En 1964 Jorge Semprún fue desafiliado del Partido Comunista Español (PCE). El episodio ocurrió en París, porque el partido, ilegalizado durante la dictadura de Franco, celebraba sus reuniones en el exilio. Semprún había llegado a formar parte de la dirigencia del PCE, y antes, en los 50, había realizado tareas clandestinas en Madrid. Más atrás todavía, cuando finalizó la Guerra Civil Española, los Semprún se encontraban fuera del país -el padre del escritor era diplomático, y ambas ramas de su familia conjugaban a políticos y aristócratas-, por lo que debieron establecerse en Francia. Jorge se afilió a las juventudes comunistas y se unió a la resistencia contra la ocupación alemana. En 1943 fue capturado por la Gestapo y enviado al campo de concentración de Buchenwald, en el este de Alemania.
Hasta ahí ya tenía bastante para contar. Por eso cuando lo expulsaron de su partido -por "desviaciones objetivistas": se empeñó en mostrar datos económicos que indicaban que la dictadura de Franco no iba a caer por su propio peso, según cuenta en Autobiografía de Federico Sánchez (1977)- comenzó una prolífica carrera como escritor, alternando el español con la lengua de su país adoptivo, el francés.
Fuertemente autobiográfica, su obra configura, junto a la del italiano Primo Levi, uno de los más sostenidos y abrumadores testimonios de la supervivencia en un campo de concentración. La temática de Buchenwald atraviesa su carrera y es el centro de las novelas Le grand voyage (1963), Quel beau dimanche! (1980), L'écriture ou la vie (1994) y Viviré con su nombre, morirá con el mío (2001), en la que Semprún cuenta cómo sus compañeros comunistas debieron conseguir un sustituto moribundo para que fuera enviado en su lugar a Berlín, donde lo esperaba una muerte casi segura.
El otro núcleo de la narrativa de Semprún son las novelas de Federico Sánchez, un nombre que el escritor usó durante sus años de activista clandestino. En ellas, no sólo se dedicó a exponer las miserias del PCE bajo la dirección de Santiago Carrillo, sino también a desnudar los conflictos que lo llevaron a abandonar en 1991 la titularidad del Ministerio de Cultura tras tres años en el cargo; dos años después apareció su versión del episodio Federico Sánchez se despide de ustedes.
La propensión a la novela de Semprún puede ser leída como una manera de establecer rotunamente sus puntos de vista en asuntos polémicos. Entre otras cosas, se lo ha culpado de haber promovido el juicio y la expulsión de numerosos comunistas, antes de ser él mismo desafiliado del partido; Jean-Paul Sartre, Marguerite Duras y aun el movimiento surrealista comandado por André Breton habrían estado bajo su mira. Asimismo, su hermano Carlos lo acusó de haber sido kapo (vigilante privilegiado) en Buchenwald, en tanto el escritor alegó que simplemente trabajó en la administración del campo de concentración.
En paralelo a su actividad como político y novelista, Semprún tuvo gran éxito como guionista de cine; fue él quien adaptó la novela Z, del griego Vassilis Vassilikos, para la versión fílmica de Costa-Gavras (1969).
Obra maestra
En contraste con la mayoría de la producción de Semprún, anclada en el testimonio personal, está la novela La algarabía (1981). Se trata de una historia contrafáctica: en ella, el mayo del 68 se trasforma en una revolución exitosa y constituye una administración autónoma en los tres barrios parisinos más propensos a la revuelta. El punto de divergencia de esta ucronía es la muerte del general De Gaulle, que aquí se produce durante un accidente al regreso de su misterioso viaje a Alemania, ocurrido el 29 de mayo. Históricamente, el retorno de De Gaulle significó el fin simbólico de la crisis, pero en la novela conduce a una sucesión de gobiernos inestables que permiten la consumación de una Zona de Utopía Popular en el corazón de París.
Ejercicio de imaginación exquisito, La algarabía tiene como protagonista, como casi todas las novelas de Semprún, a un álter ego del autor. Aquí el español que busca validar un pasaporte en medio del caos administrativo que reina en la nueva comuna parisina recibe un nombre simpático para los lectores uruguayos: Artigas.