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Familiares, amigos y vecinos del escritor argentino Ernesto Sabato despiden sus restos, tras ser velado en el Club Defensores de Santos Lugares, en las afueras de Buenos Aires, ayer, domingo.

Foto: EFE, Leo La Valle

Voz y moral

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El sábado murió el escritor Ernesto Sabato.

Su producción artística se condensa en tres novelas y algunas pinturas, pero sus opiniones ensayísticas sobre los debates profundos que afectan a la humanidad desde los años 30 del siglo pasado transformaron a Ernesto Sabato en un referente de primer orden para las letras argentinas. No eludió los temas políticos de su propio país, y por ello fue alabado pero también duramente criticado. El 24 de junio hubiera cumplido cien años, pero murió el sábado en su casa de Santos Lugares, en la provincia de Buenos Aires.

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Quiénes quedan

“Era un vecino más para nosotros”, dice la vecina casa de por medio de Sabato, mientras atiende un quiosco y los ojos se le ponen brillantes. Agrega: “Mi nieta cuando era chica se pasaba horas jugando en su jardín”. Sabato no buscaba resaltar como un soldado condecorado en la localidad de Santos Lugares. Se dice que hasta pinchaba las pelotas de los niños cuando caían en su casa. Su velatorio se realizó en el club Defensores, frente a la casa donde el hombre arrugado y de cara melancólica habitaba. En la reja de la casa rezaban mojados mensajes de agradecimiento, caricaturas, una bandera de Old Boys, una camiseta de Estudiantes, flores y fotos icónicas. Elvira, la mujer que ofició de secretaria y que lo acompañó luego de que Matilde, su gran amor, falleció, habló en la puerta de la casa con los medios. Una de las cosas que contó es que ayer Cristina Fernández, que no fue al velorio, la llamó dos veces. Sabato llegó a reunirse con Cristina y Néstor hace dos años. Cerca de las diez de la mañana Mario Sabato, el documentalista, llegó al lugar. Su rostro parecía un calco del de su padre cuando rondaba los 70 años: el parecido era casi ominoso. Dijo que Sabato se marchó para reencontrarse con el amor de su vida, Matilde. Para el cineasta, debería reconocerse a su madre como coautora, debido a que ella era la que impedía que Sabato quemara originales y le daba las primeras opiniones. Luego de recordar a su hermano fallecido hace más de una década, dijo, apuntando a grabadores y cámaras: “ahora quedamos nosotros”. ■ Denisse Ferré (desde Santos Lugares)

“He vivido en un tiempo histórico de ruptura y tan viejo soy, que hay en mí distintos sedimentos, como en las montañas. Así, todavía guardo de mi juventud las marcas de las luchas sociales. Pienso que los chicos me querrán porque nunca dejé de luchar, porque no conseguí instalarme en ninguna época, y hoy, trastabillando, me siento cerca de la gente que aprendió a vivir de otra manera. Y muy cerca de los jóvenes que después de este horror de mediocridad, indecencia y ferocidad pujan por nacer a otra cultura que vuelva a echar raíces en un suelo más humano”, escribió Sabato en los Diarios de mi vejez. Allí aparecen varias claves de lo que representó para varias generaciones: longevidad, perseverancia, compromiso y la unión entre pesimismo inmediato y esperanza postergada.

Es difícil encontrar intelectuales que hayan imprimido giros tan grandes y notorios a sus carreras como los varios que ensayó Sabato. El más evidente fue, por lejos, su salto entre las “dos culturas” de la que hablaba CP Snow. Su pasaje de las ciencias duras al campo de las letras resultó espectacular, pero no era infundado: Sabato había sido alumno aplicado del literato dominicano Pedro Henríquez Ureña y es de los pocos argentinos que reconoció “en tiempo real” el valor del exiliado polaco Witold Gombrowicz, convertido en figura estelar luego de su regreso a Europa en los 60.

En 1939, gracias a una beca, Sabato (doctor en física) fue a trabajar al laboratorio Curie de París. En los albores de la Segunda Guerra Mundial su objeto de estudio era el tema del momento: la radiación atómica. Pero en aquella París protoexistencialista Sabato tuvo una crisis personal y comenzó a descreer de la posibilidad de la tecnología para mejorar la vida de los hombres. En parte, se veía venir: Sabato conjugaba su trabajo en el laboratorio con la frecuentación de bares concurridos por creadores surrealistas, como el chileno Roberto Matta y el español Óscar Domínguez.

Aunque esa estadía parisina fue la más publicitada, el escritor ya había tenido otro pasaje por la que por esa época era la capital de la cultura occidental. En 1935 Sabato iba camino a Moscú, pero tras una escala en Bruselas decidió rumbear a Francia, para luego regresar a Argentina. La causa del cambio fue el consejo de un camarada comunista: mejor no acercarse a las Escuelas Leninistas, adonde estaba destinado Sabato, ya que no había demasiadas (buenas) noticias sobre lo ocurrido con otros estudiantes. Afiliado al PC desde sus años de militancia universitaria, Sabato ya había expresado algunas discrepancias con la línea adoptada tras el ascenso de Stalin.

Dictaduras varias

Tras su regreso a Buenos Aires en 1944 -no vivió la Segunda Guerra Mundial en Europa ya que había sido transferido al MIT estadounidense- Sabato siguió vinculado a la actividad científica, pero limitado a la docencia. Al año siguiente aparecen los ensayos de Uno y el universo, donde expresa su crítica a la ideología que subyace al desempeño científico y abandona definitivamente su puesto en la Universidad de La Plata. Al mismo tiempo comienza a relacionarse con el grupo de la revista Sur, que comandaba Victoria Ocampo y que tenía como estrella a Jorge Luis Borges. “Yo diría, más bien, que en aquellas reuniones hablábamos de lo que nos apasionaba en común a usted, a Bioy, a Silvina, a mí. Es decir, de la literatura, de la música. No porque no nos preocupara la política. A mí, al menos”, corrige Ernesto a Jorge Luis en los Diálogos Borges Sabato que editó Orlando Barone. Lo cierto es que la relación entre ambos premios Cervantes fue complicada desde el inicio: si bien Sabato participó en 1942 en el número de Sur dedicado al “desagravio a Borges”, es inequívoca la caricatura de esnob que carga el personaje Georgie en la primera novela de Sabato, El túnel.

Ambos escritores estuvieron, como la abrumadora mayoría de los intelectuales, a favor del golpe que destituyó a Perón en 1955. Sabato incluso aceptó brevemente un puesto cultural en el Ministerio de Relaciones Exteriores, pero renunció en protesta por la represión obrera.

Esto y la complicada maniobra que representa El otro rostro del peronismo, donde denuncia al Partido Justicialista y a Perón, pero rescata la figura de Evita, le valió la desaprobación de varios colegas todavía entusiamados con la deriva de la “cruzada libertadora”. Al igual que David Viñas y la gente nucleada en la revista Contorno, Sabato comenzaba a reconsiderar, como hombre de izquierda, el apoyo al derrocamiento de un gobierno autoritario, pero elegido democráticamente.

Borges y Sabato también serían coprotagonistas de un episodio aún discutido: en 1976 concurrieron a un encuentro con el dictador Jorge Videla. Sabato se había manifestado contra el gobierno que precedió al golpe y sus declaraciones, tras salir de la reunión, fueron demasiado parcas, como se encarga de recordar Osvaldo Bayer, quien recoge varios episodios que señalan a Sabato como colaborador de los militares (el más conocido, reflejado en una polémica con Cortázar, sería su labor en contra de la “campaña antiargentina” que llevaban a cabo los escritores del exilio”).

Nada de esto puede poner en cuestión el rol que ocupó Sabato durante la salida democrática que lideró Raúl Alfonsín: el escritor coordinó el grupo que investigó las desapariciones ocurridas durante el gobierno militar y que produjo el extenso informe Nunca más. Su prólogo decía, entre otras cosas: “Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países. Así aconteció en Italia, que durante largos años debió sufrir la despiadada acción de las formaciones fascistas, de las Brigadas Rojas y de grupos similares. Pero esa nación no abandonó en ningún momento los principios del derecho para combatirlo, y lo hizo con absoluta eficacia [...] No fue de esta manera en nuestro país: a los delitos de los terroristas, las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor que el combatido, porque desde el 24 de marzo de 1976 contaron con el poderío y la impunidad del Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de seres humanos”.

Atajos

Sería erróneo considerar que El túnel (1948) es el debut en las letras de Sabato, quien ya había acumulado suficiente capital cultural con su “pase” al mundo del arte, y que ya había publicado crítica literaria. De todos modos, es su primera novela. La narración en primera persona de un asesinato cometido por el pintor Juan Pablo Castel muestra cómo lo amado puede transformarse en odiado, y el mensaje más fuerte es el de la imposibilidad de la comunicación. Aparecida originalmente en Sur, la historia llegó a Albert Camus, quien promovió su traducción al francés (no tuvo la misma suerte Onetti, que escribió El pozo, comparable no sólo por el título a El túnel, casi diez años antes). Sabato trabajó en la primera versión cinematográfica de su novela, que se produjo tres años después. Sobre héroes y tumbas (1961) es más ambiciosa estructuralmente: mezcla tres relatos, el de la decadencia de una familia aristocrática, el de la relación entre un joven y una muchacha perteneciente a esa familia, y el onírico “Informe sobre ciegos” (editado también como libro independiente) escrito por el padre de la chica. El impulso vanguardista se continúa en el apocalíptico Abaddon el exterminador (1964), donde Sabato (también personaje) intenta tomarle el pulso a una Buenos Aires tan prerrevolucionaria como incomprensible.

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