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Turistas beben en la barra del bar El Floridita junto a una estatua del escritor estadounidense Ernest Hemingway (1899-1961), ayer en La Habana.

Foto: Efe, Alejandro Ernesto

No sólo el viejo y el mar

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Cincuenta años de la muerte de Hemingway.

Sólo Faulkner puede disputarle a Hemingway su lugar en la narrativa estadounidense de la primera mitad del siglo XX. Pero a pesar de que su prosa es una guía imperecedera para los escritores de lengua inglesa, el personaje Hemingway -macho, aventurero, bebedor- tiende a arrinconarlo en la caricatura.

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El 2 de julio se cumplieron 50 años de la muerte de Ernest Hemingway (1899-1961). Para su partida eligió dispararse con una escopeta, en su casa de Ketchum, Idaho; años atrás, en 1928, su padre, Clarence Hemingway, había decidido también poner fin él mismo a su vida. Los últimos años de Hemingway estuvieron marcados por diversos padecimientos mentales, entre ellos una paranoia que algunos han creído agravada por una enfermedad conocida como hemocromatosis, que interfiere con el metabolismo del hierro y aumenta sus niveles en la sangre, con resultados que suelen afectar la salud mental. En el caso de Hemingway, el alcoholismo de toda una vida seguramente influyó en el estado de confusión que dominó sus últimos años, según relataron en su momento sus allegados más íntimos. Ha sido señalado que esa enfermedad había sido heredada del padre, quien también mostró una conducta errática y depresiva hacia el final de su vida. Curiosa o fatalmente, también se suicidaron Úrsula y Leicester, hermana y hermano de Ernest, y en 1996, su nieta Margaux.

Se dice de Hem

Hemingway sigue teniendo muchos fans, pero entre sus colegas son más los que prefirieron denostarlo. Hay excepciones, como la de Bukowski, quien se refería a él con un cariñoso y admirativo "Hem", o la de Onetti, un faulkneriano a muerte que sin embargo lo citó en su decálogo (“Incluso di lecturas de los trozos ya listos de mi novela, que viene a ser lo más bajo en que un escritor puede caer”). Pero pegarle a Hem es casi un deporte (hasta un alfeñique como Woody Allen se mete con él: ver Medianoche en París, que todavía está en cartelera). Algunos ejemplos: *"Lo leí por primera vez a principios de los 40, algo sobre campanas, testículos y toros [bells, balls and bulls] y lo aborrecí." (Vladimir Nabokov) *"La gente cree que es fácil de leer porque es conciso. No lo es. Odio la concisión: es demasiado difícil. Hemingway es fácil de leer porque se repite todo el tiempo, usando el 'y' como relleno." (Tom Wolfe) *"Hemingway era un choto." (Harold Robbins) *"Su determinación de encarnar lo que yo llamaría los aspectos menos interesantes de su propia obra, el gran cazador y todo eso. Y hacer todo lo que sus personajes podrían hacer y hacían bien. Siempre disparando y pescando y esas cosas. Creo que su trabajo resentía todo eso... no queda nada sino la imagen: Poppa Hemingway." (William Burroughs). *“Hemingway se suicidó cuando finalmente comprendió que era un mal escritor” (Borges, supuestamente).

Para 1960 Hemingway había publicado siete novelas, The torrents of spring (1926), Fiesta (1926), Adiós a las armas (1929), Tener y no tener (1937), Por quién doblan las campanas (1940), Al otro lado del río y entre los árboles (1950) y El viejo y el mar (1952), además de varias colecciones de cuentos y crónicas o textos autobiográficos como Las verdes colinas de África (1935). Muchas de sus ficciones fueron adaptadas al cine, entre ellas Por quién doblan las campanas, dirigida en 1943 por Sam Wood y con las actuaciones de Gary Cooper e Ingrid Bergman, vuelta a filmar en 1957 por Charles Vidor, con Rock Hudson y Jennifer Jones, Forajidos, de 1946 (el original es “Los asesinos”, cuento publicado en el libro Hombres sin mujeres, de 1927), dirigida por Robert Siodmak con Ava Gardner y Burt Lancaster, y Las nieves del Kilimanjaro, dirigida en 1952 por Henry King y protagonizada por Gregory Peck y Ava Gardner.

Hemingway ejerció una notable influencia en generaciones posteriores de escritores, y se convirtió en un personaje ineludible de la cultura popular; Ray Bradbury, por ejemplo, escribió un cuento (“The Kilimanjaro device”, algo así como “El artefacto Kilimanjaro”) en el que Hemingway es uno de los personajes, y en una línea memorable de El club de la pelea, el protagonista Tyler Durden señala que si pudiera elegir un “famoso” con quien pelear, elegiría a Ernest Hemingway. En ese sentido, el autor de Adiós a las armas se ha convertido en una especie de cliché del escritor vital que encuentra en la experiencia la sustancia y el tema de sus obras literarias, una suerte de anti Borges, digamos. También es cierto que su estilo despojado y directo fue menospreciado en su momento por cierta crítica, pero eso, por supuesto, no tiene la menor importancia. Otros han denunciado, y denuncian, su homofobia, su machismo y su misoginia.

En 1954 recibió el Premio Nobel de literatura; tras señalar que, si bien los escritores Carl Sandburg, Isak Dinesen y Bernard Berenson merecían la distinción más que él, la importante suma de dinero implicada sería más que bien recibida, declaró (no personalmente sino a través de un discurso enviado a Estocolmo, ya que unos accidentes sufridos en África le impidieron asistir a la premiación) que “escribir, cuando se hace bien, lleva a una vida solitaria. Las organizaciones para escritores intentan paliar la soledad del escritor, pero dudo mucho que mejoren su escritura. Su figura pública crece a medida que descarta su soledad y así muchas veces su trabajo se deteriora. Porque el trabajo de un escritor se hace en solitario, y si es bueno se enfrenta con la eternidad, o con su ausencia, todos los días”.

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