-Una de las conferencias que presentas acá se llama El arte y la crítica en la sociedad actual. ¿Qué papel tiene la crítica de arte hoy?
-No se puede discutir en general y no puedo comentar la situación de Sudamérica, que no conozco bien. La crítica siempre está vinculada con una cultura específica, así que puedo hablar de Europa. Ese papel cambió sin duda: hubo un tiempo en que la crítica creaba temas, creaba la actualidad y por eso anticipaba y daba patrones a las tendencias. En los últimos 20 años aumentó mucho el papel del mercado de arte. Antes, el crítico era quien podía ayudar al artista a formar su carrera, ahora son los coleccionistas. La mayor parte de la crítica hoy es descriptiva, quizá porque los críticos ganan poco y tienen que hacer el trabajo muy rápidamente: hay mucha presión y apenas termina un vernissage ya hay que escribir sobre la muestra, y eso no deja lugar a la reflexión. Yo no me veo como crítico de arte, odio reaccionar de un momento a otro, para mí lo más importante es ver, sentir, especular y luego escribir. Mi primera idea sobre escribir es no escribir nada para la “papelera”, quiero escribir algo que tenga validez para el mañana. Toda crítica debería ser así.
-¿Cómo tiene que cumplir su “misión” el crítico?
-Tiene que mantenerse a una distancia absoluta del mundo del arte. Hay que estar en el umbral, aunque teniendo acceso a ese mundo. Es crucial observarlo “de afuera” para poder elaborar una idea de lo que pasa realmente ahí. Antes los críticos que poseían un conocimiento muy amplio tenían la tarea de evaluar e influenciar lo que pasaba. Ahora el crítico le da un sentido a las obras, pero también casi tiene la obligación de darle un valor dentro del mercado del arte, lo cual me parece inaceptable.
-Tú eres uno de los editores de la revista alemana Kunstforum. ¿Cómo tiene que ser una buena revista de arte?
-La mayoría de las revistas de arte en Alemania sirve al mercado. Los curadores más importantes escriben para estas revistas y eso implica que no mantienen distancia con el mundo del arte, así que producen revistitas para “gente del ambiente”. En otras revistas es el editor quien decide de qué hay que hablar, mientras que en Kunstforum el editor trabaja con otros editores freelance, así que no existe ninguna indicación previa. Estos editores autónomos trabajan de manera muy diferente: uno puede ser un crítico de arte, otro escribir también de otras disciplinas. Yo busco temas y como gozo de la confianza del editor sé que los podré cubrir. Otra de las diferencias entre Kunstforum y las demás revistas es el espacio: tenemos 400 páginas, los demás promedian las 100. Podemos escribir más y mientras que las entrevistas en otros medios son cortas, nosotros casi no tenemos límites: es posible pasearse por Venecia con un crítico o un artista durante horas y luego publicar una entrevista de 100 páginas. Así, con tu entrevistado no se habla sólo de arte, también de literatura, teatro, filosofía, en fin, de la vida misma. Creo que cuanto más se habla de “otras cosas” más fácil es tener acceso a qué realmente significa el arte. Para mí, las discusiones con otros autores son viajes y en las entrevistas a veces entro tanto en la vida del entrevistado que me olvido de mí mismo, descubriendo cosas nuevas. Por ejemplo, entrevisté a un famoso coleccionista que siempre es presentado como una especie de “cerdo capitalista”, un inversionista sin escrúpulos: hablando con él durante largo tiempo me di cuenta de que es una de las personas más sinceras del mundo del arte que he encontrado. Yo intento ir sin prejuicios hacia el otro y esto es más fácil en una revista como Kunstforum, que te permite tiempos inusuales para el medio.
-Señalaste que a veces se producen conflictos de intereses entre artistas, museos y galerías. ¿Cómo se ocasionan?
-Es un hierro caliente. Se da de manera muy sutil. Por ejemplo, hay dos artistas, Damien Hirst y Jeff Koons, que nunca habían tenido exposiciones en grandes museos, pero que son coleccionados por los más importantes compradores del mundo. Los directores de museos no querían exhibirlos porque consideraban su arte superfluo, pero su peso en el mercado y la publicidad que tenían en la prensa llevó a que los directores de museos les abrieran las puertas. Las instituciones de alguna forma tienen que seguir las corrientes. Además, los coleccionistas están en todos los directorios que cuentan: la posibilidades de manipulación son muy grandes. Son ellos quienes escriben la historia del arte actual, pero son aficionados. Hay que prestar atención: por un lado está claro que eso ayuda a que los artistas no se mueran de hambre, pero se tendrían que buscar medidas para limitar el poder de los coleccionistas.
-A veces ellos dirigen un poco la producción de ciertos artistas, casi les dan pautas estéticas…
-Es complejo, pero uno se puede imaginar que cuando un artista vende bien hay galeristas que le dicen: para este tipo de obra tengo dos o tres clientes más. Es altamente probable que el artista siga produciendo lo mismo.
-¿Qué impresión te dio la escena artística de China, donde estuviste, con respecto a la censura, o supuesta censura?
-La situación en China es bastante más complicada de como se la describe en occidente. Antes de viajar me “preparé” leyendo mucho sobre el país en la prensa alemana, francesa, anglosajona. La imagen generalizada era que en China hay muchos temas tabúes. Una vez allá, entrevisté a diez artistas y, aunque sabía que era considerado un tema “prohibido”, les pregunté sobre la plaza de Tian’anmen, incluso a algunos que habían perdido amigos ahí. A pesar del micrófono, que estaba prendido, hablaron abiertamente, explicaron tan detalladamente los eventos de 1989 que se hubiera podido filmar una película en base a sus cuentos. La mayoría de ellos no está de acuerdo con lo que pasa en el país, pero todos elogiaron el hecho de que este gobierno haya logrado erradicar casi totalmente la pobreza. Alguien que sólo quiera comer, trabajar, divertirse y hacer el amor no se da cuenta de los problemas que hay. Y ésta es probablemente la mayor parte de la población. No es fácil de entender: por ejemplo, se puede hablar abiertamente del Tíbet en locales públicos o en familia: no era lo mismo en la RDA, donde, incluso en la esfera privada, no se podían discutir ciertas cuestiones. No estoy haciendo propaganda del Partido Comunista Chino, pero la visión que tenemos acá es muy simplificada con respecto a la realidad. Otro ejemplo: me encontré con un artista/filmmaker que había filmado a la Policía mientras le pegaba a la gente y ese video se mostró durante un mes en el barrio donde ocurrieron los hechos. El artista sigue vivo y libre. Algo así no hubiera podido pasar en otras dictaduras.
-Eso me lleva a una pregunta “ineludible”, ya que es el tema de momento en el mundo del arte. ¿Qué pensás de la encarcelación de Weiwei?
-Weiwei vivió un año en Nueva York y luego volvió a China, donde al regresar tuvo problemas con otros artistas que no entendían por qué se había ido. Mi impresión sobre él, a quien entrevisté tres veces, es que es un artista muy inteligente, que hace un arte más occidental que oriental, aunque tenga, por supuesto, influencias “asiáticas”. Hay que subrayar que antes de ser arrestado dio entrevistas todos los días con periodistas de todo el globo y nunca tuvo problemas: es más, nadie se preguntó por qué daba entrevistas cotidianamente, algo bastante peculiar. Primero, la Policía lo golpeó, pero eso pasa a menudo en Francia, Alemania, en países democráticos, así que me niego a creer que fue el Estado que ordenó eso. Hay que saber también que antes de ser encarcelado escribió en su página web “Fuck China”. Me parece que él calculó ser arrestado y también calculó que no iba a pasar mucho tiempo en la cárcel. Son sólo hipótesis mías, pero una cosa está clara: desde que fue encarcelado y que la prensa mundial publica diariamente noticias acerca de él, los coleccionistas se han interesado mucho en su arte y su notoriedad y sus precios han subido mucho. Si uno conoce un poco la mentalidad china, sabe que ellos tienen otras tácticas de acción. Allí, en principio, uno no hace nada que pueda poner en riesgo su vida -que es considerada un regalo-, así que me parecería una estrategia, en estilo occidental, para agrandar su popularidad.