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Barras, estrellas y ese gusto a retro

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El regreso cinematográfico del Capitán Planeta.

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La figura del Capitán América es más bien rara dentro de la escudería de la casa de cómics de superhéroes Marvel. Las creaciones de Stan Lee y compañía se destacaron de la escuela tradicional de superhéroes de historieta por una cierta complejidad psicológica y por un conflicto constante entre sus poderes y la marginación que les produce, así como por una línea borrosa entre lo que se considera correcto y lo que no. El Capitán América no tenía nada de eso; de hecho ni siquiera era un personaje creado por Marvel. Esta especie de bandera estadounidense ambulante con músculos había sido inventada por la compañía Timely Comics en 1941, como respuesta al creciente nacionalismo producido por la Segunda Guerra Mundial, y en su primera historieta había aparecido en la portada dándole semejante trompada al mismísimo Adolph Hitler (con el previsor agregado de que lo hizo cinco meses antes de que Estados Unidos le declarara la guerra a Alemania). Planteado como el defensor y símbolo de la democracia estadounidense contra la villanía del nazismo, el fascismo y los malignos japoneses, el Capitán América tuvo su momento de gloria mientras duró el conflicto armado -llegando a ganarse su propia franquicia de películas- y el interés en éste se fue diluyendo cuando la guerra terminó, hasta que el personaje desapareció a comienzos de los años 50.

Pero Timely Comics evolucionó hasta convertirse en Marvel y, bajo la supervisión de Stan Lee se convirtió en un fenómeno revolucionario en las historietas de superhéroes. La aparición de personajes tan novedosos como El Hombre-Araña, Hulk o los X-Men no impidió que de vez en cuando Marvel echara mano a su patrimonio de héroes creados en las décadas pasadas, reviviendo o recauchutando a algunos de los más populares, como el príncipe Namor o el propio Capitán América. Siendo éste una de las primeras creaciones del legendario Jack Kirby, el dibujante lo introdujo en una breve historia de La Antorcha Humana, para luego presentarlo en sociedad como uno de Los Vengadores, luego de revivirlo de varias décadas de congelamiento (literal, el secreto de la juventud del Capitán era haber estado congelado en el Ártico durante dos décadas), ganándose al poco tiempo su revista propia y ocupando un lugar preponderante en el universo Marvel.

Sin embargo, seguía siendo un personaje muy distinto al resto, un personaje que se presentaba mucho más unidimensional y maniqueo -a diferencia de los claroscuros y de las dudas del resto- como representación de todo lo bueno que podía haber en el espíritu estadounidense. Un personaje plano por comparación y con poco atractivo a priori para los adolescentes que consumían los productos Marvel, además de ser relativamente débil en relación a los semidioses, mutantes y arácnidos humanos que lo acompañaban. Pero ese carácter más sencillo lo destacó en un conjunto y le dio su propio conflicto personal: el Capitán América era un hombre de otra época, de un tiempo más simple en cuanto a las decisiones morales, y esa particularidad terminaba haciéndolo colisionar con las ambigüedades de los años 60 y 70. Por otra parte, conscientes de que la propia esencia del personaje lo podía volver un ícono nacionalista y conservador algo chocante para los jóvenes de esas décadas, Marvel se esforzó para, en cierta forma, tornarlo uno de sus personajes relativamente más progresistas (llegó a renunciar como superhéroe durante el escándalo Watergate) y menos inclinado a la violencia gratuita.

De cualquier forma, seguía siendo una creación más bien difícil de manejar fuera del contexto de decenas de personajes más complejos, y su regreso al cine se fue demorando mientras que otros héroes mucho menores dentro el universo Marvel -Blade, The Punisher, Thor- conseguían su película propia, hasta que finalmente -y apurado por el anuncio de una película con todos los vengadores, de los cuales el Capitán es una pieza esencial- se llegó a esta visión del director Joe Johnston que -en concordancia con lo insular del personaje- se diferencia claramente del aluvión de películas de superhéroes que se han realizado durante la década pasada.

Otros tiempos, otros héroes

Joe Johnston es un estrecho colaborador de George Lucas -con quien trabajó como especialista en efectos especiales desde los ya lejanos días de La Guerra de las Galaxias (1977), y desde entonces ha colaborado estrechamente tanto con Lucas como con Steven Spielberg, dirigiendo algunos éxitos menores y de espíritu similar al de sus amigos, como Querida, encogí a los niños (1989), Jumanji (1995), Parque jurásico III (2001) e Hidalgo (2004), en los cuales demostró cierto gusto por los personajes heroicos, bienhumarados y algo ingenuos. Pero el modelo que retomó para adaptar al Capitán América fue el de su otra película sobre un superhéroe, The Rocketeer (1991), una pequeña joya basada en un personaje de los años 30, y que era un auténtico encanto con su visión exquisitamente retro de un héroe romántico y simple, envuelto en aventuras ocasionalmente violentas pero desprovistas de odio.

Esta misma aproximación fue la que utilizó para llegar al Capitán, situando la historia en sus comienzos, cuando un alfeñique de Brooklyn -eternamente rechazado en sus intentos de ingresar al Ejército- se presta a un experimento que lo convierte en un supersoldado, en una transformación digna de Charles Atlas. La reproducción de época va mucho más allá de lo visual -que es, en todo caso, impactante- y alcanza las relaciones entre los personajes, el lenguaje, su simpleza psicológicay un respeto por su estética original que alcanza a los vestuarios, el físico y la apariencia de los protagonistas, hasta la inclusión de algún número musical que sería inimaginable en otra película de héroes sobrehumanos.

Una película profundamente -aunque nunca explícitamente- cinéfila, Capitán América abunda en homenajes no sólo a los primitivos films sobre el héroe, sino también a películas tan cercanas a su realizador como la ya mencionada La guerra de las galaxias o Los cazadores del arca perdida, con la que comparte su falsa candidez y un sentido del humor asordinado y sin ironía. Si se quiere, Capitán América es todavía más naif -o inocua- a la hora de abordar sus aventuras; a pesar de estar ambientada en la Segunda Guerra Mundial, la película esquiva el conflicto con los nazis (que siempre connotaría elementos excesivamente siniestros) y plantea un enfrentamiento entre el héroe y Cráneo Rojo (Hugo Weaving), un villano proveniente de las SS pero decidido a superar a los propios nazis en ambiciones y crueldad. En la película hay muchasmuertes, pero están completamente pasteurizadas y la violencia es más estética y atlética que encarnizada, y el romance del Capitán con la bellísima y más bien desconocida Hayley Atwell (una excelente sucesora de Jennifer Connelly como bomba retro) es totalmente casto. En otra clase de película este pudor e ingenuidad serían más bien obscenos, pero la intención de divertir en forma liviana y atemporal es tan explícita.

No todo es retro en la película, dejando de lado el efecto 3D (totalmente innecesario), hay una buena cantidad de prodigios técnicos que en otro momento hubieran sido muy comentados, como tener casi durante la mitad del rodaje al rostro del musculoso Chris Evans -un hallazgo actoral, en la segunda personificación de un héroe de Marvel que hace el actor- sobre un cuerpo totalmente esmirriado, pero no hay un choque entre las virtudes tecnológicas y la representación de época, sino que ambas cosas se funden naturalmente, al igual que el primer uniforme del Capitán -uno de esos disfraces espantosos que se solía utilizar en las primeras películas de superhéroes- se convierte en un traje mucho más estilizado y acorde a los gustos modernos.

En todo caso, Capitán América exuda una calidez ausente en otras adaptaciones de personajes de Marvel, y su falta de ironía explícita consigue algunos momentos sensibles yendo por caminos diametralmente opuestos a los de otras películas logradas en base a estos personajes. como Iron Man (Jon Favreau, 2008) o X-Men 2 (Bryan Singer, 2003). Si en la primera el principal atractivo era la complejidad del personaje interpretado por Robert Downing Jr. y en la segunda, el drama trágico de la adaptación de los mutantes, en ésta lo que predomina es una nostalgia, no tanto de un tiempo sino de una inocencia perfectamente sensible en la pantalla.

Sería el colmo de la ingenuidad presumir una auténtica inocencia en una superproducción millonaria del tamaño de Capitán América, pero la simple verosimilitud de su imitación es por lo menos apreciable y, durante dos horas, totalmente disfrutable.

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