“Escrituras del yo”: la frase tiene la ambigüedad necesaria para abarcar un fenómeno que, porque está mutando ahora mismo, corre el riesgo de escaparse a la mirada crítica. Términos como “autobiografía” o “diario íntimo” quedan cortos para describir una producción que incluye y es afectada por la publicación online, y para la que instancias como entrevistas y otras apariciones públicas ya no ocupan un lugar marginal. Se habla, en cambio, de un “giro subjetivo” de la cultura (Beatriz Sarlo), de un tiempo de “literaturas postautónomas” (Josefina Ludmer) que escapan a la dicotomía ficción/no ficción pero que se instalan con firmeza en el presente. Algunos se aferran al concepto de “autoficción” para reencauzar el fenómeno en los marcos de la teoría literaria; otros prefieren tomar al “yoísmo” como una inflexión natural de un impulso que nació con el romanticismo.
Acertada, entonces, la consigna escogida por la investigadora y periodista Ana Inés Larre Borges, quien dirige esta imprescindible publicación de Biblioteca Nacional. Allí se reúnen exámenes sobre autores concretos, apuntes teóricos para la definición del fenómeno, material inédito de algunos de los escritores estudiados y un atractivo panorama fotográfico, casi imprescindible para un tipo de estudios que tiene a la identidad y a la autoimagen como uno de sus temas centrales. En su introducción, Larre Borges habla de “escribir autobiográficamente”, y ciertamente una gran cantidad de los artículos explora ese camino; a su vez, la “escritura autobiogáfica” supone una “lectura autobiográfica” y hacia allí también apunta otra porción considerable de los investigadores, que busca señalar la marca personal allí donde no se la consideraba normalmente (por ejemplo, en el historiador José Pedro Barrán o en el escritor e investigador José Pedro Díaz).
Pacto secreto
La emergencia de los discursos en primera persona merece algunas explicaciones sociohistóricas. Elena Romiti (“Juana de Ibarbourou y la autoficción”) vincula el fenómeno a la disolución del yo burgués en un más difuso sujeto posmoderno. Para el español Manuel Alberca (citado por Matías Núñez) se trata de la lógica exaltación de lo individual que se opone al desprestigio de las causas colectivas. En uno de los artículos eminentemente teóricos, Alma Bolón registra la progresiva “invasión” de la primera persona desde la poesía hacia la prosa narrativa (“El yo prosaico: vidas de biógrafo”) y analiza el significado de esta expansión a la luz de distintas camadas del pensamiento francés (existencialismo, estructuralismo, posestructuralismo), a la vez que las huellas producidas por la tensión imaginar/vivir en Borges, Rulfo, Felisberto Hernández (verdadera vedette de esta publicación) y Rimbaud.
Escrituras del yo también es muestra de los aportes y de las limitaciones del muy extendido concepto de “autoficción”. La teoría surgida en su derredor a mediados de los 70 a partir del trabajo de los franceses Philippe Lejeune (El pacto autobiográfico) y Serge Doubrovsky (Fils) -Núñez repasa la lúdica interacción entre ambos- pretendía esclarecer algunos problemas que surgen a partir de la identificación de la figura del autor, el narrador y un personaje, como su estatus ficcional o su efecto de “sinceridad”. En su artículo (“Feliberto Hernández y una media ilusión”) Carina Blixen cuestiona la aplicabilidad del concepto a la producción del escritor uruguayo (que sí sostiene JP Barnabé), pero sus reparos pueden generalizarse a otros casos: Felisberto no se nombra a sí como personaje (requisito en la teoría de los 70), su vida privada en (sentido estricto) no es su tema principal, y la lectura de sus textos, de fuerte impronta psicológica, produce una impresión de impersonalidad (reñida con el “efecto de sinceridad”).
Imaginación versus experiencia
Felisberto Herández, además de atravesar varios artículos, es merecedor de un apartado propio. En él Barnabé (“La invención de una fórmula: el yo novelesco de Felisberto Hernández”) expone algunos de sus hallazgos en archivos privados; ciertos fragmentos revelan el grado de premeditación técnica con la que el artista preparaba sus obras (“me dedicaré a leer las novelas modernas que pueda conseguir y a estudiar formas, estructuras y el mundo de misteriosas relaciones -no causas- en el arte”, le dice a Amalia Nieto un Felisberto ya maduro). Blixen, en su ya mencionado cuestionamiento a lo “autoficcional” como centro de la escritura de Felisberto, concluye con un argumento fuerte: la “pasión por la invención” del escritor. El ingeniero Juan Grompone, por su parte, cuenta cómo descifró las notaciones taquigráficas de Felisberto.
Estreno en sociedad
Escrituras del yo se presenta mañana a las 19.00 en la Biblioteca Nacional. De Argentina llegará Alberto Giordano, quien también abrirá el miércoles coloquio Montevideana VII, dedicado al aniversario de Virginia Woolf.
Alfredo Alzugarat, en tanto, se ocupa de los diarios que entre 1942 y 1956 mantuvo JP Díaz. Al menos una de sus observaciones está emparentada con lo que dice Blixen: esos “rigurosos” diarios son contribuciones “por la negativa” -es decir, recortes excluyentes por no ficcionales- a la obra literaria de Díaz (un plus de lujo es la generosa transcripción de esos diarios, verdadero corte a la mentalidad de los del 45: “nuestra generación, por primera vez, lee y habla con lucidez de Homero, Poe y Faulkner”). También hay jugosas pistas sobre la inadecuación de asimilar lo personal a lo íntimo en lo que descubre Luis Bravo en los papeles del adolescente (tenía entre 14 y 16 años cuando los escribió), quien deja clara su intención de ir abandonando el tono afectivo para pasar a ejercer un registro personal del panorama cultural.
Esa misma tesis -en forma grosera: el punto de vista lo es todo- es la que sostiene Roberto Appratto en su estudio sobre Thomas Bernhard. Su artículo “Cuando se trata de decir la verdad” es el caballo de Troya del volumen: Appratto, cuya escritura tan acérrimamente personal como abierta a la circunstancia histórica -Se hizo de noche (2007) es ejemplar en este sentido- escribe de su admirado austríaco, pero también de sí mismo, generando un documento vivo, un manifiesto. “El juicio sobre lo real es más importante que lo real [...] y convierten lo típico en singular, en asunto de escritura”, dice Appratto, y proporciona una clave para distinguir la mera escritura en primera persona de la literatura ambiciosa.
El argentino Alberto Giordano -curiosamente, nombrado por César Aira en Los mistarios de Rosario- también menciona la necesidad de distinguir “el valor literario” en medio de una cultura signada por “lo autobiográfico, lo vivencial o lo íntimo”. Autor de una obra fundamental para acercarse al fenómeno en el Río de la Plata (El giro autobiográfico en al literatura argentina actual, aquí aborda el estudio de En la pausa, novela de Diego Merte en la que percibe un diálogo con la obra de -sí- Felisberto Hernández.
Ego canonizo
Los llamadores abundan. Javier Uriarte habla de “posmemoria” a partir de la inclusión de correspondencia y fotografías en la obra de Rosencof. Roberto Ferro rescata pasajes de El escritor y el otro, de Carlos Liscano, en el que puede leerse “Nunca fui un buen narrador de detalles ni un buen narrador a secas, pero siempre tuve la necesidad de inventar a 'Liscano' ", en total consonancia la notoria definición de “héroes sin atributos” que el argentino Julio Premat superpuso a la construcción consciente de la imagen propia acometida por Borges, Di Benedetto, Macedonio Fernández, entre otros. Marta Labraga compara material inédito de Alicia Migdal -cuya obra sería otro ejemplo de no correspondencia entre lo íntimo y lo trivial- con la obra de Marguerite Duras. El histórico Jorge Ruffinelli abre la mirada a la irrupción de la subjetividad en un terreno considerado el reino de lo objetivo, el cine documental. Ana Inés Larre Borges adelanta la esperada publicación de los diarios de Idea Vilariño. La misma Larre Borges e Ignacio Bajter Acosta charlan con Ricardo Piglia, y tal vez lo mejor del texto sea su pregunta: “Se dice que la gente empieza a soñar para el psicoanalista, ¿se empieza a vivir para escribir?”
Pero sobre todo queda claro que la figura de Mario Levrero es seria pretendiente para ocupar el centro en un hipotético canon de la literatura yoística uruguaya reciente. Helena Corbellini bautiza una “trilogía luminosa”, compuesta por “Diario de un canalla” (cuento en El Portero y otros cuentos) y las novelas El discurso vacío y La novela luminosa, en las que el diario pasa a ser un objeto subsidiario del textos principal. Matías Núñez ubica a Levrero en un lugar paradojal: catalogado como “raro” (desde Rama), se encuentra ahora en el sitial fundacional de la nueva literatura local del yo, que Núñez concentra en Pablo Casacuberta, Inés Bortagaray y Sofi Richero. El monologismo, la recurrencia a la infancia como etapa fundacional del yo y el valor terapéutico de la escritura son algunos de las notas novedosas que detecta en ellos. También nota que en ellos una herramienta colectiva (la literatura) es reutilizada para la construcicón de un bien individual.
Curiosamente, el de Núñez es el único artículo que atiende a las generaciones más recientes de un fenómeno actual, aunque ello deja claro que el asunto tiene raíces antiguas. Llama más la atención la abundancia de estudios sobre narrativa, o tal vez lo extraña que sea la inclusión de trabajos sobre Juana de Ibarbourou o Vilariño pero no la de poetas actuales. Onetti es mencionado al pasar (por Bolón): su uso del yo, los datos biográficos y aun su autoinclusión como personaje lo acercarían a los “autoficcionales claśicos”. Ninguna de estas ausencias es irreparable: ojalá que esta notable iniciativa de la Biblioteca Nacional se continúe por este u otros medios. Su tema es de la mayor actualidad, tanto para las “bellas letras” -las escrituras del yo o “egoístas” han sido fuertes en la última década entre los autores más jóvenes- como en las no tan bellas, pero vivas.