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El presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, durante una rueda de prensa celebrada en la sede del FMI en Washington. (archivo, diciembre de 2010)

Foto: Efe, Shawn Thew

Veinte años no es nada

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Banco Mundial admite haberse “autocensurado” en el pasado frente al riesgo de la corrupción.

Una traducción económica de los hechos sociales puede apreciarse con el efecto al alza provocado sobre los precios del petróleo por las revueltas árabes de los últimos meses, y una traducción política de aquellos episodios puede aplicarse al análisis de una intervención textual realizada ayer por el presidente del Banco Mundial (BM), Robert Zoellick, en The Peterson Institute for International Economics.

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De su exposición no resulta difícil deducir que entre el discurso unilateral y neoliberal utilizado por el BM y otros organismos de crédito durante la década del 90, y el tono conciliador y por momentos progresista del discurso ofrecido en la víspera por el ejecutivo, descargaron su efecto sobre la economía mundial la crisis financiera y un levantamiento social que dio por tierra con todas las previsiones. O casi todas, porque Zoellick sorprendió al citarse a sí mismo en una alocución de 2007. “Uno de los desafíos más notables de nuestro tiempo es el de ayudar a quienes tratan de promover el desarrollo y las oportunidades en el mundo árabe. En el pasado, estas tierras fueron un emporio de comercio y de conocimientos, lo que demuestra su potencial si pueden superar los enfrentamientos y obstáculos al crecimiento y al desarrollo social. Sin un crecimiento de amplia base, estos países se encontrarán con tensiones sociales y un gran número de jóvenes sin empleo”, advertía aquel año el jerarca.

El discurso de ayer comienza reseñando el detonante de la primera rebelión popular en Túnez, que activó un gran movimiento contestatario en otros países árabes, como ejemplo de lo que puede ocurrir “en todo el mundo, dondequiera que a los hombres, mujeres y niños se les nieguen las oportunidades y la esperanza debido a la pobreza, la exclusión social, la privación de sus derechos civiles y la falta del imperio de la ley”. Prosigue evaluando que “la experiencia de Túnez y el Oriente Medio” deja “enseñanzas para la región, para el mundo, para los gobiernos, para las instituciones de desarrollo y para las ciencias económicas”. Una de ellas implica “reformar las instituciones internacionales, como el Grupo del Banco Mundial y el FMI, para que reflejen las realidades de la transformación del poder económico que está ocurriendo hoy en el mundo”. También “significa urgir a nuestras instituciones para que actúen con más rapidez, sean más flexibles y más abiertas y estén más atentas a las necesidades de los clientes”. Asimismo, supone “reconocer que las organizaciones concebidas con jerarquías de mediados del siglo XX ahora deben conectarse entre sí con agilidad y destreza a través de redes verdaderamente mundiales: de gobiernos, empresas privadas, grupos de la sociedad civil, otros organismos internacionales y parlamentarios”. Es que “los motivos para prestar atención especial al mundo árabe parecían claros entonces y son ciertos ahora”, reitera Zoellick, ya que “con excepción del sector del petróleo, esta región no está suficientemente integrada en la economía mundial”.

Otro giro de apariencia copernicana respecto del pasado reciente del BM fue mencionado por el ejecutivo con la corrupción, sobre la cual “20 años atrás” el organismo ni siquiera hablaba. “El personal se refería a esa palabra de soslayo, y nuestros accionistas y el Directorio consideraban que era demasiado política y la autocensurábamos de nuestros documentos”, admitió Zoellick. Sin embargo, “hoy día, la lucha contra la corrupción es un aspecto fundamental de los proyectos y programas” de la institución, dado que sus accionistas “saben que la corrupción es una traba para las economías, constituye una exacción para los pobres e impide aprovechar las oportunidades”.

El empleo es un capítulo destacado por el ejecutivo, que ejemplificó el problema recordando que “en el Oriente Medio, los regímenes han intentado contener el aumento del desempleo con una combinación de represión política, empleo en el sector público y subsidios a los alimentos, combustibles y otras necesidades”. No obstante, fueron medidas “costosas e ineficientes”, que fomentaron “el nepotismo, pero no han satisfecho las necesidades” de las sociedades, “han promovido el amiguismo, no la competitividad”, han favorecido “la corrupción, no el capitalismo”.

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