Olas de controversias agitaron, como pasa a menudo, la laguna veneciana durante la 54ª Biennale d’arte italiana. En primer lugar, los “ultrajes” religiosos que demuestran una vez más qué quiere decir tener al Vaticano incrustado en el medio del país, ya que seguramente en otros lugares no se habría generado tanta convulsión: la obra Merciful Dream (Pietà V), copia de la piedad de Miguel Ángel “desfigurada” por el belga Jan Fabre, quien sustituyó la cara de la virgen por una calavera y a Cristo consigo mismo, o la aparición de la pornostar local Vittoria Risi desnuda junto al cantante demencial Elio disfrazado de San Francisco.
Luego, la problemática curaduría de la parte italiana, confiada al hipermediático Vittorio Sgarbi -hombre cercano a Berlusconi- que ideó un estrafalario sistema de selección involucrando a decenas de personas, en muchos casos no calificadas, y que le valió varias defecciones de artistas invitados, además de un vaso de orín que le arrojó encima otro personaje televisivo inconsistente, Marina Ripa di Meana. Un quilombo.
Frente a semejante tumulto, la presentación del envío uruguayo a la ciudad de los canales -que dio lugar a una conferencia de prensa la semana pasada en el Museo Nacional con la presencia de los dos artistas, Magela Ferrero y Alejandro Cesarco, y de las instituciones- fue de lo más tranquilo y quiescente que se pueda imaginar.
Así el programa. Ausente la curadora Clio Bugel, inauguró el evento una ronda de palabras oficialísimas y correctísimas a cargo de la comisaria Silvia Listur, y de los representantes gubernamentales Hugo Achugar, María Simón y Ricardo Ehrlich. Entre los temas tocados: la suerte de Uruguay al tener un pabellón propio en Venecia; la idea vigente de que el Estado se haga cargo de los envíos en su totalidad para mostrar al mundo la creatividad uruguaya; el interés del público por nuestras propuestas; que siga el compromiso gubernativo a favor de la cultura.
Luego se mostró un video de Pincho Casanova filmado in loco y, como conclusión, hablaron los artistas. Las explicaciones de las obras -nueve fotos y un libro en el caso de Ferrero, un video y dos impresiones por Cesarco-, y sobre todo de las experiencias venecianas, fueron breves pero vivas. Consultados a propósito, los artistas precisaron que, como siempre, hay espacio para mejorar y que sería deseable una mayor claridad en las respectivas responsabilidades de todos los actores del envío.
Sin embargo no se llegó -como una de las preguntas del público quizá entendió aguijonear- a explicitar eventuales faltas graves por parte de la organización, aunque creo que estaba bien presente en las cabezas del auditorio la renuncia de Carlos Capelán por razones, entre otras, de tiempos restringidos. (Y con respecto a eso: ¿Sería simplemente planificable -no ya realizable- en pocos meses, una obra compleja como, por ejemplo, The Clock de Christian Marclay -que ganó el León de Oro en Venecia-, consistente en 24 horas de un videocollage de miles de escenas de películas donde aparecen relojes, sincronizadas con el tiempo real?).
Finalmente, una buena y significativa noticia: durante los primeros meses del 2012 el Museo Nacional de Artes Visuales alojará las piezas venecianas de Ferrero y Cesarco, para que el mar Adriático se funda momentánea y mínimamente con el Río de la Plata.