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Charly García.

Foto: Claudio Pucheu, difusión

Morir sin morir

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Charly García vuelve a Montevideo.

Charly García se presentará por primera vez, desde su conocida crisis personal, en Montevideo -ya lo había hecho para algunos pocos elegidos en el Conrad de Punta del Este-. Mañana retorna a una capital que no guardaba los mejores recuerdos de sus erráticos shows. García vuelve en buen estado para repasar junto con su gente una discografía que vale la pena repasar.

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Tal vez la figura máxima del rock argentino, Charly García -un músico completo desde temprana edad-, haya vivido la paradoja de que se viva pendiente de su vida y no de su trabajo, es decir, de su música. Desde muy temprana edad se dedicó a manufacturar éxitos generacionales con Sui Generis, pasando del folk inspirado en David Crosby y compañía a una suerte de pop sinfónico sin que casi nadie se diera cuenta; luego comandó una de las formaciones más poderosas y completas del rock argentino -Serú Girán-, conquistando a un público tan abundante como el de Sui Generis pero con una oferta musical más ambiciosa (tal vez hoy en día un poco perimida). Pero es el Charly García solista quien se edificó como ícono -habitualmente extra-musical- de la vecina orilla, y es éste quien visitará Montevideo, por lo que puede ser interesante echar una vistazo a su trabajo en solitario sobre el que estará basado su show, dejando de lado drogas, saltos desde ventanas y despropósitos varios.

La edad de oro

El primer disco solista de Charly García, Yendo de la cama al living (1982), fue tanto un quiebre con su trabajo de composición en Serú Girán como una continuación. De hecho, contenía algunas canciones (“Yo no quiero volverme tan loco”, “Inconsciente colectivo”) ya presentadas con su anterior banda, pero el disco parecía una condensación de su lado más baladero y pop, sin lugar a grandes desarrollos instrumentales y con la inclusión de algunos timbres de sintetizador y baterías programadas (como en la ya mencionada “Inconsciente colectivo”, tal vez una de las canciones más emotivas) que apuntaban a un rejuvenecimiento de su sonido. A pesar de lo nutrido de su discografía previa, García apenas tenía 32 años y los oídos muy abiertos al sonido en mutación de los años 80.

Este debut fue seguido por Clics Modernos (1983), al que se podía considerar una declaración de principios desde la tapa, que lo mostraba por primera vez con el cabello corto y posando junto a un grafitti. Otro disco repleto de clásicos (“Nos siguen pegando abajo”, “Los dinosaurios”, “No soy un extraño”), pero que resultó un poco frío para sus fans de la primera época, mostrándolo un poco decidido de más a acoplar las sonoridades de moda del momento. Clics Modernos es un disco que no ha envejecido en términos de arreglos y que demuestra, tal vez más que ninguna otra obra, la volubilidad de García a la hora de dejarse influenciar por la contemporaneidad en términos de producción, algo que aquejó a su obra hasta su etapa caótica, en la cual se despegó de cualquier parámetro sonoro de actualidad.

Si este disco había alienado a algunos de sus seguidores, Piano Bar (1984) lo reconciliaría con ellos sin sacrificar a sus nuevos admiradores. Tal vez el mejor trabajo solista de García, Piano Bar, contiene varias de sus mejores temas (“Demoliendo hoteles”, “Promesas sobre el bidet”, “Raros peinados nuevos”) y se lo pueda considerar el registro de cierta desilusión referida a la modernidad que había abrazado en Clics Modernos, constituyéndose posiblemente en el disco más emotivo y maduro de su discografía. Entre este disco y el siguiente, Parte de la religión (1987), García se había dado el lujo de editar otro, un EP en colaboración con Pedro Aznar -Tango (1985)- en el que como si tal cosa se anotó otro par de clásicos (“Hablando a tu corazón”, “Pasajera en trance”).

Parte de la religión (1987) continuaba, en cierta forma, la racha sensible de Piano Bar, un disco que si bien lo presentaba completamente entregado a las baterías programadas y experimentando (sin mucha suerte) con el lenguaje hip hop (“Rap de las hormigas”), es un disco más bien baladero y tal vez demasiado homogéneo, pero que incluye algunas joyas como “Buscando un símbolo de paz”, “Adela en el carrousel” y su magnífica colaboración con Luis Alberto Spinetta “Rezo por vos”, canción que debería encabezar casi cualquier lista de lo mejor del rock argentino en general.

Como conseguir chicas (1989), en cambio, apunta a su lado más bailarín e intrascendente (“No toquen”, “Fanky”); da las primeras señales de la autocomplacencia que plagaría su obra tardía (1989), pero Filosofía barata y zapatos de goma lo devolvería a su lado más sensible y a las canciones basadas en piano, aunque ya plagadas de referencias oscuras a cierto descontrol general. En este disco también inauguró su costumbre de apropiarse de temas ajenos -en esta ocasión “I Feel a Whole Lot Better”, de The Byrds, rebautizada y traducida, con raro talento, “Me siento mucho mejor”- y utilizarlos como temas de difusión. Tango 4, de 1990 (nunca existieron Tango 2 o 3), otra vez con Aznar, también presenta señales de dispersión, pero sobresanadas con algunos temas importantes (“Tu amor”, “Vampiro”).

Caída en cámara rápida

La hija de la lágrima (1994) es tal vez la última obra importante de García y en la que ya se puede percibir señales inequívocas de su deterioro personal. Un disco ya signado por el caos pero planteado como una suerte de ópera rock en la que se combinan versiones, canciones de una solemnidad propia de Serú Girán y viñetas sonoras de nulo interés, pero que, sin embargo, se las arregla para generar un clima propio y ofrecer algunas de las mejores composiciones de García (“Chipi Chipi”, “Víctima”), que funcionaban como ventanas de un mundo personal bastante signado por la depresión y las drogas, y marcaban la transformación de Charly García en su álter ego situacionista y desastrado de “Say No More”. Después de La hija de la lágrima aproximarse a la discografía de García es una tarea de titanes o de fans con dedicación suficiente como para escarbar entre amorfos discos en vivo plagados de versiones (Estaba en llamas cuando me acosté, de 1995, Demasiado ego, de 1999), colecciones de temas a medio terminar y bochornos varios (Say No More, de 1996, El aguante, de 1998), Los EP disfrazados de larga duración (Influencia, de 2002, Rock and roll yo, de 2003), alianzas algo confusas (Alta fidelidad, de 1997, junto con Mercedes Sosa, o Sinfonías para adolescentes, de 2000, la resurrección a media asta de Sui Generis) y un permanente work in progress (Kill Gil) que recién vio la luz (oficialmente, ya que había sido ampliamente pirateado años antes) en 2010 y que puede ser considerado apenas una postal del caótico estado de García antes de su internación.

Estos discos se podrían descartar de un higiénico plumazo si no fuera porque en casi todos se puede encontrar al menos vestigios de su anterior talento baladístico incluso en una forma tan descarnada que puede recordar a esas grandes obras del quebranto personal como el Third de Big Star o Helen of Troy, de John Cale. Un disco que resumiera los últimos 15 años de García en temas como “Alguien en el mundo piensa en mí” y “Cuchillos” (Say No More), “Rehén” y “Asesíname” (Rock and roll yo), “Kill My Mother” (El aguante),“Tu vicio” (Influencia), “El día que apagaron la luz” y “Me tiré por vos” (Sinfonías para adolescentes) o incluso “No importa” (Kill Gil) sería, sin dudas, un gran disco, pero hacer el trabajo de encontrarlos entre el marasmo de sinsentidos sonoros presentados como vanguardia que los rodean puede ser bastante insalubre. Seguramente haya sido el periplo autodestructivo de García lo que arruinó estos discos, pero también cierta obsecuencia acrítica a su alrededor que lo ha entronizado no sólo como un buen compositor y letrista -algo que indudablemente es-, sino también como un visionario musical de gran originalidad transgresora, algo mucho más discutible y que ha entorpecido apreciarlo en su mejor aspecto: el de simple baladista al piano.

Lo que vendrá

El Charly actual no parece capaz de apartarse de las polémicas, aunque por una vez no por voluntad propia sino por efectos residuales de su antiguo entorno. No ha dado señales de estar activo creativamente (el reproceso de Kill Gil fue, en realidad, mínimo en relación a los demos filtrados) y las entrevistas que ha concedido lo muestran como una persona sumamente golpeada por su vida anterior, lo que es una pena en relación a quién fue uno de los mejores entrevistados del Río de la Plata.

En todo caso el último registro en concierto que se le conoce -el DVD El Concierto Subacuático, grabado en el estadio de Vélez y llamado así por la lluvia constante que cayó sobre los asistentes- lo muestra acompañado de varios de los músicos de sus mejores tiempos (Carlos García López, Fabián Vön Quintiero, Hilda Lizirazu) y perfectamente capaz de recrear sus temas clásicos sin grandes sorpresas pero sin el caos que había definido sus actuaciones previas a la internación, incluso en el mejor estado vocal que se le ha registrado en una década. De ser algo así lo que se presentará el mañana en el Velódromo Municipal, sus admiradores no tendrán de qué quejarse y posiblemente sea la primera oportunidad en muchos años de ver nuevamente a un Charly García poderoso.

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