representaciones sociales sobre la vejez. Lladó explicó que aún se está en esa etapa porque "hay muchas áreas temáticas respecto al adulto mayor en las cuales no hay nada de datos, y los únicos datos que tenemos son los del censo, pero son muy genéricos" e indicó que prácticamente no hay estudios sobre aspectos como vivienda, entorno físico, salud, perspectiva de género, cuestiones regionales y locales. "En comparación con la región, de repente tenemos cubierta la seguridad social, pero escuchás a la Organización de Jubilados, que reclama por los sueldos muy bajos para pasivos que no llegan a cubrir todas las necesidades. Respecto a los datos, fríos decimos: 'Uh, tenemos una seguridad social que cubre a los adultos mayores y en un porcentaje muy elevado en comparación con la región', tenemos una cobertura sanitaria que cubre a todos los adultos mayores del país pero si después vas hilando fino y cruzando con otras necesidades, no hay recursos específicos de atención sanitaria para todos, hay muy pocos geriatras, muy poca especialización dentro de las disciplinas de la salud para trabajar con viejos y ni que hablar de estudios específicos de la economía, desde el derecho".

Abordajes

Respecto a la representación social que se tiene de la vejez, Lladó dijo que lo que se da en Uruguay no difiere de la perspectiva que se tiene en el resto de la región y buena parte del mundo, producto de “la dificultad de aceptar el propio envejecimiento y el rechazo que nos genera la vejez, sabernos mortales y saber que envejecemos”. La investigadora sostuvo que eso hace que se generen fácilmente estereotipos que crean problema cuando “se convierte en discriminación y se naturaliza que los viejos son todos unos retrógrados, que son lentos, unos enfermos, cuando en realidad son algunos los viejos a quienes les pasa eso, por eso insistimos en pensar políticas públicas y estudiar la vejez no como si fuera un bloque homogéneo sino como lo que es: una cuestión muy heterogénea”.

En el capítulo que aborda la situación de Uruguay, el libro identifica en el ámbito de la política pública dos “obstáculos para derribar el paradigma de vejez vigente: la concepción de que la política pública para el adulto mayor es un gasto y nunca una inversión y que la política para el adulto mayor es asistencialista, parcial y no integral”.

Los autores catalogan como asistencialista un modelo vinculado “a un concepto de vejez pasiva, deteriorada y angustiante, como situación que hay que paliar”, y mencionan que en el discurso de los actores políticos la percepción de la vejez “transita” desde los modelos más asistencialistas “hacia otra visión que incorpora la imagen de un envejecimiento activo, saludable y no ajeno a la vida social. El tránsito no es fácil y está plagado de combinaciones”. A modo de ejemplo se establece que desde las instituciones se integra a los viejos “en actividades para viejos”, segregándolos del resto de la población.

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